domingo, marzo 30, 2008

Tres alegres compadres



Qué obscena falta de tacto tienen nuestros políticos. Están con frecuencia en donde no hacen falta y dejan de asistir a lo que puede darles imagen de hombres sensibles a la historia de sus comunidades. José Ángel Pérez, Ricardo Rebollo y Carlos Aguilera, alcaldes de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo, enseñaron la calidad de sus plumajes el viernes 28 al desairar el primer homenaje póstumo para el periodista Alonso Gómez Uranga, organizado (obvio, dada la falta de malicia histórica de José Ángel) en Gómez Palacio, aunque no por el deseo de Ricardo Rebollo, sino por iniciativa de la UNID.
El gobernador Humberto Moreira tuvo la amabilidad de avisar en persona, frente a frente, al rector José Serrano, orquestador del homenaje, y disculparse previamente por su ausencia; por su parte, Ismael Hernández Deras, gobernador de Durango y único orador programado para la ceremonia, faltó con justificación, porque, se supone, tenía en ese momento una reunión con ministros de la Suprema Corte.
Pero que haya faltado el trío dinámico de enemigos de la historia no tiene nombre. José Ángel, Ricardo y Carlos, productos de un yuppismo extremo y oportunista, funcionarios desprovistos de sensibilidad política y cultural, es una verdadera perla y un termómetro de lo que harían en caso de que sobreviniera la desgracia a cualquier comunicador de La Laguna. Decía Sartre que los hombres juzgan a la humanidad en cada uno de sus actos, y Pérez, Rebollo y Aguilera juzgaron con su ausencia a todo el periodismo regional. Sin darse cuenta, ofendieron a don Alonso y a todos los que se apersonaron para rendirle tributo, pues no tomaron en cuenta el simbolismo de una trayectoria de más de sesenta años en el quehacer periodístico. ¿Qué se podría esperar de ellos, pues, si a un periodista con mucho menor carrera le pasa algo en estos tiempos convulsos? Nada, seguramente, ni siquiera unas palabras de aliento. Por otro lado, ¿de qué sirven los asesores que, como el espejo del cuento, les murmuran “qué bonito, todo está bien”, si no hubo uno solo que subrayara a su patrón el disparate de desdeñar el homenaje a don Alonso? ¿Arreglaba José Ángel el caso Mouriño y la inseguridad de Chihuahua? ¿Negociaba Rebollo el cese al fuego del conflicto israelí-palestino o pensaba cómo responder a los “10 Cuándos”? ¿Se regodeaba Carlos Aguilera anunciando a Maribel Guardia para el próximo festival cultural de Lerdo, como jugando vencidas con su colega de Gómez Palacio, quien dijo que Paquita la del Barrio es “cultura”? En fin: no había presupuestos de por medio, no había relumbrón, no estarían los gobernadores, y así, entonces, ¿para qué asistir? El viernes, los tres aprendices de administración pública le dieron la espalda a un personaje importante de la historia regional y a todo un gremio, y sospecho que ni se han percatado del error.
Ojalá emprendan el sacrificio de leer cuando menos estas líneas. José Ángel Pérez (ausente), Ricardo Rebollo (anfitrión ausente) y Carlos Aguilera (ausente): Alonso Gómez Uranga fue un decano de la radio, la televisión y la prensa en la región lagunera. Fue locutor de nuestras primeras radiodifusoras, esto desde 1945. Entre otros muchos personajes, don Alonso entrevistó a Maria Félix, Luis Echeverría, José López Portillo, Luis Spota (fue un escritor-periodista mexicano, señores alcaldes). Fue amante del Quijote de la Mancha (una obra literaria), lector asiduo de Mario Vargas Llosa (no tiene las curvas de Maribel ni canta como la Del Barrio, pero escribe excelente) y de Carlos Fuentes. Fue gerente de radiodifusoras, fundador de noticieros televisivos de opinión y noticiosos, compositor y corresponsal de diferentes diarios nacionales y estatales. Tres veces premio estatal de periodismo y ganador de El Águila de Oro, su voz (de acento clásico, viril, perfectamente timbrado) se convirtió durante años en sinónimo de noticia en La Laguna. Seis décadas de periodismo en radio, televisión y prensa impresa fueron homenajeadas el viernes en Gómez Palacio y nuestros alcaldes, con su desaire, emitieron una “opinión” contundente, más que sobre don Alonso, sobre el periodismo lagunero al que seguramente minusvaloran y quizá hasta desprecian.
Fui condiscípulo en la universidad y soy amigo de Sandra Gómez Vizcarra, hija de don Alonso. Desde aquí, felicidades a su madre, a sus hermanos y a ella por el merecido homenaje a la memoria de don Alonso, hombre cuyo ejemplo de trabajo seguirá vivo en las trincheras de la información regional.

sábado, marzo 29, 2008

Ética y poesía



Una nota muy interesante sobre Juan Gelman, quien hace cinco meses estuvo con nosotros en Torreón. En la foto, el poeta argentino con Renata Chapa, mi esposa.

Juan Gelman: poeta y periodista. Una vida con ética y compromiso

Hèctor Corti

Juan Gelman, con casi 76 años priorizando la ética y el compromiso militante con la vida y la humanidad, es uno de los mejores ejemplos de lo que alguna vez dijo: “Creo que es imposible que el ser humano deje de ser utópico, que deje de sentir la necesidad de pelear contra la injusticia y de defender la dignidad”.Desde su nacimiento, un 30 de mayo de 1930 en el barrio porteño de Villa Crespo —cuando decidió acompañar a su madre porque “corresponde a un caballero estar con una mujer querida en una zona difícil como el parto” — hasta estos días, con su residencia permanente en la ciudad de México, pasaron por la vida de Gelman muchas hojas de muchos almanaques conteniendo poesías, artículos periodísticos, militancia, exilio, búsqueda, encuentros.
La cultura y el arte, así como las cuestiones sociales, fueron parte de la cotidianeidad en aquel hogar de inmigrantes ucranianos formados por José Gelman, un socialrevolucionario que sufrió la persecución y el destierro, y Paulina Burichson, una estudiante de medicina de origen judío, hija de un rabino.
También tuvo un temprano contacto con la palabra —“esa cosa que está rodeada de silencio” — de distintas formas: en el ejemplo que su padre le daba a partir de su gran afición a la lectura y la búsqueda del conocimiento; en el relato de cientos de historias que le hacía su madre; en las poesías en ruso que le leía su hermano mayor Boris.
La palabra es la base de los dos caminos elegidos por Gelman para transitar en su vida, el de la poesía y el periodismo, “que nunca llegan a interferirse”, y que tienen dos lenguajes distintos, “íntimamente enraizados con diferentes misterios de la vida”.
El camino de la poesía se presentó en su vida, quizá influenciado por aquel “amor no correspondido” en su niñez, inspirador de los primeros versos que fluyeron en un poeta que no sabe bien por qué se escribe, pero sí que “es imposible no hacerlo”.
El periodismo, en cambio, fue la profesión que eligió para tener la posibilidad de estar cerca de la palabra. “Aunque la razón era equivocada, el oficio me pareció espléndido. Me permitió entrar en contacto con personas y realidades que alimentan mi escritura. El periodismo también es literatura. Pero algunos periodistas no se dan cuenta”.
El colegio y el barrio conformaron dos espacios importantes durante la adolescencia de Gelman. En el Nacional Buenos Aires “me rozaba con gente de otra clase”. Y el barrio representó “el escalafón completo: billar, mujeres, organillo, fútbol, milonga y esas cosas”.
Dentro de “esas cosas” también estaba la poesía. Y la decisión tomada un buen día de ser poeta, dejando de lado sus estudios de Química. Entonces, junto a otros muchachos como Héctor Negro, Hugo Di Taranto o Julio Silvani, comenzó a compartir un sueño que se convirtió en realidad. Ellos fueron algunos de los integrantes del grupo literario “El pan duro”, cuyo objetivo era la edición de libros. Y el primero fue, justamente, el de Gelman.
Era 1956 cuando “Violín y otras cuestiones”, prologado nada menos que por Raúl González Tuñón, vio la luz y marcó el inicio de una producción intelectual tan prolífera como apreciada, que trascendió las fronteras y le prodigó reconocimientos en el ámbito nacional e internacional.
Aquellos días también fueron de tránsito por el otro camino, el del periodismo. Una profesión que nunca abandonó, ejerció con pasión y que a lo largo del tiempo demostró su gran capacidad profesional. Esas condiciones le permitieron ocupar espacios destacados en las redacciones de varias revistas, diarios y agencias de noticias.
El compromiso político y la militancia fueron otros aspectos que estuvieron presentes desde muy joven en la vida de Gelman. Fue así que con apenas 15 años ingresó al Partido Comunista, y años más tardes, apenas comenzada la década del ’70 se sumó a la izquierda peronista. Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México fueron algunas de las ciudades del mundo por donde transitó durante su exilio, cuando la noche de la criminal dictadura militar cayó con toda su crueldad sobre la Argentina.
El secuestro y desaparición de su hijo, Marcelo Ariel, y de su nuera, María Claudia García Iruretagoyena, embarazada de siete meses, fue el golpe más duro que esa dictadura le asestó a Gelman y su familia. Ahí nació una nueva lucha —junto a los organismos de derechos humanos, familiares y amigos— en la búsqueda de su hijo, de su nuera y el de su nieta, luego de recibir la confirmación de que había nacido en cautiverio.
Los restos de Marcelo Ariel fueron encontrados en enero de 1990 y se velaron en la sede de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires. De María Claudia García Iruretagoyena, se presume que está enterrada en alguna dependencia militar de Uruguay, junto a otros desaparecidos.
En tanto que su nieta, que había sido entregada por los militares uruguayos a un comisario de ése país, fue encontrada en 2000. Por voluntad de ella se le hicieron los estudios genéticos y se confirmó que era la hija de Marcelo y Claudia. Así, recuperó su verdadera identidad. En 2004, concluyó con sus trámites para lograr llevar el apellido de sus padres, hoy con sus 29 años es: María Macarena Gelman García Iruretagoyena.
“Creo que es imposible que el ser humano deje de ser utópico, que deje de sentir la necesidad de pelear contra la injusticia y de defender la dignidad”. Claro que sí, Juan Gelman, claro que sí.

Palestra latinoamericana



El texto que reproduzco es muy bueno. Yo ignoraba que ya estaba en circulación otro libelo de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. El primero salió con la portada que encabeza este recorte. Al segundo se refiere la respuesta de Boron:

La derecha contraataca

Atilio A. Boron

El aquelarre que tiene lugar en Rosario congrega a las figuras estelares del pensamiento y la praxis de la derecha. Su objetivo: relanzar, a escala continental, una fuerza conservadora que ponga coto a los avances de la izquierda en América latina y que instaló en fechas recientes gobiernos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador u otros —como los de Argentina, Brasil, Chile, República Dominicana y Uruguay—, donde la voluntad transformadora del electorado fue malversada por gobernantes que en un súbito ataque de racionalidad abandonaron sus arcaicas consignas “populistas” y “estatistas” y se reconciliaron con el libre mercado, la inversión extranjera y el liderazgo norteamericano manteniendo o profundizando las políticas del Consenso de Washington instaladas por sus predecesores.
Entre las luminarias del intelecto sobresalen los nombres de los tres autores de El regreso del idiota (publicado al año pasado en la Argentina), nueva contribución del trío que, hace once años, perpetrara el célebre Manual del perfecto idiota latinoamericano: un catálogo de trivialidades, mentiras y falacias sobre las causas del subdesarrollo en nuestros países y que, según el incisivo análisis de estos autores, obedece a la enfermiza afición de los latinoamericanos al estatismo y al caudillismo.
Sus autores, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa plasmaron un engendro, prologado por Mario Vargas Llosa, que demuestra irrefutablemente que la derecha es incapaz de producir ideas y que su discurso no logra trascender el plano de las ocurrencias, el grado más elemental y primario de la intelección. En línea con su antecesor, el nuevo libro es un destilado de prejuicios, estereotipos y lugares comunes urdidos por mentes exhaustas y estériles. Sería una empresa condenada al fracaso tratar de hallar en sus páginas un sofisticado argumento teórico en defensa del neoliberalismo al estilo de los que plasmaran Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises o un Karl Popper. Lo que hay, en cambio, es un amontonamiento de ocurrencias sólo aptas para alimentar los espíritus más retrógrados y recalcitrantes y un profundo desprecio hacia lo que en el ámbito científico se conoce como la “evidencia”, es decir, el respaldo que los datos de la experiencia le confieren a un argumento teórico.
La tesis central del libro reproduce la vulgata neoliberal según la cual el camino al desarrollo pasa por el libre comercio y las políticas de libre cambio. A lo largo de sus páginas el desprecio por los más elementales datos de la historia económica de los capitalismos industrializados es alucinante. ¿Por qué? Una hipótesis, la más benévola, diría que esto se debe a la ofuscación que se desprende de su adhesión a las supersticiones del neoliberalismo. Aquélla los induce a desconocer que los países desarrollados llegaron a esa condición siguiendo políticas que nada, absolutamente nada, tuvieron que ver con el libre comercio. Gran Bretaña fue ultraproteccionista y su Estado fuertemente intervencionista hasta que su indisputada primacía en el mercado mundial, al promediar el siglo XIX, la hizo comenzar a predicar el librecambio para las demás naciones, consciente de que sería ella la única llamada a beneficiarse con la naciente división internacional del trabajo. No fue muy diferente la historia del desarrollo económico de los Estados Unidos. Uno de los “padres fundadores” de la nación norteamericana, su primer secretario del Tesoro y redactor de los influyentes Papeles del Federalista fue Alexander Hamilton. Este no sólo consolidó las deudas internas y externas originadas por la Guerra de la Independencia sino que, desoyendo con dos siglos de anticipación las imbecilidades de los idiotas pluscuamperfectos que hoy predican el evangelio neoliberal, promovió la creación de un banco central y con subsidios y aranceles proteccionistas impulsó el desarrollo industrial de su país. Subsidios y aranceles proteccionistas cuya vigencia se extiende hasta el día de hoy, tanto en los Estados Unidos como en Europa, mal que les pese a los autores del panfleto y a quienes aconsejan a nuestros pueblos abandonar esas políticas.
Pero, ¿puede el fanatismo llegar tan lejos como para desconocer lo que un simple aficionado a la historia económica sabe de memoria? No, y por eso hay una segunda hipótesis mucho menos benévola para con el trío que por estos días nos visita. Estos autores, así como los demás que se reúnen en Rosario en un vano intento de eclipsar con las potentes luces de sus mentes el octogésimo aniversario del nacimiento del Che, son parte del enorme ejército de intelectuales orgánicos del imperio cuya estratégica misión es construir e inculcar en nuestras sociedades una versión falsa de la historia y la realidad actual. En otras palabras, fabricar el clima ideológico requerido para favorecer la emergencia de fuerzas políticas conservadoras aptas para capturar el apoyo de una ciudadanía meticulosamente desinformada por los medios de comunicación que controla el gran capital y preservar la hegemonía de los intereses del imperialismo y sus clases aliadas en la periferia. Agotada, por ahora, la vía del golpe militar, la derecha se lanzó hace décadas y con bastante éxito a la conquista de las conciencias. Sus intelectuales no son tan ignorantes como parecen sino que hacen su trabajo: engañar al común tergiversando la información, diseminando verdades a medias que ocultan sus mentiras y amordazando con guante blanco (mientras no sea necesario un recurso más contundente) el pensamiento crítico. Al cabo de esta noble labor reciben espléndidas recompensas en dinero, influencia, prestigio y todo el reconocimiento “oficial” que les otorga el aparato mass-mediático del capital y que convierte sus voces en la fuente de toda sabiduría y sensatez. Llegan a Rosario para coordinar sus esfuerzos y potenciar su gravitación ideológica y política en el seno de nuestras sociedades.

Bob Esponja sí existe



La nota no es una nota, sino un cuento de hadas con final feliz (con cajita feliz, mejor dicho). El caso de Luke Pittard confirma, o al menos me lo confirma a mí, que Bob Esponja no es una creación de Stephen Hillenburg y una de las series de dibujos animados más populares de Nickelodeon. Eso es falso: Bob Esponja sí existe, o, como suele ocurrir, la realidad ha copiado a la fantasía más descabellada para demostrarnos que el hombre no tiene límites en materia de ocurrencias.
Cualquier persona culta sabe en la actualidad que Bob Esponja, mejor conocido en el bajo mundo (o sea, en el fondo del mar) como “pantalones cuadrados”, es en efecto una esponja amarilla de ojos grandes, dientes de abresodas y vestimenta algo ridícula, como de boy scout fuera de servicio. La personalidad de Bob es infinitamente cándida, disparatadamente ingenua, hiperbólicamente optimista, tanto que andar con él a veces llega a ser más embarazoso que tomarse un café en público con Fabiruchis. Bob trabaja, nadie lo ignora, en “El crustáceo cascarudo”, el restaurante de hamburguesas más concurrido en Fondo de Bikini, la localidad donde radica el amarillo personaje. Allí, el admirado Bob prepara las deliciosas “cangrebúrgers”, unas hamburguesas inventadas por Don Cangrejo, a la sazón dueño de la receta secreta cangreburguera y de “El crustáceo cascarudo”. Como se podrá advertir, el nivel de maliciosa simplonería que maneja la serie es brutal, pero inocuo sólo en apariencia: hay una cantidad abrumadora de ironías sobre/contra la cultura gringa, ironías tan delicadas que en muchos casos superan el explícito registro guasón de Los Simpsons.
Sin dejar demasiadas marcas que lo ubiquen como demoledor, Bob Esponja es un chivo en la cristalería de la cultura pop norteamericana, a cual más, en muchos casos, idiota. En la serie, el principal rasgo tonto de esa cultura que imprime como ninguna otra el sello del amor a la vacuidad, es el de un Bob enamorado de sus hamburguesas como quien se enamora de obras artísticas. Y no sólo la estulticia tiene allí su retrato; también la voracidad económica, como en Don Cangrejo y sus desmesurados anhelos de enriquecimiento; o la envidia, como en Plankton y sus ansias por robar la fórmula de las cangrebúrguers; o el grado cero de la estolidez, como en Patricio y sus ideas infaliblemente fallidas.
Pues bien, respetable público, a veces uno llega a creer que las caricaturas de la televisión no tienen referente claro en la realidad, como señalé hace dos párrafos. Resulta que no, que en Gales sí existe un tipo decidido a seguir los pasos de Bob Esponja. Esta es, brevemente, su historia, un caso de la vida real que conmovió a la población adicta a las hamburguesas (nota de la agencia EFE). “Luke Pittard, británico, ganó 1,3 millones de libras (1,6 millones de euros, 2,6 millones de dólares) en la Lotería Nacional del Reino Unido, pero ha vuelto a trabajar a un McDonald porque echaba de menos a sus colegas.
Pittard, de 25 años, trabajaba de camarero con su novia Emma Cox, de 29, en un restaurante de la famosa cadena de hamburgueserías en Cardiff (Gales) en julio de 2006, cuando la fortuna llamó a su puerta con el citado premio.
La pareja de nuevos millonarios colgó entonces sus uniformes de McDonald y se retiró a disfrutar de la vida con su hija Chloe, de 3 años.
Luke y Emma compraron una casa por 230.000 libras (292.100 euros, 460.000 dólares), celebraron una boda por todo lo alto y se pagaron unas vacaciones de lujo en las Islas Canarias (España).
Sin embargo, la novedad de sentirse millonario se ha esfumado veintiún meses después y Luke ha decidido volver al McDonald porque añora a sus compañeros, informó hoy la cadena pública BBC.
Emma apoya sin reservas a su esposo: ‘Le entiendo perfectamente. Ambos disfrutamos trabajando en McDonald y aún tenemos buenos amigos ahí’, comentó la esposa.
Además, la jefa del millonario, Katherine Jones, está encantada con su regreso: ‘Me alegra —dijo— que haya tenido tiempo de disfrutar el premio, pero me encanta tenerle aquí. Es como si nunca se hubiera ido’.
Emma también ha accedido a que el matrimonio aplace su luna de miel hasta que finalice la temporada del equipo de fútbol en el que su marido juega de portero en sus ratos libres.
‘Debo ser —concluyó Luke Pittard— el hombre más afortunado del mundo. No sólo gané una fortuna, sino que mi esposa entiende la importancia del fútbol y ahora he recuperado mi antiguo trabajo’”.
Insisto: Bob Esponja sí existe. Su verdadero nombre es Luke Pittard.

viernes, marzo 28, 2008

¿Dónde está Durango?



Firmado por José Manuel Martínez y publicado el 26 de marzo pasado, CNNExpansión dio a conocer un estudio de Banamex sobre crecimiento económico en México. La nota me la envió Heriberto Ramos Hernández, a quien siempre le agradezco su colaboración en este espacio. Los números inquietan sobre todo en el caso de Durango, entidad que en 2007 apenas tuvo un ridículo crecimiento del 0.8%, porcentaje que coloca al estado alacranero en el último peldaño de esa lista. Hay que decir, de entrada, que el promedio nacional fue de 3.2%, lo que hace aún más alarmante el diminuto crecimiento que acusa el estado que hoy gobierna Ismael Hernández Deras.
Una vez más, como es tradicional sobre todo en los reinos de la demagogia institucionalizada, los discursos no embonan con la realidad. Es bien conocido el rezago padecido por Durango, su histórico alejamiento del progreso y su atávica vocación caciquil. Dos ciudades que no son ni mínimamente importantes en el ranking nacional, Gómez Palacio y Durango, son las únicas avanzadas del estado, así que ya podemos darnos una idea sobre la depauperada ruralidad de los demás municipios. Eso coincide, entonces, con los indicadores sobre desarrollo dados a conocer por CNNExpansión: Durango no fue capaz de estar encima de entidades que siempre y lastimosamente han padecido la mayor pobreza del país, como Oaxaca, situada en 2007 en el lugar 31 (es obvio que de 32) con 1.1%.
Algo grave está pasando en las instancias encargadas del fomento económico en Durango, pues no es explicable que un estado con tantos recursos crezca casi siete puntos porcentuales menos que otros como Quintana Roo (8.4%) y Baja California Sur (7.2%), los dos mejor ubicados en la tabla que registra datos de 2007. “Destaca el crecimiento de las entidades con gran vocación turística de playa. Tanto Quintana Roo como Baja California Sur dan muestras de gran dinamismo sustentado en la prestación de servicios turísticos, principalmente para el turismo de alto ingreso”, dice el estudio citado por el reportero de CNNExpansión. Y agrega que “Entre los estados que crecieron por arriba de la media nacional destacan Querétaro [con] 5.1% y Aguascalientes (5.2%) gracias a la diversificación de sus economías, lo que redujo el impacto de una desaceleración del sector manufacturero”.
Sea por las razones que sean, lo cierto es que resulta muy poco honroso ocupar el peldaño 32 en listas que dan cuenta del avance económico por entidad. ¿Qué no se supone que en el norte nos caracterizamos por avanzar más aprisa que en el sur? ¿Qué nuestros gobiernos (como el de Durango) no blasonan de progreso en todos los rubros? Parece que no hay tal, y por ello, como bien me lo comenta Heriberto en su oportuna carta, “en los círculos financieros nacionales a Durango se le llama socarronamente ‘El Chiapas del Norte’; su PIB per capita es de aproximadamente 5,000 dólares, y pueblos enteros ya son fantasmas sin hombres, pues estos se han ido a EUA”. El PIB per capita promedio nacional es de 8,455 dólares, añade, “o sea que Durango está atrasado y para acabarla de amolar crece muy poco”.
Uno se puede formar una idea clara del desastre si observamos que, en dólares, el PIB per capita en 2007 de los diez estados más ricos es el siguiente: DF, 20,049; Nuevo León, 15,170; Campeche, 13,570; Quintana Roo, 12,308; Chihuahua, 12,308; Coahuila, 11,963; Aguascalientes, 10,816; Baja California Sur, 10,735; Sonora, 10,534; Baja California, 10,129.
En Durango no hay ni un milímetro cuadrado más para la demagogia. La política ficción, allí, vale menos que un cuento de vaqueros filmado en locaciones, precisamente, durangueñas.

jueves, marzo 27, 2008

Trincheras de ideas



“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, escribió José Martí en ese vademécum de la dignidad política titulado “Nuestra América”. La sentencia viene a cuento por lo dicho ayer en este mismo espacio: la ventajosa guerra mediática emprendida por el gobierno usurpador va de la mano con los arreglos siempre oscuritos que hoy hacen PRI y PAN para que pase una reforma energética descubridora de tesoros en las profundidades del Golfo de México que a su vez hará infinitamente rico a un golfo que anda en México y nació en España.
Dado, pues, que se libra una batalla por el “posicionamiento” (esta palabreja es cara para los mercachifles de la política) de un concepto en la conciencia de la población, no es para desatenderse la necesidad de crear cercos de ideas que de alguna manera contrapesen la gravitación bestial de Televisa y TV Azteca en el imaginario de la gente. Como lo comenté ayer, las dos grandes televisoras, el duopolio goebbelesiano que repite mil veces cualquier mentira para mutarla a verdad, no cesa durante los presentes días en su empeño de inocular a la población el virus del mercachifle vendedor de todo lo que huela a petróleo.
El debate por la principal riqueza del país no puede quedar sólo en las pezuñas de quienes alientan el hallazgo de tesorazos marinos. Los mexicanos mínimamente despiertos deben entender que su claridad es indispensable a la hora de conversar con los amigos, de atender la sobremesa, de mandar un mail o platicar con el bolero. ¿No les parece sospechoso que de buenas a primeras los programas más idiotas del país (y conste que en dicho terreno la disputa está muy competida) enarbolen el lábaro del futuro enriquecimiento patrio para convencernos de bucear en busca de tesoros? ¿No es por lo menos extraño, extrañito, extrañititito que esas mismas empresas hayan sido sistemáticamente acusadas de perpetrar un vacío informativo, de ridiculizar o zaherir con furia a los opositores del actual régimen sin sello de legitimidad original? Pues sí; ante un ciudadano de a pie, ante un joven que no entiende mucho de esto ni le interesa tenemos al menos la responsabilidad de hacer evidente que hay algo raro en la incorporación de discursos sobre tesoros petroleros en programas y horarios atípicos. ¿O alguna vez había sucedido que mientras son ventaneados los pleitos de Bobby Larios con Niurka apareciera de pronto el “periodista” de espectáculos con un choro (leído en telepromter) que nos convida a gozar de la abundancia futura a cambio de dóciles aceptaciones en el presente? Nunca.
El negocio debe ser grande, entonces, para que los Grandes Gandallas del país le inviertan tanta fe a la propaganda y hayan diseñado una estrategia de filtración supuestamente invisible, subliminal, inducida vía programas televisivos de chismes patychapoyescos y juanjoseorigelescos.
La defensa física y pacífica convocada el martes en el zócalo de la capital es bienvenida, siempre y cuando, creo, la población tenga claro que eso es todavía más simbólico que el convencimiento colectivo, personal, de que algo puerco traen entre manos los Calderones, los Mouriños, los Gamboas y los Beltrones, ases de una baraja que obviamente tiene más cartas, tantas como futuros comensales desean asistir al repartimiento del pastel llamado Pemex.
“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, repito con Martí. Hay que estar muy al tiro, como dicen en mi rancho.

miércoles, marzo 26, 2008

Tesoro Azteca



En mala hora a los perredistas se les hizo una sentina su elección interna. Cuando muchos escuchábamos las campanas de Encinas repicar, de golpe amanecimos con la novedad de que las triquiñuelas del perredismo eran tan graves como las del PAN o el PRI, sólo que con difusión mediática y comentos insidiosos hasta de Lolita Ayala, esa ojiverde y dermipálida defensora de los probes que dejó la lectura de sus muy imparciales noticias para sumarse a la línea de editorializar con perruna bravura los embrollos internos escenificados por el chuchismo-santoclosismo.
Está bien, aceptémoslo: nuestros partidos han llegado a excesos de barbarie nunca vistos en la historia de la mierda humana, pero de eso a creer que el más sucio entre los sucios es el PRD, nomás los caraduras lo creen. La elección interna del partidillo pecho amarillo no es más ni menos aberrante de lo que han sido las de sus opositores, sólo que esta vez la inmundicia es insistentemente resaltada por así convenir a los intereses del eje blanquiazul-pinolero-tricolor. Hace poco, tras la imposición calderonista de Germán Martínez en el PAN, lo cual es tanto o más infame que lo visto el pasado domingo 16, ni Lolita Ayala ni nadie subieron a la palestra para denunciar con sus flamígeras lenguas el evidente chanchullo de lesa democracia partidista. No, allí no pasó nada, y hasta Manuel Espino, poco antes muy entroncito, tuvo que lamer las manos de Calderón y de su ungido.
Hoy, sin embargo, la dinámica de poner el acento sobre lo que le conviene al Estado usurpador ha tenido una oportunidad en bandeja tras las elecciones del perderé. Un verdadero becerro para el destazamiento mediático, y en qué momento. ¿Quién se acuerda hoy, gracias a la magia de la televisión, de los contratos firmados como quien firma boletitos de kermés por Juan Camilo? Y lo mejor: ¿quién mete las manos al seboso cazo de los chicharrones donde se cocina el salvajismo perredista? Estupendo, lo que conviene tener a la vista una casa vecina y fea de ejemplo para mejor regentear el prostíbulo propio. Si en los últimos años el PRD ha hecho algo importante para favorecer al dizque enemigo, esto se dio con el proceso lamentablemente viciado (¿viciado por quiénes?, debemos preguntar) en el que en vez de mostrar democracia juntaron balas para que luego los afusilara el pelotón de mis generales Azcárraga y Salinas Pliego.
El fondo de los linchamientos es múltiple, pero en la actual coyuntura no hay una sola palabra contra el PRD que no se relacione directamente con el asunto del petróleo. Todo pasa por allí en este instante, como se puede ver en los numerosos programas de televisión que de manera espontánea (¿es necesario entrecomillar “espontánea”?) se politizan e instruyen al respetable y pasivo público sobre las bondades del tesoro que nos está esperando si escarbamos veinte mil leguas de piedra submarina. ¿Qué no significan nada esos programas? ¿No nos dicen algo extraño? ¿Somos algo malpensados si sospechamos que se trata de una cruzada de Mouriño & Cía. para hacer un meganegocio? Va un ejemplo. El domingo sobábame el ocioso abdomen mientras veía un programa (ignoro su nombre) de TV Azteca. Era una de esas eruditas emisiones vespertinas donde se hace picadillo a “los famosos”. La conductora, una tipa muy parecida a Ronald McDonald, echaba pestes contra las cirugías de Gloria Trevi al tiempo que la imagen nos enseñaba el antes y después en tetas, ignacias, nariz, greñero y demás de la chica que todavía hoy prefiere andar de pelo suelto. Al vómito, ya de por sí asqueroso como todo vómito bien nacido, se le sumó otro que ni siquiera requiere análisis: la señorita McDonald comenzó a darnos una lección seudosubliminal sobre civismo y tesoros escondidos en la profundidad de la mar océano. Lo hizo sin pudor, como si fuera normal incrustar aleccionamientos petrolíferos entre notas sobre putizas a Fabiruchis y nuevos gramos en el pechugamen de Sabrina. Ya ni la burla. No hay derecho, chatos.

martes, marzo 25, 2008

Necesito un empresario



Esta es la mejor idea que he tenido en mi vida, y la puedo resumir en tres palabras: necesito un empresario. Muchos que me conocen saben de mi lamentable tendencia a bromear, pero lo que quiero explicar aquí es lo más serio que diré en mi vida: necesito un empresario. De hecho, en el fondo no es una idea muy original, pues debajo de ella palpita la antigua institución del mecenazgo, del patrocinio que los poderosos de antaño le obsequiaban a quienes dedicaron sus días a desarrollar actividades artísticas o científicas. Paso a describir los detalles de mi propuesta. Pronto llegaré a los 44 de edad. En septiembre de 2008 cumplieré 25 años de escribir y publicar ininterrumpidamente. No sé cuántas páginas de libros he tenido que leer para mascullar lo poco que sé, e ignoro cuántas cuartillas malas, pésimas y regulares he escrito. Una estimación bastante laxa me permite determinar que, a dos cuartillas escritas por día, dentro de poco habré perpetrado poco más de 18 mil. Digamos que exagero, que he escrito la mitad de eso: o sea, cerca de nueve mil. Si sigo a tal ritmo, y si, como creo y deseo, vivo hasta los sesenta años (cuarenta años dedicados a escribir), al final de mi vida habré puesto a circular cerca de treinta mil cuartillas (a dos cuartillas por día durante cuarenta años; 40x365x2 = 29200 cuartillas); ahora que, si fue la mitad (una cuartilla diaria) el resultado es de casi quince mil cuartillas (40x365 = 14600 cuartillas). Perdón por tanta aritmética, pero en ella me amparo para tratar de demostrar que, así sea con deficiencias y limitaciones, soy un terco del oficio.
Los números, empero, no dicen gran cosa si no los acompaño de un mínimo contexto: lo que he escrito ha sido gestado siempre en condiciones, si no desfavorables, sí incómodas. Dado que escribir no es una actividad muy lucrativa, he trabajado siempre en talachas aledañas: editar, dar clases, presentar libros, coordinar talleres. He mantenido pues, con decoro y medianía, la vocación, y si bien el trajín no ha estado mal, todo pudo ser más sencillo y con la corriente a favor. Es lo que ahora intento proponer: si en los 16 años de vida que me quedan logro borronear tres cuartillas diarias con mayor tranquilidad, la suma en ese lapso no sólo podrá ser más alta, sino cualitativamente más decorosa (16x365x3 = 17520). Para lograrlo, sin embargo, es menester desembarazarme de las ocupaciones satelitales, dedicarme al cien por ciento a escribir. He allí el meollo de mi aviso clasificado en el desierto.
No recuerdo si fue Bukowski o Herry Miller quien afirmó que la noción del arte producido estrictamente entre carencias (de tiempo, sobre todo) era valiosa o defendible. Nada de eso: el arte, como actividad desempeñada en el silencio y la soledad, requiere una serie de elementales satisfactores. De no ser así, es necesario que uno sea Cervantes o Destoyevski para poder escribir. Como no es mi caso ni de lejos, yo sí requiero lo básico para poder hilvanar párrafos. Si no lo consigo, me distraeré en la supervivencia, produciré mucho menos y sentiré que el tiempo avanzará sin sacar adelante lo que deseo.
Vuelvo pues a la idea que quiero plantear: necesito un empresario con mucho dinero para que patrocine mi carrera durante los diez o 16 años que me restan. Lo planteo con humildad y a sabiendas de que, en general, he tenido una nula o mala relación con el empresariado. Creo, sin embargo, que habrá alguno indulgente y sensible a las letras, y lo que le solicito no es una dádiva, sino un negocio, un negocio que parte de una dinámica que los empresarios conocen bien: la de anunciar productos. Si todos ellos hacen publicidad a lo que fabrican y siempre con el sobrentendido de que sus bienes y servicios son “los mejores”, ¿por qué un escritor no tiene derecho a anunciar como algo digno lo único que tiene? Así pues, de ser escuchada esta propuesta la ganancia de mi socio será figurar en mis venideros libros como patrocinador. De funcionar, el negocio le hará sacrificar algunos pesos, pero ganar el prestigio social de haber auspiciado a un escritor, tal y como hoy se estila cuando un artista o académico agradece a las instituciones que lo respaldan. Muchos empresarios, inquietos en su vejez por haber participado sólo en el mercado de las llantas o los abarrotes, podrían mitigar en algo el temor a herederos malagradecidos o a yernos voraces y refundar la hermosa institución del mecenazgo. No es difícil: sólo es cuestión, insisto, de sacrificar algunos pesos de sus pingües fortunas, levantar el teléfono o mandar un mail y reunirse conmigo para acordar los términos contractuales de la sociedad que les planteo.
Señores empresarios: escucho sus ofertas. Nomás no se amontonen.

sábado, marzo 22, 2008

Muchos semos emos



Frente a los poderes económico y político, muchos, la mayoría, semos emos. Lo semos no porque usemos flecos ala de cuervo, no porque tengamos apariencia andrógina, no porque andemos todo el tiempo en pose lánguida y no porque nos agredan físicamente en una plaza, sino porque gracias a otros mecanismos más sutiles e imaginativos se ejerce una violencia sistemática y tatuada en nuestras conciencias como algo normal. Todos los días, todas las horas de todos los días, hay agresiones y los agredidos suelen no tener foros explícitos para quejarse. Los emos que no son emos pero son tratados casi como emos queretanos, pues, suelen ser invisibles a esa gran constructora de realidades llamada televisión. No semos noticia. Casi no semos nada, salvo, si bien nos va, consumidores de todo lo que nos pongan adelante.
Cierto que merece absoluto repudio cualquier ofensa física contra los emos. Más: no es admisible cualquier ofensa física contra nadie, llámese emo, mujer, niño, anciano, punketo, gay, preso, obrero, musulmán, ateo, etcétera. Admitirla contra alguien es abrir la puerta a cavernarismos que, se supone, fueron rebasados tras la incorruptible Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. En eso no podemos transigir, aunque suene anticuado recordar que la tolerancia es uno de los tantos signos que distinguen a la civilización, si es que alguna vez la hemos alcanzado.
Absurdo, me parece, es discriminar a alguien por su apariencia, marginarlo por el cascarón y llegar a sobajarlo. Tan absurda me parece esa actitud como la de creer que tras la facha de un emo (o lo que sea) se esconde algo más que inofensiva vacuidad. ¿Qué puede haber debajo de un emo o un punk más allá de su simple apariencia? ¿A poco en verdad creemos que con la pura vestimenta van a cambiar algo? El que tienen es, si acaso, un mínimo espacio de libertad (para travestirse) acotada, controlada, inducida por el mercado y los media. Si en verdad fueran algo más que eso, tal vez revolucionarios con algún propósito subvertor, los conservadores tendrían motivo para alarmarse; pero no es así: los emos (y los punketos y los darketos y los metaleros y los cholos) no buscan nada más o menos orientado en la lógica de oposición al poder con el fin de arrebatárselo. Son, pues, más allá de que su aspecto pueda disgustar, inofensivos aunque se crean contestatarios, de ahí que por tolerancia y tedio ante lo supuestamente distinto deban ser, más que atacados, ignorados. La indiferencia, señores de la vela perpetua, es el mejor tónico contra el susto ante la rebeldía sin cafeína. “La juventud —dice la archimanida sentencia de Shaw— es una enfermedad que se quita con los años”. Nada más cierto, al menos, en el caso de las modas importadas de Inglaterra y Estados Unidos (y ahora también, un poco, de Japón). Esto significa que un emo, como un hippiteca, no será emo toda su vida. Es tan literalmente epidérmica su rebeldía que ya llegará el momento de arrumbar el disfraz para instalarse detrás del escritorio o del torno y producir y mantener a una familia, que es donde lo quiere ver el Poder cuando el polluelo alcance la mayoría de edad. No hay, pues, emo que dure cien años ni adulto que pueda aguantar el ridículo de llegar a una oficina con los ojos pintados de amatista y cara de quien no desea chambear a madres para cumplir con los estándares nipones de calidad total.
Pero decía al principio de mi alegato a favor de la tolerancia a la banalidad de los disfraces juveniles que muchos, más de los que imaginamos, son (o semos) emos. Mientras escribo, por ejemplo, veo caminar a una familia de tarahumaras. ¿Los (h)emos integrado alguna vez a la mesa de nuestros hogares para que sepan que son iguales a nosotros? ¿Se han quejado alguna vez en Televisa porque los mestizos los volteamos a ver con asco? Pienso en la chica de la maquiladora: ¿alguna vez se han apiadado sus patrones por el embarazo que la atribula? Pienso en los niños de las barriadas: ¿alguna vez llegó Mouriño a convivir con ellos para sembrarles una esperanza en el corazón? Muchos semos, o son, emos, insisto, y mientras no haya un cambio radical así seguir-emos.
Pero semos inofensivos. El Poder puede dormir tranquilo.

jueves, marzo 20, 2008

Paraíso del diablo



Tengo la extraña sospecha de que los aironazos con obstinado polvo le añaden a La Laguna un aspecto marcadamente más miserable del que ya de por sí tiene. Y no es por echarle carrilla gratuita a la comarca que creo amar y es, para bien o para mal, más para mal que para bien, el único lugar del mundo donde pasaré mi infancia, la etapa más importante de la vida, según los mineros del psicoanálisis. Porque me vaya a donde me vaya, si es que me voy, La Laguna ya está en mi plebeya sangre, fatalmente, así que me he obligado a querer, así sea con refunfuños diarios, a esta región donde si no pertenecemos a una casta divina y hamponil, suelen erosionarse las ilusiones que alguna vez hayamos abrazado, sobre todo si son literarias.
Una y otra vez, a cada convivencia amistosa y familiar, veo que salta un obsesivo tema de conversación: mientras en otras partes hay una clara disposición política y social hacia el orden y el aseo, en La Laguna tenemos la anómala costumbre de esforzarnos por parecer, digámoslo suavemente, para no ofendernos, mugrosos. Caray, qué ciudades tan puercas, qué ciudadanos tan tiradores de cuanto frasco, bolsa de papitas, caja de cigarros, lata de refresco, bolsa de supermercado, escoria de comida chatarra y demás nos llega a las manos. Somos incapaces —me incluyo como el imperdonable marrano que soy, para que vean que hay autocrítica— de buscar un basurero, de guardar la mugre cierto rato mientras vamos en el coche. Es un espectáculo desolador, por ello, ver nuestras calles eternamente invadidas de inmundicia, de ahí que todo terregal (se dice “terregal”, palabra aguda, no “térregal”, esdrújula, como la pronuncia esa nueva ola de directores juanorolescos que de repente nos invadió con filmes esnobs, películas de juniorcillo metido a realizador con sensibilidad exprés para entender el Gran Rollo de la pobreza) agudice la sensación de pinchedumbre en la que nos movemos.
Por eso desde esta página les pido a nuestros visitantes de la semana sin labores (para algunos: yo tengo que escribir quiera o no quiera) que nos perdonen el cochinero; si el clima les deja en el paladar la sensación lijosa de quien muerde y traga polvo, agarren la onda, nos rodean llanuras secas que esperan todo el año para ensañarse durante estos meses ajenos por completo a la belleza, para tratarnos peor que a emos en Querétaro.
Ahora que, si no hay remedio y las familias forasteras se animan a pasear por nuestros espacios públicos, ahí tenemos el bosque Venustiano Carranza, el mayor ejemplo de fealdad y sitio donde todo verdor perecerá. Una linda oportunidad para gozar con el horror se abre los lunes en la mañana, cuando el bosque amanece tapizado por la basura que dejan los visitantes de la tarde dominical. No quiero imaginar lo escalofriante que deben ser las madrugadas en el Venustiano, con tantos residuos de comida tirada en todos los rincones del más grande “pulmón” torreonense. ¿Cómo cuántas ratas han de “bañarse” (en el sentido lagunero del verbo bañar) con el bufet de inmundicias que les ofrecemos? Han de estar bien gordas, además de orgullosas por convivir con una sociedad tan solidariamente guarra.
Hace un par de días quise leer al aire libre y escogí la plaza que me queda más a la mano: la del Eco, en la colonia Ampliación Los Ángeles. Si hay un espacio público sin la menor higiene, es éste, y al verlo sólo pude hallarle un equivalente: el bosque. Varios niños se divertían en los jueguitos, se revolcaban y convivían con la basura como si fueran políticos mexicanos en la Cámara. Los jueguitos de lámina, con filos oxidados, cochambrosos, eran usados sin conciencia por los pequeños. El aironazo arreció y el polvo le dio al lugar un aspecto de videoclip gore. Después de todo no estaba tan mal, pensé. Esos niños desarrollarán anticuerpos que los harán inmunes hasta al ántrax; si a eso le suman tacos de tripas o de hígado encebollado o de barbacoa que todavía ladra, nada los doblegará en el futuro. La supervivencia de nuestra raza cósmica está garantizada.
Bienvenidos pues a La Laguna: un paraíso para el diablo.

miércoles, marzo 19, 2008

Domingo de riegues



Si no hubiera sido por el (hasta hoy presunto) triunfo del santoclós Alejandro Encinas, el domingo pasado hubiera pasado como uno de los más depresivos de los meses recientes. Lo digo sin broma. Con Encinas se garantiza, al menos, una oposición mínimamente real en el espectro político mexicano. No es la gran cosa, pero a los ceñudos politólogos que siempre exigen definiciones genuinas (como si ellos las tuvieran), Encinas y lo que representa darán mucho más batalla que Jesús Ortega, líder de la corriente denominada de “los chuchos”, ala que en el PRD se ha distinguido por su entreguismo y por su sistemática manita caida a la hora de besuquearse con la presidencia apócrifa. Bienvenido, pues, Alejandro Encinas; que sea para rehacer lo que el 2 de julio de 2006 se fue al basurero por el fraude y por el desgaste ulterior.
Pero, en el terreno de la frivolidad que no estorba tanto en vacaciones, el domingo fue de riegues debido sobre todo a tres partidos de futbol que al menos a quien esto ladra le dejaron dolor de ojos. En un estadio Corona retacado de aficionados locales y de muchos vacacionistas fuereños, el equipo de Daniel Guzmán salió con las piernas amarradas, errático, cascarero. Al contrario, los Jaguares de Chiapas hicieron bien su trabajo, jugaron con disciplina y tuvieron de vena (es “de vena”, no “de venia”, como dice un comentarista local de futbol) al negrazo Itamar Baptista. Ni hablar. La derrota provocó lo de siempre. Vi el lunes el programa de mi cuate Gómez Junco y otra vez me pareció excesivo (lo lamento, Juan) que se echara encima del Travieso. Fue un pésimo partido del Santos, pero en general he visto que funciona bien. Que cometen errores, cierto. Que no es el mejor equipo que podamos soñar, cierto. Pero de eso a engullir vivo a Guzmán, hay un buen trecho. Además, por mucho que se hable de que no hay indispensables, la verdad es que el club lagunero no es el mismo sin Ludueña. Toda proporción, es como afirmar que los Bulls de Chicago jugaban igual sin Michael Jordan, o que los 49’s de San Francisco eran lo mismo sin Joe Montana, o más fácil: que el Nápoles de Maradona podía desempeñarse igual sin el diez que le daba cohesión, creatividad y goles. No es posible. Hay equipos chicos y grandes que sin su cerebro simplemente no dan una, y eso pasa con el Santos sin Ludueña. Los comentaristas nacionales apenas se dieron cuenta hace algunas semanas de que el Hachita es el mejor extranjero que ahora juega en México. Ofrezco disculpas por la vanidad, pero un mínimo conocimiento sobre fut le deja ver a cualquiera, como lo afirmé hace buen tiempo, que Ludueña está varios peldaños arriba del promedio nacional, y sin duda es más que indispensable para los albiverdes de Santa Rita. En otras palabras, sin el ex de Ríver los de casa son como una orquesta sin director, y eso se nota.
El segundo partido interesante del domingo fue el de Cruz Azul frente al América. Soy cementero desde 1975, y es una pena serlo y no poder ganarle al América en su peor momento histórico. Qué vergüenza. Fue la oportunidad más grande que han tenido los azules para humillar a las Águilas y ya vimos lo que pasó. Otra vez salieron encogidos, timoratos, dispuestos a desperdiciar estúpidamente un chance que ni en sueños volverá a presentarse. Por ello, estoy a punto de convertirme en cruzazulino de clóset.
Y la selección. Todos se fueron encima de Hugo Sánchez y criticaron que el pentapichichi contara las “opciones” frente al marco. ¿Y qué querían? Detesto a Sánchez, me caen del asco sus fanfarronadas, pero el resultado del domingo no fue su culpa. México pudo ganar 20 a 1, y los nuestros fallaron crasamente. En eso no puede hacer nada el entrenador, así que es obtuso que nos desgañitemos para que lo pasen por la guillotina. Me dieron pena los jugadores; Hugo, esta vez, no. Lo siento.

lunes, marzo 17, 2008

Domingo de locos



Qué domingo el de ayer: perdió el Santos Laguna, Cruz Azul hizo otro ridículo frente al América y la selección se aventó un papelazo preolímpico que no tiene nombre. Pero ayer nos salvó la política, quién lo hubiera dicho: ganó nuestro querido santoclós Encinas. Con esto de perdida aseguramos no ver tanto la horrible cara entreguista del chuchismo en el PRD. Aleluya.

sábado, marzo 15, 2008

Viaje a Milán



Algunos han de saber que en la semana que hoy acaba estuvo con nosotros, en Torreón, el poeta y ensayista uruguayo Eduardo Milán. Nos visitó para impartir un curso sobre poesía latinoamericana contemporánea y de paso para ofrecer una lectura de su producción reciente. Por razones de trabajo tuve la suerte de ser su anfitrión, y aunque ya lo conocía muy levemente pues en 2003 estuvo unas horas en La Laguna para presentar la antología El manantial latente dentro del marco de la feria del libro de Torreón (hoy extinta), esta segunda estancia de Milán en La Laguna, que duró cinco días, me dio la oportunidad de conocerlo mejor, de entablar con él un diálogo definitivamente cordial y para mí enriquecedor.
Cualquiera que ande metido en esto de la literatura y sus andurriales sabe lo que una ficha bibliográfica puede ofrecer sobre Eduardo Félix Milán Damilano: que es poeta y crítico, que nació en Rivera, Uruguay, en 1952. Huérfano de madre desde que tenía un año de vida, a raíz de la dictadura militar en su país (durante la cual su padre fue encarcelado pues era militante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros) decidió radicarse en México (1979), donde ha desarrollado una importante labor como poeta y ensayista literario. Manto reúne su obra poética escrita hasta 1996 y posteriormente ha publicado otros títulos, entre los que se destacan Alegrial (1997), que le valió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, Razón de amor y acto de fe (2001), Querencia, gracia y otros poemas (2003), Acción que en un momento creí gracia (2005). A sus libros de poesía hay que añadir varias importantes recopilaciones de ensayos publicadas en México: Una cierta mirada (1998), Trata de no ser constructor de ruinas (2003), Justificación material (2004) y Sobre la capacidad de dar sombra de ciertos signos como un sauce (2007). Gracias a que se ganó el respeto y el aprecio de Octavio Paz, de 1986 a 1991 tuvo una columna en la revista Vuelta, donde figuró como espléndido crítico de poesía. Asimismo fue co-responsable, de Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), y de otros títulos de similar intención.
Uno suele esperar, tras leer currículos como el anterior, a personajes acaso vanidosos, posientos, llenos de hinchazones y grandilocuencias infumables. Siempre hay riesgo de encontrarse con eso, pues las carreras abultadas de logros hacen que las personas dejen de serlo y comiencen a creerse adorables (en sentido estricto) semidioses. Todos conocemos, en fin, a sujetos como el que intento describir. Pues Milán está lejos, infinitamente lejos de echarle encima a nadie sus blasones para apabullar o para imponerse. Una sola conversación no sostuvimos sin que se me revelara como amigo cercano, como capitán de barco dispuesto a conversar con la marinería que le propone charla. Por el valor que ya tienen para mí los diálogos sostenidos con Milán, fue un platónico banquete haber hablado con él de todo lo que pudimos ir tratando. Me explicó, por ejemplo, que para él es imposible dar un curso de poesía o de lo que sea si antes no hay un mínimo bosquejo del conjunto general de circunstancias que rodean al acto de escribir. Por eso, afirma, antes de hablar de poesía hay que pasar por la lingüística, por la historia, por la filosofía, por la política, por todo lo que ayude a cristalizar una mejor inteligencia del poema. Y así lo hizo, como podrían decirlo quienes asistieron a su curso (Gerardo Monroy, Nadia Contreras, Salvador Sáenz, Alejandro de la Oz, Daniel Lomas, Daniel Maldonado, Pablo Monroy e Ivonne Gómez Ledezma, entre varios otros).
En una semana hice, pues, un viaje a Milán. Homenajeamos a Borges, me platicó de su padre (condenado a 24 años de prisión política durante la dictadura uruguaya), hablamos de la atípica posición del intelectual en México, comentamos mucho sobre nuestro periodismo. Noté que en casi todo tuvimos más afinidades que diferencias, y eso me ayudó a hilvanar mejor mi pensamiento para expresarlo frente a él, que tanto sabe y que tanto comparte.
En una de esas charlas le confesé con voz algo tímida que hay un uruguayo al que admiro como no admira nadie en La Laguna. Milán esperó saber ese nombre. Se lo dije: Alfredo Zitarrosa. Lo que conversamos después da tema para varios párrafos más y por falta de espacio no lo incluyo aquí. Resulta que fue su amigo y que él también, como yo, lo aprecia hasta la médula. “Zitarrosa fue un patriarca”, remató Milán nuestro elogio al autor de “Guitarra negra”.

El pato y el sospechosismo



Hay un viejo chistorete, ya mamón de tan oído, que plantea el caso del conocimiento lógico por la obviedad de las evidencias. Lo repito: si tiene patas de pato, pico de pato, alas de pato, cuerpo de pato, graznido de pato, cola de pato y caga como pato, es casi seguro que se trate (nótese la brillante conclusión) de un pato. Determinamos que lo es porque la enumeración de tales rasgos no encaja con los que enlistaríamos para describir a un tigre o a un escarabajo. No se trata, pues, de una adivinanza, de un acertijo ni medianamente difícil de responder. Es un pato, y ya, porque los patos parecen patos y sólo con inferencias delirantes acabaríamos por pensar que no son patos.
Podemos hacer ahora un ejercicio similar para saber qué es Juan Camilo Mouriño Terrazo, actual titular de la Secretaría de Gobernación y mugre de la uña calderónica. En una coyuntura de apertura plena a la inversión de particulares en la explotación petrolera, el niño (Iván el) terrible de la administración federal es como el pato: su familia ha estado y está metida hasta los tuétanos en el negocio de los hidrocarburos, él ha firmado con su puño y su Montblanc contratos que lo acreditan como ejecutor de operaciones relacionadas con la industria, es un español cercano a inversionistas peninsulares dedicados al ramo, es el principal promotor de las alianzas PRI-PAN para darle marcha adelante legislativa a la privatización, por ende, lo más probable es que sea un pato, es decir, un decidido actor (entusiasta juez y anhelante parte) de todo lo que en este momento se mueve en torno a los intereses petroleros. Sólo quienes nunca han visto un pato pueden concluir que Mouriño pertenece a otra especie de la variada fauna política mexicana, de ahí que resulte cómico y hasta grotesco confundirlo con una delfín (bueno, aceptemos que sí tiene algo de delfín, al menos en el sentido monárquico del término) o un ornitorrinco.
En plan de ver la realidad con ojos desapasionados, el show que brinda Mouriño cuando se autoexculpa de todo vínculo sospechosista con el mundo de la gasolina, es como el que podría dar el pato si tuviera la facultad de hablar y nos quisiera convencer de que es oso hormiguero. Además de los documentos que lo exhiben como magnate campechano de la gasolina y otras actividades no menos lucrativas, ya ha desfilado ante él toda la caballada protectora, lo cual agudiza el sospechosismo que cae sobre su espalda: Calderón como principal manto protector, los legisladores como dique de contención a posibles investigaciones y el partido como vocero del pato que se niega a ser tenido por pato.
Tan apretada es la ráfaga de inconsistencias en la defensa de Mouriño que no es posible dejar de aventurar la hipótesis del caínismo. ¿Y si Calderón le colocó los reflectores para aniquilarlo? Un poco de apego al sabio dogma de Maquiavelo indica que nadie con buen corazón y entendimiento sano colocaría a su favorito de favoritos en un lugar propicio para el apedreo de los rivales. Porque Juan Camilo estaba protegido, sin duda, mientras vivía agazapado en la oficina de la presidencia; todo fue que lo treparan al pedestal de Gobernación para que salieran a relucir los trapotes de una carrera empresarial que lo ha consagrado como el firmador de contratos más rápido del viejo oeste, el Lee Van Cleef de las rúbricas para negocios multimillonarios.
En la política nuestra, turbia como la que más, el beso de la muerte lo puede dar cualquiera, y al menos para mí no es nada disparatado conjeturar que el actual usuario de la banda presidencial haya querido debilitar, desechar, quemar, anular, al José Córdoba Montoya precoz del presente régimen. Las motivaciones, los objetivos, la cuadratura de esta movida, si la hay, no la puedo entender bien a bien. Pero si Mouriño tiene todas las características del pato y lo quieren presentar como perteneciente a otra especie es por algo; no creo que necesariamente sea para llevarlo lejos, sino para hundirlo, para convertirlo, como a Gregorio Samsa, en una cucaracha. Si fue así, lo están logrando.

viernes, marzo 14, 2008

Dos horas en el Mayflower



—Bueno, sí, ¿cómo va eso?
—Muy bien, señor, ya tenemos lista su mercancía.
—Excelente, muy bien. ¿Es el pedido especial que les hice?
—Así es, señor. Es de lo mejor que podemos ofrecerle.
—Excelente, ¿y dónde podemos tener nuestra reunión?
—Donde usted lo solicite, señor. Usted decide la hora y el lugar, señor.
—Puede ser en el Mayflower, de Washington, este trece de febrero. Creo que será suficiente con dos horas.
—Perfecto, señor, cuente con eso. Allí tendremos su mercancía. ¿Quiere que esté antes o después de que usted llegue?
—Antes, si es posible, para no esperar. ¿Cuándo hará la reservación?
—Ahora mismo, señor, de inmediato. Una suite. Puede ser la habitación 871. Nuestra mercancía ya ha ofrecido sus servicios en ese lugar.
—Perfecto, perfecto…
—No es necesario, señor, pero es recomendable que el pago sea en efectivo.
—¿Cuánto?
—Sólo cinco mil dólares.
—¿Dos horas?
—Dos horas, señor.
—Perfecto, llevaré el efectivo.
—Se lo agradeceremos. Eso evita problemas, señor.
—Lo entiendo. Cuenten allí mismo con mi pago.
—Le aseguro que no se arrepentirá, señor.
—Lo sé, lo sé… Una inquietud…
—Dígame, señor.
—¿Se ajusta al pedido especial que les hice?
—Creemos que al cien por ciento, señor. ¿Se la describo?
—No, no es necesario… o sí, mejor, quisiera algunos detalles mínimos.
—Pelo negro, blanca y de piel perfectamente bronceada, cara hermosa. Se parece mucho a la Bullock. Eso quiere decir que se ajusta al tipo de mercancía que nos pidió.
—Bien, bien… Le solicito absoluta puntualidad. Lo de la discreción lo damos por hecho, pues es obvio que también es indispensable.
—No se preocupe, señor, no se preocupe. Todos los detalles están bajo nuestro control. ¿Llevará escolta?
—Sólo a uno, a mi custodio de mayor confianza.
—Bien. Él podría esperar en otra habitación del mismo piso.
—No lo creo necesario. Él podría esperar en el restaurante.
—Como usted ordene, señor.
—Bueno, es todo.
—Es todo, señor. El trece de febrero a la hora de siempre.
—Bien. Gracias por todo.
—Gracias a usted, señor.
La administradora del Emperor’s Club cortó la llamada de su celular y de inmediato telefoneó a su contacto. Le informó que todo estaba en orden con el cliente número nueve. Luego habló al Mayflower para confirmar la reservación de la suite. El prestigio del negocio, por suerte, iba en aumento, los servicios cada vez eran más solicitados por hombres como el señor Spitzer. Pensó en el futuro. Si la cartera de clientes aumentaba, como se podía prever gracias a la calidad de los productos ofrecidos por el Emperor’s Club, en un año más o menos podían aumentar considerablemente las ganancias. Claro, eso si los solicitantes seguían siendo como el señor Spitzer, consumidores que demandan no sólo calidad en la mercancía, sino una reserva a prueba de filtraciones. Tres, cuatro, cinco mil dólares en promedio por servicio no eran poca cosa. El negocio iba pues en ascenso, pensó la mujer; de inmediato llegó a su mente una imagen ulterior: la cara de felicidad dibujada en el rostro del gobernador de Nueva York cuando viera a Kristen entrar a la habitación 871 del Mayflower. Satisfacción garantizada y absoluta reserva. Hombres como Spitzer sabían pagar muy bien esos servicios.

jueves, marzo 13, 2008

El círculo de Carlos Reyes



Hace algunos días, en el Encuentro de Escritores Coahuilenses, varios laguneros avivamos la polémica que algunos años atrás estalló en el DF gracias a un debate sostenido, principalmente, por dos escritores jóvenes y muy reconocidos en todo el país: el crítico Rafael Lemus y el narrador Eduardo Antonio Parra. Los detalles de aquel esgrima fueron retenidos en las páginas de la revista Letras Libres; en resumen, muestran a un Lemus decepcionado de la narrativa norteña, a su parecer estancada en la temática, a su ver mal encarada en muchos relatos, del narco y la violencia, y a un Parra que se le opuso con argumentos a favor de la literatura creada en los ámbitos del norte. A partir de allí, el tema sigue sobrevolándonos, como se pudo notar en el Encuentro de Escritores. Las preguntas formuladas en ese foro fueron éstas o varias muy cercanas a éstas: ¿Hasta dónde, en verdad, las historias escritas en la geografía norteña del país se ciñen monótonamente al asunto de las drogas y la sangre? ¿Hasta dónde, de veras, los narradores del norte viven por su voluntad atornillados al tema de la narcoviolencia? ¿No ocurrirá acaso, más bien, que las editoriales han favorecido esas historias para surfear en las olas de sangre que fuera de la ficción se levantan por todo el norte del país y que han sido dibujadas en cierta narrativa de por acá?
Creo que ha pasado lo último: las editoriales del centro y varios escritores del norte han capitalizado para su mutuo beneficio el estado de intranquilidad que se vive en la frontera, de suerte que en unos pocos años las librerías han visto cundir en sus anaqueles una significativa cantidad de novelas, sobre todo novelas, que tienen la intención, cada quien dirá si bien lograda o no, de retratar el incremento de sangre vertida en las calles debido sobre todo al tráfico de estupefacientes. El mejor representante de esta corriente, pudiéramos llamarla así, es el sinaloense Elmer Mendoza, quien en varios libros ya publicados por Tusquets ha encarado el caos que vivimos por estos rumbos en los que no hay un solo día sin viscoso desayuno informativo de desaparecidos y/o ejecutados.
Como algunos insistimos en el Encuentro de Escritores, esos asuntos son parte de una especie de imposición temática dictada por las editoriales comerciales del centro. Fuera de esa maquinaria, más cercana a la mercadotecnia colonizadora de lectores que a la literatura, no han dejado de aparecer novelas y cuentos que en nada o muy poco han reparado en el tema narco. Son obras que aparecen y circulan, muy a nuestro pesar, con sellos municipales o estatales, universitarios, oficiales en suma, y que debido a su modesta distribución apenas son conocidos por unos cuantos lectores del entorno cercano a su lugar de producción.
Pocos son, una inmensa minoría, hay que decirlo, quienes han logrado colarse a las editoriales de circulación nacional; los más, al Fondo Editorial Tierra Adentro, sello que, si bien ha ampliado las expectativas de distribución, no se puede comparar todavía con los comerciales como Alfaguara, Mondadori, Planeta, Era, etcétera. Quizá por esa razón, estas ediciones del Conaculta no se han ceñido al corsé de la literatura narca, y exploran caminos tan diversos que es imposible hablar ahora de escritores norteños en marcha hacia una misma dirección. Un ejemplo de esto lo tenemos en Carlos Reyes, quien con su novela El círculo de Eranos (número 336 del FETA) ha dado un paso más en la ruta de una trayectoria consistente, una de las más serias entre las que ya podemos destacar de su generación. Y no me refiero aquí sólo a sus coetáneos de La Laguna, sino del país. Poco a poco, desde un aislamiento extraño y harto productivo, este joven escritor lagunero ha sembrado sus libros más allá de la frontera de cerros grises y pelones, la mayoría con evidente buena acogida.
Reyes nació en Torreón, Coahuila, en 1976. Es autor de los libros de poesía Luna de Cáncer (bajo el seudónimo de Óscar Seyler), Donde oficia la sangre, Habitar la transparencia, Aprendiz de volador, Claridad en sombra, Arthasastra y Una llaga en el rostro del tiempo. Ha sido becario en dos ocasiones del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila. Ganó los Juegos Florales María del Refugio Prats de Herrera en Tuxtepec, Oaxaca, y el Premio Nacional de Poesía Tijuana. Ha publicado en La Jornada, Milenio, Alforja, El Financiero, Diario de Xalapa, Tierra Adentro, El Poema Seminal, Acequias, La Cabeza del Moro, Clepsidra, Literal, Arcilla Roja y Estepa del Nazas. A sus 32 años, pues, suma a su poesía una primera publicación de narrativa, y lo hace con un asunto inusitado, una historia creada con acumulación de fragmentos, con retacería lírica/onírica que crea lo que se discute en su interior: la impresión de que mientras leemos hacemos un viaje a las profundidades del ser, al cogollo de alma en el que se agazapan símbolos que sólo con un buceo profundo y riguroso, que sólo con trances de largo aliento pueden desenmascarar los secretos del superficial comportamiento humano.
Es, pues, una novela densa, un producto raro en la narrativa ya no digo lagunera, sino mexicana: a mí me azora, más que el resultado literario, el impulso que guió la mano de un joven poeta torreonense para llevarla a escribir esta novela inhomologable, hasta dónde sé, entre las que hemos visto publicadas a diario por acá y por acullá. En principio, desconcierta el título, que es tan enigmático o más que Arthasastra, libro de Reyes anterior al que hoy nos reúne. En efecto, El círculo de Eranos parece decir algo, no sabemos qué, y una mínima pesquisa de datos nos revela que eso es mucho más de lo que imaginamos; sin batallar, esto y mucho más nos obsequia cualquier web, como la Wikipedia, a la que remito: El Círculo de Eranos (en alemán Eranoskreis) fue una organización interdisciplinar de análisis multicultural científico y filosófico; fue el nombre escogido por Rudolf Otto para los encuentros anuales llevados a cabo en casa de Olga Fröbe-Kapteyin (1881-1962). Su objetivo original era explorar los vínculos entre el pensamiento de Oriente y Occidente. En griego, eranos significa ‘comida en común, comida frugal donde cada uno aporta su parte, celebración compartida’. Si Rudolf Otto, como “denominador”, y Fröbe, como “fundadora”, componen los dos vértices del triángulo simbólico naciente, será Carl Jung quien ocupe el tercer vértice, como “inspirador”. Será, por lo tanto, el acercamiento multidisciplinar de un grupo de sabios, científicos, investigadores y especialistas el que cristalice y dé forma a los valiosos resultados de esta fiesta compartida. Cada conferencia tiene una duración de unos ocho días, durante los cuales todos los participantes comen, duermen y conviven juntos, promoviéndose una proximidad que alienta una atmósfera de discusión dialéctica.
Amenazante, como vemos, es el tema encarado por Carlos Reyes, de ahí que el resultado sea necesariamente algo brumoso, como una narración construida en los apretados vapores de la ensoñación. Debajo de los renglones late una carga tal de conocimientos relacionados con el menú epistemológico de los comensales que confluyeron en el círculo suizo que hace de esta obra un producto apto sólo para lectores mínimamente iniciados. No se trata entonces de una novela de aventura reconocible, con hilo conductor continuo y evidente. Al contrario, Reyes hunde su prosa cargada de poesía en los laberintos del pensamiento por el que alguna vez discurrieron Jung y sus discípulos.
El círculo de Eranos es una novela escrita en clave críptica. Uno siente (o presiente) la música de las palabras, uno siente (o presiente) el conocimiento expresado en registro simbólico, uno zigzaguea (o cree zigzaguear) entre mitos como si caminara entre fantasmas que sueñan en voz alta. Aunque desfilan sin una secuencia precisa varios personajes (Paolo César Portinari, Hermes Reinhardt, Carl Jung), tenemos en todo momento la nebulosa impresión de que convivimos con sus arquetipos, con seres ajenos al hueso y a la carne, símbolos de personajes que a su vez son símbolos de hombres. La experiencia, para el lector no muy habituado al símbolo ni a la vertiginosa fragmentariedad de las tramas, raya en lo alucinante: sin entrar en honduras (honduras que me sería imposible hollar, dado que soy ateo y reacio a navegar en mitologías y códigos cercanos y lejanos al esoterismo) alcanzo a vislumbrar que El círculo de Eranos es un trabajo literario cuya temática incita dos reacciones extremas: o el rechazo a la densidad de sus imágenes y al entreveramiento de su compleja estructura, o el apego y hasta la admiración de todos aquellos que se interesen o puedan interesarse por zambullir su mirada en los misterios del ser, en aquellos pasadizos que conducen lo mismo al conocimiento que al mito.
En la amplísima oferta de libros que uno puede tener a la vista, la primera novela de Carlos Reyes me intriga, me descuadra, me vacía las fuerzas pese a su brevedad. Reculo ante el follaje denso de su contenido, pero caigo seducido por una prosa que parece dictada desde muy lejos, como susurrada al oído del autor por uno de los asiduos al círculo encabezado por Carl Jung. En una palabra, es una novela sin tintas intermedias: o nos abruma o nos hechiza, y en último caso es un ejemplo de experimentación narrativa cuyos resultados, en este momento, no puedo adivinar. Desde un punto de vista estrictamente literario, sólo el futuro sabrá si nuestro Carlos Reyes gana su apuesta. Es lo que deseo por el bien de la originalidad y del riesgo, muy altos en el caso de El círculo de Eranos, obra que propongo al lector predispuesto a las sorpresas.

miércoles, marzo 12, 2008

Réplica a Monroy



Conocí al escritor Gerardo Monroy (Monterrey, NL, 1977) unas dos o tres semanas antes del Encuentro de Escritores Coahuilenses (en adelante EEC) celebrado en el Teatro Isauro Martínez el 7 y 8 de marzo de 2008. Desde mi primer diálogo con él, que fue breve, noté que es un joven cordial, inteligente y enfático, impetuoso al hablar. Tuve la suerte de que me regalara su primer libro, el poemario Algunas hojas, número diez de la colección La Fragua (segunda época) publicada por el Icocult Saltillo. Nada, pues, en su persona me lo presentó como amargado, como tímido, como matrero. Mi primera impresión sobre él es la misma que todavía conservo: Monroy es un buen escritor y un buen hombre. Me da gusto, por ello, considerarlo amigo y más me da gusto que él reciproque la amistad que hoy le manifiesto en público.
Esa amistad, que debe prevalecer encima de todo cuando uno debate lealmente, no fue obstáculo para que yo, sin mala leche, sin ojeriza, más bien como el camarada suyo que deseo ser, cuestionara su ponencia en el EEC. Lo hice, como oyeron muchos, al final de su lectura; había ya, en aquella sobremesa de su participación, poco tiempo para contradecirlo, y la atropellada premura de mi réplica oral apenas esbozó lo que ahora, con más calma, pretendo espigar en estos párrafos.
He escrito ya en mi columna que la ponencia de Monroy es, a mi parecer, la más polémica entre todas las que fueron despachadas en el EEC. Apenas la leí, me dio la impresión de que expresaba algunas verdades incuestionables y otras tantas imprecisiones de buen tamaño. No las llamo “mentiras”, sino “imprecisiones”, es decir, datos, interpretaciones, afirmaciones que no atinan a dar en el blanco aunque su deseo haya sido tirar el dardo con buena intención. El título de la comunicación, aislado, es contundente, pero aplicado al contenido de la ponencia parece, por decir lo menos, ambiguo: “Un agujero: inexistencia del crítico literario en la Comarca Lagunera”. Más claro no puede ser: en La Laguna no hay crítica literaria, y eso es “un agujero”. Prevenidos por ese encabezamiento, debimos prepararnos para escuchar, con pruebas, que, en efecto, nuestra región carece en absoluto de críticos literarios. El título es tan desafiante que de inmediato bullen las preguntas: ¿qué tipo de crítica literaria es la que no existe entre nosotros? ¿En qué época ubica esa laguna en La Laguna? ¿Se referirá ese título a que en este momento no hay críticos literarios nacidos o radicados en La Laguna o a que simplemente aquí nunca ha nacido o radicado algún escritor dedicado al análisis de textos? El título plantea, en suma, interrogantes gordas y cejijuntas. Para despejarlas, claro, debemos ingresar a la ponencia de Monroy.
Aunque a veces parece inevitable, no creo que la poesía, o la prosa poetizante, sirva mucho para explicar algo que debe ser despejado en términos más denotativos. Si lo que se pretende es demostrar que no hay y/o no ha habido críticos literarios en La Laguna, nada más lógico que expresarlo sin recurrir a imágenes. La afirmación es tan severa que, sospecho, es poco recomendable enunciarla con parábolas: “Para escuchar el pálpito de un hombre, hay que acercarse al pecho de otro hombre”, comienza Monroy, y por en ese mismo tono continúa su exposición. Luego describe la importancia que tiene, para él, la figura del lector. Por ese afán de explicar poetizando, no me queda claro lo que apetece develar: ¿hablará del lector o del crítico? Porque no son lo mismo; gracias a Perogrullo sabemos que un lector es un lector, y aunque ejerza una crítica desde que escoge lo que leerá y, luego, si lo quiere, al recomendar en el café lo que ha leído, no podemos enjaretarle la etiqueta de “crítico”, pues ella la hemos reservado para otro lector: el que luego de leer escribe (describe, analiza, censura, exalta, derrumba, recomienda) y publica los valores o las pobrezas que ha descubierto en lo leído. Luego entonces, y sea esto un primer deslinde básico, la crítica literaria es una opinión personal escrita y publicada por alguien sobre un texto con aspiración estética. En La crítica en la edad ateniense, uno de los ensayos indispensables de Alfonso Reyes, el regiomontano explica que, además de manifestarse de manera explícita (en monografías, por ejemplo) la crítica puede deslizarse en textos de otra índole; así, por ejemplo, Aristófanes hizo crítica literaria en sus obras, del mismo modo en el que hoy cualquier poeta, cuentista o novelista lleva implícita una “crítica literaria” en sus obras. En este sentido, hasta “El dinosaurio”, de Monterroso, ejerce una crítica, ya sabemos en este caso que a la verbosidad. La crítica es, por ello, omnipresente: elegir un género, un estilo, una corriente, un molde, inscribirse en una estética es, en sentido estricto, ejercer una crítica.
Obviamente, sé que Monroy no se refirió en su ponencia a esa crítica implícita: para él, para mí, creo que para todos, la crítica es una forma evidente, explícita de comunicación. Es un ejercicio voluntario, abierto, tan conciente, tan despierto que es imposible no identificarlo cuando lo vemos impreso en un periódico, una revista o un libro. A la propuesta de Monroy, por eso, le faltan delimitaciones más rigurosas, ésas que no puede expresar, por su necesaria brevedad, el solo título. ¿Tiene Monroy un metro para medir las parcelas de la crítica? Sin recurrir a la explicación poética, ¿puede plantear si hay un solo tipo de crítica o varios de diferente nivel y distinto propósito? Creo que el gesto delimitativo es fundamental; para mí, por ejemplo, y recurro a los extremos, la crítica más elemental es la reseña, mientras la tesis de carácter doctoral sería la más compleja. Entre ambas hay, claro, una gama amplia de niveles y de aspiraciones, tantos y con fronteras tan sutiles que siempre se escabullirán a las clasificaciones fáciles. José Luis Martínez, en su introducción a El ensayo mexicano moderno, planteó una tipología, pero siempre será imposible delimitar los cotos exactos de cada espécimen crítico. Pese a ello, un acotamiento mínimo nunca estará de más. Eso es, precisamente, lo que extraño en la ponencia de Monroy: en realidad, ¿no hay ninguna crítica literaria en La Laguna o sólo se refiere a cierta crítica? Si se refiere a lo primero, se equivoca; si a lo segundo, creo que atina: en la región actualmente no radican escritores dedicados sistemáticamente a la crítica, y, con más precisión, a cierto tipo de crítica, la académica, la especializada, la doctoral.
Pero Monroy hace tabula rasa; sin dar mayores explicaciones, afirma que ni antes ni hoy ha habido crítica, ningún tipo de crítica, entre nosotros. Nada. La Laguna ha sido y es un desierto para la crítica. A lo mucho, señala que “Algunos han pretendido contrarrestar el silencio adulando minuciosamente a sus valedores, a sus presentes o futuros amigos”. Esa es, para él, la única crítica que tenemos, la que adula para conseguir favores. No da ningún ejemplo, y creo que en este caso es necesario presentarlos puesto que la afirmación es grave. Parte del presupuesto de que todo elogio es innoble, una adulación que busca beneficios directos no sé exactamente de qué tipo (¿trabajo, becas, elogios en reciprocidad?). Hasta donde sé, y al menos en los casos que tengo más a la mano, no veo que alguien haya hecho crítica en La Laguna para encumbrarse o cobrar intereses de ninguna especie. Es cierto, en las reseñas y sobre todo en las presentaciones ha habido elogios (yo mismo los he hecho), pero a reserva de que me demuestren lo contrario, nada se ha obtenido de eso, nadie se ha hecho rico o publicado más por elogiar a alguien. Sospecho que el asunto no va por allí.
Ignoro por qué pone como modelo de crítico a Evodio Escalante. Sin regatearle ningún mérito al ensayista duranguense, uno de los mejores del país, no creo que sirva mucho a la argumentación de Monroy. Escalante hace estupenda y feroz crítica, eso nadie lo cuestiona, pero desde hace años no vive en su ciudad natal y no hace (o hace poca) crítica sobre los escritores de su ciudad. Mala o buena, la mejor y más sistemática crítica de una duranguense a los escritores de su comunidad es la que ha hecho la maestra María Rosa Fiscal; ella sí hubiera sido un buen ejemplo de lo que hoy no tenemos en La Laguna.
Porque si nos ceñimos a lo dicho por Monroy, en La Laguna hay varios, demasiados, correlatos de Escalante. Tal vez no tan famosos como Escalante, pero igualmente dedicados a ese oficio. Escritores que nacieron o radicaron aquí, pero que hoy viven fuera de nuestra región y que, aunque ahora escriben poco o nada sobre escritores laguneros, en sus respectivos lugares de radicación trabajan con empeño en esa labor. Doy algunos ejemplos.
Miguel Báez Durán, escritor regiomontano-lagunero hoy avecindado en Montreal, he escrito numerosos reseñas y ensayos antes, durante y después de haber obtenido el título de maestro en letras por la Universidad de Calgary, donde se graduó con una tesis sobre la oralidad en Pedro Páramo.
Gerardo García Muñoz (quien en el EEC fue citado fuera de ponencia por Monroy y a quien se refirió como un caso aislado y ya, por lo menos, inencontrable) escribió bastante crítica antes, durante y después de terminar su maestría y su doctorado en letras, ambos en EUA, el primero en Las Cruces, Nuevo México, y el segundo en la Arizona State University, donde por cierto se graduó con una tesis sobre novela policiaca mexicana y tuvo como sinodal a David Foster, una de las máximas autoridades literarias del vecino país.
Édgar Valencia hizo mucha reseña periodística y escribió un significativo número de ensayos de buen calado. Su tesis de maestría en la Universidad Veracruzana, sobre Alfonso Reyes, fue sancionada por el boliviano Renato Prada Oropeza, un nombre de mucho peso en la crítica académica nacional.
Fernando Fabio Sánchez se fue de La Laguna hace poco más de diez años. Gracias a sus estudios de maestría y doctorado, ambos en la Universidad de Colorado, en Boulder, ha acumulado una notable cantidad de ensayos literarios. Hace algunos años ganó el premio Abigael Bohórquez de ensayo joven.
Javier Prado Galán, doctor en filosofía por la UNAM, se ha dado tiempo para hurgar en la literatura. No es lo suyo, pero con las armas de su rigurosa disciplina nos ha dado buenos trabajos de crítica literaria.
Mauricio Beuchot Puente, también doctor en filosofía por la UNAM, se ha servido de las herramientas de la hermenéutica para indagar en textos literarios.
Esperanza Gurza, doctora en letras por la Universidad de Riverside, California, es de Torreón y ha publicado, entre otros libros, un ensayo fundamental sobre La Celestina (Lectura existencialista sobre “La Celestina”, Estudios y ensayos, colección Románica Hispánica, Gredos, Madrid, 1977).
Norma Garza Saldívar, doctora en letras por la UNAM, investiga y publica crítica literaria solvente, muy bien armada, profesional.
Y el caso más relevante, al menos en lo que toca a su reconocimiento nacional: Gilberto Prado Galán, quien gracias a sus asedios sobre laguneros y foráneos ha logrado acreditarse no como el mejor ensayista de La Laguna, sino de todo el estado de Coahuila.
En esta lista, pera no alargarme de más, dejo fuera a varios laguneros en el “exilio”. Ellos se dedican a la crítica, viven de ella. También dejo de citar a los que están (estamos) aquí, que si bien no hacemos crítica al nivel de los ya mencionados, nos acercamos con regularidad a ese ejercicio no para adular a nuestros valedores, puesto que no los hay, sino para no dejar que muera del todo la práctica, por lo común ingrata y ajena a las retribuciones, de la crítica periodística, del ensayo para revistas y congresos, del comentario que estimule le lectura del ciudadano de pie, ése que no anda metido en el mundillo de los escribidores.
Insisto, ya para cerrar este disentimiento: la intención de Gerardo Monroy me parece sana, pues intenta agitar, desaletargar, provocar que el avispero se alborote en esta zona por lo general poco dispuesta al encontronazo de opiniones. El único reparo que le pongo es que haya procedido con tan poca información sobre el tema, con demasiadas metáforas y sin advertir lo suficiente que, así sea poco, algo tenemos ya en materia de crítica y por eso “el agujero”, si es que existe, no es tan hondo.

martes, marzo 11, 2008

Eduardo Milán en Torreón







El poeta uruguayo Eduardo Milán impartirá un taller de poesía contemporánea del 10 al 13 de marzo en el Icocult Laguna (Juárez y Colón); el horario propuesto para desarrollar los trabajos de estas sesiones de didáctica literaria es de 17:00 a las 20:00 horas.
Las dos directrices temáticas que regirán las labores del taller son: 1) la crisis de la vanguardia y sus repercusiones y, 2) la vuelta a la tradición. Bajo esas dos líneas rectoras se abrirá un abanico de subtemas: “Una larga historia de percepción: la variable del mundo y su incidencia en la poesía”, “Las resonancias en la poesía latinoamericana: Neruda, Vallejo, Paz, Parra, Lezama”, “La representación de las vanguardias históricas en la conciencia poética contemporánea”, “La cuestión de la forma”, “La pregunta por la esencia de la poesía”, entre otros.
Eduardo Milán es poeta y crítico. Nació en Rivera, Uruguay en 1952. A raíz de la dictadura militar en su país, durante la cual su padre fue encarcelado, decidió radicarse en México (1979), donde ha desarrollado una importante labor como poeta y ensayista literario. Manto reúne su obra poética escrita hasta 1996 y posteriormente ha publicado otros títulos entre los que se destacan Alegrial (1997), que le valió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, Razón de amor y acto de fe (2001) y Querencia, gracia y otros poemas (2003). A sus libros de poesía hay que añadir dos importantes recopilaciones de ensayos publicadas en México: Una cierta mirada (1998) y Trata de no ser constructor de ruinas (2003). Asimismo ha sido co-antólogo, con Ernesto Lumbreras, de la Antología de poesía hispanoamericana presente.
La entrada al taller es libre y el cupo es limitado, por lo que el participante debe inscribirse en las oficinas del Icocult.
Además, leerá y comentará una parte de su producción poética el 11 de marzo a las 20:00 horas en el Icocult Laguna (Juárez y Colón). Ahí mismo estarán a la venta los dos títulos que encabezan este post: Acción que en un momento creí gracia (poesía, Ediciones Igitur, Montblanc, 2005) y Sobre la capacidad de dar sombra de ciertos signos como el sauce (ensayo, Meseta, México, 2007)

lunes, marzo 10, 2008

Saldo del Encuentro



Como escribí ayer, el Encuentro de Escritores Coahuilenses deja un saldo muy satisfactorio a los organizadores y, especialmente, a quienes le dieron vida con sus ponencias y con sus preguntas. Fue, como se hizo notar en muchas ocasiones durante las horas de esta jubilosa convivencia, un primer cimiento de lo que esperemos se convierta en foro recurrente para quienes han tenido la voluntad de dedicar sus días a esta pasión casi secreta y muchas veces ninguneada: la literatura. No quiero, sin embargo, hacer una evaluación puntillosa de lo que deja el Encuentro, ya que el espacio de esta columna no me lo permite; deseo, más bien, hacer una especie de apretadísimo resumen; más adelante habrá tiempo para discutir el contenido de cada ponencia, pues por suerte fue simultánea la lectura de los acercamientos críticos y su publicación en libro. Sobre esto, a quienes lo deseen quiero invitarlos a buscar el libro con las ponencias; vayan al TIM y díganles que yo les dije. Creo que, si hay ejemplares, se los regalarán con gusto. Paso a sintetizar, entonces.
El Encuentro propuso 22 ponencias, dos de las cuales no fueron leídas (la de Vicente Alfonso y la de Rosario Ramos), aunque sí aparecen en el libro. Además, fueron leídas dos más que no figuran en la memoria. Primero enlisto a los que trataron sobre narrativa. Nazul Aramayo me incomodó con un generoso ensayo sobre mi obra narrativa; para él, valgo más (si algo valgo) como novelista que como cuentista. Francisco Amparán leyó un texto donde cuestionó el afán colonizante del centro (el DF) que ubica a la literatura norteña, erróneamente, sólo en los terrenos del narco, del alcohol y de la sangre; el autor de Cantos de acción a distancia hizo una defensa de la libertad temática que caracteriza a la literatura del norte. María Caliano describió los detalles de su quehacer narrativo volcado sobre todo a la reconstrucción/recreación de leyendas, lo que se ve en su libro El puente de Nahualapa. Carlos Castañón estableció algunas de las vinculaciones que guarda la novela con la historia, y puso énfasis por ello en el elemento que las ata, aunque ambas tengan propósitos disímiles: la narración. Rosa Gámez describió los puntos que a su parecer son claves de acceso a la narrativa y a la poesía de Magda Madero. Fernando Martínez hizo una exposición de lo que ha sido la literatura para él, y enumeró sus logros en un texto titulado “Nido de palabras”. Alejandro de la Oz, la voz más joven del Encuentro, dibujó el mapa de la obra escrita por mi querida (le digo esto, perdón, porque ella cree que no la estimo) Dolores Díaz Rivera. Yolanda Natera trazó el periplo que ha descrito su formación de narradora y remarcó la importancia de la lectura y el tallereo como formadores, hoy casi imprescindibles, del escritor. Alejandro Pérez, de Saltillo, habló sobre el nacimiento de Murania, su primer libro; reiteró que se trata de un texto fragmentario, con interés poético y linaje popular. Édgar Salinas Uribe destacó el valor del paisaje lagunero en algunas obras de cuño local. Eso en cuanto a los ponentes interesados en la narrativa.
Entre los que abordaron temas relacionados con poesía, Nadia Contreras leyó un acercamiento a los modos de expresión de dos grandes poetas mexicanas: Enriqueta Ochoa y Rosario Castellanos. José Cháirez explicó los procedimientos y el caldo de cultivo espiritual que lo llevaron a escribir el poemario Disecciones, de su autoría y hasta el momento inédito. Marco Chávez Mata exploró dos obras (Cuco Sánchez blues, de Carlos Velázquez, y Habitar la transparencia, de Carlos Reyes) que pueden ser calificadas, no sin polémica, como “literatura de los excesos”. Julio César Félix, sinaloense aclimatado a Coahuila, hizo un breve sumario de algunas voces “emergentes” en la poesía lagunera, y citó a cuatro: el mencionado Velázquez, el mencionado Reyes y los Danieles Maldonado y Lomas.
Por último, enlisto a quienes trataron temas ajenos a la poesía y la narrativa, dicho esto de manera muy relajada: Daniel Herrera discurrió sobre la presencia, todavía pobre, de los escritores laguneros en la web. Magda Madero resaltó la valía crítica del acuñense Francisco Sánchez. Gerardo Monroy (con un texto interesante y que me parece el más polémico del Encuentro) subrayó la inexistencia de críticos literarios en La Laguna. Carlos Reyes cuestionó la generalización “literatura coahuilense”. Carlos Velázquez hizo un elogio del pop en la literatura lagunera y José Juan Zapata Pacheco describió los elementos conexivos entre literatura y periodismo en la región.
Leyeron también textos muy lúcidos, y lo celebro, José Luis Herrera (sobre la falta de distribución librera en La Laguna) y el monclovense JC Mireles Charles (sobre el fenómeno creativo y la lectura). Al final, un poco apuradamente, vaya una felicitación a Salvador Jalife, Claudia Máynez, Saúl Rosales, Mariana Ramírez, Beatriz Bustamante y Lulú Romero, del TIM, quienes fueron apoyados por Laura Eraña, del Icocult Laguna. Ojalá esto se repita en 2009.