jueves, febrero 14, 2008

Gómez Falacio, Dudando



Sobre la política ficción, los hechos, la realidad como se ve en la calle. Ese es el sentido que Ludwing von Rochau le dio en 1853 a la “realpolitik”, es decir, a la política del realismo y no a la política de la machacona falacia construida con discursos y análisis que sólo sirven como espectáculo de merolico. Si nos atenemos a ese tipo de visión, en Gómez Palacio avanzan los resultados sobre el papel, se cumplen las “promesas” de campaña con prontitud publicitaria, pero la verdad es que la ciudad no ha salido del sempiterno caos ni de la tenaz rancheridad a la que nos tiene acostumbrados.
¿En qué se nota lo que afirmo? En todo, o en casi todo, pues hay una mínima zona (el Campestre) que nunca ha perdido su condición de gueto al revés. Lo demás no deja de lucir deslucido, como víctima del atraso al que lo ha condenado la politiquería de “acuerdos” (por Gómez Palacio) como el que impulsó el hoy alcalde Rebollo cuando según él no andaba en campaña y sólo quería el bien sin mirar a quién.
De veras que produce una ingrata impresión asomarse a la realidad gomezpalatina con ojos medianamente abiertos. Abrirlos por completo y observar con crudeza la obra pública no es posible, pues uno corre el riesgo de sucumbir ante el horror. ¿Dónde está la ciudad industriosa, moderna, progresista que el alcalde anunciaba como metralleta con aquella puerilidad de los “cómos”? ¿Cuáles “cómos”? ¿Para qué esa propagandilla chafa que se viene abajo al primer gancho al hígado disparado por la realidad? Pobre Gómez Palacio, pobres gomezpalatinos, tan lejos de dios y tan cerca de las paparruchas que sus políticos repiten con carraspientos altavoces como si fueran carritos de verdura con grabación incluida.
Es evidente pues que la obra pública ha quedado sistemáticamente a deber, a tal grado que resulta lastimoso, como digo, asomar el pico por allá. ¿En dónde están sus instalaciones deportivas? No los campos aterrados para el fut, no las canchas de básquet infumables, sino una verdadera zona verde y limpia en la que las familias (los jóvenes en primer lugar) tengan la oportunidad de alejarse de las mil y una cervecerías, expendios, cantinuchas y puteros que cunden por toda la ciudad hoy dizque gobernada por Ricardo Rebollo. Lo que veo (no sé si aprecio mal) es la multiplicación de los espacios para el enviciamiento, no una política que contrarreste con creación de espacios deportivos el incesante flujo de cerveza y demás líquidos afines las 24 horas del día, es decir, siempre.
En materia de vialidades ni para qué hacer consideraciones con tinte de esperanza. Todo parece avanzar a la deriva, sin más norte que un voluntarismo (seamos generosos) digno de rechifla. Paso muy seguido por el bulevar Miguel Alemán, y nunca ha dejado de alarmarme el simulacro de inversión que allí se topa el ciudadano. Atravesemos ahora, por ejemplo, ese tramo a la altura de la Mina y Aldama: si el Alemán, que se supone es la arteria estelar de Gómez Palacio, está plagado de baches, ¿qué podemos esperar de otras tantas calles y avenidas más modestas y con menor flujo de vehículos?
No quiero dejar de comentar, y lo haré en otro momento, otros puntos importantes de la segunda ciudad más “próspera” de La Laguna. Son tantos que el tema da para escribir una enciclopedia del rezago. Me llegan con cierta frecuencia algunas cartas de gomezpalatinos muy interesados en que también me ocupe de su (nuestra) ciudad, y voy a tratar de darles (literalmente) desahogo. Creo que lo merecen luego de los aluviones de política ficción tanto del actual gobierno municipal como del estatal, pues Ismael Hernández Deras también tiene lo suyito en materia de imaginería desarrollista.