sábado, diciembre 20, 2008

Santoclós tapatío



Como una prueba más de cinismo asistencialista y vacío, el góber piadoso, Emilio González Márquez, echó a andar en Tonalá, Jalisco, el plan “Viva la Navidad” que consiste en otorgar diez millones de pesos en vales con cargo al erario estatal. La institución encargada de repartirlos será ¡el Banco Diocesano de Alimentos!, que además tendrá la justiciera misión de seleccionar a los menesterosos que se harán acreedores a mil pesos por familia para que los condenadotes agraciados (dicho esto con voz de Wash & Wear, aquel legendario personaje de Los Polivoces) se compren lo que quieran durante las fiestas decembrinas.
Inmejorable para ilustrar el altruismo ramplón es, pues, la dadivosidad insustancial de aquel mandatario estatal famoso por mezclar en sus acciones de gobierno al clero jalisquillo comandado nada más ni nada menos que por Juan Sandoval Íñiguez, mandón de la ultraderecha mexicana. No es, por tanto, irrelevante el contexto en el que se da el santoclosero acontecimiento: la inminencia de elecciones. Podemos entonces elevar la conclusión del acto “altruista” a la categoría de máxima: pronto habrá urnas allí donde veamos que un político les da migajas a los pobres. En efecto, la nota de La Jornada es incontestable: “El mandatario panista comenzó el reparto de los regalos en el acto Viva la Navidad, realizado en Tonalá, en un ambiente de mitin con miras al inicio de las campañas para las elecciones locales de julio de 2009 (que coincidirán con las federales), en las que se renovarán los 125 ayuntamientos, los 40 escaños del Congreso local y 19 diputaciones federales”.
En “Viva la Navidad” aparecieron, cómo no, los precandidatos panistas, pues el acto concentró una multitud de escuálidos ciudadanos, no cabe duda, lo que traducido al dialecto político mexicano equivale a potenciales votos. Es tal la infame vulgaridad del góber piadoso que torna irresistible la relectura de su discurso; confieso que lo leí atónito, convencido de que más bajo no se puede caer en materia de hipocresía sentimentalista y bofa. Si hasta el Teletón parece ecuánime junto a González Márquez: “Queremos ser parte de este cariño familiar en esta época del año, y por ello el equipo de Martín Hernández (secretario de Desarrollo Humano) se dedicó a trabajar de una manera muy intensa para hacer realidad este evento, el que nos permitan ser parte de la felicidad de 10 mil familias que este año tendrán la posibilidad de tener un juguete nuevo, estrenar un par de zapatos, comprar la ropa necesaria, darle a los hijos esa sonrisa a través de la cara que todos ponemos el 25 de diciembre, cuando corremos al nacimiento para buscar en el zapato, junto a la cartita al Niño Dios, lo que pudo habernos traído”. Y más, más miel asquerosa y falaz, como cuando agradeció “por permitirnos ser parte de estos momentos de felicidad con sus hijos. ¿Cuánto vale una sonrisa de los hijos? ¿Cuánto vale un momento de felicidad? ¿Cuánto vale la satisfacción del papá al saber que su hijo será atendido en su cartita por el niñito Dios?”. Carajo, ¿cómo se le puede hablar así a la gente que no tiene nada?, ¿con qué jeta se acerca uno a los olvidados para fanfarronearles que el Poder ha hecho posible la aparición del niñito Dios?
Por eso me incomoda la navidad. El mundo pudriéndose y la hipocresía santoclosera a todo trapo, imparable.

Terminal
En nuestra gustada sección “Parábolas de la inversión para el combate a la pobreza”, va: un compa muy pragmático dice que en vez de invertir en programas clientelistas los poderosos deben entregar el dinero en efectivo a los más pobres. La medida generaría movimiento de circulante y nos ahorraría discursos huecos. En vez de construir escuelas y hospitales, que les recomienden a los desvalidos que con una parte del dinero que les toque compren una enciclopedia de medio uso y unas cincuenta cajitas de aspirinas, eso para que los rubros de educación y salud sean (al menos parcialmente) satisfechos en cada familia pobre durante un sexenio. Temo que ya se adelantó el góber piadoso, pero sin prescindir de los discursos huecos y de la inoperancia del proyecto.