lunes, octubre 19, 2009

Breve paréntesis



Ruta Norte hace una pequeña pausa. Volverá a su ritmo habitual hasta los primeros días de noviembre de 2009.

domingo, octubre 18, 2009

Contorno de la anécdota



A lo largo de dos décadas y poco más me he dedicado a explorar todas las formas posibles de la narrativa. Sé que las más famosas son el cuento y la novela, pero también sé que hay otras. Unas son muy visibles, como el cine o el teatro, que independientemente de sus recursos y sus lenguajes, narran, cuentan historias. De hecho, si nos fijamos bien, casi todo narra, hasta el poema, pero para efectos de definición genérica pensamos que lo narrativo es lo que cuenta algo sobre personajes ficticios que desarrollan una historia o asunto en un determinado plano cronológico. El chiste es también, por ello, narrativo. Ahora bien, ¿en qué sitio se ubican las anécdotas?, ¿qué son? No voy a ser yo el que teorice sobre ellas, si es que requieren una teoría, pero puedo decir, así como de pasadita, que son pedazos de vida real que por algún motivo (una palabra, una frase, un gesto, una situación) mueven a risa o, al menos, a sonrisa.
Tal vez esta primera tentativa que me hago para definirla no es suficientemente clara. No importa. Como en otros géneros o subgéneros, es más importante entrar a ellos que divagar sobre ellos. Así entonces, desde que cobré conciencia de esto anoto las que puedo, sobre todo las que aparecen en mi entorno familiar. Debo decir que lo hago sin disciplina, cada vez que me acuerdo que debo tomar nota de lo que luego podría ser una anécdota. Ofrezco, aquí, algunas que he escrito recientemente; las tres se refieren a Ivana, la más pequeña de mis hijas, quien por sí sola es una fuente de buenas anécdotas para mí, su papá cuervo. Se supone que algún día servirán para un librito de los que a veces hago sin más deseo que el de entretener la mano de editar y tener regalos fáciles a la para los cuates.

Ingenio de mi pequeña
Ivana es una niña muy alegre y sociable. Tiene la virtud del ritmo, y a los cuatro años ya da muestras de su enorme capacidad para inventar pasos o imitarlos a partir de los que ve, sobre todo, en televisión. Sinceramente, y no porque sea mi hija, jamás he visto a una niña de su edad manejando esa sensibilidad motriz, con tanta soltura e ingenio. Lo que en adultos se ve normal, en niños mueve, claro, a risa. Ivana es, pues, como dije, una niña alegre, una niña que baila y canta, que imita voces y caras, que bromea y es burlona, que contragolpea con chispa todo tipo de ataque en su contra. En una ocasión, por juego, le dije que yo era determinado personaje guapo de un programa de televisión de los que suele ver, y que ella era otro, uno feo. Cuando le pregunté cuál es el nombre del personaje que le impuse, me respondió con toda clama, seria: “Se llama Papá es un tonto”.

Calavera adentro
La más pequeña de mis hijas hojea con atención uno de los tomos de la Enciclopedia Snoopy. La información de ese libro es variada, llena de colores y de formas. Vuelve una página más y se detiene en una imagen: la silueta de un cuerpo contiene al esqueleto blanco perfectamente definido en todo su sistema. La niña levanta la cabeza y pregunta con toda su inocencia a cuestas lo que jamás me había planteado así: “Mamá, ¿yo tengo adentro una calavera?”. Su mamá, segura y sin mostrar la sorpresa que la toma por sorpresa: le responde: “Sí, todos tenemos una”. Luego de eso la pequeña se toca la mandíbula, un codo, la rodilla, y concluye: “Sí, aquí está mi calavera adentro”.

La vaca que asusta
Paso a la escuela de mis hijas para recogerlas. Es mediodía. De regreso a casa, platicamos, hacemos bromas. Ivana, siempre atenta al juego, me interrumpe:
—Papá, papá, un juego —dice.
—Bueno, ¿cuál? —pregunto.
—Toc-toc —dice—. Ahora tienes que preguntar “¿quién es?”, papá. Va de nuevo: toc-toc.
—¿Quién es? —sigo el juego.
—La vaca que asusta… —dice—, ahora tienes que decir “¿y quién es la vaca que asusta?”, papá.
—¿Y quién es la vaca que asusta? —pregunto.
—Muuuuuuu —responde.
Luego de eso, repetimos todo, y al final, un poco desconcertado, le comento que no entendí el juego. Le pregunto que si lo ha jugado con sus compañeras, que si se lo enseñó la maestra, y me responde:
—No, lo acabo de inventar.
Tras eso, río a carcajadas y repetimos el juego. Luego la niña me sorprende con una llave doble nelson.
—Te estás riendo porque mi juego no tiene sentido.

Elecciones hoyEsto ya no es una anécdota, sino el recordatorio de que hoy debemos ir a votar por el partido o el candidato queramos. Esta vez tengo la suerte de saber que votaré confiado, sin titubeos, por el pediatra de mis hijas, un hombre sensible e instruido, con juicios bien apuntalados en el estudio de la realidad. Adelante, doctor Velasco, y gracias por el ejemplo de participación política que a muchos nos ha dado.

Aviso de viaje
Si todo sale como espero, estaré de viaje del 19 al 31 de octubre. He acordado en La Opinión que trataré de seguir con la columna, pero no sé si pueda cumplir, dada la agitación que presupone ese periplo. Lo intentaré.

sábado, octubre 17, 2009

Eternamente bella bella



Lo mismo que un muñeco que necesita cuerda o que un presente incierto que nada nos recuerda, así quedan lo cuerpos, y sobre todo las caras, de muchos divos y divas de la farándula que pasan por el quirófano como quien entra y sale de un Oxxo. Es la tragedia de la belleza: los años no perdonan y todos somos o seremos sometidos al declive, hagan lo que hagan o puedan hacer los cirujanos en los quirófanos donde se alquilan algunos tiempos extras para la hermosura según los estándares actuales de lo que eso es: en las mujeres, tetas macrobolimórficas levantadas hacia el infinito y más allá, labios gruesos y voluptuosos, nariz sin erratas, cintura de avispa, nalgas respingadas y piernas que obligatoriamente exigen el adverbio y el adjetivo “bien torneadas”; en los hombres, nada de panza, músculos marcados, depilación de pecho y piernas, nariz de Kid Acero, barba de tres días deliberadamente descuidada y gesto de perdonavidas con mazorca Colgate.
Para llegar a eso, la naturaleza, claro, hace, aunque en muy escasas ocasiones, su chamba. Poco después, los gimnasios y los bisturíes cooperan, perfeccionan, esto a medida que la actriz, actor, cantante, modelo o lo que sea van entrando en los exigentes laberintos de la fama. Luego, pasados los 30 o 35 o 40, la carne empieza con sus diabluras, se cae, se estría, se arruga, se hincha. Es allí donde la mona o el mono deben tomar la Gran Decisión de sus vidas: apechugar ante el advenimiento del primer crepúsculo o meterle marcha atrás. La mayoría prefiere lo segundo: entrar al quirófano, ponerse en las manos de un experto que con sus navajas y su silicona no sólo “detienen” el proceso de envejecimiento, sino que tumban varios años de encima. Hay sonados ejemplos de esa magia, tantos que casi sobra cualquier lista. Sólo, para no dejar, menciono el de la tica Maribel Guardia, quien tenía un cuerpazazo natural ya a los 18 (ver escena de Pedro Navajas parte 3 en YouTube) y a sus nosecuántos se conserva en forma, aunque ya con evidentes huellas de esculpimiento quirúrgico. Como ella, decenas, aunque no todas con la misma buena suerte.
Casos existen, por supuesto, de lo contrario: seres que se mueven en la farándula y se ven por ello obligados a conservar el look que los hizo “famosos”. Entonces pasan por la cirugía “estética” y quedan irreconocibles, como pedroinfantescos muñecos que necesitan cuerda. La raza normal, los no famosos, nosotros, no nos explicamos cómo puede alguien aceptar tratamientos que dejan el rostro, sobre todo el rostro, tan inexpresivo como el de un mono de futbolito. Los personajes más célebres por haber preferido la plastificación de sus gestos a las arrugas son, por supuesto, la vedette Lyn May, el estilista Alfredo Palacios y la actriz Irma Serrano (Michael Jackson se cuece en otra olla, pues su cambio de imagen fue brutal, una cosa que no se puede describir si cierto horror).
Lucha Villa, Lucila Mariscal y ahora Alejandra Guzmán son ya algunos casos notables de intervenciones fallidas. En el afán de “dar lo mejor a su público”, muchas y muchos han caído en manos de científicos locos de película de Santo que inyectan lo que sea a quien se deje con tal de ganar un buen dinero. La Guzmán, como sabemos, recién pasó el amargo trance de sentir que la vida se le escapaba por su ya de por sí majestuosa zona glútea. Vaya manera de arriesgar el pellejo: por el deseo de tener unas nachas más grandes o más redondas o más echadas para acá, la hija de Silvia y Enrique provocó un vendaval de notas que dan testimonio, quitado el sensacionalismo propio de ese periodismo, de lo peligroso que puede llegar a ser el anhelo de lucir eternamente bella bella.
Alguna vez escribí sobre Miriam Yuki Gaona, alias la Matabellas. Esa tipa fue capaz de inyectar cualquier marranada a sus pacientes, incluido aceite para bebés. A la Guzmán, según las notas, le sacaron de las nachas unas bolas de plástico similar al usado para hacer cajas de discos compactos. Y todo por no resignarse a lo que finalmente, pocos años después, ocurrirá: el irremediable anochecer de la belleza.

viernes, octubre 16, 2009

Vientos de protesta



Dudo mucho que la cúpula gubernamental no haya calculado hasta en sus más intrincadas minucias las secuelas del movimiento nada ajedrecístico conocido como sabadazo. Si algo tiene o ha tenido el poder en nuestro país, es el cálculo de daños luego de las sistemáticas catástrofes inducidas desde oscuros escritorios. Con esto quiero decir, pues, que dudo mucho que el arponazo a Luz y Fuerza del Centro haya sido planeado sin pronosticar, con total frialdad y anticipación, sus consecuencias inmediatas y mediatas. Estamos todavía en las primeras, en las inmediatas, pues todavía no ha pasado una semana y ya contamos con una megamarcha de protesta, la de ayer.
Queda claro que hubo una orquestación en todo esto. No puede ser de otra forma: era necesario planear todo en conjunto, aceitar bien la maquinaria que al amparo de una coyuntura ideal (la postcelebración futbolera del sábado) permitiera a las autoridades federales tomar las instalaciones de LyFC para, al día siguiente, arremeter con todo desde las televisoras para fijar la historia que venimos oyendo desde el domingo, siempre con los voceros oficiales Gómez Mont, Carstens, Kessel y/o Lozano. Lo malo es que aquí se vieron todas las costuras del traje: al neutralizar la voz de los opositores, es evidente que no hay siquiera el mínimo deseo de debatir. La pregunta es por qué, por qué no debatir y poner frente al público el tema de la inoperancia o no de LyFC.
En un plano hipotético, el más hipotético posible, imaginemos que, en efecto, quedan abiertos los canales de la discusión y hay un verdadero análisis, no sólo el que ha hecho el gobierno, de la situación que guarda LyFC. Probablemente no haya mucho que añadir sobre los resultados del análisis: la compañía encargada de la electricidad en la capital del país arrojaría números cercanos al desastre, pifias de todo tipo, sangrías en innumerables áreas y por incontables conceptos. La conclusión sería ésta: purguen a LyFC, hagan algo para mejorar su eficiencia, para evitar sus excesos y para colocarla en un plano de respeto al buen servicio que merece la ciudadanía. Todo eso, insisto, en un plano hipotético.
En ese mismo plano hipotético, digamos, puede ser debatido, abiertamente, en las Cámaras y antes las cámaras, el papel que han jugado otras empresas y sus sindicatos, y otras instituciones también, como la SCJN, o las mismas Cámaras, o las secretarías, o los medios de comunicación, o los grupos empresariales, o los partidos, o los gobernadores, o las universidades. En una palabra, las llamadas grandes transformaciones del país no pueden ser operadas en lo oscurito y desde el exclusivo análisis que hace el mandarín de turno con su séquito. Muchos recortes se han dado (recordemos lo que pasó durante el calvario del salinato) desde las sombras sin que eso le haya reportado bienestar real a la ciudadanía. ¿Por qué habríamos de creer, ahora sí, al gobierno? ¿No hemos escuchado ese mismo choro en otras ocasiones? En diferentes palabras, los decretos de estilo sabadazo sólo son viables en un régimen fuerte y, sobre todo, no deficitario en términos de legitimidad. Si no es así, como en el actual, el gobierno debe dialogar, acordar, parlamentar.
Toda proporción guardada, los aires de protesta que tal vez no han sido bien calculados por la oficialidad recuerdan otros tiempos. No es nuevo esto de que los trabajadores salgan a las calles y reclamen. Pasó en 1959. Pasó en 1968 (en aquel momento sumados a la vanguardia estudiantil). Pasó en 1988, cuando muchos trabajadores añadieron su empuje a la causa de una renovación nacional que derivó en la artera imposición de Salinas. Pero hacía tiempo que los trabajadores no eran golpeados de esa forma tan poco sutil, y por eso han salido a la calle. Claro que el poder apuesta a la modorra ideológica de los sindicatos, a la desorganización y al desgaste que introduce el tiempo en todo movimiento político. Apuesta también al control por medio de las televisoras. Pero el huacal no es muy grande y puede estar formándose un movimiento que trascienda lo eléctrico y vaya más allá: que sea la base social para impulsar una plataforma que ahora sí, por enésima, toque los intereses de los verdaderos privilegiados en nuestro país.

jueves, octubre 15, 2009

El arco del triunfo



Supongo que el español de cualquier parte es maravilloso, pero a mí me gusta el mexicano. Tal vez, por cercanía sentimental, hallo eufónico el argentino y el cubano, pero el mío, mi español, el mexicano, es el que me gusta. No podía ser de otra manera. Sin notarlo, todos vamos archivando una cantidad descomunal de modismos, de giros, de metáforas, de expresiones que terminan por convertirse en parte del patrimonio espiritual más sonoro y querido, un patrimonio que nos deja reconocernos donde estemos, casi como si fuera un password de nuestra identidad.
Una de esas expresiones sin abuela, tremenda como pocas, es “pasar por el arco del triunfo” algo, lo que sea. Es sinónimo de soslayar, de no atender, de ignorar, de menospreciar o no pelar cualquier orden, ley, sentencia o llamado de atención. Es pasar por calva sea la parte, allí donde tiene su centro el arco formado por las piernas masculinas, aquello que nos ha sido ordenado. En México no nos referimos pues, en sentido estricto, el hermoso monumento parisino ubicado en los Champs-Élysées, sino al soberano acto de mandar algo a chiflar su máuser con lujo de prepotencia, restregando incluso la orden en el aguacatamen de la varonil anatomía.
En México somos expertos pasadores por el arco del triunfo. Lo hacemos a diario con cuanta minucia perturba la paz de nuestra vida cotidiana. Los amos de esto que es una forma arraigada de la impunidad son, quiénes más podrían serlo, nuestros políticos. Se puede afirmar por ello que nuestro país es el líder mundial en pasamiento por el arco del triunfo de cuanta acusación, sanción, recomendación o castigo llega a las pezuñas de la casta polaca. Hay muy pocas excepciones, claro, pero no obedecen a la observancia de la ley, sino a vendetas procesadas en las cañerías más profundas del poder, como pasó con Díaz Serrano, la Quina, Mario Villanueva y otros pocos que podemos contar con algo de esfuerzo memorístico.
Los casos faraónicos de pasamiento arcotriunfal de la ley son bien conocidos, pues muchos de sus ejecutantes siguen en activo, pasándose por el arco, a diario, todo lo que se diga o tramite sobre ellos. ¿Hay alguien que supere en esto, por ejemplo, a Echeverría? Pues no, por eso allí está el viejo demagogo, instalado cómodamente, desde hace cinco sexenios y medio, en su vejez impune.
No vayamos tan lejos, sin embargo: el gobernador de Puebla se pasó por el arco las grabaciones que lo delataban como flagrante violador de la ley al hostigar, fuera de todo proceso judicial, a quien había denunciado con pelos y señales una red de pederastas. Los intereses, la complicidad, permitieron que el llamado “precioso” hiciera con la opinión pública lo que Juan Camaney hace cuando le piden que pague las caguamas que debe en la tiendita: pasó por el arco toda crítica.
Y otro cercano: Ulises Ruiz, quien estuvo en apuros pero al fin logró reprimir con sobrada ferocidad a sus opositores en Oaxaca. Le tocó la suerte de hacer eso, reprimir, en 2006, año en el que los intereses del PAN y del PRI convergieron para cerrar el paso a la opción incómoda. Por eso Fox, para no romper con el PRI necesario, no puso en su sitio a Ruiz y lo dejó hacer canallada tras canallada, sin freno y hasta ahora sin castigo.
Ayer, por eso escribo esto, la “Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró al gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, responsable de la violación grave de una serie de garantías individuales que se registraron en el conflicto magisterial, político y social que se vivió en la capital de su entidad, de mayo de 2006 a enero de 2007”. La resolución exculpó a Fox, y sólo tiene el carácter de “recomendación”, pues “durante este periodo se violaron de manera grave los derechos al acceso a la justicia, a la integridad personal, a la vida, así como las garantías a la libertad y a las libertades de tránsito, de trabajo, de pensamiento y expresión, de educación, de propiedad, a la paz, y al acceso a la información”. No pasará nada por ello. También Ulises Ruiz y sus secuaces conocen el arco del triunfo. Lo adoran, es su salvación.

miércoles, octubre 14, 2009

El gran chatarral



Supongo que a muchos mexicanos les/nos encantaría escuchar en televisión abierta, con Alatorre o López Dóriga o Loret de Mola, la opinión de los sindicalistas de Luz y Fuerza del Centro y de sus simpatizantes. Como es costumbre, eso no ha ocurrido, o al menos no equitativamente, lo que torna sospechosos los soportes argumentales que dieron pie al decreto para extinguir LyFC. ¿Por qué, si vivimos en un régimen democrático y al Estado afirma que tiene la razón, no son escuchadas en la misma proporción todas las opiniones? Sencillo: porque no vivimos en un régimen democrático, sino en uno que simula apertura pero golpea permanentemente con la macana de las televisoras, órgano propagandístico del régimen. De entrada, pues, es de creer que algo no anda bien cuando vemos que la granizada sólo pega a un gremio y los demás (el de maestros, el de petroleros, que no son precisamente monjes tibetanos así como el grupo gobernante no es un hato de hermosas ovejas) quedan exentos de toda visita de la policía federal. La cosa jiede, con jota.
Y como la grilla chatarra disfrazada de política gourmet, la comida ídem. Cambio de tema abruptamente porque no le creo un céntimo al gobierno mientras no deje de mostrar que sus instrumentos mediáticos le sirven sólo a él. En fin. Pero no me alejo mucho, pues sigo en otra de las numerosas miserias que nos caracterizan, la del consumo grosero pero sabroso de comida chatarra. Ayer, el PRD demandó en la Cámara de Diputados que los alimentos chatarra y los productos que son vendidos como medicamentos milagrosos sean gravados con un 15% de IVA. El diputado chuchista-calderonista Guadalupe Acosta Naranjo emitió un enfático basta a la trampa de muchos remedios embusteros que no pagan impuestos y sólo sirven para adelgazar, pero los bolsillos de su incauta clientela.
Para justificar la propuesta, Acosta Naranjo ofreció un dato aterrador, pero seguramente falso, de la Secretaría de Salud: que el 50% por ciento de los mexicanos tiene/tenemos problemas de sobrepeso. Afirmo que es falso, pues cualquiera puede agarrar a cien mexicanos y segurito setenta o poco más andarán/andaremos con equipaje extra. “Nuestros hijos tienen graves problemas desde muy chicos al consumir muchas más calorías de las que se deberían de consumir con una alimentación sana y cuidadosa. La Secretaría de Salud dice que el Estado mexicano gasta más de 60 mil millones de pesos en combatir problemas de obesidad, diabetes y problemas derivados de una mala alimentación”, señaló el legislador.
Lo cierto es que no suena tan disparatado eso de cobrar un impuesto más alto a los chatarrizadores de la alimentación, pues no es mentira que hay un gasto muy alto de dineros públicos por atención a enfermos con obesidad y sus padecimientos derivados. En muchos casos será difícil saber, sin embargo, qué es chatarra y qué no, lo que, de aprobarse la iniciativa, obligará a las autoridades de salud a determinar los grados de bienestar o escoria que cada producto contenga en su ser. No es un rollo subjetivo, pero la diversidad de productos hace complicada la clasificación.
Para efectos caseros, inmediatos, todos sabemos lo que es mugre y lo que no. De hecho, el paladar del mexicano actual (un joven de 25 años, digamos) no falla, pues ha sido minuciosamente adiestrado para degustar toda la mierda envuelta en celofán que anuncian en la tele. En tiempos de uno (o sea, todavía en la época prephotoshopera de la publicidad), lo máximo era echarse unas Sabritas con una Coca (la Coca sólo tenía dos presentaciones, la grande y la pequeña), o un Gansito, o unos Submarinos (a los que Quico, el del Chavo, les decía “esponjositos, esponjositos”), o un Carlos V, o un Tico. Esa era la poca basura verdaderamente basura a la que podíamos acceder. Hoy, al contrario, nomás en materia de frituras hay mil variantes. En una palabra, cuando los arqueólogos del futuro estudien al mexicano actual concluirán que se desplazaba poco, que pasaba mucho tiempo sentado viendo tele y comiendo algo extraño que sólo contenía grasa y conservadores. Por todo, parafraseo al jabalí Pumba para definir nuestra comida chatarra: roñosa pero sabrosa.

domingo, octubre 11, 2009

Penuria del verdor



Como todos, yo tengo mis parques. Lagunero al fin, alguna vez, de niño, fui asiduo a un espacio verde que permitía el juego, la diversión al aire libre. De pequeño uno percibe diferente, así que en la memoria tengo un recuerdo grato, por ejemplo, del parque Morelos, de Gómez. Recuerdo sus patos, unos pobres animales que seguramente la pasaban mal, pero allí debían estar, sin remedio. Luego, con el cambio de casa a Torreón, la llamada plaza Margaritas fue un nicho cercano. Era, es, ideal para caminar, pues esa zona no parece muy contaminada ni rebosa de gente.
Hay, por supuesto, otros paseos de ese tipo que frecuenté luego. Con el tiempo, tal vez porque uno va mirando con otros ojos, todos los parques de La Laguna me fueron pareciendo uniformemente feos, descuidados. El bosque, por ejemplo. Lo sé necesario, indispensable, y claro que lo quiero, pero nunca me ha parecido bello. Eso se debe a la pobreza de su verdor, a la pobre inversión que denota, a su atmósfera terregosa y no pocas veces a la irresponsabilidad de los ciudadanos que tiran los vasitos de elote, las bolsas para agua fresca, las servilletas enchiladas y todo un mugroso etcétera donde se les antoja, no en los botes. Y eso que es “el principal pulmón de la ciudad”.
Desde hace casi diez años, mi espacio verde más cercano es la plaza del Eco. Ya he dicho alguna vez que, en general, luce sucia. Mientras los ciudadanos no cooperen, es verdad, no habrá ejército de barrenderos que la limpien. Pese a ello, por rachas de mínima disciplina deportiva salgo a caminar y, cuando eso ocurre, lo hago en ese sitio. Ni modo.
Comento mi experiencia con el verdor público por un texto que me envió Iván Hernández. Me parece, porque lo es, excelente. No podría ser para menos: Iván es, pese a sus pocos años, un notable poeta. Con Iván confirmo que el talento literario de La Laguna es pródigo y contrasta con las pocas oportunidades que tiene para desarrollarse. Sé que su obra inédita, armada hasta ahora en dos poemarios (La danza nocturna y Bautismos cotidianos, entre lo que le he leído), tarde o temprano será publicada y entonces sí muchos lectores más sabremos que la poesía de Iván es lo que es: muy buena.
Lo es tanto como sus artículos. La prueba, el que traigo aquí con su autorización. Lo tituló “Fundadores desaparecidos”, y es éste: “El tres de octubre de 2008, un árbol fue tragado por la tierra. Personal y paseantes fueron desalojados para evitar pérdidas humanas. Desde entonces el parque Fundadores ha permanecido cerrado a los vecinos que, desde el perímetro del sitio de recreo, anhelan la rutina de caminar, jugar o noviar a la sombra de este pulmón de Torreón. La conmemoración ha pasado desapercibida, después de todo, la opinión pública está ocupada en temas como elecciones, crisis económica, inseguridad y el decisivo partido de la selección mexicana contra el Salvador.
Dos boquetes, dos abras provocadas por la avenida del río Nazas le recordaron a las autoridades y a la sociedad que el cuerpo de agua busca, por vías subterráneas y superficiales, sus antiguos cauces y terrenos. A partir de esa fecha mucho se habló de la necesidad de analizar los hundimientos, cosa que harían el servicio geológico mexicano o el instituto mexicano de tecnologías del agua, para evaluar las condiciones del subsuelo. Se dijo que Conagua, municipio y estado se coordinarían para realizar los estudios, pero las autoridades no han cumplido y las cosas siguen sin cambios, sin solución. Esto no es privativo de las abras del Fundadores, en las colonias Plan de Ayala, Maclovio Herrera, Nueva Rosita y Vista Hermosa también aparecieron hundimientos, la mayoría de esos pozos fueron rellenados a pesar de que no se contaba con la investigación ni las recomendaciones expertas que tanto se cacarearon.
Al principio se dijo que el Fundadores permanecería cerrado al menos tres meses, esa cantidad ya se multiplicó por cuatro y nos dio la oportunidad de poner la primera velita en el pastel. Para los que gustan de llenar el calendario con efemérides, ahí tienen un aniversario más a tomar en cuenta.
También hay que mencionar que el destino hace muy bien las cosas, basta con referir que el honor de convertirse en el primer presidente del Fundadores, le correspondió al hoy alcalde saliente, José Ángel Pérez, quien tomó posesión del principal encargo municipal precisamente en las instalaciones del parque. Ubicado en el lugar donde se encontraba otro parque de diversiones llamado la zona de tolerancia, que por ahorro de saliva era conocido simplemente como ‘La Zona’, el Fundadores se convirtió en parte de la vida de quienes gustan de salir a caminar o se dan su tiempo para la convivencia familiar en sus juegos, bancas y jardines. La cancha de basquetbol techada rápidamente se hizo de una clientela fiel al igual que la de babyfut. En el 2007, como parte de un taller de fotografía que impartí a niños del Cerro de la Cruz, uno de los sitios que visitamos fue ese parque y quede maravillado con lo familiarizados que estaban con sus atracciones: la cascada, el puente de madera, los sauces llorones, el auditorio eran paradas obligatorias para la foto.
Hoy sólo se observa a la gente sentada en las afueras de este lugar, cerrado, desaparecido, secuestrado por la presencia de los hundimientos, que, como ladrones, han despojado de una parte de su rutina a los asiduos clientes del parque. Es sorprendente la capacidad de algunos lugares para generar pesadumbre. La nostalgia avejentada de algunos todavía escucha la música y el desenfreno en aquel espacio de sórdido recreo que era La Zona; por otro lado, la nostalgia juvenil de otros rememora aquellos domingos de cascaritas en el Fundadores; aquel túnel del amor que era uno de sus pasillos.
Las banderas situadas en su acceso principal, que daban la bienvenida a los paseantes, hoy son las insignias de una huelga forzada, que no tiene para cuando resolverse”.

sábado, octubre 10, 2009

La importancia de llamarse Hugh



Leo de pasadita una nota sobre Hugh Hefner y no puedo resistir la tentación de sentir injusta lástima por él. Digo injusta porque nadie en sus cabales sentiría lástima, se supone, por el capo de todos los capos en materia de compañía femenina, nada menos que el creador del emporio Playboy, un sujeto que tiene a sus pies un megamercado de carne calidad delicatessen. Pues sí, siento un poco de lástima, qué le puedo hacer. El asunto no está para llorar, por supuesto, y a Hefner seguramente le importa un pepinillo de McDonalds lo que opinen los seres humanos e incluso los extraterrestres de sus encuentros sexosos de la tercera edad, pero la nota sobre sus andanzas recientes da con tranquilidad para una columna juguetona, de sábado rascaombligo.
Cuando pienso en el imperio de Hefner acude sin remedio a mi cabeza un verso de Joaquín Sabina, aquel que ubica entre sus largas enumeraciones en “El pirata cojo” (cojo, rengo, del verbo cojear, no de otro verbo), tema que sin duda quintaesencia la mentalidad un tanto importapuraverguista de la lírica posmo. Recordemos que, en esa canción, Sabina enlista las profesiones u oficios que hubiera querido abrazar. Entre otros, recuerdo que desea ser “boxeador en Detroit”, “gitanito en Jerez”, “tabernero en Dublín”. Aunque algunos versos rompen la secuencia con imágenes más poéticas, la mayoría establece el paralelismo entre un oficio y un lugar en el que definitivamente se ha fijado el estereotipo para la práctica de cierta actividad, por ejemplo, “pintor en Montparnasse”. Es allí donde figura el verso que me llega cuando leo algo sobre Hefner: “fotógrafo en Playboy”. Sabina ha logrado amarrar en tres palabras el lazo entre la “revista para caballeros” (así les dicen, aunque la mayoría de los “lectores” sea, seamos, puros barbajanes) y el envidiable oficio que presupone, el de fotógrafo.
En efecto, ser fotógrafo en Playboy fue sinónimo para muchos de mi cuarentona generación —y acaso para la cincuentona y sesentona y hasta setentona— de profesión envidiable. En los añejos tiempos de tejido de chambritas con alguna inspiratriz de magazín en technicolor, no creo que alguno de aquellos adolescentes que fuimos no soñara con ser fotógrafo de la revista fundada por el hoy vetusto magnate de la industria cárnica. Allí radicaba el encanto, el misterio de la publicación que todavía, ya casi a rastras, capitanea: lograba hacernos creer que nosotros, espinilludos adolescentes de alebrestadísimas hormonas, éramos el fotógrafo. Cuando, en algunas ocasiones, salía una imagen de Hefner, envidiábamos a ese caradura con facha de marinero en plenitud de facultades. Lo envidiábamos porque manejaba un arsenal de conejitas y de fotógrafos, de escritores, de periodistas. Hoy, el otrora joven y apuesto marinero, el galán que seleccionaba lo mejor de lo mejor en el contexto de la belleza mundial, se ha convertido casi literalmente en un Popeye con todo y la ridícula gorrita de jubilado gringo vacacionando en Aruba.
Pero eso no ha sido suficiente para el osado Hefner. La nota que acabo de leer explica que, además del papelazo que ya de por sí hace en un programa de televisión donde sale con sus “novias-nietas”, el infatigable rucailo planea hacer una obra de teatro sobre su vida, más precisamente un “musical”, esa suerte de representación escénico-coral de estilo Broadway que (a mí) suele dar(me) ñáñaras de tan espantoso que es ver a José el Soñador o Anita la Huerfanita. Y sí, Hefner quiere eso, que su agitada existencia sea contada en un espectáculo de luces y sonido, con un ejército de conejitas deambulando en el escenario tal y como dios las trajo al inmundo, sólo que con algunos años más. Si la obra cubre toda la vida del maese Hugh, fácil es conjeturar que llegará hasta la época actual. La pregunta que surge de inmediato es quién hará el papel del Hugh octogenario. Ya sé: el mismo Hefner. Que sea él quien se presente frente al público flanqueado por sus novias-nietas. Sólo suplico que nos haga un favor: que no se quite la gorrita de Pepeye, el signo inequívoco de que todo playboy pasado fue mejor.

viernes, octubre 09, 2009

Venga esa música



Supongo que ya advertimos un fenómeno muy importante para la cultura regional; si no, lo subrayo: que estamos siendo invadidos por la buena música. No exagero, y nomás por no dejar, doy datos duros: del viernes 18 al martes 29 de septiembre fui testigo de cuatro conciertos, lo que jamás hubiéramos imaginado, digamos, hace una década. Por la razón que sea, el hecho es evidente: la música de mayores implicaciones estéticas y más alto grado de dificultad va siendo en La Laguna un acontecimiento común, casi cotidiano, tanto que nos estamos acostumbrando a pensar que lo merecemos.
Pues sí, creo que lo merecemos, pero aún no hemos sabido estar a la altura, como público, de lo que se nos ofrece, lo que casi es lo mismo que contradecirme: no lo merecemos. Y no lo digo en función del desconocimiento generalizado del aspecto técnico o histórico de la música, sino del simple deseo de asistir a los conciertos con el ánimo de ir, poco a poco, aprendiendo, mejorando nuestro gusto, precisando las infinitas variantes que nos ofrece esta manifestación artística. No hablo desde arriba, sino, más bien, desde abajo: soy uno más de los miles de laguneros que ha quedado a deber, que no ha apoyado lo suficiente. La diferencia es que soy conciente de ello y lo lamento. Y no sólo, para mayor lástima, he sido asistente irregular, sino algo igual o peor de grave: no he puesto mi palabra al servicio de la música. Lo he deseado, pero me detiene el miedo de errar en los juicios, de no tener el suficiente instrumental lingüístico ni la enciclopedia necesaria para tratar un tema de suyo especializado. A esta omisión, que me apena, a veces me le opongo: qué importa no ser experto, qué importa escribir, como aquí, más con el corazón que con la cabeza. Para algo servirá, con mayor razón si reparo en que nadie le da seguimiento frecuente a todo esto. Sé que hay gacetillas, que allí está el encomiable trabajo de Intermezzo, pero falta, creo, algo más frecuente, la reseña que exalte y enfatice las implicaciones de tal o cual concierto, el valor o la belleza de tal o cual ejecución.
Hago un recuento probatorio de mi dicho sobre el generoso viento que sopla a favor de la música tocada aquí, lo que jamás hubiéramos imaginado quienes solemos movernos en el mundillo de la cultura local. El viernes 18 de septiembre tuvimos en el TIM un recital de violochelo y piano con Sergey Kosemyan y Anna Markosyan. Fue una presentación excelente. Como en pocas ocasiones sucede, los ejecutantes tuvieron una leve falla. Todo el público notó que la pianista salió incómoda del hecho, pero ante la adversidad, la bella Anna Markosyan acometió la Suggestion diabolique de Prokofiev con una decisión espectacular que sofocó cualquier mala expectativa.
Luego, el miércoles 23 de septiembre, en el marco del espléndido (no es menos que espléndido) Festival de Piano del TIM, el maestro húngaro Peter Frankl despachó un programa exquisito que incluyó obras de Haydn, Schumann, Debussy, Jancek y Chopin. Este Festival es de veras una joya de la cartelera cultural lagunera. Hay tres fechas más de aquí a diciembre, así que no puedo menos que recomendar ese festín.
Dos días después, el viernes 25 de septiembre, la Camerata hizo nuevamente de las siempre bienvenidas suyas y ofreció una velada con puro Beethoven. Interpretó el Concierto para piano No. 1 y la Sinfonía No. 2. En el piano estuvo el maestro Alain del Real.
El martes 29, bajo el auspicio de la CFE, el Ensamble Vivaldi dirigido por el maestro Jorge Paulín brindó en el TIM un grato concierto con temas de películas famosas. Cantó la soprano Sandra Marina Obregón, y estoy seguro que los trabajadores de la Comisión salieron harto complacidos.
No olvido que días después hubo aportes de Natalia Riazanova y su Academia y que otras instituciones (como el Colegio Cervantes) también están apoyando estos esfuerzos. Tampoco se me pasa la merecida beca del Conaculta para Ricardo Acosta. Falta público, falta que comencemos el crescendo del orgullo por tener tanta y tan buena música entre nosotros. Por cierto, nos vemos hoy en el Nazas: hay Camerata.

jueves, octubre 08, 2009

La fe mueve montañas



¿Cómo participar sin dinero en unos juegos olímpicos? Imposible. Si algo tiene ahora el llamado “deporte de alto rendimiento” es una gran capacidad para absorber dinero. Por eso, sólo por eso, el deporte amateur casi ha desaparecido al menos de esas justas. De algunos años a la fecha, lo que se ha impuesto es el jugoso patrocinio que las federaciones hacen a los atletas que hayan demostrado mayor capacidad, o de plano el apoyo de sponsors privados que aflojan la marmajota para que luzcan sus marcas registradas en tenis, medias, blusas y pantaloncillos. En el deporte olímpico actual, para acabar pronto, sin dinero no baila ningún perro.
Esa triste realidad la conoce muy bien el joven neozelandés Logan Campbell, taekwondoín que sueña con participar en las olimpiadas de Londres 2012 pero que, caraja vida, carece de la plata necesaria para prepararse y luego para hacer el largo viaje desde su islita rinconera hasta la poderosa Inglaterra. A Campbell, sin embargo, no se le ha cerrado el mundo, como dicen los optimistas. Con espíritu de karateca, de un filudo manazo ha roto la inercia de la inmovilidad y diseñó un plan emergente para acopiar recursos: abrir un prostíbulo. La fe mueve montañas, igual que la calentura mueve a mucho pelao bragao hacia la búsqueda y consecución de aquello por lo que tantos problemas se dan en la vida de cualquier frágil ser humano.
Según los cables noticiosos llegados al corporativo mediático de Ruta Norte (una modesta lap top, pero le digo así para que se oiga machín), Campbell necesita al menos 100 mil euros para apersonarse dignamente en las olimpiadas de la neblinosa ciudad. Con un trabajo, digamos, ortodoxo (dependiente de McDonalds, repartidor de pizzas, escritor de reseñas bibliográficas…), el pobre taekwondoín vería frustrado muy anticipadamente su anhelo de competir en el máximo escenario del deporte internacional. De ahí que su cabeza de muchacho emprendedor le haya dictado una idea que en apariencia le podrá financiar, primero, el entrenamiento adecuado y, después, el largo y oneroso viaje. La idea genial del chico Campbell fue, pues, establecer y regentear un prostíbulo. El cálculo del precoz lenón es alcanzar la friolera de 250 mil euros, lo que serviría muchísimo para que sus padres no tengan que hacer una erogación tan alta. Los ingresos no pueden ser más cuantiosos porque Campbell tendrá que dividir sus ganancias con un socio (los giros negros —aquí, en Nueva Zelanda y en China— son irrealizables sin un socio que después traicionará o será traicionado).
Lo que era previsible ya se dio: el Comité Olímpico neozelandés demandó al taekwondoín por considerar que Campbell ha encontrado una forma de ganar dinero que no es la más adecuada. El joven, desde su peculiar visión empresarial, ha explicado que “Al final del día, siento que no estoy explotando ni forzando a nadie para estar aquí. Todos están aquí con libertad”.
La noticia le ha dado la vuelta al mundo, pues es la primera vez que de manera abierta un deportista con sueños olímpicos financia (financia, sin tilde, no financía) su actividad y agrega a su atlético porvenir de sangre, sudor y lágrimas el también líquido ingrediente del semen comercializado.
Si eso pasa en un país poderoso, desarrollado, estable como Nueva Zelanda, ¿qué no ocurre en México con los atletas que se saben talentosos pero por razones diversas no encuentran apoyo ni en federaciones ni en particulares? Creo que acá no queda más camino que seguir tocando puertas oficiales, dejar a un lado los apetitos de figurar en el olimpismo o, en el caso más desesperado, organizar hamburguesadas o pollocoas. La fundación de lupanares está tan competida que eso no garantiza nada. En Nueva Zelanda quizá se pueda hacer dinero con la prostitución, de ahí la alarma. En México eso sería casi un suicidio. Además, para qué instalar un congal pro-deportivo si la Federación Olímpica mexicana ya es eso: un burdel al que nadie, nunca, le ha exigido cuentas.

miércoles, octubre 07, 2009

Gracias a la Negra



No es poco lo que puede hacer el canto para comunicar emociones y posturas ante la vida. Eso logró Mercedes Sosa: comunicar emociones y posturas con una voz profunda, bien timbrada, tupida de matices. En una profesión ampliamente dominada por hombres, la Negra supo instalar su arte como uno de los más representativos del folclor latinoamericano, como la maternal voz de la tierra, como sonido del viento americano impregnado de selva y cordillera, de pampa y desierto. Su voz, para decirlo sin rodeos, fue una especie de suma, de resumen: era la voz de los cinco siglos que cuenta el mestizaje americano, la voz de la Pachamama hablando en español, la voz de la madre tierra.
Intérprete de las mejores canciones amonedadas por el folclor latinoamericano, particularmente del argentino, Mercedes Sosa añadió su sangre a cada letra. Tanto fue así que ahora hay piezas que asociamos a su respiración, como “Gracias a la vida”, “Alfonsina y el mar”, “Como la cigarra”, “Todo cambia”, “Luna tucumana” o “Sólo le pido a dios”, canciones que pasaron de ser canciones a convertirse en emblemas de un continente espiritual, el de la América nuestra que hoy las canta con la memoria puesta en la pausa y la tesitura que les imprimió la Negra nacida el 9 de julio de 1935 en Tucumán.
Mercedes Sosa fundó en su patria un movimiento llamado del Nuevo Cancionero. Junto a otros artistas impulsó con la fuerte calidez de su voz un canto que además de la belleza lírica tenía, tiene todavía, una fuerza poética que buscó escapar de los candados impuestos por la canción para el consumo mercantil sin mayores malicias literarias. No compuso, pero desde muy joven aprovechó sus facultades interpretativas para imprimir un sello personalísimo a los temas que pasaban por su garganta. Cantantes y compositores de su patria y de varias ajenas advirtieron de inmediato que aquella joven tenía la peculiaridad de cuadrar cualquier letra en su honda respiración. La sumatoria de todos esos factores (buenas letras, arreglos excepcionales y una voz inconfundible) hicieron la labor de encumbrarla poco a poco, sostenidamente, desde hace cuatro décadas, desde aquel 1965 en el que participó (invitada por Jorge Cafrune, otro grande del folclor) en el Festival de Cosquín, el más importante encuentro de artistas dedicados al canto latinoamericano. A partir de ese momento todo fue ascenso en la carrera de Mercedes Sosa.
Dada la inclinación de su arte, la Negra fue víctima, como miles de argentinos, de la barbarie diseminada por los militares durante el gorilato que duró del 76 al 83 en la Argentina. Lejos de amilanarse, la cantora siguió en las mismas, se quedó en su patria y padeció luego la censura y el exilio. En París y en Madrid, después en el mundo, su voz se convirtió en santo y seña de un país azotado por la violencia, un país que al despertar de la pesadilla castrense la recibió ya afirmada como la (con o sin artículo femenino singular) máxima representante de la canción con fundamento.
Pocos en el mundo pueden soñar en una partida como la de Mercedes Sosa. Luego de la muerte suelen saltar los enemigos, los detractores, los malquerientes. El caso de la Negra asombra y conmueve: se ha ido con reconocimiento unánime, con aplausos cerrados a su obra en un país, la Argentina, especialmente polémico y discutidor de todo cuanto es ventilado en los espacios públicos. Como le pasó a Roberto Fontanarrosa (su tocayo de apodo), la cantora acabo sus días y de inmediato se volcó en su tumba el tributo de una nación que aprendió a verla como lo que fue: la figura más importante del canto genuinamente popular, aquel que se vincula a la tierra y es vehículo de emociones que calan en los huesos, que mueven a pensar y echan raíces duraderas. Como se ha dicho de otros pocos, su arte no muere con su muerte. Antes bien sigue vivo y avanzando. Desde el 4 de octubre pasado, por ello, la Negra Sosa cada día canta mejor.

domingo, octubre 04, 2009

Gracias a la vida, Negra


Fauna para cantar



Deambula con sus gratos materiales el número 44 de Nomádica, revista sobre “Ecodiversidad, arte e historia del norte de México”. Es la salida que corresponde a septiembre, y de nuevo conviene acercarse a su contenido. Además de otros valiosos, hay al menos tres textos imperdibles: 1) El titulado “Amenaza al hábitat”, reportaje de Héctor Esparza sobre el saqueo de agua a las pozas de Cuatro Ciénegas; 2) Sobre las mismas aguas, aunque enfocado desde la biología, “Las bacterias monjitas de Cuatro Ciénegas”, firmado por Valeria Souza, especialista de la UNAM cuyos trabajos científicos son, per se, testimonio de activismo ambiental; y 3) De Paco Valdés Perezgasga, “Pringle y Vavilov en La Laguna”, comentario sobre dos viajeros (uno norteamericano, otro ruso) que alguna vez, a finales del XIX y principios del XX, pasaron por nuestras estepas. Hay, por supuesto, más textos y abundantes fotos. Yo colaboré con lo que aquí arrimo:
Recuerdo una charla de hace como cinco años, vía MSN, con mi amigo Juan Pablo Neyret; él estaba en Mar del Plata, Argentina; yo, en Torreón. Entramos al tema del tango, cruzamos dos o tres opiniones, y en algún momento reparamos en los animales que aparecen en las letras de ese género. “De momento no me viene a la cabeza alguna que mencione animales”, escribió Neyret; yo, no sé cómo, le respondí con un rechiflado verso de “Mano a mano”: “Quizá los más famosos animales tangueros son el gato maula que juega con el mísero ratón”. “Sí —dice Neyret—, cómo los estaba olvidando”. Eso me hizo ver claros dos hechos: que mi memoria no es, o era, tan mala, y que puedo conversar con un argentino al menos sobre generalidades de su patria. Traigo la anécdota como pretexto para pensar sobre lo mismo: los animales en la lírica popular.
Las canciones con o sobre animales incorporados por la musa callejera a las letras tienen generalmente un cariz cómico. No todas, pero sí la mayoría. A veces son abordados en sentido estricto, es decir, la letra menciona al animal y debemos pensar en él como lo que es, un animal equis. En otras, el animal es una metáfora del hombre, como en las fábulas. Difícilmente, eso sí, el animal puede aparecer en un tema sin provocar que la sonrisa florezca en quien escucha. Es raro, pues, que el animal se haga presente en un tema dramático, como acontece en “La Comparsita”, otro tango: “Y aquel perrito compañero, / que por tu ausencia no comía, / al verme solo el otro día, / también me dejó”.
Lo común es, más bien, que sea actor en canciones jocosas, bullangueras, festivas. En muchos casos, por muy terrorífico que sea el bicho la música anula el efecto trágico, como en el famoso tema de Mike Laure: “Tiburón, tiburón / tiburón, tiburón / tiburón a la vista, bañista // Un tiburón quiere agarrar / carnita buena / para almorzar. // Vente a la playa mujer / vente a la arena a jugar / que un tiburón te puede alcanzar”. Pasa casi lo mismo con la risible desgracia del cornudo que habita “El venao” de Wilfrido Vargas: “Y que no me digan en la esquina / el venao, el venao / que eso a mí me mortifica, / el venao, el venao”.
A diferencia de lo que sucede en Argentina y Uruguay, en la letrística latinoamericana restante hay una tendencia a reír con la mención de fauna doméstica o salvaje. Las milongas de Zitarrosa y Yupanqui admiten al animal como compañero de vida y tras su muerte, por ello, recibe versos dolidos. El cantor uruguayo dice: “[Hablado] El 28 de diciembre, de madrugada, me encontré con Juanita muerta; con las patitas abiertas sobre sus huevitos, como recogida y pensativa sobre el nido, había quedado fría y rígida como una cascarita de naranja, tal vez recordando el perfume del verano y el canto de sus hijos, ya nacidos. [Cantado] Dulce Juanita, dulce Juanita, mi tierna pajarita, ay, / cómo pudo caberte en el cuerpecito toda la muerte, ay, / tristecita y helada, empollando nada, tu vida entera. / Duró una primavera y quedó acabada de madrugada”. Por su parte, Yupanqui expresa en “El alazán”, canción que por cierto elogió Borges, lo cual no es poco decir: “[Sobre el caballo que muerte tras caer en un barranco] En el fondo del abismo / ni una voz para nombrarlo, / solito se fue muriendo / ¡mi caballo, mi caballo! // En una horqueta del tala / hay un morral solitario, / y hay un corral sin relincho. / ¡Mi alazán te estoy nombrando! // Si como dicen algunos / hay cielo pa’l buen caballo, / por ahí andará mi flete / galopando, galopando”. Los corridos mexicanos de caballos también tienen ese tono oscuro, pero sospecho que la pátina que los cubre no es nostálgica, sino bravía.
El sentimiento trágico de la lucha es evidente en las canciones sobre toros y gallos. Aborrezco esas contiendas armadas y defendidas artificiosamente por el hombre, pero su lírica no deja de contener vigor expresivo: [Sobre el niño que por el deseo de torear entra de noche y clandestinamente a un corral con toros] “De pronto la noche hermosa ha visto algo / y está llorando, / palomas, palomas blancas / vienen del cielo, vienen bajando; / mentira si son pañuelos, pañuelos blancos / llenos de llanto / que caen como blanca escarcha / sobre el chiquillo que agonizando... // Toro, toro asesino / ojalá y te lleve el diablo, / toro, toro asesino / ojalá y te lleve el diablo”. Desde el punto de vista meramente poético, es difícil superar una estampa octasilábica como la de “Pelea de gallos”: “Ya comienza la pelea, / las apuestas ya casadas, / las navajas amarradas / centellando bajo del sol. / Cuando sueltan a los gallos / temblorosos de coraje / no hay ninguno que se raje / para darse una agarrón. // Con sus plumas relucientes / y aventando picotazos / quieren hacerse pedazos, / pues traen ganas de pelear, / y en el choque cae el giro / sobre el suelo ensangrentado / ha ganado el colorado / que se pone ya a cantar”.
Se quedan en el tintero muchos animales, tantos que dan para desear una ampliación a este breve repaso. Estoy pensando en el “Gavilán pollero”, en “Paloma querida”, en “Gavilán y paloma” y en muchas otras. Los animales no podían escapar al acecho imaginativo y a los estados anímicos del hombre que hace letras para el canto.

sábado, octubre 03, 2009

Lula, un peligro para Brasil



Como todos los países de América Latina, Brasil tiene hondos problemas de pobreza y desigualdad. La palabra “favela” es frecuente por allá, lo que significa presencia terca de la marginación en toda la geografía del gigante latinoamericano. Hay muchísimo qué hacer, pues, para remediar los desajustes de la realidad brasileña, aunque es innegable que su economía ha repuntado y poco a poco esa nación ha tomado la estafeta de liderazgo en la zona. Con la designación de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016, Brasil consolida su posición y avanza un peldaño más como país de nuestra América deseoso de escapar a la tenaz etiqueta de tercermundista.
En lo personal, aunque eso no le importe a nadie, me da gusto y siento como propio el júbilo de los brasileños tras haber obtenido la nominación olímpica. Más allá del inmenso negocio que ahora es toda justa deportiva internacional, es grato saber que en América Latina hay países que trabajan con un poco más de orden y progreso, pese a que sus gobiernos llevan en el pecho el rótulo que los identifica con la peligrosa izquierda. Luiz Inácio Lula da Silva, un tipo que casi obligatoriamente cae bien por su campechanía, por su discurso sin retórica perfumada y, sobre todo, porque ha colocado a Brasil en un plano de respetabilidad internacional, no ha trabajado solo, por supuesto, pero al encabezar una política de desarrollo que busca atacar los abismos de desigualdad y lograr avances, sin duda merece el reconocimiento que tiene de su pueblo y de la comunidad internacional.
Ese Brasil, ese Lula. Qué país, qué político. No olvido aquel documental en el que, al final, el obrero y líder sindicalista Lula declara, al tomar posesión, con lágrimas: “Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mí país”. Y lo fue luego de que los medios de comunicación y la derecha más hojaldre de su país se encargaron de difamarlo, de considerarlo un elemento peligroso por sus antecedentes izquierdistas y por su pasado íntimo, supuestamente escandaloso. Luego de dos o tres derrotas, el obrero Lula llegó a la presidencia en 2003 y desde ese año a la fecha Brasil avanza y se ubica como país con notables índices de desarrollo, sin que esto signifique, insisto, desaparición de los atávicos problemas que Brasil comparte con todos sus vecinos.
En deporte, lo que detonó este breve comentario sobre la patria de Jorge Amado y de Rubem Fonseca, Brasil siempre ha sido Brasil, una potencia en varios deportes y en futbol sobre todos los demás. ¿Cómo ganarle a un país que podría tener cinco o seis selecciones de dar pánico? ¿Cómo hacer para zancadillar al equipo que ha dado a Garrincha, a Zico, a Sócrates, a Ronaldo, a Roberto Carlos? O a Pelé, que ese solo nombre es sinónimo de futbol. Como sucede con algunas de sus universidades, que son ubicadas entre las mejores del mundo, en futbol los brasileños nunca han dejado de ser competitivos y en muchos momentos los mejores, los únicos que guardan cinco copas del mundo en sus vitrinas.
“Vamos a probar que el alma generosa de los brasileños va a hacer la más extraordinaria olimpiada que este mundo ya vio”, dijo Lula poco después de recibir la noticia que hoy aparece en la primera plana de todos los periódicos. Por supuesto, en esas palabras está implícita la idea que en general cunde en los países desarrollados: una nación sudamericana jamás podrá con el paquete olímpico. Lula, en representación de un país que con 52 millones de votos lo sentó en la presidencia, habla no sólo de que Brasil puede, sino de que organizará los mejores olímpicos de los que se tenga memoria. Quizá exagera, pero no es malo poner los sueños muy alto para demostrar que agallas no escasean. Y en fin, cómo no estar contentos con la designación olímpica de Brasil, pues además de lo ya dicho es la cuna de la mujer más bella del sistema solar y puntos circunvecinos, una supermodelo de rostro más que perfecto: el monstruo llamado Alessandra Ambrosio.

viernes, octubre 02, 2009

Imborrable Martí



Hay escritores a los que siempre debemos regresar. Yo, que me sé disperso y fácilmente seducible por páginas que a veces son pura bagatela, vuelvo cada que puedo a los libros que me ayudaron cuando, de joven, empecé a creer en algo que no fuera superstición, sino evidencia de lo imperfecta que es la vida. José Martí fue entonces, en aquellos años de mi primera formación, una brújula para el confundido rumbo de un espíritu en trance de madurar. Por aquellos tiempos leí “Mi raza”, un artículo del cubano que es, junto con “Nuestra América”, mi favorito de su cuño.
Lo es, como todo en Martí, por la belleza de la forma y, más, por la verdad de acero inoxidable que nos procura. Son dos o tres paginitas que me regresan a la mente cada vez que vuelvo a ver el trato que en México damos a los indígenas. La conclusión que obtengo es la misma: si nuestro país anduviera bien, si los gobiernos que se han sucedido uno tras otro, mendaces todos, hubieran hecho algo bueno, los indígenas no estarían como están: ellos son la prueba contumaz de que hemos vivido en un mundo de apariencias, en un mar de promesas que sólo han cuajado en más y más miseria.
Martí expone en “Mi raza” su idea más sencilla sobre la igualdad: nadie tiene derecho a pensarse diferente, nadie tiene derecho a pintar rayas divisorias, jerarquías, rangos determinados por el color de la piel. Dejo aquí un fragmento: “Esa de racista está siendo una palabra confusa y hay que ponerla en claro. E1 hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice: ‘Mi raza’; peca por redundante el negro que dice: ‘Mi raza’. Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad. ¿A qué blanco sensato le ocurre envanecerse de ser blanco, y qué piensan los negros del blanco que se envanece de serlo y cree que tiene derechos especiales por serlo? ¿Qué han de pensar los blancos del negro que se envanece de su color? Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común. Si se dice que en el negro no hay culpa aborigen ni virus que lo inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre, se dice la verdad, y ha de decirse y demostrarse, porque la injusticia de este mundo es mucha, y es mucha la ignorancia que pasa por sabiduría, y aún hay quien crea de buena fe al negro incapaz de la inteligencia y corazón del blanco; y si a esa defensa de la naturaleza se la llama racismo, no importa que se la llame así, porque no es más que decoro natural y voz que clama del pecho del hombre por la paz y la vida del país. Si se aleja de la condición de esclavitud, no acusa inferioridad la raza esclava, puesto que los galos blancos, de ojos azules y cabellos de oro, se vendieron como siervos, con la argolla al cuello, en los mercados de Roma; eso es racismo bueno, porque es pura justicia y ayuda a quitar prejuicios al blanco ignorante. Pero ahí acaba el racismo justo, que es el derecho del negro a mantener y a probar que su color no le priva de ninguna de las capacidades y derechos de la especie humana.
E1 racista blanco, que le cree a su raza derechos superiores, ¿qué derechos tiene para quejarse del racista negro que también le vea especialidad a su raza? El racista negro, que ve en la raza un carácter especial, ¿qué derecho tiene para quejarse del racista blanco? El hombre blanco que, por razón de su raza, se cree superior al hombre negro, admite la idea de la raza y autoriza y provoca al racista negro. El hombre negro que proclama su raza, cuando lo que acaso proclama únicamente en esta forma errónea es la identidad espiritual de todas las razas, autoriza y provoca al racista blanco. La paz pide los derechos comunes de la naturaleza; los derechos diferenciales, contrarios a la naturaleza, son enemigos de la paz. El blanco que se aísla, aísla al negro. El negro que se aísla, provoca a aislarse al blanco...”.

jueves, octubre 01, 2009

Montaña de Magda Madero



Para empezar, lo evidente: Arno y los ojos de Rea, novela de Magda Madero que presentamos esta noche, es el emprendimiento narrativo de mayores dimensiones en la historia de la literatura lagunera. Tal vez me equivoco, pero entre todo lo que he visto publicado de autores nacidos a la vera del Nazas nada como la nueva obra de Magda, libro poblado con 485 páginas a renglón ceñido, caja amplia y tipografía no precisamente grande. Es, por ello, un trabajo descomunal, la más ambiciosa tentativa lagunera por atrapar y reconstruir un mundo a partir de la palabra.
Me detengo en la dimensión porque nunca ha dejado de ser cierto el presupuesto valor de las novelas con el rasgo ostensible de la monumentalidad. Claro que no lo es todo ni debe ser considerado el aspecto más importante de la calidad novelística, pero es cierto que todo trabajo de esta complexión conlleva, de entrada, un propósito abarcador que en el músico sería sinfónico o muralístico en el pintor. Son, pues, palabras mayores, labor que en el artista implica una renuncia a la vida cotidiana para luego ensimismarse en otra inventada, en esa vida literaria que con decenas de personajes y de peripecias busca imitar las infinitos pliegues de la existencia humana.
Por eso, cuando Magda Madero me acercó el legajo de Arno y los ojos de Rea pensé en el debate que sigue librándose entre los promotores de una literatura con tendencia al minimalismo y otra con inclinaciones más bien catedralicias. En lo personal, no ha dejado de asombrarme que pese a los tiempos que vivimos, el prestigio de la novela por antonomasia, que es necesariamente grande, sigue vigente. Uno podría suponer que entre las cientos de ocupaciones que nos impone la vida cotidiana ya no queda rendija para colar la lectura de obras con alto tonelaje de cuartillas. Tendemos entonces a pensar lo contrario: si la era que atravesamos está congestionada de quehaceres y preocupaciones, nada como rapar las historias, nada como ofrecerlas al lector en envases aerodinámicos, eso para evitar a los usuarios el pujido de una lectura difícil por prolongada. De ahí que escritores como el argentino César Aira, verbigracia, publique frecuentes novelas con el sello recurrente y legítimo de la brevedad.
Junto a esos autores (el mencionado César Aira, el chileno Luis Sepúlveda, el mexicano Mario Bellatín, por citar tres casos ejemplares) decididamente contenidos y a los cuales bastan cien páginas para dibujar historias bien peinadas, otros prosiguen la adicción a la novela de aspecto decimonónico, esa novela que hace algunas décadas era calificada como “total” o “río”, y que se afirmaba, como su adjetivo lo insinúa, empresa de la imaginación con aspiraciones envolventes, totalizadoras, río de pecho ancho que arrastra un universo de acciones y personajes en sus impetuosas aguas.
La autora de Arno y los ojos de Rea, Magda Madero Gámez, ha adherido a la escuela de la novela-río. Madero es narradora, poeta y ensayista. Nació en Torreón, Coahuila. Estudió Filosofía en la Universidad de Monterrey (UDEM). Es autora de la novela Una taza sobre la mesa, de los poemarios Efémera y Sueños insomnes, del libro de cuentos Desafío de sombras. Su obra aparece también en los colectivos Condominio de poetas (poesía), Enseñanza superior (cuentos), Sueños de la Laguna. Ensayos de 12 autores, y Poema, analogía e iconicidad (ensayos). Más obra suya se encuentra en las revistas Estepa del Nazas, Acequias y Siglo Nuevo. Su cuento “Isidora” obtuvo la mención de honor en el Premio Nacional de cuento “Agustín Monsreal” 1998. También, hace poco aportó un texto a Coral para Enriqueta Ochoa, colectivo lagunero que sirvió para homenajear a la autora de Retorno de Electra.
Pasada la pesada sorpresa inicial, la del tamaño, Arno y los ojos de Rea nos confirma su valor en el plano del contenido. En efecto y como era previsible, un mundo de fantasmas habita esta casa de papel. Como los novelistas del siglo XIX, Magda Madero construye una demografía que torna necesariamente difícil, o imposible, cualquier intento de resumen. ¿De qué trata? Sin exagerar, de tantos temas que, podemos decirlo así, trata de todo. Conviven aquí, movidos por los personajes que sirven de palanca, el amor, la solidaridad, el vacío, la incertidumbre, la desolación, la pobreza, la esperanza, el tiempo, el dolor, todos esas pasiones y esos entes de razón que jamás dejarán de ser humanos, demasiado humanos.
Más allá de los momentos anecdóticos o de los abundantes diálogos que confieren a la novela un clima de inmediatez doméstica, Arno y los ojos de Rea detiene al lector en muchísimos momentos para proponerle una lectura de la vida que no es necesariamente la más habitual. En la realidad, ¿cuándo y cuánto nos preguntamos qué es esto, la vida, o qué significa, o hacia dónde avanza? Las páginas modeladas por Magda atraviesan incisivamente esas preguntas y tratan de responderlas en la forma un tanto elíptica que tiene la narrativa para arar los surcos del pensamiento.
Durante el trayecto, o más bien durante la ascendente travesía que es esta montaña de palabras, vemos a través de Magda, que es casi como ver a través de Arno Moctezuma fumando pensativamente en su estudio, detrás de las persianas plegables, tras los gritos de los niños que juegan futbol en la calle, casi frente a los ojos de Rea, el desfile de la existencia. El mismo Arno, que escribe, reflexiona sobre sus cuartillas y uno piensa que el resultado de su encierro es algo muy cercano a lo que vamos leyendo.
Por ello, y no por otra razón, la novela indaga en los recursos que la narrativa tiene para atrapar, con su red, el minucioso y complejo entrecruzamiento de la múltiple existencia humana. La pregunta que palpita debajo de los renglones aflora en aquellos momentos en los que Arno transita por el mundo y todo lo que ve se convierte en potencial arcilla para modelar lo que escribe. Así procede el inventor de historias, el narrador: todo es materia prima, todo es elevado a la calidad de problema por resolver cuando es trasladado de la realidad al papel. En este sentido, Arno y los ojos de Rea conlleva una especie de sutil tratado sobre el arte de narrar, sobre el permanente inventario del mundo que se arma en la cabeza de quien ha decidido abandonarse a los demonios de la creación novelística.
El objetivo de Magda, si es que podemos pensar en un objetivo de Magda, casi como si aquilatáramos utilitariamente su propósito, es sobrevolado en las páginas finales, y es allí donde advertimos que hemos estado navegando sobre una novela que se mira en el espejo. Es un espejo construido por la autora para que con innumerables vueltas de tuerca veamos lo que ve un novelista; también lo es en tanto reflejo de un protagonista que piensa y repiensa los mecanismos de su oficio, el de escribir como náufrago de su propia incertidumbre.
Al final, con un estilo que jamás renuncia a su empeño por dotar de bellas imágenes lo que sucede en cada página, el fruto de Magda Madero no es fruto menor: una novela que articula un mundo aledaño al mundo, un planeta de letras situado en La Laguna y donde hasta el autor de esta tímida aproximación aparece caminando por allí. Si a la escritura, que no es poco decir, sumamos la labor de editar, corregir, diseñar y vigilar la impresión, podemos concluir que Magda Madero nos ha demostrado una pasión, la misma que abraza Arno: su inconmensurable fe en el arte como detonador del mejoramiento humano.
o
Nota del editor: Texto leído el jueves 1 de octubre a las ocho de la noche, en la Biblioteca Municipal José García de Letona de la Alameda Zaragoza, en Torreón; la novela fue presentada por Angélica López Gándara, Rosa Gámez, la autora y yo.