lunes, agosto 18, 2008

Édgar Valencia, doctor



Con Édgar Valencia (Ciudad Victoria, 1975) ya suman cinco o seis los amigos laguneros —pues lagunero más que tamaulipeco es Valencia— que en los años recientes han alcanzado el grado académico de doctores. En Filosofía, Javier Prado; en Historia, Sergio Antonio Corona; en Letras, Gerardo García Muñoz, Fernando Fabio Sánchez, Gilberto Prado y, recién, el autor de Oficios, Descripción de la esfera, Vestigios del origen y Reescrituras, nuestro entrañable cuate Édgar Valencia, quien el jueves 14 de agosto, a unos días de ser padre por primera vez, presentó su examen de grado en la UNAM. Sólo tengo palabras de aprecio y de respeto para Édgar, pues a su innegable talento ha unido una constancia digna de la tierra que lo vio crecer. Vaya para él, para Nelly Palafox (su esposa), para el hijo de ambos que ya viene, para su madre y sus hermanos, una felicitación y mil hurras concelebrantes, pues a humanistas de ese calibre no los vemos emerger, aquí, en las macetas.
Tengo al menos cinco con un inédito, en word, de Valencia. Serio, como siempre, nuestro escritor hurga en Alfonso Reyes y la literatura fantástica. Traigo unos párrafos; en ellos veremos que no hablo por hablar.
“Pareciera que el único preocupado por la cuestión de los géneros es el teórico literario que necesita clasificar, definir y establecer límites entre determinados textos, ya por delimitar un corpus, ya por establecer un campo de estudio. Lo malo para ese afán clasificatorio es que la literatura parece hacer todo lo contrario, va brincando cercos, nutriéndose a sí misma de géneros diferentes, de cartas, de discursos periodísticos que entran en el discurso narrativo, en el poético, y viceversa. Además, entre otras calamidades, los géneros no sólo son literarios, esta manía taxonómica abarca prácticamente todo, ya que tenemos también a las artes, el cine, la pintura, la música y sus correspondientes subgéneros.
El estudio de la literatura fantástica siempre ha comenzado por acreditarse con un discurso referente al género, diversos trabajos seminales inician su discusión argumentando la valoración de este tipo de literatura en el corpus de la historia de la literatura, quizá pensando en alguna herencia, delimitando cierto terreno sobre el cual se irá construyendo el ‘género’. Pero recientes aproximaciones a la discusión genérica hacen que en nuestro inicio, si bien demuestra cierta nostalgia por esa tradición a los comienzos, trataremos de realizar una acercamiento acorde a las teorías de nuestro tiempo, que es el punto desde el cual rearticulamos el discurso fantástico, nuestro aquí y nuestro ahora.
Desde Aristóteles, quien inició la discusión con el retomado caso de la mimesis, y su división de géneros, se abrió una discusión que sigue hasta nuestros días. Alfonso Reyes nos recordaba cierta omisión aristotélica, la cual devino en malas interpretaciones por parte del retratismo realista: ‘[A Aristóteles] Ni por sospechas se le ocurrió —aunque vagamente anuncia las posibles transformaciones futuras del género— que pudieran llegar a darse tragedias en prosa. [...] Tratando la concepción de la historia en Herodoto, decía Alfred Croiset en un artículo de revista: ‘Pasa con la historia como con la tragedia, que lleva el mismo nombre bajo Luis XIV y bajo Pericles, aunque en cada época ese nombre designe una cosa distinta’. De todas maneras, el distingo aristotélico se mantiene: aunque Empédocles haya escrito en verso, su obra no es poesía, sino filosofía o ciencia; y aunque los mimos de Sofrón y Jenarco estén en prosa, lo mismo que ciertos diálogos platónicos, son poesía. Hay que buscar las esencias más allá de las arbitrariedades lingüísticas’.
Cada época plantea un canon genérico que pareciera obedecer al impulso de su tiempo, descartar ciertos términos y hacer apología de otros. En ese tenor incluimos esta pregunta: ¿la literatura fantástica es un género o un subgénero?”.