viernes, diciembre 25, 2009

La gramática risueña de Grijelmo



Desde hace algunos meses frecuento el privilegio de conversar con Julián Mejía, otro joven intelectual lagunero que no tiene, lo que me extraña sobremanera, un espacio fijo para publicar sus informadas opiniones. En una charla reciente me hizo la pregunta de cajón: ¿“Qué estás leyendo?” Le respondí con la verdad: algo de narrativa, algo de periodismo y una nueva gramática, pues siempre trato de tener a la vista cualquier material de este último tema. Y sí, era cierto que por esos días le daba trámite a La gramática descomplicada, uno de los ya muchos títulos de Álex Grijelmo dedicados al tópico del que se ha convertido en terrateniente: el español y sus vericuetos.
Como en los otros libros de su cosecha, en La gramática descomplicada el minucioso Grijelmo trabaja con el idioma que nos une sin dejar al lado el tono socarrón que en este caso le viene muy bien al tópico, plúmbeo en casi todos los libros similares que recuerdo. El ¿filólogo? nacido en Burgos no hace más que seguir con la tesitura impresa en otros productos de su cuño, por no decir que en todos. En Defensa apasionada del idioma español, La seducción de las palabras, La punta de la lengua y El genio del idioma se advierte la inclinación grijelmiana por añadir ciertos toques de humor a las explicaciones subjuntivas y gerundias y carpetovetónicas y galicistas que no puede eludir cuando describe la historia, la semántica, la etimología o el uso coloquial del español.
Según la ficha que proporciona Santillana, la editorial que publica todo lo que arma Grijelmo, el autor burgalés (me estoy luciendo: tal es el gentilicio de Burgos) nació en 1956; escribió a los dieciséis años su primer artículo en La Voz de Castilla, un periódico de su ciudad en el que después trabajaría como redactor en prácticas mientras estudiaba Ciencias de la Información. En 1977 ingresó en la agencia de noticias Europa Press, y en 1983 fue contratado por el periódico español El País, en el que trabajó durante dieciséis años. Diez de ellos, como redactor jefe; y en ese periodo fue el responsable del Libro de Estilo. Añade que desde 2004 preside la Agencia Efe, y en 2007 fue elegido presidente del Consejo Mundial de Agencias. Ha escrito los libros que ya mencioné líneas arriba y ha recibido el “honorary negree” en dirección y administración de empresas por la fundación universitaria ESERP, y es profesor de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside Gabriel García Márquez, con quien codirigió, en 1998, un curso sobre estilo periodístico. En enero de 1999 recibió en su país el premio nacional de periodismo Miguel Delibes.
Creo que a la fecha he comentado al menos dos de sus libros: la Defensa apasionada… y La punta de la lengua. En ambos casos dije lo que ahora repito: a todo aquel lector curioso al que por alguna cercana o remota causa le interese explorar la selva de nuestra lengua, nada mejor que hacerlo con la guía de un cuate experto y divertido como Grijelmo. El interesado puede, por supuesto, buscar otros machetes para desyerbar el camino, pero dudo que los encuentre amenos. La historia del español, la gramática, la etimología son asuntos abordados por lo regular con excesiva pompa, aunque no faltan, por supuesto, indagaciones que buscan al gran público y lo hacen con un tono amable, como Para saber lo que se dice, de Arrigo Coen Anitúa; Los 1,001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre; las Minucias del lenguaje, de José G. Moreno de Alba o los acercamientos un tanto más ligeros del regiomontano Ricardo Espinosa, quien incluso ha llevado a la televisión sus apuntes sobre el léxico de los mexicanos.
Grijelmo no les va a la zaga; en todos sus libros ha examinado recovecos del español y ha colocado, adjuntas, muchas divertidas pinceladas que adoban sabrosamente sus platillos. El resultado es un trabajo de divulgación que cada vez alcanza a más lectores y los lleva a preocuparse por el instrumento básico de la comunicación: la lengua, nuestra lengua. No es flaco mérito, dada la brutal andanada de cambios toscos que sin orden ni concierto se le vino encima al español, y a cualquier otro idioma, tras la irrupción de la escritura ultraveloz y generalmente desaseada del mail, el chat y el “mensajito” de celular.
En La gramática descomplicada (Taurus, quinta reimpresión, 2009), Grijelmo avanza por el laberinto gramatical con calma, sonriendo, con una gentileza de trato que se le agradece, pues los recintos de esa disciplina suelen provocar que reculen los lectores más interesados, ya no se diga los indiferentes. Grijelmo ha armado aquí un índice que no dejó rincón gramatical sin escrudriñar. El esfuerzo que hace por llegar a una didáctica grata es tan visible como el de los buenos maestros antiguos, esos que buscaban una especie de amistosa complicidad con el alumno para que la letra no entrara con sangre, sino con placer.
Me gusta y recomiendo La gramática descomplicada por los gestos de gentileza que se le ven en cada página, pero más porque he vuelto a leer y a sonreír con las palabras que alguna vez, debido a la lingüística moderna, desaparecieron de los libros que espulgaban esos temas. O sea, he vuelto a encontrar aquí las partes de la vieja gramática en sutil combinación, nunca engorrosa, con la cuasiesotérica gramática moderna; leo en La gramática… de Grijelmo reflexiones sobre verbos, adverbios, preposiciones, adverbios, prefijos, oraciones simples, oraciones subordinadas y todo lo que alguna vez aprendí a medias y aquí parece más claro. En resumen, este esfuerzo de Álex Grijelmo es, sin más, una gramática sin lágrimas, un paseo en boogie por la sintaxis de nuestro pensamiento. Lo recomiendo sin vacilar (“vacilar” en el sentido no mexicano del verbo).