miércoles, noviembre 12, 2008

Qué amiguitos



¿Qué mensaje enviamos cuando enviamos un mensaje? La comunicación es compleja, y no damos a conocer necesariamente lo que queremos si no es considerado el contexto o los antecedentes que envuelven al mensaje. Un ejemplo: El Universal cabeceó ayer una nota de esta forma: “Salma Hayek es adicta a dar pecho”. La frase es inocente, y cualquiera podría leerla en sentido estricto: Salma da pecho como lo han dado y lo darán millones de mujeres en el planeta. Pero (he aquí el “pero” contextual y malicioso, el guiño del cabeceador de la nota) dado que la actriz jarocha tiene poderosos atributos pectorales no hay lector que no consuma esa información sin pensar con a) molestia; b) envidia; c) humor y d) deseo. Otro gallo cantaría si la celebridad no tuviera esas dos virtudes que junto con sus capacidades histriónicas han servido para alentar la babeante imaginación de hordas. Las palabras claves (Salma+adicta+pecho) disparan al infinito y más allá la significación de una frase inocente, tan pudorosa como la nota misma, que nada o muy poco tiene que ver con la, en el fondo, malévola cabeza. Visto de otra manera, es como mencionar la soga en la casa del ahorcado; si “soga” significa “soga” en tal o cual contexto, en la casa de quien fue colgado puede incomodar a la familia.
Así me sentí, no lo niego, al ver la reaparición de algunos nombres propios en relación al nuevo titular de Gobernación. Podrá decirse lo que sea, pero uno siente el marrazo del agravio al ver que junto al nombre de Gómez Mont circulan otros acaso más conocidos, y no precisamente por sus servicios a la patria: Salinas, Cabal Peniche, Lankenau, Fernández de Cevallos… ¿Y lo que la gente pueda interpretar? No importa. El caso es que sujetos de los que no se guarda muy feliz memoria alguna vez cruzaron sus vidas, en el negocio del derecho, con el nuevo inquilino del llamado “Palacio de Covián”, lo que demuestra que la apuesta de nuestros gobiernos siempre cruza por su fe en la desmemoria o en la impunidad.
Especiosamente se podrá afirmar que las defensas de Gómez Mont se apegaron a lo que permite la ley. Él vendió servicios profesionales, y estuvo en su derecho. Sí, pero muchos de sus clientes no fueron ante la opinión pública los mejor afamados, y todavía es hora que cargan, pese a sus libertades, estigmas que, quiérase o no, contaminan lo que rozan. Si era necesario un nuevo titular intachable en Gobernación, la intachabilidad también tenía que ver con la imagen, con el tipo de relaciones profesionales que había hecho antes de llegar al nuevo cargo.
No creo que despierte mucha confianza leer que Gómez Mont estuvo o está cerca de Diago Fernández de Cevallos, tal vez nuestro símbolo más acabado de mestizaje entre los negocios privados y la política. En el clima azogado que vivimos, era urgente una designación prudente, cuidada, sin flecos. Sé que pedir eso es guajiro, pero soy de los que, como muchos, creen que no hay aves capaces de cruzar el pantano sin mancharse.

Terminal
En nuestra gustada sección “Propaganda hilarante”, va: En las recientes campañas para las diputaciones locales vi el eslogan de un candidato que proponía hacer “Leyes con corazón”. Me pareció una joya de la demagogia, y pensé a propósito que, de llegar al congreso, ese legislador redactaría las leyes como poema de Díaz Mirón, así: “Sabedlo, soberanos y vasallos, próceres y mendigos: nadie tendrá derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto. Lo que llamamos caridad y ahora es sólo un móvil íntimo, será en un porvenir lejano o próximo el resultado del deber escrito. Y la Equidad se sentará en el trono de que huya el Egoísmo, y a la ley del embudo que hoy impera, sucederá la ley del equilibrio”. Y todos seremos felices para siempre.