miércoles, diciembre 10, 2008

Una Feria más



Tarde, muy tarde ya, pero llegué a Guadalajara para inmiscuir mis bigotes otra vez en la verbena de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Como lo he visto ya en las ediciones recientes de este encuentro, luce tan nutrida de público y actividades que deja muy poco margen a la tranquilidad, de suerte que en la turbamulta apenas hay tiempo para centrar la mirada en algo preciso. Por ello hay que acomodar muy bien el interés: si uno quiere sacar buen provecho del bufet, más vale no distraerse en los bocados superficiales y atender lo que de veras contiene almendra. La Feria da para todos, pero es evidente que también tiene mucho de frívolo.
Para el viernes, ya bien acomodado en Guadalajara, me interesa asistir al menos a cuatro exposiciones. La primera, el encuentro internacional de cuentistas. Es un vicio personal, ese de hacerle calorcito a un género que no tiene cabida en el mercado. Por masoquismo, sé que escucharé lo mismo o casi lo mismo: que el cuento goza de buena salud, pero que los editores blablablá. O sea, que sigue y seguirá siendo un género maravilloso, difícil, desafiante, y quizá por eso, o por alguna razón indescifrable, no cuenta con la fortuna de tener ediciones masivas y verdaderamente bien difundidas. Pero algo habrá, otra vez, que valga la pena oír.
Será interesante asistir a la presentación del libro Los intocables, de Jorge Zepeda Paterson, libro que, como dije hace poco en este mismo espacio, se hermana en su formato con Los amos de México: un grupo de reporteros coordinados por Zepeda emprenden la búsqueda de información sobre ciertos personajes públicos mexicanos que, en este caso, se caracterizan por su “intocabilidad”, es decir, porque no hay poder humano sobre la tierra que les pueda hacer algo para desinstalarlos de su nicho. Hay varios que merecen toda la atención del lector, y se anticipa muy llamativa la parte dedicada a los gobernadores. No conozco bien a bien el libro, pero sé por reseñas (y en un rato más directamente por Zepeda Paterson) que se trata de una exploración a fondo a ese rasgo caro de nuestra cultura: el amasamiento de poder y su estrecha vinculación con la impunidad. Habrá que leerlo.
Fui ya a la presentación de El crimen de la calle Arramberri, novela policial escrita en los noventa por el regiomontano Hugo Valdés. Lo presentó, siempre con palabra sosegada y precisa, Felipe Garrido. La novela, que es sin duda una de las más importantes escritas en el norte de México en las décadas recientes, lleva ya como cinco salidas al ruedo entre la primera edición y sus nuevas reimpresiones. Aunque trata de un asunto viejo (un doble asesinato real ocurrido en Monterrey hacia 1933), tiene actualidad, pues hoy ese tipo de crímenes constituyen la regla, no la excepción.
Sigo, pues acá, en la Feria. Es pesado y entretenido al mismo tiempo. Lo bueno es la oportunidad de ver, de oír, de leer. Lo malo, tanto mozalbete que nomás congestiona y no deja caminar en paz. Está bien que la FIL sea para todos, pero ese acarreo nomás crea incomodidades. Ojalá y al menos se les pegue algo.
o
Terminal
En nuestra gustada sección “Letreros de oquis”, va: cada vez que siento un poco más de enmantecamiento inexplicable en mi zona abdominal retomo la idea de caminar con espíritu deportivo; no tengo mucha disciplina para eso, así que un día voy y tres no. Cuando sí, suelo darle unas vueltas a la generalmente inmunda Plaza del Eco. Allí hay un letrero: “Por respeto a la gente, no traiga perros”; el letrero tiene un círculo rojo y un perro en su centro atravesado con una línea en señal de prohibición. Lo que más me divierte es eludir chuchos; hay gente que lleva hasta de a tres, lo que convierte al letrero en una vacilada.