jueves, agosto 21, 2008

Rosaura y sus verdades



Gracias al regiomontano Jaime Palacios, director de la carrera donde estudié comunicación, hacia 1984-86 fui lector asiduo del suplemento cultural Aquí vamos… publicado por el El Porvenir, de Monterrey. Palacios estaba suscrito a ese periódico, y cuando supo de mi interés por el periodismo cultural comenzó a obsequiarme el suplemento que, sin duda, fue uno de los más importantes editados por algún diario norteño. Recuerdo que en esas páginas leí varios artículos de Rosaura Barahona, escritora de aquellos rumbos. Tanto me agradaban sus textos que no olvidé el nombre de la autora. Ayer, gracias a una cadena de correo electrónico (habitualmente poco atractivas y desechables) volví a leer a Barahona. Es una crónica titulada “De ciudades, libros y alcachofas”, y viene al dedillo en el contexto de los resultados de la prueba Enlace. Detrás de su humor hay, creo, una tragedia nacional:
“Permítame compartir con usted algo que ilustra cierta realidad del País, cuando éste va más allá de nuestro círculo personal.
El domingo pasado, unos amigos cercanos venían de McAllen a Monterrey. Cruzaron por el puente de Pharr y les tocó verde. A 20 metros de ahí había un retén militar. Uno de los soldados les marcó el alto y los envió a revisión. Se acercó un soldado moreno, bajito y atento, pero con cierta arrogancia (ellos tienen el poder y los civiles debemos acatar sus órdenes o nos va como en feria). Entonces se dio este diálogo entre el soldado y mis amigos:
—Buenos días, señor, ¿de dónde viene?
—De MacAllen.
—¿A dónde va?
—A Monterrey.
—¿De dónde son?
—De Monterrey.
—¿A qué fue a Mac Allen?
—A descansar.
—Permítame una revisión del vehículo, por favor.
Mi amigo se dirigió a la parte posterior de la camioneta y otro soldado lo alcanzó. El primero revisó las placas minuciosamente. Regresó con una expresión de ‘Ya los pesqué en la movida’ y le dijo a mi amiga:
—A ver, señora, ¿de dónde me ‘dijieron’ que son?
—De Monterrey.
—¿Ah, sí?... ­—y añadió con un tono molesto—: ¡Entonces explíqueme por qué las placas son de Nuevo León!
Mi amiga (quien se caracteriza por hablar de más), sin dejar de ver al soldado, abrió la boca y enmudeció.
El soldado se creció ante su desconcierto y dijo con más fuerza:
—¡Acabo de ver las placas y son de Nuevo León!
Entonces mi amiga, con delicadeza, le explicó:
—Es que Monterrey es la capital del estado de Nuevo León y no ponen las placas por ciudad, sino por estado.
—¿Segura?
—Segura...
Al terminar la revisión les permitió irse. Mi amiga jura que no pudo reírse nunca.
Esos amigos, ambos profesores, son los mismos a quienes otro aduanal, en Reynosa, los acusó de ser contrabandistas de libros porque, entre los dos, traían casi 30 libros distintos. El razonamiento del aduanal fue que nadie en su vida entera puede leer tantos libros, así que era contrabando.
Mi amiga rara vez se enoja, pero cuando se enoja se vuelve horrible. Ya convertida en pantera, se bajó, sacó todos los libros que el aduanal pedía revisar, los estrelló en el banco de revisión y le gritó, entre otras cosas, que era muy doloroso saber la cantidad de droga y armas que dejaban pasar bajo sus narices, mientras detenían a dos profesores que gastaban parte de su salario en libros porque en México no hay bibliotecas actualizadas en donde se puedan leer. Y sin dejar de gritar, le pidió que llamara a su jefe.
El aduanal fue por su superior, pero éste al ver de lejos a la versión femenina del Dr. Jekyll y Mr. Hyde decidió no arriesgarse. Al volver, el aduanal les permitió irse.
Cuando nos contaron lo anterior, otra pareja compartió su propia experiencia. Hace varios años en el aeropuerto de Monterrey los detuvo un policía y les preguntó si venían de la ciudad de México o de Mexico City. Si era de Mexico City debían pasar por la revisión de aduana en la llegada internacional. Le explicaron que las dos ciudades eran la misma, pero les dijo que no y los detuvo un buen rato porque ¡venían del extranjero!
Otra amiga que va con frecuencia a su casa en Arteaga siempre pasa por retenes militares en la carretera. Todos los años nos invita a cosechar alcachofas y vayamos o no, ella trae algunas. Ya le recomendamos no traer más de media docena porque al paso que vamos, la veremos aparecer en la nota roja como contrabandista de alcachofas.
Lo anterior puede causar risa, pero es dramático. El grado de educación de muchos soldados, policías y aduanales es bajísimo, por no decir nulo. ¿Podemos, entonces, los mexicanos depender de su criterio en una situación delicada o ambigua? No. Ellos ven todo en blanco y negro y no piensan; están formados para cumplir órdenes sin cuestionarlas jamás.
El ejército, los cuerpos policiacos y los aduanales son esenciales para el funcionamiento del País. El problema es la calidad de muchos de sus integrantes. Si no tienen criterio ni capacidad de razonamiento, los mexicanos debemos estar preparados para cualquier cosa.
Por eso nos da pavor verlos con tanto poder y con armas por todos lados. Es peor que armar a un niño. El niño no tiene fuerza para manejarlas; el soldado, sí”.