domingo, abril 26, 2009

México a través del Canaca



Considero que Alfredo Máynez y Renata Chapa son profesionistas con gran intuición antropológica. Sin ánimo de apantallar aunque suene apantallador, entiendo eso como la capacidad para interpretar un comportamiento humano a la luz del contexto cultural que lo produjo. Traté con los dos, sin acuerdo, un mismo tema, y coincidieron en el valor sintético de las declaraciones del Canaca luego de que lo detiene la policía y lo entrevistan para un noticiero amarillista. Espontáneo, el hoy celebérrimo Canaca dio una lección de mexicanidad, es decir, involuntariamente nos mostró por qué estamos como estamos, como si su reacción fuera un mosaico en el que, desde unas pocas torpes y alcoholizadas palabras, se fundieran algunos importantes rasgos del mexicano estándar: prepotencia, influyentismo, soberbia, ingenuidad, ignorancia, cantinflismo, evasión de la realidad. Todo México parecer estar allí, condensado en ese minuto y doce segundos de cultura nacional.
Como sabemos, el video muestra a Guillermo López Langarica, alias el Canaca, recién detenido por la chota tapatía. Con su playerita del Atlas y su bigote zapatista, se nota que trae muy buena cantidad de tragos en el alma. El reportero, que como ocurre en ese tipo de programas llega con una actitud marcadamente moralista, lo cuestiona sobre el alcohol y le advierte que puede provocar un accidente. Eso era todo. Bastaba un “sí, es cierto”, de parte del entrevistado, pero como excelente y espontáneo discípulo de Mario Moreno se revuelve en una serie de respuestas que va lo ridículo a lo ridículo sin hacer escala nunca en lo sublime. Lo he escuchado varias veces, y es cierto que hay en él, como digo, una radiografía de país. Pero mejor traigo aquel diálogo:
Reportero. Señor, ¿así venía conduciendo?
Canaca: ¡Claro!
R. Está usted tomado, ebrio.
C. ¿Y qué, no he chocado?
R. Pero puede chocar…
C. ¿Y mis 50 mil peso qué? Traía cien billetes de a 500, ¿on tan?
R. ¿A qué se dedica usted, qué hace?
C. Soy comerciante, soy de Promotora Mexicana Gaytán, calle 6630 6713333, soy hijo del papá…
R. ¿De quién?
C. O sea, soy hijo del dueño, de Miguel Ángel Gaytán Uribe, presidente de la Canaca.
R. ¿Qué es eso?
C. De la… ¡Canaca!… Centrales de Abastos de la República Mexicana…
R. Pero usted puede matar a una persona así como anda, se puede matar usted…
C. Ire (indica al camarógrafo que haga tomas), y a mí esto qué (se levanta un poco el pantalón y muestra su tobillo derecho), ¿eh? Ire (luego muestra su muñeca derecha), ahí véale, apúntele bien, ¡me amarraron como puerco! Ire, pero la otra vez… ¿y mis 50 mil pesos qué? Ire, ire, ¡apúntale pa’llá! (indica al camarógrafo que ahora haga tomas del coche).
Es, como podrá notarse, una lección de vida. ¿Dónde aprendimos a manejar así la realidad, a torear los hechos, a escurrirnos por tangentes con tan cómica maestría? Vayamos por secciones. La primera pregunta fue respondida con seguridad, como para dejar ver que lo que sobra es aplomo en momentos de crisis:
Reportero. Señor, ¿así venía conduciendo?
Canaca: ¡Claro!
La segunda respuesta se escuda en una falacia: todavía no hay consecuencias ante las conductas graves, por tanto la conducta grave no lo es:
R. Está usted tomado, ebrio.
C. ¿Y qué, no he chocado?
El reportero le hace ver que las probabilidades de que se dé un choque aumentan en relación con el consumo de alcohol. El Canaca ya no tiene respuesta por esa ruta, así que agarra otra. En apariencia sólo desvía la plática, pero no: en la respuesta está implícito que culpa de robo a quienes lo culpan de conducir borracho:
R. Pero puede chocar…
C. ¿Y mis 50 mil peso qué? Traía cien billetes de a 500, ¿on tan?
Más allá de los disparates, la tercera respuesta le permite lucir la heráldica, pues todos en México tenemos siempre un pariente o un compadre que nos arropa ante los problemas:
R. ¿A qué se dedica usted, qué hace?
C. Soy comerciante, soy de Promotora Mexicana Gaytán, calle 6630 6713333, soy hijo del papá…
Al responder la cuarta luce sus mejores armas: su padre (real o supuesto) es un ser poderoso, un papá de los pollitos:
R. ¿De quién?
C. O sea, soy hijo del dueño, de Miguel Ángel Gaytán Uribe, presidente de la Canaca.
Casi en el cierre, se pierde en su maraña de mentiras, pero cree que sale airoso al explicar la sigla del emporio comandado por padre:
R. ¿Qué es eso?
C. De la… ¡Canaca!… Centrales de Abastos de la República Mexicana…
Al final muestra las huellas de los abusos policiales y aspira a terminar como víctima, llevando su alegato al terreno que mejor le cuadra: los otros, siempre los otros, son los que la riegan, no uno:
R. Pero usted puede matar a una persona así como anda, se puede matar usted…
C. Ire (indica al camarógrafo que haga tomas), y a mí esto qué, ¿eh? Ire, ahí véale, apúntele bien, ¡me amarraron como puerco! Ire, pero la otra vez… ¿y mis 50 mil pesos qué? Ire, ire, ¡apúntale pa’llá!
México es un país que ante la evidencia de sus errores tiende una telaraña de palabras; en ella se pierde, se enreda la verdad. El Canaca nos ha resumido en poco más de un minuto. Sin saberlo, fue un genio de la síntesis.