sábado, marzo 08, 2008

Bienvenidos al Encuentro



Una llamada telefónica al celular y dos “mensajitos” impertinentes me llegaron mientras leía mi bienvenida al Encuentro de Escritores Coahuilenses que comenzó ayer y termina hoy, esto en el Teatro Martínez (de 11:00 a 14:30). La situación fue algo cómica, de Mr. Bean, pues mientras yo leía o trataba de leer con solemnidad (que por cierto no me calza bien), los empleados que tengo en la Bolsa querían comunicarme cómo iban mis acciones. Pero no los atendí; por el surrealismo de la escena, apagué como pude el jodido celular y frente al público tiré a pujidos el siguiente brindis:
“En varias ocasiones he tratado de expresar por todos los medios a mi alcance que nadie se va a ocupar de nuestras letras si no lo hacemos nosotros mismos. Esa es una verdad que obtengo cuando miro lo que ha pasado y pasa con la crítica en el DF o en otras capitales literarias importantes como Guadalajara, Xalapa o Puebla: los críticos de aquellos rumbos atienden con profundidad y resultados diversos a los autores que de manera frontal u oblicua viven o han sido editados en la capital del país. Pongo tres ejemplos: Sergio Galindo, de Veracruz; Agustín Yánez, de Jalisco e Ignacio Solares, de Chihuahua, han vivido y/o publicado lo suficiente en el DF, luego entonces sus obras hallan críticos.
No es el caso de los autores que, radicados y publicados en provincia, tienen que atenderse a sí mismos así sea para escudriñar sus obras con una reseña periodística que resalte los valores y las deficiencias, si las hay, de nuestros productos literarios. Difícilmente llegará un crítico de otra parte a dar cuenta de lo que hacemos, difícilmente algún académico norteamericano se tomará la molestia de investigar sobre nosotros, de ahí que siempre urja y sea bienvenido el asedio de nosotros mismos a lo que escribimos.
Aunque es posible, no pienso en tesis de maestría sobre ‘la percepción del desierto y lo sagrado en la obra de fulano de tal’. No voy tan lejos, no pido tanto, aunque debo reconocer que algunos autores ya podrían servir para trabajos de gran calado, académicos. La crítica que, creo, para empezar, nos hace falta, es la primera, la que orienta a los lectores de periódicos y revistas, la que esboza de manera general las líneas temáticas y estilísticas de un poeta, la que descubre una voz nueva en el eriazo, esto para que la gente, el lector de a pie, el ciudadano literario, vaya haciéndose de un cuadro más o menos claro de lo que se hace ora en Saltillo, ora en Monclova, ora en Torreón, ora en Piedras Negras.
Esa es, sospecho, la bondad de la propuesta que palpita en este encuentro. No sé qué resultados vayamos a obtener. Ignoro si esta reunión sentará bases para nuevos emprendimientos de similar índole. Lo que sí quiero pensar, lo que sí quiero desear, es que esta reunión sirva para que reflexionemos sobre la reflexión que siempre nos hemos adeudado, para que enfaticemos la importancia que tiene la crítica de nuestras obras. Insisto: si no hacemos crítica de la literatura que gozamos y padecemos y ha nacido aquí, nadie vendrá a esculcar en nuestros cajones.
La literatura de Coahuila goza ahora no de cabal, pero sí de buena salud, como lo testimonian sus muchos autores y sus muchos reconocimientos nacionales; nada más el año pasado, un torreonense, un saltillense y un monclovense, los tres jóvenes, ganaron sendos premios nacionales en novela, cuento y poesía. No estaría nada mal, entonces, que procuremos dedicarnos un tiempo a hurgar en lo que hacemos. Que sea este encuentro catapulta que nos impulse a pensar, al menos, en el valor de tan noble propósito”.
Tal fue el maquinazo que tuve a bien (o a mal, no sé) leer en la bienvenida. Escribo ahora esta columna, como siempre a la carrera, en el receso del Encuentro; puedo decir, ya a las tres de la tarde del 7 de marzo, que es un logro del TIM y del Icocult haber reunido a un buen contingente de escritores coahuilenses. Y lo que me parece más destacable: la presencia de jóvenes escritores, lo que alienta a pensar que nuestras letras seguirán luchando por alcanzar una posición importante en la literatura mexicana. Haber visto allí a Carlos Castañón, a Marco Chávez, a Nazul Aramayo, a Carlos Velázquez, a Gerardo Monroy, a Alejandro de la Oz, a Alejandro Pérez, a José Juan Zapata, a Pepe Cháirez, a Mariana Ramírez y a otros que de momento sólo dejo al margen por falta de espacio, es un hecho que de veras me contenta.
Hoy continúa, pues, el encuentro. Por modesto que parezca, algo bueno saldrá de todo esto, lo aseguro.