viernes, agosto 29, 2008

Profes de cuarta



José G. Moreno de Alba tomó posesión el 10 de marzo de 1978 como académico de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Actualmente es director de esa institución. El único libro que de él tengo y he leído es Minucias del lenguaje (FCE, 1996), reunión de apuntes y precisiones sobre palabras generalmente usadas incorrectamente en el español nuestro de cada día. El académico añade allí algunos ensayos más generales, y creo no equivocarme si afirmo que es un libro especializado, sí, pero no inaccesible para el lego en estas materias.
Hace algunos días, obligado por una duda, lo releí a saltos, y reencontré un ensayito titulado “De filología y filólogos”. Aunque parece anecdótico, el relato de una experiencia personal, su contenido nos toca de cerca y no ha perdido actualidad. Al contrario: lo que allí narra el director de la Academia adquiere relevancia en este México de bancarrota educativa. No puedo citarlo completo en el espacio de esta columna, así que resumo algunas de sus partes: Moreno de Alba cuenta que en 1987 asistió, en Madrid, a una sesión pública de la Real Academia Española. Mayúscula sorpresa se llevó al notar que al acto concurría una cantidad muy grande de interesados, de suerte que aquello daba la impresión de ser una especie de acontecimiento “académico-social”.
El erudito mexicano hizo en automático la comparación con nuestro país. La sintió adecuada porque, salvadas algunas diferencias, el clima educativo de México y España parece más similar que el de México comparado con el de Alemania o Estados Unidos. En principio, reflexiona sobre el “prestigio social” del que goza el filólogo español, a diferencia del nuestro. Escasísimos, los filólogos son tomados como seres estrafalarios e improductivos; Moreno de Alba trata de entender la razón de tal laguna. Y ahora sí, cito textualmente estos terribles párrafos de su puño: “A mi parecer este tipo de carreras no podrán prestigiarse (socialmente, se entiende) si no se prestigia antes, en general, la profesión de la enseñanza. En nuestro país ser profesor de secundaria o de preparatoria (y aun de universidad) puede proporcionar ciertamente satisfacciones de carácter casi apostólico, pero muy difícilmente ayudará a ocupar un lugar de prestigio en la escala socioeconómica. Además del serio problema demográfico del país y de sus permanente crisis (?) [la interrogación es de Moreno de Alba] económica, que lleva a la contratación masiva de profesores mal pagados, se produce también el eterno círculo vicioso: te preparaste mal porque sabías que te pagarían poco y te pagan poco porque estás mal preparado”.
Sigue: “Debe tenerse en cuenta que en España, para volver a la comparación inicial, el profesor de instituto (equivalente a lo que aquí sería secundaria y preparatoria) es un profesionista que goza de prestigio social, pues llegar a serlo supone primeramente haberse titulado en una universidad, casi siempre como doctorado, haber ganado la plaza (de carácter nacional) después de muy difíciles exámenes y, consecuentemente, recibir salarios decorosos e iguales en cualquier parte del país. Ser en España profesor de instituto es una profesión como cualquiera otra. Eso explica que se trate de una carrera relativamente codiciada que atrae muchos estudiantes y, por ende, que los filólogos encargados de formar a los futuros profesores de filología de los institutos gocen, social y económicamente, de un prestigio aún mayor”.
Y remata: “Cuando en México el profesor de secundaria y de preparatoria tenga prestigio social y sea pagado como verdadero profesionista, los departamentos que tengan encomendada en las universidades su formación crecerán en cantidad y en calidad; la filología, como profesión, cobrará la importancia de la que hoy carece. Como se ve, la solución no sólo es difícil sino que, en los tiempos actuales, se ve prácticamente inalcanzable”.