miércoles, septiembre 23, 2009

Palabras en la punta



Ya casi ni volteo hacia ellas, por monótonas dentro de su hueca escandalera. Me refiero a las campañas políticas que además de la cumbia y el vinil gigante, apelan a las incorrecciones gramaticales para difundir sus productos, en este caso llamados candidatos. La del PAN local, por ejemplo, usa una frase coloquial para exaltar no sé si la ferocidad o algo así de su aspirante a la alcaldía: “¡Ya rugiste León!”. Son tres míseras palabras, un campo de acción lo suficientemente estrecho como para que el mensaje sea perfecto. Pero no, le falta la coma luego del verbo, como cuando decimos “Ella está triste, Juan” o “¿Cómo estás, Gorda”. La explicación gramatical es simple: todo vocativo va precedido de coma, entre comas o después de coma, como en estos ejemplos: “¡Ya rugiste, León!”, o “Ya rugiste, León, ganaremos!”, o “¡León, ya rugiste!”. Pero qué pasa: hacen viniles y calcomanías y jamás reparan en la limpieza del minúsculo discurso en el que basarán la grandeza política del señor candidato.
Lo mismo pasa en la campaña del PRI. Una de sus frases critica la campaña de la actual administración panista, y para propinarle el pellizco han dado con la frase subliminal “Rescatemos Torreón” (la original del panismo joseangelista es “Trasformemos Torreón”). Si la gramática no se equivoca, le falta allí una preposición, dado que “Torreón” es un nombre propio y pasaría lo mismo si dijéramos erróneamente “Rescatemos María”. Así como rescatamos “a” María, igual debemos recatar “a” Torreón.
La escritura es una selva llena de peligros. Con frecuencia comento que al escribir hay tantas posibilidades de error como teclazos damos, eso independientemente del contenido que de igual forma nos pone en el precipicio de los disparates. Siempre digo, además y como cura en salud, que al escribir dos cuartillas y media de golpe, como en este texto, uno puede tropezar, sin duda, pues poco más de dos cuartillas hacen cerca de cuatro mil caracteres, es decir, aproximadamente cuatro mil posibilidades de regarla. Ya podemos imaginar entonces lo que es una novela. De eso desprendo, precisamente, que un eslogan es nada, que un lema es nada, que una leyenda propagandística es nada como para caer en errores, lo que no sólo habla mal de los candidatos, sino de la fauna de diseñadores gráficos que se preocupan mucho del color y de la textura (en el mejor de los casos), pero muy poco o nada del texto que llevaran los carteles, los viniles y las calcomanías.
Quería hablar de un libro titulado La punta de la lengua, de Alex Grijelmo, pero me fui por otra ruta, aunque por el mismo rumbo del descuido verbal. Como a veces me piden información relacionada con curiosidades lingüísticas, creo que este libro de Grijelmo es el más accesible de los varios que ya lleva tratando asuntos vinculados con nuestra lengua, entre ellos Defensa apasionada del idioma español, tal vez su obra más famosa. La punta de la lengua es un libro inteligente y divertido, además de que puede ser leído a saltos. Seccionado en doce partes, cada una contiene un tipo específico de palabras: administrativismos, politiquismos, periodistismos, avionismos, cancionismos, anglicismos y galicismos, clonaciones, de todo un poco, otros desacuerdos con el nuevo diccionario, neologismos aceptables y un diccionario de palabras moribundas. Dije que es divertido y eso lo enfatiza el mismo subtítulo: “Críticas con humor sobre el idioma y el Diccionario”. Por su origen, el libro contiene muchas voces de empleo exclusivamente español (o sea, de España), pero son una minoría, así que el libro es atractivo para un lector situado de este lado del charco. Por su popularidad, los “cancionismos” (o sea, los errores encontrados en letras de canciones) configuran uno de los apartados más risueños. Y cómo no: las canciones son una fuente inagotable de defectos gramaticales, un bufet para los interesados en la caza de disparates. Bueno, también las campañas políticas, como ya vimos.