viernes, abril 04, 2008

Colaboración para Acequias 43



Colaboré en el número 43 de Acequias con el artículo que aquí calco:

Testimonios en el caos:
el blog como archivo al aire libre


Jaime Muñoz Vargas

Supe de los blogs en 2003 o 2004, y no me entusiasmaron mucho al principio. Me parecieron de entrada espacios dedicados al desahogo o al tiroteo inofensivo entre cuates, una especie de mesa cantinera en la que todos hablan a los gritos y nadie escucha. Para entonces yo había diseñado ya, con el “rudimentario” programa Front Page, una horrible página web de Geocities en la que me había propuesto publicar algunas muestras de mi escritura y fotografías. De inmediato advertí que no servía, que muy pocos o nadie iban a visitarla y que su aspecto simplón no colaboraba lo suficiente para atraer miradas. Llegué incluso a usar palabras escépticas y desafiantes en su presentación:

Este es un espacio modesto. Lo he diseñado apresuradamente, con las uñas y con las herramientas que ofrece el cuasicavernícola programa Front Page. Su primer propósito es negarse a ser, como ocurre con frecuencia en la red, una bonita pantalla de televisión. No hay en este sitio, entonces, una sola imagen sorprendente ni un solo efecto audiovisual. Lo único que me movió a construirlo es el deseo de compartir palabras y, de paso, dibujos y fotografías. Desde hace veinte años mi pasión/profesión es la literatura. Hasta antes de la llegada de internet creía que ella, la literatura, sólo podía comunicarse por medio del papel, así que desde mis iniciales tanteos con las letras me dediqué a juntar y a publicar libros y periódicos compartidos luego por medio de clases, conferencias y reseñas. Ahora me inauguro en este espacio, en este nuevo y descomunal soporte, como le llaman los expertos de la www.
Publicaré aquí algunas muestras de mi producción como escritor, como periodista cultural y como editor. Habrá cancha además, como ya dije, para los horrendos monos y las tal vez no tan deplorables fotos de mi producción.
No distraigo más a los escasos y esporádicos visitantes de este sitio. Me daré por satisfecho si encuentran un párrafo de su consideración. Ojalá. De veras me daría mucho gusto que así fuera. Si no, “¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío...?”, como bien preguntó el Manco al inicio de su Libro.

Unos meses después de haberla puesto en órbita, desistí de ese emprendimiento y “tumbé” la página. Casi simultáneamente supe que habían inventado el blog y que varias compañías abrían gratis la puerta a los usuarios de internet para crear estas bitácoras interactivas de facilísima elaboración.
Pese a que crear un blog era desde aquel momento sumamente sencillo, no me animé a tener uno propio por lo que ya dije: ¿de veras tendría tiempo alguna vez para llevar un diario de mis emociones, de mis opiniones, de mis estados de ánimo? ¿De veras quería mostrar al público la intimidad de mis reflexiones? ¿Habría en el mundo alguien interesado en leer eso? ¿Valía la pena exhibir lo que uno piensa a cada rato sin mayor convicción? Las respuestas a todas esas preguntas tendían a ser negativas, de ahí que pospuse indefinidamente la apertura de un blog, mi blog.
Pasó un tiempo no muy largo, de meses quizá, y noté un hecho interesante: por trabajo alimenticio escribo cinco veces a la semana una columna para La Opinión Milenio. Tengo allí total libertad temática, aunque destaco, por interés personal, lo literario, lo político y lo mediático (televisión y prensa escrita, sobre todo). Uso de vez en vez el espacio para opinar sobre los minúsculos haceres que enfrenta cualquier ciudadano, como ir al banco, como conducir un coche, como beber un trago, temas que me dan para breves crónicas de vida cotidiana con algún fleco “antropológico” que expreso en primera persona, eso para evitar en lo posible las generalizaciones. Pues bien, aunque la columna circula en el ámbito lagunero gracias al soporte de papel, y aunque también es “subida” diariamente a la web del diario, con relativa frecuencia, por curiosidad de algún lector, me veía obligado a prometer el envío vía mail de tal o cual texto de la columna. Para quitarme de encima tal engorro y agilizar el trámite de compartir los textos solicitados, decidí crear un blog.
No es, en este caso, un aparador de lo que pienso, sino un depósito, una especie de archivo que contiene básicamente los recortes de cada una de las entregas con las que nutro mi columna y que para efectos prácticos tengo allí por si alguien que no los ha leído en el diario (en papel) y, pasado un tiempo, me muestra interés en leerlos. Poco o nada uso el blog, por ello, para escribir directamente, para soltar párrafos a quemarropa. Lo que trepo allí, entonces, tiene al menos un día de haber sido publicado en el periódico, y sé que en ese espacio estará a disposición de cualquier lector del mundo, aunque sobre esto nunca abrigo demasiadas esperanzas pues siempre me ha parecido presuntuoso (o ingenuo) desear que a uno lo lean miles de personas. Es un defecto de apocamiento, no de modestia, que nunca he podido superar.
Como es un depósito de mi columna (columna que es al mismo tiempo un depósito de mis intereses permanentes y coyunturales), no he maniobrado para hacer que el blog aparezca en otros blogs ni le he sumado ligas a otras páginas. Esto podrá sonar extraño, quizá egoísta y poco dado a la interacción que hoy se da en el internet. Lo que ocurre es que el cruce de páginas me produce la sensación de caos, de laberinto inextricable, y apenas me he dado margen para subir a las carreras la columna y ya, luego salir huyendo de allí hasta no tener un nuevo texto para sumar.
Por otro lado, luego de crear el blog, cuya dirección es rutanortelaguna.blogspot.com, pensé que era suficiente con el texto. Algunos meses después noté que una imagen de aderezo a cada opinión, si bien no es indispensable, ayuda a vestir mejor cada post, de manera que me impuse la tarea adicional de buscar fotos (o tomarlas yo mismo, si el tema lo permitía) y añadirlas a la par de los textos. Con esta práctica, si uno mira bien, se completa el trabajo editorial en un sentido harto primario, pero ya periodístico.
Recapitulo: ante la infinita emergencia de páginas, de blogs, de recursos que la red ha dispuesto a todo el que use una computadora con internet, no creo que los aportes personales valgan la gran cosa. Siento, más bien, que el blog o la web personal pueden servir al escritor y al periodista como almacén de sus trabajos, como archivo al aire libre absolutamente disponible para aquel que, en la selva informativa de estos tiempos, apetezca leer o releer lo que uno ha colgado en esas páginas casi resignadas al monólogo. Creer que el blog puede lograr algo más que eso es, insisto, presuntuoso o ingenuo. Me conformo con saber que, en lugar de un amontonadero de recortes de papel con textos ya publicados e inaccesibles, allí está ese cajón virtual que acomoda y fecha cada entrega, un archivo al aire libre útil para lo que se ofrezca y cuando se ofrezca.