domingo, abril 20, 2008

Dime con quién difamas



Dime con quién difamas y te diré quién eres. Así es. La derecha yunquísima ha mejorado su tecnología de punta insultativa con el espot que emplea a los héroes con los que al alimón se inspira y se avergüenza. Creo que es una innovación a la propaganda goebbelesiana: recurrir a los iconos del santoral político propio para zaherir al enemigo, eso a sabiendas de que tales imágenes no son nada rentables ante la gente. Es como si un americanista quisiera insultar a un seguidor de las Chivas diciéndole que tiene cara de Monito Rodríguez o cuerpo de Carlos Reinoso. Algo por el estilo, tan raro que es difícil de explicar. Una auténtica maravilla del autogol ideológico.
Apenas el jueves recordé la estratagema propagandista del PAN para recuperar terreno ante su evidente pérdida de simpatizantes en 2006, aquella campaña de estiércol que demostró la asfixia blanquiazul, cuando ya el viernes estaba en circulación el descerebrado espot que compara a los coaligados en el FAP con Hitler, Mussolini, (aquí les faltó Franco, pero Aznar se hubiera molestado) Pinochet y Huerta. En síntesis, se compara al FAP con cuatro gorilas totémicos venerados regularmente en lo oscurito por todo buen derechoso bien nacido.
Supongo que es incómodo para muchos políticos mexicanos con esvástica que su prócer del Tercer Reich sea usado para difamar al enemigo; quizá no hay de otra: ante la inviabilidad de sus agandalles reformistas y ante la movilización popular (que ellos no pueden impulsar, pues su poder de convocatoria es nulo) no han tenido más remedio que mostrar el músculo mediático otra vez gracias a papá Televisa y a mamá TV Azteca. Y otra vez han inventado el caballo de Trojan (de Trojan porque es más guango que un preservativo) de una asociación civil cocinada ex profeso y por un rato para “firmar” el espot autodenigratorio.
Lo podemos ver cuando queramos en You Tube, si es que lo retiran de la tele cualquier día de estos. Ya lo conocemos: Hitler, Mussolini, Pinochet y Huerta son usados para coscorronear al movimiento que ha salido a las calles con el fin de evitar el secreto negociazo con los hidrocarburos. Hace una semana hubiera sido impensable. ¿Cómo, nos preguntaríamos, cuatro dictadores de la peor ralea para asimilarlos a la figura, sobre todo, de AMLO? Es un disparate. Un disparate por lo errático de la comparación y por la muy diferente estatura histórica de los personajes muertos con el todavía vivo. Si hasta parece el trabajo escolar de un comunicólogo a mitad de la carrera queriendo hacer méritos frente a un profe cabeza rapada.
Un comentarista de You Tube, por cierto, da en el clavo y enseña sin querer lo que deseo explicar (hago copy/paste textual): “stricto sensu nunca menciona el narrador a AMLO sino a ‘PRD, PT y Convergencia’. sin embargo, la alusión es obvia con su imagen y la estructura del formato. ahora, ya quisiera AMLO encontrarse en la categoría de un Hitler, por ejemplo. pero no, es sólo un simple perdedor que no le queda otra en el panorama político que dar patadas de ahogado…”.
Tiene razón el que escribió eso. Desde el punto de vista de la gravitación histórica, nadie en México estará nunca a la altura de Hitler. Al mismo tiempo, el redactor de ese apunte insinúa con el ambiguo término “categoría” su admiración al Führer: ¿se referirá con “categoría” a nivel, estatus (“está en otra categoría”), o a “calidad” (“es de gran categoría”)? Sea lo que sea, queda claro que el espot es un disparate para cualquiera, incluso para quienes admiran al líder del Partido Nacionalsocialista Alemán, que son bastantes afiliados, por cierto, a las huestes del nazismo a la mexicana, algo así como el nazismo-diazordazismo-pensamiento Luis Pazos, “ideología” que afloró recién en muchos intelectuales que exigieron, mediante sesudos artículos, un pronto tlatelolcazo a los levantiscos.
Estaremos de acuerdo que en México hay poca participación política. Eso ha provocado que unos cuantos mastines se erijan dueños del país y hagan lo que se les antoja con la Constitución y con la cosa pública. Decimos que hay partidocracia, que ya no les creemos a los políticos, que padecemos el cáncer del escepticismo. ¿Y qué hacemos? Nada. Y cuando alguien hace algo, cuando se manifiesta, cuando se organiza, de inmediato pensamos que es un iluso, un romántico, un ocioso, un izquierdista, un comunista, un queseyó; ahora el gobierno de las manos sucias de fraude ha improvisado algo más, inédito en la historia de la comunicación réproba: usar a sus penates para injuriar al enemigo. Ya no hay principios, señores, ya no hay. O como decía Groucho Marx en aquella celebérrima boutade que ahora ilustra bien el proceder de la derecha chichimeca: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. Todo sea por no perder lo importante: el poder y el platal.