domingo, julio 05, 2009

Votar y qué más



No votar es tirar el voto; votar es tirar el voto; anular es tirar el voto. Nunca como ahora habíamos estado colocados en el mismo desfiladero para todas las opciones que tiene un acto tan simple y en apariencia tan decisivo como el de sufragar. La discusión, creo, camina por otro rumbo. Hemos llegado a un entrampamiento en el que no nos queda opción: como el voto está sitiado y ya no garantiza sino más de lo mismo, la misma continuidad putrefacta que tiene al país en cama, agónico, el factor de cambio, si lo hay, no está en el voto en sí mismo, sino en la participación continua del ciudadano, en el acto de sumarse con cierta permanencia a la actividad política, no nada más a la jornada electoral de un domingo cualquiera.
No me engaño: es un sueño guajiro aspirar a un cambio de actitud del ciudadano para que de la queja y la impotencia pase a la acción organizativa. De los partidos a la mexicana y de los políticos a la chichimeca ya nada debemos esperar, sólo la recurrente habilitación de fórmulas de control (“legales”) que los favorezcan. El ciudadano, en cambio, sería la última palanca para fortalecer la esperanza en una verdadera transformación económica y social. Pero, enfatizo, no me engaño: por muchas razones ha sido impuesta la idea de que la participación política colectiva no es necesaria. El neoliberalismo feroz no sólo es, en este sentido, una tendencia económica. Como cualquier proyecto económico, necesitaba una base de pensamiento que sirviera a su propósito fundamental, que es crear riqueza descomunal, inclemente, despiadada contra la sociedad y el medio ambiente, y siempre inequitativamente repartida. Esa base de pensamiento es visible en la masificación de la frivolidad que encarna el mundo del espectáculo, el consumo compulsivo, la irracionalidad del clasismo y todo lo que los medios crean como imágenes inconexas, distractivas y desactivadoras de la irritación masiva. Al final, eso que funciona a la perfección en sociedades como Canadá, Finlandia o Suecia —donde no importa si la gente se desentiende de la política puesto que, además del capital original histórico que permitió su desarrollo, los políticos tienen una noción más estricta del honor y del servicio y por lo tanto cumplen con su trabajo como lo haría cualquier profesional—, en países como México sólo ha provocado que gradualmente nuestros políticos hayan pasado de mal a peor y a pésimo en función de que no ha habido una sociedad que los fiscalice y los castigue, que ponga contrapesos a su proverbial rapacidad. Lejos de eso, los mexicanos hemos sido cada vez más permisivos, más indiferentes ante el hacer de la nuestra clase política. Sabemos que son unos podridos, sabemos que cada vez se pudern más y que ahora es imposible cruzar los pantanos partidistas sin mancharse. Porque, bien mirado, no hay político mexicano actual que no tenga trapitos o trapotes qué esconder, pero exhibidos o no, la composición amafiada del poder, sumada a la indiferencia de los ciudadanos, hace imposible cualquier tipo de sanción incluso en casos terribles de corrupción e/o incompetencia.
México es una pachanga para la casta de politicastros que lo gobiernan. Por eso, mientras el periodismo o el ciudadano común debaten sobre el voto equis o el voto zeta, la partidocracia echa maromas de felicidad, pues sabe que han sido puestos los candados necesarios para que a ellos se les dé, como dicen los empresarios, una dinámica de “ganar ganar”, lo que equivale, esto para la complaciente ciudadanía, a “perder perder”.
La lista de desastres cívicos, solos o combinados, tiene ahora un elemento más: el voto llamado blanco. Poco antes, el poder estaba tranquilo porque la gente no votaba por ignorancia, apatía, miedo, resentimiento, irritación y desorganización. Ahora, el voto más promovido fue el voto que deliberadamente es anulado, lo que, si es alto, tendrá un valor sólo testimonial, y ya sabemos que a los políticos todo reclamo que se quede en el plano del testimonio se hace acreedor a una sabrosa restregada por el arco del triunfo.
Dije hace algunas semanas (en la columna titulada “Cuatro caminos”) que había sólo una posibilidad, un resquicio a este desbarajuste. Lo plantee en el punto cuatro de ese texto: “El voto ‘volado’. Lo llamo así porque es como un volado, un águila o sello. En el panorama político mexicano no hay muchos signos alentadores: todos los actores parecen desgastados, manchados, desahuciados. Elegir es, casi casi, jugar a la ruleta rusa con seis balas en el tambor, y no por nada han cobrado tanta fuerza la abstención y la anulación. Creo, sin embargo, que la ruleta rusa puede contener una bala de salva. Yo sé cuál puede ser (nótese que el “puede” enfatiza lo hipotético del argumento), pero sólo lo pienso y no lo digo. Es la opción que, por sus errores y por la hostilidad que históricamente ha padecido, no ha podido nunca colocarse en un plano de decisión realmente importante, salvo en un caso. Esa opción no garantiza nada, pero creo que merece al menos un voto de confianza por no haber sucumbido ante los hachazos del poder. Nomás por eso conjeturo que no ha de ser la peor opción, y votaré por ella”.
Un buen lector, Armando Moncada, me dijo en una carta (4-6-09): “Lo que llamas voto volado y presentas medio de perfil, medio misterioso, podría hasta ser interpretado errónea cuanto literalmente como un ‘águila o sol’ o un ‘de tin-marín’ frente a la b'oleta, lo que sería igualmente irresponsable que la abstención. Francamente no lo creo posible en un ciudadano pensante como tú, y volveré a ello al final del texto. Aunque debo reconocer con el mayor comedimiento y respeto el derecho de cada cual a mantener en secreto su preferencia electoral (…) Debo aclarar que ni conozco a los candidatos del [xx] y [xx], ni me interesan, ni estoy afiliado a ninguno, pero que el voto en favor de estos partidos representa la alternativa menos peor, pensando en lo negro que se observa en el horizonte político y social y lo que nos espera en el 2012. No hay más mulas p’al arado que las que están en el corral y que, aunque flacas y pasmadas, peor se pondrá la cosa si éstas se nos mueren o se nos pierden. ¿Era a esto a lo que te referías con lo del voto volado? Hombre, si así fuera, yo le hubiera llamado mejor ‘voto embozado’ o ‘voto pudibundo’ y santas pascuas, no hubiese habido fijón”. Pues sí, era eso a lo que me refería. A votar por unos no con un volado, sino con la remota esperanza (he allí el águila o sol) de que rompan con la inercia predadora de nuestros polacos.
Pero enfatizo: las elecciones han sido rebasadas. Mientras el ciudadano no dé un extra, todo lo que digamos sobre el voto será palabra estéril.