miércoles, noviembre 04, 2009

Ofrenda al Corona



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Es extraño: no repudio lo moderno, pero me reconozco un hombre inclinado a las tradiciones. La novedad me asusta, aunque sé que es inevitable crear productos diferentes, inventar, desafiar al futuro. Los 39 años del Corona, por ello, me parecían pocos para pensar en su demolición, pero qué le vamos a hacer, si en La Laguna creemos que los cien años de Torreón son la historia de la humanidad. En fin.
No era, ni en broma, un estadio bello, pero fue creando la tradición de que allí, en esa gramilla cercana a las tribunas, en ese elefante gris aledaño al aeropuerto era casi imposible derrotar al equipo local. Y así fue durante muchos años. No precisamente en las épocas de los Diablos Blancos del Torreón, épocas de apuros, de malos resultados, de dificultad incluso para sacar empates.
Luego vino un breve asueto hasta que, en 1983, apareció un equipo microscópico, el Santos Laguna IMSS, que comenzó el más fuerte amorío futbolero que recuerde la historia del balompié local. Los primeros años fueron, como ocurre en casi todos los casos, tortuosos. Si bien los primeros juegos permitieron que el joven equipo destacara en una liga, la Segunda B, no muy fuerte, todo fue que llegara a Segunda A, o que tras la compra de una franquicia llegara a primera división, para saber que la historia no es benévola con los que empiezan, y el que lo dude que les pregunte hoy a los Indios o a los Gallos Blancos. Aquel Santos Laguna de Galindo, de Dolmo, de Flores, de Armendáriz, aquel Santos entrenado por Maturana, por Matosas, se las vio verdaderamente negras para sobrevivir ante los tiburones del máximo circuito, clubes que sin piedad lograron masacrarlo varias veces.
Pero Santos Laguna hizo la hombrada de salir vivo, y eso se debió, creo, al reducto hogareño. Si de visitante cualquiera le ponía la bota encima, de local se mostraba aguerrido, siempre luchón, decidido a no dejarse vencer delante de los aficionados laguneros que pronto acudieron en masa al pequeño pero peculiar estadio para ver cómo se revolvían los verdiblancos frente a quien se pusiera enfrente. El calor, la gente y esa contigüidad estrecha entre la cancha y la tribuna que es propia de los estadios sin glamour, hicieron poco a poco que los Guerreros, como luego serían denominados, sacaran triunfos de la nada, a veces con equipos rabones, faltos de presupuesto pero no de ganas.
Si me pidieran recordar con cuál juego me quedo de todos los que vi, en el estadio o en televisión, del Santos Laguna en el Corona, respondería que con aquel partido contra el América de la temporada 93-94. Lo reseñé en mi libro sobre el tema, y creo que nunca vi ni he vuelto a ver un Santos Laguna como el de aquel choque celebrado el 12 de septiembre de 1993: “Totalmente lleno, el Corona se estremeció durante los 90 minutos y nadie olvidará el desarrollo del cotejo que aquí muy brevemente reseñamos: a pase de Gonzalo Farfán, Antonio Carlos Santos anota el 1-0 con su contundencia habitual; poco más delante, Farfán empuja un balón luego de una jugada entre Zague y Martelotto. América se ponía 2-0, y eso apuntaba a que el marcador sería catastrófico para los Guerreros. Pero esa tarde el Santos salió por todas las canicas y se acercó por medio de Daniel Guzmán, quien remató de cabeza un servicio de Toño Alcántara. Ahora a pase de Adomaitis, Daniel el Travieso clava el del empate con una jugada de torero. Ramón Ramírez, convertido en un maestro de la media, anota el tercero y él mismo, con potente y exacto tiro libre, hace el 4-2 a favor de los albiverdes. Ese día La Laguna abrigó altas esperanzas: si el Santos era capaz de doblar al poderoso América, entonces los grandes logros podían considerarse viables”. Fue la temporada del subcampeonato contra los Tecos, la que preludió los campeonatos venideros. Y todo en el Corona, en ese Corona que ya descansa en paz y al que le doy, con afecto, esta mínima ofrenda de palabras.
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Nota del editor: la luna llena del domingo caminó nostálgica durante la parte final del partido contra los Pumas, él último en el estadio Corona que alguna vez, cuando nació en 1970, fue Moctezuma. El detalle de la luna, creo, le añadió un raro toque simbólico al cierre del viejo escenario. Las fotos que ilustran este post fueron captadas por mi heroica Fuji.