lunes, agosto 18, 2008

Listas no tan listas



El lector suele ser generoso. Menudean, por eso, peticiones específicas a esta columneja miscelánea. Los temas que son más socorridos en esa especie de hora de las complacencias ya los tengo bien ubicados: vialidades destruidas o conflictivas, fraudes del comercio, choros políticos, seguridad pública, descuido de espacios públicos. Cuando recibo solicitudes precisas, agradezco la confianza y acostumbro contestar lo de siempre: “Hace poco escribí algo sobre eso” o “creo que es un asunto que he tratado varias veces”. El problema del columnismo es ése: por la frecuencia de las colaboraciones, a la vuelta de pocos años uno se afina como experto en generalidades. El columnista es, pues, un buzo que nada, sin remedio, en la superficie.
Pese a ello, como digo, el lector suele ser comprensivo y generoso, tanto que no deja de hacer gentiles solicitudes. Algunas son cíclicas, como la que escucho reiteradamente en julio-agosto: “¿Por qué no habla usted sobre las listas de útiles escolares?”. Mi respuesta es, para no variar, la misma: “Ya he escrito sobre ese tema, pero con gusto le damos una refriteada”. Así como, con frecuencia, remacho que, por ejemplo, el libramiento Torreón-Gómez-Lerdo es criminal y nadie ha caído en la cárcel por ese delito urbanístico, cada año he procurado dejar constancia del estropicio de lesa economía familiar y leso medio ambiente que conlleva la enorme, gravosa, delirante y, por qué no decirlo, estúpida solicitud y compra desmesurada de útiles escolares.
Ya ni batallo. Como la realidad no cambia, como las escuelas siguen en su terca dinámica saqueadora y estéril, tengo un texto-machote para la ocasión. He interrogado sobre el asunto a maestros de escuelas oficiales: ellos no pueden pedir demasiado, pues de todos modos los padres, en consonancia con sus limitaciones económicas, no admiten hacer compras fuertes de papelería. Las pulgas se cargan, por ello, a las escuelas particulares; en lo que no se repara es en un hecho harto visible: en muchas instituciones privadas los padres gimen y lloran para pagar colegiaturas, así que sumar listas desmesuradas de útiles escolares los arrincona y provoca que se desplome la economía familiar durante un par de meses, si no es que más tiempo. He consultado, de paso, a dos amigos cubanos, residentes en el país con los mejores promedios educativos de América Latina, según la Unesco. Con limitaciones, el Estado se hace cargo de todo, y bastan unos cuantos lápices, cuadernos y libros bien usados, algunos de segunda mano, para alcanzar estándares superlativos de aprovechamiento.
México es falaz en muchos rubros, y uno de ellos es el educativo, como bien lo sabemos. Toneladas de papel van y vienen, pero el aprovechamiento general es ínfimo. Por esa razón me opongo —sin mucho eco, sin mucha solidaridad, con mucha resignación, eso sí— a toda lista de útiles de escuela privada mexicana. ¿Las ha visto el amabilísimo lector? Parece que los chamacos irán a Harvard, y no al Instituto Supérate Exitosamente. Algunos buenos amigos me mostraron sus listas, las comparamos y llegamos a la conclusión de que, en nuestros ya borrosos tiempos de primaria, una familia con cinco alumnos no demandaba lo que demanda hoy un solo estudiante. ¿Y salen ahora mejor preparados? Lo dudamos. ¿Qué no son suficientes los libros de texto que distribuye gratis el Estado? ¿Los niños llegan a leerlos completos y, lo más importante, a dominarlos? ¿Para qué, entonces, pedir más? ¿Para hacerle un favor a las pobrecitas Santillana o McGraw Hill? Algo anda muy mal en todo esto.
De tal suspicacia partí para escribir, hace años, una larga vindicación de la austeridad. Austero no significa ser tonto, sino medido, inteligente, responsable, cuidadoso en el gasto. ¿De qué le sirve una papelería entera a un niño, si dejará los cuadernos y los lápices a medias? Ese es el espíritu de “Examen de un abuso” (íntegro en este blog), mi diatriba reciclable contra las listas-monstruo de útiles escolares. Recaliento aquí uno de sus párrafos, y adiós:
“Cualquier escuela privada u oficial serviría como ejemplo, pues para hablar sobre este tema todas proceden de la misma forma. Pienso en la educación preescolar y en la primaria, ya que todavía no llego a padecer los excesos, si los hay, de la secundaria y los siguientes niveles. Aclarado eso, traigo a la mesa de debate un mito: entre más abultada vaya la mochila, los niños aprenderán más. Como dicen algunos políticos: eso es falso de toda falsedad. Cualquier pedagogo con dos milímetros de frente sabe que la educación no está basada en la acumulación infinita de materiales —libros y útiles—, sino en el aprovechamiento óptimo de los que con mesura se puedan manejar durante un año lectivo. Creer que, por ósmosis, un niño que ostenta un cerro de materiales didácticos va a obtener mejor preparación, es creer que la educación es un asunto de cantidad, de exceso, de engorda porcina, no de calidad y medida. No está demostrado que un niño con dos libros y dos o tres útiles escolares aprenda bien, pero lo que sí es seguro —y basta mirar a los estudiantes que llegan a secundaria y a preparatoria y a profesional— es que millones de niños con decenas de libros y cuadernos y lápices y borradores y tijeras se indigestan con todo el material que les piden en la escuela. Debe primar, entonces, la mesura, no la arbitraria petición y compra de material que luego es subaprovechado”.