lunes, enero 29, 2007

Sobre el papel en Nomádica

Va la colaboración al número anterior de la revista Nomádica:

Papel del papel

La invención de la escritura trajo consigo la necesidad de perpetuarla. Los primeros escritores, por llamar de una manera cómoda a quienes escribieron en el borroso pasado, se vieron de inmediato ante ese problema: ¿qué hacer para que los signos permanezcan en la materia, qué hacer para que no se evaporen con el paso del tiempo que todo lo carcome? Cualquier libro o enciclopedia que nos hable de la historia de la escritura consigna las variadas respuestas que muchas civilizaciones dieron a esa necesidad: tablas de arcilla, trozos de madera, pequeños bloques de roca, algún metal blando, cuero de animal, papiro, diversos fueron los recipientes físicos de la palabra escrita. Ninguno, sin embargo, lo suficientemente fuerte y duradero y accesible y maleable como esa pasta que desde China cubrió al mundo: el papel.
No era, no es el papel la materia más sólida ni la más resistente al tiempo y a los elementos, pero a diferencia de otras superficies susceptibles de ser usadas para escribir, tiene atributos que la hacen, o la hacían, inmejorable: porosidad exacta para asimilar el contacto de la tinta, delgadez perfecta, peso ínfimo, resistencia muy decorosa y precio bajo; todas esas condiciones garantizaban la perdurabilidad de la escritura, dado que el deterioro de una obra podía subsanarse con una copia, o varias copias, del contenido. Desde su invención, el papel fue sin duda el soporte favorito de quienes querían dejar un testimonio escrito, cualquiera que fuese. Así, ya durante la Edad Media había una poderosa cantidad de bibliotecas en los monasterios y un ejército de “impresores”, que es el nombre que hoy les podemos dar un poco en broma a los copistas (o copiadores) de libros. Esos hombres, como bien lo quiere retratar El nombre de la rosa (la novela o el film), pasaban sus días transcribiendo uno por uno los libros importantes para salvaguardar al conocimiento de la humedad y la polilla, los mejores aliados del tiempo, feroz deteriorador del papel.
El esfuerzo de los copistas rindió el fruto deseado: los libros que tal o cual persona u orden religiosa consideraba fundamentales, eran multiplicados a mano, lo que garantizaba la vida del volumen, la vida de su contenido, una vida que estaba más allá de la finitud humana. La escritura, así, gracias a esa materia prima delicada, económica y resistente, tuvo al fin la certeza de comunicar el saber de manera transgeneracional, ágil y eficaz. Pero, pese a los notables afanes del copismo manual, cada librote tardaba en tener un gemelo tanto como demorara cada copista en transcribirlo. Aunque seamos concientes de que nuestro concepto del tiempo y la tardanza es muy distinto al medieval, no deja de ser legítimo calificar de “lento” al proceso mediante el cual los libros se multiplicaban. De ahí el valor de cada ejemplar, pues todo era hecho a mano, letra por letra, palabra por palabra, hoja por hoja.
A esta “lentitud” le puso brutal remedio la imprenta de tipos móviles. Un molde con una o dos columnas de texto, unas cuantas decenas de caracteres de metal, una prensa, tinta y papel, fueron los instrumentos que acabaron por hacer obsoleto el oficio de copista. A la calca a mano le sucedió la reproducción mecánica; eso fue un pequeño paso para Gutenberg, pero un salto de Bob Beamon para la humanidad: al fin la escritura tenía un recipiente perfecto, el envase ideal para vaciar allí palabras. Cada página era compuesta por el número de caracteres que demandara, y esa forma fija quedaba físicamente multiplicada, como un grabado, tantas veces como fuera necesario. El libro no sólo bajó de precio en ese buen ejemplo de producción en serie, sino que permitió una distribución más rica de los ejemplares y una vertiginosa democratización del conocimiento.
La galaxia de Gutenberg, es decir, la Era del conocimiento codificado con tinta sobre papel, llega hasta nuestros días, sigue entre nosotros como si nada, como si no viviéramos ya, de una manera repentina, en la galaxia de Gates. Pese a la digitalización de nuestras vidas, el papel sigue allí, en millones de documentos, en libros, periódicos, folletos, carteles, facturas, boletos, cuadernos, diplomas, cheques, billetes, postales, estados de cuenta, convenios, herencias, códigos, actas, recibos de honorarios, notas de remisión, cómics y en revistas como ésta en la que aquí me comunico.
Recién estuve en la edición veinte de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Si bien ya son vendidos muchos discos compactos con nutrida información, el protagonista de la fiesta sigue siendo el libro gutenberiano. ¿Cuál será el destino del papel? ¿Qué tanto bien o qué tanto daño provocará al ambiente si lo sustituimos por el plástico de las computadoras y los discos? Son preguntas muy grandes como para responderlas con mi débil intuición. Lo único que sé es que el papel del papel ha sido determinante como dinamo del conocimiento humano y por eso siempre trato de respetarlo. Tan grave como tirar el agua es tirar el papel, creo. De hecho, en el fondo son la misma cosa.

Un Garfias recobrado

Traigo íntegra una “grata”, como les decían endenantes a las cartas, de mi amigo Paco Valdés, el ambientalista cuya aportación periodística aparece aquí al ladito, a mi izquierda [en el periódico La Opinión Milenio]: “Como bien sabes, el gran poeta salmantino Pedro Garfias vivió brevemente en Torreón a finales de los 50s. Yo tengo una vaga memoria de él como un señor que se reía muy fuerte y, como niño de 5, 6 años me parecía muy chistoso y me contagiaba la risa. Quizá se fijó en mi memoria por la cercanía de su apellido con ‘Capitán Garfio’. Muchas mañanas y tardes de mi infancia las pasé en las tertulias de los refugiados españoles en el Apolo Palacio. Me llevaba ahí Maria Luisa Celorio, republicana exiliada, maestra y directora de la Alianza Francesa y mi madrina de bautizo, mayormente conocida como ‘Madame’”.
Luego de esa entrada, Paco añade: “Encontré en algunos papeles viejos de mi padre el siguiente poema, impreso en una tarjeta que en la portada simplemente dice ‘Adiós y gracias’”. Lo que viene a continuación es una maravilla. Ignoro si este poema de Pedro Garfias es conocido o no, si alcanzó a recogerlo en sus obras completas. Es lo de menos. Lo de más es que entre Paco e Isabel, su hermana, lo hallaron entre los papeles de don Bulmaro y aquí está, para deleite del lector actual. Busqué en la cómoda Wikipedia algunos datos sobre Garfias; dice allí que nació en Salamanca, España, el 27 de mayo de 1901, y que murió en Monterrey, México, el 9 de agosto de 1967, o sea que este año se cumple su cuarenta luctuoso. De la enciclopedia internética traigo este anómalo comento, donde el trago y el periodismo parecen dos vicios útiles para la evasión: “Cantor de Stalin como su prologuista Juan Rejano y demás demócratas defensores de la Cultura, acabó refugiándose en el periodismo y en el alcohol”. He aquí el poema de Garfias que me mandaron Paco e Isabel:

“Señora de Siller, Madame y Salvador...
—pongan aquí su nombre mis amigos—
Sería imperdonable, enumerándolos
caer en un olvido.

Los que lean estas líneas
saben a quienes me dirijo.
Aquí la voz que alimentó mis sábados,
aquí la casa abierta, el trigo limpio,
la mano franca y generosa, el gesto,
la paciencia de Dios y el buen estilo.

Todo para un poeta viejo y triste,
alcoholizado y mísero y maldito,
con un doble dolor sobre los hombros:
el reconocimiento y el despido.

Despedirse,
arrancarse la piel, casi es lo mismo.

Pobre de mi voz última,
tartamudeo, olvido.
Mi voz futura ha de quemarse
solapara cantaros y para sentiros.
—Los que lean estas líneas
saben a quienes me dirijo—

Os debo un homenaje.
Aceptad mi palabra.
No he de morirme, sin rendíroslo.

Pedro Garfias / Torreón, 1959”.

As del desempleo

Insistamos en las falacias de la campaña ruin con la que apuntalaron el agandalle de la presidencia de la república. Además del terrorismo mediático (que comenté otra vez ayer) contra el supuesto populismo tenebroso que ahora practican con un cinismo digno de Diógenes, los persignados en el nombre de dios y del dinero articularon dos mensajes que no se olvidan por más que otras escorias cundan por la patria: el Felipe candidato propaló la divertida especie de que tenía las manos limpias y de que era, o iba a ser, el presidente del empleo. Sobre el primer mensaje, no pasaba de ser una metáfora cuya hipocresía se ubicó muy cerca del golpe de pecho fariseo al que son adictos los próceres del Fobaproa. En cuanto al segundo estribillo, se llegó a decir que fue el bazucazo propagandístico que hizo la diferencia, pues mientras otro candidato garantizaba falta de oportunidades y miseria casi haitiana, además de violencia y dictadura macuarra, el michoacano aseguraba un reino de chances para que a todo mexicano ya no lo jodiese nunca más el fantasma del desempleo. Dos meses después de haber entrado a blanquillo en Los Pinos, en el breve reinado del presidente del empleo se les ha puesto en su máuser a 256 mil empleos. Las cifras asustan más que Transilvania de noche; según datos del IMSS difundidos ayer, los primeros 45 días del calderonato han servido para que “entre el primero de diciembre de 2006 y el 15 de enero de 2007, unas 5 mil 567 personas, que se encontraban empleadas en el sector formal de la economía mexicana, quedaron sin ocupación hasta reducir en 1.8 por ciento el número de trabajadores inscritos en el Seguro Social hasta antes de que se diera el cambio de gobierno”.
Seamos, sin embargo, sensatos: el nuevo mandatario tiene poco tiempo en la usurpación del cargo y no se le pueden cargar todas las pulgas de este prematuro fracaso, pues hay inercias que atraviesan sexenios. Pese a eso, no deja de ser irónico que un eje de la campaña panista haya sido el del empleo y los primeros resultados en el rubro le sean tan adversos, tanto que en un lapso cortísimo el número de trabajadores registrados en el Seguro Social disminuyó de 14 millones 145 mil 371, a 13 millones 889 mil 292. Sólo en la primera quincena de enero, agregan los datos del IMSS destinados al INEGI, “fueron despedidas 76 mil 266 personas que tenían empleo formal. De ellas, 70 mil 765, es decir, casi 93 por ciento del total, eran trabajadores contratados como permanentes; mientras 5 mil 501 eran eventuales”.
Yo ya puse mis barbas a remojar. Por si las moscas, también, ya compré mi canastita para vender semillas, chicles y garapiñados.

viernes, enero 26, 2007

Populismo bueno

Uno de los asustados argumentos de los demócratas contra el potencial Hugo Chávez de México fue que, por su recalcitrante populismo, era un peligro para México. En su propaganda negra a los locutores se les llenaba la tremendista boca cuando afirmaban que votar por el hijo de su peje madre era apostar por un futuro de país sembrado de penurias, de violencia, de caos, de populismo. Elegirlo a él será, insinuaban los anuncios de aquella campaña miserable, entrar al Apocalipsis sin Mel Gibson para filmarlo.
Eso ocurrió hace apenas seis meses, pero parece que ha pasado un siglo, pues en el tráfago informativo en el que vivimos la mente tiende a olvidar lo que apenas fue enunciado ayer. Las exageraciones, las mentiras, las ocurrencias del CCC, de Fox, del PAN y del yunquismo que los abraza a todos dieron como resultado un misterioso y por tanto siempre cuestionable triunfo al actual titular del poder Ejecutivo.
No ha transcurrido, sin embargo, un par de meses desde que calzó la banda presidencial y ya se convirtió en el novato del año en materia de populismo. Junto a las medidas puestas en marcha por el presidente, muchas de Hugo Chávez palidecen sin remedio, de donde se puede inferir que hay un populismo malo y un populismo bueno. El populismo malo consiste en ayudar a los desvalidos, en bajar los sueldos de los funcionarios públicos, en crear programas de asistencia social; en contraste, el populismo bueno impulsado por la derecha mexicana consiste en ayudar a los desvalidos, en bajar los sueldos de los funcionarios públicos, en crear programas de asistencia social.
En pocas palabras, es la misma vaina pero manejada por diferentes fulanos. Lo extraño es que su repercusión mediática no es pareja: la tv, por ejemplo, da a conocer los nuevos programas de gobierno pero jamás recuerda que son “populistas”. Aunque lo sea, el señor presidente no puede ser populista. No lo es cuando regala atención médica a los bebés que durante su sexenio nazcan en plena indefensión; no lo es tampoco cuando él se baja tres pesos de sueldo; no lo es cuando propone que se establezcan claramente las jerarquías y ningún funcionario gane más, por caso, que el presidente de la república. No fue populista la semana pasada, al establecer un precio tope para la tortilla, o no lo fue ayer, al anunciar que incrementará tres mil millones de pesos al populistísimo programa Oportunidades, ello como apoyo adicional para que cinco millones de familias que viven con una mano adelante y otra atrás (y que por tanto no las tienen limpias) se puedan dar una ayudadita energética.
Líbranos pues, señor, de populistas malos.

jueves, enero 25, 2007

Algunas efemérides del 07

Una apunte casi de socialitos: en 2007 celebraremos aniversarios (natalicio o muerte) de varios iconos contemporáneos. Más adelante les dedicaré un texto a cada uno; hoy apenas los menciono a las carreras.
Frida Kahlo nació el 6 de julio de 1907. Se cumple pues, exacto, el aniversario cien de su llegada al mundo. De vida literalmente accidentada, sufrió poliomielitis en su infancia y años después un percance de tránsito que acabó de lastimarla. Su pintura es hoy, lo sabemos, motivo de orgullo nacional y tema fílmico, lo cual a veces torna insoportable las poses de sus muchos admiradores esnobs.
Diego Rivera murió el 25 de noviembre de 1957, hace medio siglo. Pilar del movimiento muralista mexicano, Diego es uno de los creadores más polémicos del siglo XX. Su obra es la manifestación artística de las ideas políticas que abrazó casi toda su vida, un pensamiento que a su vez inspiraba a buena parte de la comunidad artística internacional que se identificó, en el amanecer de la Guerra Fría, con el socialismo.
Enojón, sarcástico, uno de los más exquisitos escritores del siglo pasado, Vladimir Nabocov murió hace treinta años, el 2 de julio de 1977. Eso ocurrió en Montreux, Suiza. Célebre por la autoría de Lolita, su obra cumbre, este ex aristócrata ruso que escribía en tres idiomas armó una larga saga de novelas que hoy goza de numerosos incondicionales: El hechicero, La defensa, Pálido fuego
Gabriel García Márquez cumple ochenta cerrados de vida. Nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, Colombia, y dado lo anterior era imposible anticipar que con los años se convertiría en la celebridad literaria más destacada de cuántos escriben en castellano. Periodista, guionista, experto narrador, a los cuarenta años, en 1967, daría a la estampa la hoy cuarentona Cien años de soledad. Por ese libro y por otros, en 1982, hace 25 años, le dieron el Nobel y gracias a eso, como pleonásticamente observa cierto corrido mexicano, “su fama cada día asciende a más”.
Un aniversario poco conocido en México y que recordaré con mucho afecto es el del periodista y escritor Rodolfo Walsh, argentino que nació en 1927 y que murió asesinado por los militares de su país hace treinta años, en el 77. Valiente, ingenioso, comprometido hasta el tuétano con su pueblo, Walsh se anticipó varios años, con Operación masacre (1957), a la popularización de la novela de “no ficción”. También trabajó con fortuna el género policial.
Por último, el 15 de abril llegaremos al cincuenta aniversario de la muerte de Pedro Infante (nació en 1917). ¿Habrá algo que no sepamos sobre él? Fue un grande; lástima que la tv haya abusado de su encanto.

miércoles, enero 24, 2007

Cierren las puertas

Nunca he sido afecto a los juegos de azar. A lo más que he llegado es a jugar lotería “de a peso” en mi infancia y a ingresar dos o tres veces, todas sin éxito, todas con aburrido humor, a dos de los nuevos casinos instalados en La Laguna. Tal vez por eso nunca he apetecido con ansia conocer Las Vegas, meca de las apuestas en este lado del mundo. Vista entonces desde lejos, la Ley de Juegos y Sorteos convalidada en su totalidad por la SCJN debería no importarme, pues cada quien sus ludopatías y cada quien sus negocios.
Pero el asunto es de enorme interés público, dado que les abre una enorme cancha a muchos grandes tracaleros del país que ya tienen los colmillos perfectamente listos para sacar toda la raja posible a tan jugosa ley. Creo que, en general, restringir ese tipo de negocios le viene bien, por varias razones, a un país atacado hasta los huesos por la corrupción. Aunque ninguna nación permisiva de juegos y sorteos se salva de abusos y malversaciones, tales actividades funcionan con un poco más de aseo en aquellos lugares en donde la vigilancia es extrema y la autoridad es, en general, severa ante la triquiñuela.
México, paraíso de la corrupción, permitirá a los grandes inversionistas de las apuestas cosechar no sólo la ganancia estándar que la casa siempre gana, sino todo lo que se pueda obtener con base en chanchullos y sobornos. El agravante, que lo habrá, a tales prácticas ya de por sí inmorales es la posibilidad nada abstracta de que copioso dinero ilícito salga de las sombras y sea lavado “legalmente” en los establecimientos del ramo.
Nuestro país, entonces, no está preparado para abrirse así a los juegos de azar. Tiene ya demasiados problemas de delincuencia y corrupción como para añadirle la posibilidad de que, amparado por la ley, el reino del hampa diversifique sus actividades y ponga en riesgo la salud económica y psicológica de más mexicanos. Tal vez, insisto, eso funcione de maravilla en Las Vegas y en Montecarlo, pero aquí no dejará de convertirse, a la larga o a la corta, en un problema de primer orden.
Cabe agregar que desde su mismo arranque hubo movimientos oscuros, lo cual sólo anticipa tiempos turbios. Recordemos la decisión de Creel de otorgar 200 permisos antes de ir por la precandidatura presidencial del PAN: “Esa decisión fue seriamente cuestionada (…) debido a que la empresa Apuestas Internacionales, filial de Televisa, había sido favorecida con 130 de esos permisos, lo cual generó sospechas sobre el apoyo que habría conseguido el blanquiazul de la televisora con miras a la elección presidencial de julio pasado” (La Jornada). Lo dicho: juegos y corrupción no hacen buen coctel.

lunes, enero 22, 2007

Letras a contracorriente

Hace algunos meses comenté el proyecto de los Centros Interactivos Imago que encabeza con tenaz vocación altruista Renata Chapa, “la dueña de mis cada vez más flacas quincenas”. Al margen de mi relación personal con ella, dije que me resultaba relativamente fácil entender su preocupación por dar un paso hacia esas desconocidas formas de la solidaridad, pues “La he escuchado desde hace años y sé que uno de sus principales orgullos es el de saberse parte de esa delgada franja de mexicanos que han tenido la oportunidad, el privilegio, de estudiar una carrera profesional, luego una maestría y durante ya década y media de dar clases en diferentes universidades de Chihuahua y La Laguna. ¿Y después de eso, qué?, se ha preguntado Renata. La respuesta ha sido un proyecto de carácter estrictamente educativo en el que ha volcado sus entusiasmos para dar algo de lo mucho que ha, que hemos, recibido”.
De los cuatro centros que ella ha buscado poner en marcha (siempre en medio de las dificultades propias de una mujer que ya de por sí es trabajadora, madre y esposa) el ubicado en el Cereso de Torreón es, quizá, el más adelantado, pues varios maestros ya donamos nuestro tiempo e impartimos clases de lo que sabemos. Así, por ejemplo, el ingeniero Javier Villaseñor, el comunicador Édgar Salinas y el maestro Joel de Santiago imparten, respectivamente, cátedras sobre mecánica automotriz, periodismo y música, los tres con una generosidad y un gusto meritorios, todos con una constancia que sin duda merece franco elogio.
Obviamente, mi cercanía a la creadora y encargada de los Centros Imago ha sido un acicate para dar también algo de lo mucho que he recibido en este país por lo común tacaño con sus hijos. Bien o mal, a jalones, de manera autodidáctica, me he hecho de un cierto conocimiento literario y eso es lo que he ofrecido. Dicha experiencia, puedo decirlo ahora, es una de las más estimables que he tenido en mi carrera de maestro. Empezamos con el taller de narrativa, recuerdo, a mediados del semestre pasado. Tengo una población flotante de ocho o diez talleristas, pero han sido cuatro los más tenaces asistentes a cada sesión. Cuando iniciamos vi que estaba cerca la convocatoria al concurso de cuento navideño organizado por la Casa de la Cultura de Gómez Palacio y la Coca Cola, y propuse a mis alumnos/amigos trabajar con disciplina para ver cuántos podían armar un cuento capaz de participar en el certamen. Orienté, escuché, sugerí, y al fin tres internos alcanzaron el propósito: entraron al concurso, sus obras salieron del penal para probar suerte en una justa literaria. Eso era ya un logro y quedamos satisfechos; lo demás, si se daba, era un extra sobre lo cual ya no podíamos influir.
Pasaron algunas semanas y los resultados fueron difundidos: Eliseo Carrillo, Gerardo Furlong y Martín Arreola consiguieron menciones honoríficas y eso fue, más para mí que para ellos, un triunfo equivalente al mejor que he podido obtener como maestro de taller. Ver cómo nacieron esos relatos, escucharlos, comentarlos, sentir en sus autores la necesidad de atar palabras en medio de la adversidad y las privaciones, fue para mí, insisto, una experiencia docente excepcional.
Ayer sábado fueron entregados los premios en la Casa de la Cultura gomezpalatina. Mis amigos galardonados, claro, no pudieron estar allí, pero sus obras permiten ver que, como en “El aromo”, esa hermosa canción de Yupanqui, ellos han hecho “flores de sus penas”. Los felicito. A ellos y a Renata. Es un esfuerzo educativo que los enaltece.

Julio en enero

No lo parece, pero creo que es el gran acontecimiento periodístico del mes en nuestra ciudad. La conferencia que hoy sábado dará Julio Hernández López (JHL) en Torreón es, a mi juicio, la mejor oportunidad que tendremos los laguneros de acercarnos al ejemplo más acabado que hay en México de lo que me he atrevido a denominar (sólo yo lo califico así y hoy lo comparto) periodismo lúdico. Nacido en Torreón hace casi cincuenta años, JHL es autor de la columna Astillero del periódico La Jornada y director de ese diario en su edición potosina.
JHL fue colaborador en “la mesa de los periodistas” del programa El cristal con que se mira que hasta hace poco tenía al aire el comediante Víctor Trujillo; allí compartía espacio con Raymundo Rivapalacio, de El Universal, y con Marcela Gómez Zalce, del Grupo Milenio. Si bien JHL mostró en dicho espacio habilidad para el debate en corto y la improvisación, es en su columna cuasidiaria donde ha dado muestras de una capacidad crítica con filo de bisturí y un humor tan inteligente como barroco, rico siempre en estrategias verbales que atraviesan, lo digo sin vacilación, todas las maravillosas herramientas de la retórica.
Eso es, exactamente, lo que a mi juicio ha convertido a JHL en el columnista insólito que es, en un periodista cuya atipicidad es tan notoria que cada una de sus entregas no sólo es una pieza maestra nutrida de todo lo bueno que puede tener el periodismo de opinión, sino de valores formales en donde siempre triunfa la estocada de la sátira más ingeniosa. Además de lo que se le exige en automático a un columnista nacional de ese fuste (información, capacidad de análisis, probidad y una pizca de virtudes proféticas), JHL ha sumado un ludismo fuera de clichés en su escritura, de tal manera que párrafo tras párrafo siempre nos propone una sorpresa cercana a las estrategias que son caras al jugueteo literario.
Retruécanos, calembures, metáforas, metonimias, sufijación creativa, ironías, empleo de campos semánticos, todo lo que ha servido para imprimirle lujo a la expresión es usado por JHL con pasmosa habilidad, pues apenas se puede creer que de un día para otro pueda enjoyar tanto sus textos. La forma, curiosamente, en su caso nunca riñe con el fondo, y es un placer leerla, como cuando de Fox dijo, por su relación con Martita la de “(ro)Vamos México”, que era un “Supermán (Dilon de apellido)”, o ayer mismo, cuando escribió con etimológico guiño sobre el “rotundo” secretario Carstens. Dan para una tesis los recursos estilísticos de JHL. Es un privilegio tenerlo por acá, en su tierra. Hoy, pues, lo/nos vemos en el sindicato de telefonistas a las 6 pm, Comonfort 419 sur.

Ciudad tomada














El cuento más famoso de Julio Cortázar es “Casa tomada”. Publicado en Bestiario, uno de sus primeros libros, aquel relato narra la historia de dos hermanos adultos y solterones que plácidamente ocupan una casona vieja y atestada de tranquilidad. Ella, la hermana, pasa sus horas en el silencioso tejido; él, con igual sosiego, devora libros de literatura francesa y apenas cruza palabras con su querida hermana. Es la paz, la ordenada perfección de la vida en ese microcosmos fraterno. Así pasan los días hasta que acontece un hecho perturbador: cierta parte de la casa “ha sido tomada” y por ese motivo ya no les será posible acceder a dicha sección. Pasa un tiempo y otra pieza es tomada. Poco a poco, los hermanos ven cómo inexorablemente su casa va siendo sitiada hasta que no les queda más remedio que largarse de allí, pues esa fuerza extraña que invade, que “toma” la casa no parece tener límite y avanza sin contemplaciones.
Influido por el canon kafkiano, Cortázar narra “Casa tomada” sin describir jamás la naturaleza del ente invasivo. Como lectores, vemos la marcha de una sombra, el asedio de fuerzas extrañas y desconocidas, la impotente resignación de los hermanos que sin dudarlo abandonan el lugar antes de que “eso” que avanza se los trague a ellos también.
“Casa tomada” tiene, como toda obra literaria de valor, tantas lecturas como queramos. Una de ellas, acaso la más rala, plantea la presencia de la incertidumbre en el mundo moderno: los hombres son perseguidos, gobernados, intimidados, ultrajados por fuerzas que nunca ven de frente y que por ello desconocen. Esto nos diferencia de lo que ocurría en las sociedades antiguas; allí el mando era visible, tenía rostro, así fuera el del rey. Ahora, la angustia del hombre moderno proviene en gran medida de lo borroso que son el poder oficial y el otro poder, el que usa la violencia como arma y por ello es prácticamente inencontrable y, por sanguinario, indenunciable.
Mario Gálvez (quien en sus tiempos de barba cerrada se parecía un tanto a Cortázar) preguntaba ayer por qué las autoridades no sacan el pecho luego de monstruosidades como la masacre perpetrada el domingo en Gómez Palacio. No tengo respuesta para ello, y ciertamente es una pifia enorme del gobernador Hernández Deras no darse una vuelta de rutina y pésame. El fin de semana vino a Ciudad Juárez para saludar a Poniatowska, lo cual se agradece, pero era mucho más necesario que se apersonara esta semana, dado el avance del terror en estos lares.
Como en Kafka, como en Cortázar, lo terrible quizá no es tanto lo que ocurre, sino ignorar qué mueve todo eso y no tener de las autoridades, a la hora buena, ni una mísera palabra de consuelo.

Caza de hormigas

En dos o tres entregas de Ruta Norte he comentado la absoluta intrascendencia de los operativos militares contra el narco. Ni siquiera, añado hoy, servirán para lo que inicialmente fueron planeados, es decir, para darle imagen de fuerte, de implacable, al presidente que llegó al poder convertido en reloj de Salvador Dalí. Habida cuenta de que su propósito no es otro que mostrar baterías militares a la sociedad civil y no a los grandes comerciantes de polvo blanco, el tema de los operativos ya comenzó a descender la curva del efecto mediático. De hecho, la gran cacería de hormigas fue desplazada en la agenda de los medios por los aumentos de precios (el de la tortilla en primer lugar) y por las heladas.
De nada o de poco sirve pues que los militares anden ahora en Guerrero o donde quieran, pues los televidentes ya hicieron zapping y ahora se entretienen con otras noticias de mejor empaque. Michoacán, Tijuana o Guerrero tendrían interés periodístico si en cada uno de esos lugares el gobierno hubiera cazado a un tigre del crimen organizado, a un espécimen mayor. Pero la caza, reitero, ha sido menos que menor: dos o tres mariguaneros que bien pueden ser chivos expiatorios para la mera exhibición en tv, y cúchila para su milpa.
Ante tan austeros resultados, alguien pensará que el dividendo es frustrante para el gobierno mexicano. Lo es, pero no porque los operativos no hayan dado con la preciada piel de un Chapo Guzmán o de alguna otra presa de ese valor cinegético, sino porque ya vienen a pique y no se logró el propósito central de fortalecer la imagen del presidente espurio. En la percepción popular, entre la gente de salario anoréxico, el golpe de los aumentos tiene un significado tan simple como pesado: el gobierno es débil y permite que aumente el precio de lo elemental, nos quiere matar de hambre. No hay, pues, operativo antinarco que valga frente a un estado de ánimo inquieto por el precio de la comida básica. Por eso las noticias compensatorias, como la reducción a la leche Liconsa, un paliativo en medio de la turbulencia.
Sin embargo, luego de las medidas escenográficas de la lucha contra el crimen, algo se deberá hacer para combatirlo en realidad, pues México está en graves problemas y no es prudente simular operativos espectacularizados sólo con el fin de apantallar a la perrada. Si antes se procedió sin sigilo, con anuncios para avisar a los malandros, gritando por doquier que el Ejército estaba por llegar, ahora se impone la verdad: una policía antinarcos eficiente, no permeada por el delito, que no dé pitazos y que en verdad emprenda la cacería mayor. Suena a fantasía. No suena a fantasía: es fantasía.

miércoles, enero 17, 2007

Domingo en Gómez

No sé si sirva todavía esta croniquita con tres días de nacida y ya por ello anciana. El domingo 14 de enero a las cuatro de la tarde mi cuate Édgar Salinas se ofreció para darme un aventón a Gómez Palacio. Íbamos los dos a ser testigos de la nueva visita que haría López Obrador a La Laguna, y confieso que en mis expectativas no contaba con encontrar un tumulto de significativa magnitud. Pese a estar muerto, como dicen, pese a no ser más que un ánima política en pena por el país, como sostienen, no deja de ser interesante el jalón popular que tuvo el anuncio de que AMLO estaría en “la ciudad de los grandes asesinatos” (así la llaman hoy a mi pobre Gomecito del alma, quién sabe por qué).
Andaban allí, en un salón de bodas muy mal elegido para ese acto, algunas personalidades además de mi camarada Édgar, quien portaba una elegante sudadera roja y un adecuado pin pejista. Llegamos diez minutos antes de las cuatro y el local de la avenida Hidalgo estaba, como dicen muchos cronistas que han extraviado el uso de la imaginación, “a reventar”. Hice un cálculo de la asistencia: dos grandes bloques de sillas, ambos de treinta hileras hasta el fondo, ambos con 18 sillas por hilera, me dejaron computar que había, sentadas, poco más de mil personas, y de pie como 300 o 400 más amontonadas en cada rincón del local.
Digo que no faltaron las presencias conocidas: Julio César Ramírez, director de la revista Fragua; Eduardo Holguín, columnista de este diario; Juan Carlos Nava, director de la carrera de Comunicación de la UA de C; Javier Garza Ramos, periodista y directivo de El Siglo de Torreón; Raymundo Tuda, productor de tv y comentarista de radio en OIR-Laguna; Armando Navarro, reportero que, para mi sorpresa, buscaba agitar a la masa en su insólito papel de maestro de ceremonias. Ellos, y cientos más, esperaban pacientes el arribo del ex candidato perredista.
Pero no hubo tal, ya lo sabemos. Como a las 4:25, Navarro anunció a la concurrencia la llegada de un notable. Creí que había arribado AMLO, pero al ritmo del grupo Intocable entró (nada más ni nada menos) Pancho León rodeado de una poderosa comitiva que incluso contenía lujosos guaruras esculpidos en gimnasio. El ingreso de Pancho León fue un momento mágico, un punto donde la política se confundió un tanto con el estilacho de la farándula palenquera. El ex candidato a senador despertó las pasiones de sus seguidores y cuando tomó el micrófono describió sin exaltarse un grave problema: la muerte de un familiar cercano al Peje motivó la abrupta suspensión de su gira por nuestra comarca. Hubo desilusión, claro, pero nunca gritos que mostraran inconformidad. Luego, Pancho León disparó un breve discurso incendiario como para madrugar en la candidatura a la alcaldía gomezpalatina. Un rato después, por medio de un video exprés, AMLO se disculpaba por no estar allí y, sin verlos, agradecía a los presentes su asistencia.
La tarde perdió entonces, de golpe, todo interés, salvo el anecdótico. Ricardo Mejía Berdeja habló al final ya sin mucho brío y cuando el acto concluyó muchos se fueron encima del idolazo Pancho León. El abogado Fernando Rangel alcanzó a colarse en el tumulto y lo abrazó (foto foto foto). Pancho León, cercado por escoltas y asistentes, subió a su Hummer y en los estribos treparon osados achichincles. Detrás, una troca nueva y una salida con algo de sabor fílmico, de película almadesca.
En resumen: un día más en Gómez Palacio. Cuatro horas después, ese domingo perdió su letargo habitual con una horrible balacera.

lunes, enero 15, 2007

Merolico de libros

No sé cuántas veces he dejado escritas aquí y allá, en varios papeles, algunas veloces opiniones sobre el arte de presentar libros. Sé que un escritor debe tener entre otras mínimas destrezas la de hablar en público sobre libros recién éditos, aunque esta habilidad sea poco o nada reconocida entre quienes lo invitan a tal actividad. Por supuesto que no hablo del reconocimiento en términos de respeto social por esa chamba, sino de la conciencia de que se trata de un quehacer especializado y, por ello, digno, dignísimo de gratificación económica.
En mi frecuente papel de escritor-presentador, son ya numerosas las ocasiones en las que he aceptado invitaciones, lo sé de antemano, donde asumo el oficio como una labor humanitaria. Amigos escritores, editores y promotores culturales me convidan a presentar libros y como estoy casi seguro de que no tienen recursos, muchas veces (por no decir todas) he aceptado sin pedir nada a cambio, a veces ni el libro sobre el que me solicitan opinión.
Esto lo digo a propósito del comentario que recibí ayer al final de la presentación en Gómez Palacio de El tren pasa primero, novela de Elena Poniatowska. Cierto asistente, lejano conocido mío, me susurró al oído una afirmación, un deseo o una burla, no sé: “Te harás rico luego de tanta presentación”. No supe qué responder, y sólo se dibujó en mi cara, creo, una sonrisa de desconcierto infantil, como de niño burro que no entiende bien la explicación de un problema aritmético.
No hay mucha literatura escrita sobre el arte de la presentación. Aunque no sea un género perseguido por las multitudes, es justo considerar que la presentación de un libro no es enchilar gorditas; si no es precisamente sabia, al menos exige a quien la ejerce un compromiso de trabajo que se hará visible el día del acto. Soy de los que no improvisan, de los que siempre llevan cuartillas a la mesa, de los que tratan de respetar al autor del libro, de los que, en suma, se toman la molestia de invertir algunas horas antes de comentar el libro frente al público. Como digo, nada o muy poco he recibido por esas copiosas horas-nalga dedicadas a dicho trajín, pero me queda la certeza de que no ha sido tiempo perdido, pues con esa labor despliego lo que quizá me place más del oficio que elegí: promover el afecto por los libros.
Hallé en el blog de la escritora Cristina Rivera Garza un parecer que le plagio sin escrúpulo. Creo que en tres parrafitos resume el esfuerzo colocado detrás de la presentación de un libro y el poco aprecio económico que hasta hoy se le tiene (“Un mundo sin presentadores”). Aunque ya preveo que seguiré en las mismas, me uno a su demanda:
“Basta de eufemismos: mi corta carrera como presentadora no ha sido ‘mal pagada’ sino total y literalmente sin honorario alguno. Entiendo que las pequeñas editoriales independientes no estén en condiciones de pagar a sus presentadores invitados, pero asumo que para las grandes trasnacionales este gasto debe ser mínimo y, además, debe estar contemplado en su nómina.
Bajo amenaza de dejar al mundo literario sin presentadores en una huelga inédita y por demás salvaje, propongo que los presentadores pidamos un honorario que cubra los gastos de: horas de lectura (50 páginas por hora con notas en los márgenes), horas de redacción (3 páginas por hora) del documento presentador, y horas de preocupación sobre qué decir en la presentación (1 hora por evento).
Así, un libro de 250 páginas implicaría el pago de cinco horas de lectura, una de redacción y una de preocupación. Si contemplamos un sueldo promedio de 500 pesos por hora, tendríamos entonces un honorario de $3,500.00 pesos en este hipotético caso.
¡Presentadores del mundo, uníos!”.

Poniatowska a todo tren

Hace tres meses tuve la fortuna de presentar en La Laguna el titánico emprendimiento biográfico de Paco Taibo II sobre Pancho Villa (Planeta, 2006). En aquella ocasión dije que tal libro no sólo le hacía un amplio favor a la historia de la Revolución Mexicana y a una de sus figuras emblemáticas, sino al presente, a la coyuntura que vivimos, dado el ejemplo de rebeldía que mostró el guerrillero de Durango frente al poder despótico. Si bien la realidad hoy es otra y otras las armas que se tienen al alcance para combatir, señalé, nunca ha dejado de ser necesario que los mexicanos tengamos acceso a la información (histórica, literaria, periodística) que nos dé testimonio de las luchas sociales pasadas para que ellas sirvan en el presente como estímulo.
Lo mismo que expresé sobre la biografía de Taibo II puedo enfatizarlo ahora también con el libro que esta mañana nos convoca. El tren pasa primero, más que una novela sobre el pasado del sindicalismo mexicano, es una valiosa oportunidad para repensar, gracias a la literatura, la actual condición de nuestros trabajadores, la hora que vive el sindicalismo de nuestro país en este preciso momento, luego de cuatro sexenios consagrados por el poder y el capital a la demolición de las organizaciones de trabajadores y/o al sostenido pisoteo de su derechos.
El tren pasa primero fue publicada en 2005, a veinte años de la muerte de Demetrio Vallejo Martínez, uno de los líderes ferrocarrileros que en 1959 encabezaron la huelga del sistema ferroviario mexicano. Como ha ocurrido en todas o casi todas las obras de Elena Poniatowska, esta novela mezcla su gran sensibilidad estética con su pasión por la justicia. En este sentido, El tren pasa primero tiene una enorme actualidad, pues las luchas populares (obreras, campesinas, estudiantiles) siguen siendo necesarias en México y tal vez más ahora, en esta época de disgragación y desaliento. Mientras los trabajadores no reciban en nuestro país lo que en justicia merecen, mientras el salario mínimo y las prestaciones sociales sigan siendo una ridiculez, la literatura podrá servir como foro idóneo para evidenciar, si no las causas científicas del problema, sí, al menos, la indignación. Obviamente, las letras no resuelven los problemas sociales, sólo los exhiben a través de la angustia de los personajes, y tal es el mérito de Poniatowska: su compromiso con la realidad de los que padecen, de los que luchan pese a su condición enconadamente adversa.
Como en sus obras anteriores, Poniatowska muestra en El tren pasa primero un gran aliento narrativo y las dos mayores destrezas de su pluma: la agilidad del periodismo y la belleza de la literatura. Quienes hayan leído Hasta no verte, Jesús mío o Tinísima, por citar sólo dos casos entre los muchos de la exuberante obra eleniana, encontrarán en general sus mismas virtudes, esta vez relacionadas con un tema al que en México le faltaba narrador: el combativo movimiento ferrocarrilero que sentó las bases de la lucha obrero-estudiantil en la década de los sesenta. La novela tienen un año en circulación, la editó Alfaguara, y estoy convencido de que su lectura es indispensable para quienes crean que, precisamente, la literatura es algo más que literatura.
No podía ser de otra manera en el caso de Elena Poniatowska, su autora. Invitada a La Laguna por la Normal Superior Cursos Intensivos y por la Casa de la Cultura José Revueltas de Ciudad Juárez, Durango, nuestra más grande narradora siempre ha ceñido, como bien sabemos y a gran tren, su trabajo periodístico y literario (o periodístico-literario) a un hacer que no emboza sus preocupaciones sociales y políticas. Al contrario: en cada uno de sus libros palpitan problemas humanos, demasiado humanos, conflictos en los que la gente lucha por desviar su severo destino de injusticia a cauces donde pueda campear, algún día, la dignidad de todos y para todos (fragmento del comentario que leeré este sábado 13 de enero a las 11 am en el Teatro Alberto M. Alvarado de Gómez Palacio. Presentaremos El tren pasa primero Elena Poniatowska y yo. Si pueden, allí nos vemos).

domingo, enero 14, 2007

Caos con el pipirín

De mi cuate Paco Valdés (apareció hoy en La Opinión Milenio):

El planeta y el hambre

Francisco Valés Perezgasga

En mi colaboración anterior, escribí sobre el problema del calentamiento global. Un problema que requiere la más urgente atención de todos los involucrados, es decir, de todos. Autoridades, empresarios y ciudadanos, todos tenemos la responsabilidad de reducir las emisiones de gases de invernadero que, como especie, estamos virtiendo a la atmósfera provocando esta fiebre planetaria.
Dedíquele un momento de reflexión y estoy seguro que le abrumará darse cuenta que los humanos estamos provocando cambios a escala planetaria. Desgraciadamente, el asunto del calentamiento global no es la única manera en que nuestras actividades y conductas están afectando al planeta entero. El fraccionamiento de los ecosistemas por la urbanización y el mal llamado desarrollo está provocando que, para todo efecto práctico, la evolución haya ya cesado para numerosas especies. Ciertamente los grandes carnívoros, que requieren de grandes extensiones de terreno, se encuentran arrinconados, esperando solamente la llegada de su extinción inevitable.
En igual predicamento se encuentran los grandes ungulados que requieren de vastos campos para realizar sus migraciones anuales.En demasiadas ocasiones se blande el argumento del tributo inevitable que la naturaleza ha de pagarle al progreso. Del imperativo ético de dar de comer a las masas hambrientas que nos lleva al desmonte de grandes bosques, selvas y desiertos. Pero en estos argumentos hay una falacia pues el mundo produce hoy muchísimo más alimento del que necesita. El problema del hambre no es un problema de producción sino de distribución y, por lo tanto, un problema de equidad y de justicia.
Los grandes desarrollos agropecuarios de Brasil, Argentina y Uruguay, que tanto daño están causando a la Amazonia, al Pantanal y a la Patagonia son para producir mayoritariamente soya, un alimento para las vacas que alimentarán a la minoría consumidora de filetes y hamburguesas. Producir alimentos en la forma de carne —o en forma de leche o de huevos— es una manera increíblemente ineficiente de producir alimento. Caloría por caloría y proteína por proteína, es más eficiente —en término de insumos y energía— producir alimentos vegetales que animales. Al producir alimento en forma de carne la inversión en términos de agua, de energía y de superficie cultivable es un lujo que como planeta no podemos seguirnos dando.
Encima, los métodos modernos de producción de carne —el corral de engorda y el gallinero— generan emergencia sanitaria tras emergencia sanitaria que nos arrastran una crisis sin salida. La enfermedad de las vacas locas, el arsénico en el agua de La Laguna, la aparición de bacterias resistentes a los antibióticos, la fiebre aftosa y la gripe aviar son pestes que se han generado en su virulento estado actual por culpa de los métodos inhumanamente crueles con que producimos carne —y leche y huevos— a escala industrial.

fvaldes@nazasvivo.com

viernes, enero 12, 2007

Relación sadomazorquista

Curiosamente, el blindaje de la economía, el manto de acero que nos iba a proteger de turbulencias económicas comenzó a mostrar goteras en este enero, mes en el que de hecho ha empezado a operar el gobierno espurio dado que diciembre apenas le sirvió para montar un teatro guiñol en Michoacán, para cobrar el primer aguinaldo y para recibir en navideña paz de hogar el jojojo de Papá Noel.
El cubetazo de agua helada se da en enero, en el sufrido enero, porque antes los gobiernos del cambio y de la imposición necesitaban un clima de simpatías a su favor. Con Fox no se podía dar el hachazo, por ejemplo, del precio a la tortilla ni mucho menos la escalada de aumentos que amaga ya con asfixiar, por enésima, al pueblo mexicano. Mentira tras mentira, el gobierno de y para los poderosos logró hacerse nebulosamente de la presidencia en una supuesta realidad de equilibro económico y armonía casi disneyana, y no se agitaron las aguas con el alza de precios para no calentar más el ring ya de por sí bronco de la sucesión.
Pero los dos gobiernos, tanto el que se fue como el que ahora reside sabrosamente en Los Pinos, perdieron sus respectivas batallas. Tuvieron que echar mano de una diluvial cantidad de paparruchas para, supuestamente, hacerse del triunfo. Millones de mexicanos no creyeron y no creen todavía que eso haya sido legal, y la continuidad del panismo en la presidencia, con el mismo modelo salinista ya casi tetrasexenal, obedeció al resquebrajamiento atroz de un sistema electoral movido cuidadosamente para que le diera un milagroso medio punto de ventaja al perdedor. A menos que se piense en una relación sadomazorquista (en este momento casi todo tiene que ver con el maíz), los mexicanos le dieron la espalda al proyecto de saqueo y por eso los saqueadores sólo hicieron la finta de que ganaban por exiguo margen.
Sea lo que sea, ese tiempo pasado no dejará de ser un presente petrificado mientras veamos que las políticas del gobierno, lejos de paliar el deterioro de la economía doméstica, aumenta más cargas al Pípila de la pobreza. El aumento al precio de la tortilla es sólo uno entre los muchos que se ven levantando polvo en el horizonte y avanzan como estampida, de frente, a golpear el debilitado bolsillo de las familias mexicanas.
¿Quién con su sal en la mollera puede votar por un gobierno que promete bienestar y da lo contrario? ¿No había perdido Fox toda credibilidad mucho antes de terminar su mandato? Las explicaciones de aquella derrota real las tenemos también hoy servidas a la mesa: según la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, mediante resolución publicada en el Diario Oficial de la Federación del 29 de diciembre de 2006, los salarios mínimos vigentes a partir del 1 de enero de 2007 son, para el área geográfica “A”, $50.57; para la “B”, $49.00 y para la “C” (donde están Coahuila y Durango), $47.60. Con ese dineral, millones de mexicanos tendrán que pagar canasta básica, transporte, educación, vivienda, vestido, salud y esparcimiento. Si algún varo sobra, se lo dan al viejo de la casa para que se eche su alipuz viendo el fut en el Sky.
La degradación de los niveles de vida mayoritarios bajo modelos de economía primermundistas en países como el nuestro, dependientes tecnológicos, subeducados, electoralmente fallidos y con altos índices de corrupción, obligó a nuestros gobiernos antipopulares a crear programas asistencialistas, diques del malestar social. Ahora ya ni eso. El nuevo gobierno militarizado se la juega: los jodidos que no estén de acuerdo con el nuevo precio de la tortilla, que arrojen el primer olote.

jueves, enero 11, 2007

De la FIL

Tarde pero sin sueño: un agudo comento de mi cuate y paisano lagunero Rogelio Villarreal sobre la FIL. Se lo pedí y generosamente me autorizó a colgarlo en este blog. Se podrá estar o no de acuerdo con mi Roger en algunos puntos, pero de que es agudo es agudo. Viene de ahi:

La FIL Guadalajara: política, espectáculos y... cultura

Rogelio Villarreal

[...] los universitarios no leen, como lo documentó la encuesta La cultura en México de la Universidad de Colima (1996) y lo confirma la Encuesta nacional de lectura de Conaculta (2006).
Gabriel Zaid, Letras Libres, diciembre de 2006

En este país ningún escritor podrá ser más famoso que Carlos Monsiváis, premio ex Rulfo homenajeado en la atestada Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Súbita gloria nacional —con esperpéntico busto en bronce que se le asemeja poco—, interlocutor de plebeyos y poderosos —senadores incluidos—, más visto que leído por los habitantes de la Nación Televisa (¿No es el que sale con López Dóriga? ¿El que adula y presenta a Juan Gabriel en la tele?), del narcoestado y de la fantasía política, y hasta “un género en sí mismo” (Paz dixit), Monsiváis concita encendidas pasiones y aversiones monocromáticas aun entre los que desconocen su vasta obra. Sin embargo, pocos lectores hoy saben del horrorizado Monsiváis que arremetió contra los 150 mil jóvenes que colmaron el festival de Avándaro en septiembre de 1971, a los que bautizó como “la primera generación de gringos nacida en México”. En cambio, muchos habrán celebrado la arenga del escritor en el zócalo el domingo 16 de julio denunciando el fantasioso “fraude hormiga” contra López Obrador.
Era imposible que no llegara a la FIL la resaca del resentimiento obradorista de la mano de Rius, El Fisgón, Federico Arreola y hasta de Saramago. En el II Encuentro Internacional de Periodismo (organizado por la Universidad de Guadalajara) Ciro Gómez Leyva fue acallado por una exaltada señora que le espetaba, con modales de diputada perredista, su “complicidad con Televisa”. Arreola no perdió la oportunidad de descalificar el libro de Óscar Camacho y Alejandro Almazán, autores de La victoria que no fue, en el que se afirma que la soberbia del ex candidato de la izquierda perdida fue una de las principales causas de su derrota. Desde luego, todas las presentaciones de libros serán siempre polémicas. (Lo que es absurdo en una feria como ésta es encontrarse libros de Gedisa más caros que en las librerías Gandhi.)
Pocas veces se ve tal desfile de luminarias, incluidos cuatro premios Nobel y un príncipe español. Aunque en realidad se trató de dos ferias: la de José Saramago, Gabriel García Márquez, Nadine Gordimer, José Emilio Pacheco, Emmanuel Carballo, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, Jorge Volpi, Xavier Velasco, Juan Villoro y los moneros Jis y Trino, por una parte, y otra la de J.J. Benítez (el de la saga del Caballo de Troya), Paty Chapoy, Brozo, Yordi Rosado, Gaby Vargas, Guadalupe Loaeza, Lupita Jones, Chespirito y de Gael García Bernal, al que cientos de adolescentes iletrados acosaron hasta que el núbil actor fue rescatado por una escuadra de guardianes —muchos agradecimos que Marcos haya decidido no asistir. Jolette, la ReBelDe ex académica de TV Azteca, perseguía a Alejandro González Iñárritu para implorar un papel en su próxima película y un par de guardias hostigaba a dos jóvenes “sospechosos” por vestir con anacrónicas prendas anarcopunks.
La FIL, aun con su necesaria existencia, se ha convertido también en una enorme caja de resonancia de los medios, un circo monstruoso para las estrellas que exhiben sin pudor sus dudosas dotes literarias, como la glamorosa militante zapatista Ana Colchero y su novelita de intrigas políticas. No escasean tampoco los autores egresados de las viscosas filas del esoterismo, la dianética, el misticismo en varias envolturas y la superación personal; por el contrario, cada vez son más numerosos y acaparan la atención de las mayorías... Los organizadores deberían pensar acaso en la conveniencia de tal promiscuidad: ¿una megaFIL para todos ellos y otra menos estridente para los escasos y raros mexicanos de todo el país —uno sin librerías— que aún se solazan con la lectura de auténticas inteligencias literarias? A casi veinte años de fundada, la FIL de Guadalajara debería de preocuparse también por las razones por las cuales los universitarios, contraviniendo su esencia originaria, se resisten a leer y, en consecuencia, pensar en medidas más efectivas que el reiterativo encumbramiento de grandes autores en marmóreos pedestales.

Sin hacer gestos

En su más famosa definición escatológica y nada aristotélica, la política, dicen los conocedores, es el arte de comer mierda sin hacer gestos. Maestros en el oficio, los Ejecutivos del país y del estado de Puebla parecen trabar ameno coloquio en Hueytlalpan, comunidad de la entidad camotera, sitio donde los dos personajes de la foto tragan precisamente camote y dejan para la historia un testimonio icónico de amistad que rebasa los límites de lo inefable. Poco importan, fuera ya de las coyunturas electorales, las palabras empeñadas, los hechos realizados, el gallardo abordaje del tema Cacho-Marín que el presidente castrense hizo a mediados de febrero pasado, en aquellos convenencieros tiempos en los que resultaba fundamental hacer como que el góber precioso era un enemigo.
Todavía no se cumple un año del escándalo y ya está el nuevo inquilino de Palacio Federal echándose para atrás y sancionando, con su magna presencia, la autoridad cerril del mandatario poblano. Una nota informativa del 17 de febrero de 2006, firmada por el reportero Sergio Jiménez y publicada en El Universal, da fe de la mascarada con la que el michoacano, en aquel momento aspirante del PAN a la presidencia, buscaba aprovechar el repudio general en contra del dispensador de coñacs a reyes de la mezclilla (“Presenta Calderón demanda de juicio político a Mario Marín”): “El candidato presidencial del Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón Hinojosa, presentó junto con los diputados locales de su partido en la entidad una demanda de juicio político contra el gobernador Mario Marín por actos de corrupción.
Calderón acudió junto con candidatos a diferentes puestos de elección popular a las instalaciones del congreso local, donde entregaron el escrito a la diputada María de los Ángeles Gómez Cortés, quien funge como secretaria de una mesa directiva del Congreso local.
La diputada dijo que, al estar en turno, le toca a ella recibir la denuncia, independientemente de que también es diputada del PAN y también firma esta solicitud de juicio político.
La legisladora informó que después de que llegue a la secretaría la solicitud, ésta se turnará a la comisión de gobernación ‘para su estudio y para que no quede en la congeladora’”.
Una solicitud de juicio político en febrero del 2006, pues, y un fraternal encuentro, con collares indígenas al pescuezo, en 2007. Y tutti contenti, que siga el fiestón de las mentiras y las dobles caras, de las promesas ambiguas y de los oportunismos a la carta. Aunque el presidente espurio, según la limpia crónica de Elba Mónica Bravo publicada ayer en estas páginas, deja ver que el panista hizo todo lo posible por mantenerse lejos del precioso con jabs cortos y veloz cabeceo, con ceño frío y mirada esquiva, eso no hace más que constatar lo que bien sabe: cuando detonó el asunto de la vejación a Lydia Cacho, tanto a Calderón como a los diputados panistas de Puebla no les quedó más posibilidad electorera que reprobar los tratos de Marín con el boquiflojo Nacif, pero eso no podía durar mucho, pues (como ocurrió también en el caso de Ulises Ruiz) el candidato blanquiazul necesitaba al PRI perdedor para todo lo que vino después: desde la inmediata declaración de triunfo hasta la toma de posesión con labaritos patrios y demás payasada.
Ahora, en pago a tan redituables servicios del tricolor a la causa de la imposición, el Ejecutivo inaugura programas en Puebla junto al orondo Marín. Ambos tuvieron que comer sin hacer gestos.

miércoles, enero 10, 2007

Terrorismo nixtamalero

Ya comenzó el nuevo gobierno a descobijar más a los de abajo. El incremento al precio de la tortilla es una de las primeras y más claras evidencias de que a los mandones espurios de la política nacional les interesa la salud del pueblo lo mismo que a Agustín Carstens le importan los cursos aeróbicos de Jane Fonda, es decir, nada. En lo personal, soy uno de los fans más entusiastas de la tortilla, y eso se debe quizá a que en mi infancia en el norte de Europa no existió para mí tan maravilloso alimento o a que, ya en el terreno de la netafísica, es el maíz, como dijo Miguel Ángel Asturias, el gran edificador de nuestra cultura, la civilización creada por los hombres de maíz, precisamente.
Liberar el precio de la tortilla, dejar que suba hasta donde tenga que subir, es una grosería a los más pobres entre los pobres de este país. Si bien a nosotros, de la clase media para arriba, nos sobra el dinero (de hecho estoy pensando en hacerme una liposucción), los mexicanos que milagrosamente tienen un trabajo asalariado con el mínimo de sueldo se deben resignar a dos pesos de aumento (condenadotes, como le decía el Mostachón al Wash & Wear, qué harán ahora que les sobra tanta lana) y ya sin tortilla pueden alimentarse con aire, producto que, como se sabe, es gratuito y está científicamente demostrado que ayuda a que sus usuarios logren una delgadez extrema, útil para parecerse a las modelos brasileñas hasta en eso de morir.
Sin echarle tanta macroeconomía (por cierto, ¿qué comería hoy el doctor Sojo?), los mexicanos a los que el flamante precio de la tortilla les quitará el guasón aumento de sueldo ya no insumen nada de lo que libremente muchos podemos comprar en el mercado libre. Pregunto: ¿los asalariados con el mínimo o los desempleados comerán yogurt? ¿Fruta? ¿Carne? ¿Habrán probado el queso? ¿Se habrán empacado alguna pasta en Italiannis? ¿Conocerán los mariscos? ¿Sabrán lo que es una galleta aunque sea de animalito? Lo dudo. Si a pujidos un profesionista con tres hijas saca a flote su endeble barquichuelo perdido en medio del océano salarial, es monstruoso imaginar la de penurias que deben vivir los que, como basura histórica, han sido arrojados a escobazo vil hacia la periferia alimenticia.
Se puede aducir que hay un problema estructural serio con la producción del maíz y de todo lo demás, pero tales desajustes no han sido provocados por los más desvalidos. Si existe, es resultado de las pésimas políticas económicas promovidas durante décadas en el país, todo sin castigo a los responsables de las crisis sucesivas y el sostenido deterioro de la calidad de vida de quienes menos tienen. Hoy se habla, por ejemplo, de mayores presupuestos para encarar a la inseguridad, y jamás se insiste lo suficiente en castigar al culpable de esos incrementos (el de la inseguridad y el del presupuesto para combatirla): su nombre es Vicente Fox. ¿Por qué los pobres del país van a pagar más por sus humildes tortillas? ¿Ayudarán a financiar con esos pesos el ataque al narcotráfico que Fox tan campechanamente dejó crecer hasta convertirlo en el problema número uno de la nación?
Como siempre ocurre, a los más pobres se les cargan las peores garrapatas de la injusticia, las terroristas medidas de ajuste “dolorosas pero necesarias”, a decir de los tecnócratas obesos y enflacadores (del prójimo). Si eso es rebasar por la izquierda, Ronald Reagan era marxista-leninista.

lunes, enero 08, 2007

Alerta

Tomo íntagro el artículo de Paco Valdés publicado ayer en La Opinión a ladito de mi Ruta Norte. No tiene pierde lo que afirma nuestro más destacado ambientalista: o le damos a la responsabilidad compartida o le partimos su maceta a lo poco que ya nos queda del planeta. Aguas.

El clima y usted

Francisco Valdés Perezgasga (fvaldes@nazasvivo.com)

Durante miles de millones de años, la naturaleza ha estado retirando bióxido de carbono de la atmósfera y transformándolo en bosques y selvas y luego moviéndolo, lentísimamente, a depósitos enormes de carbón y petróleo en las entrañas de la corteza terrestre. Este proceso es la maravilla que ha permitido la aparición y el florecimiento de la vida en la Tierra. Antes de que esto sucediera, el planeta era un horno inhóspito. Sin esa transformación de nuestra atmósfera, con toda probabilidad, la vida nunca hubiera pasado de ser un asunto breve de bacterias y otros organismos sencillos y unicelulares. Sin oxígeno, no tendríamos este planeta precioso y azul de ballenas y ahuehuetes, de fresnos y de tángaras, de desiertos y de selvas.
Desde el inicio de la revolución industrial, los humanos hemos hecho un trabajo inusualmente eficaz en revertir buena parte de este proceso. Hemos desarrollado una civilización basada en la quema de combustibles fósiles. Nos hemos dedicado a extraer de las entrañas de la tierra —para luego liberar a la atmósfera— todo aquel carbón que la naturaleza había secuestrado. En sus inicios, la agricultura solía ser un asunto de suelo, agua y aire. Hoy no se concibe quemar combustibles fósiles indispensables para producir fertilizantes y plaguicidas, para procesar, almacenar y transportar insumos y productos.
Al iniciar este tráfico del carbono en sentido inverso, desde las tripas del planeta hacia la atmósfera, estamos también revirtiendo la rueda del clima. El bióxido de carbono y otros gases -como el metano- atrapan el calor en la atmósfera, funcionando como un gran techo de vidrio para el planeta. Al quedar dentro de este invernadero, la luz del sol nos va calentando. No lo sentimos porque sucede de poco a poco. Pero si usted tiene mi edad, recordará claramente inviernos muchísimo más fríos en los 50s y 60s que los que experimentamos ahora. De hecho, los diez años más calientes de la historia han sucedido de 1992 a la fecha. Las terribles consecuencias de este cambio de clima serán las variables que van a definir de manera drástica la calidad de vida de los jóvenes y los niños de hoy. Al Gore, quien solía ser "el próximo presidente de los Estados Unidos", lo dice con elocuencia: "el mundo no se va a terminar mañana, pero dentro de diez años, si no hacemos nada, habremos pasado el punto de no retorno hacia la destrucción".
El planeta tiene fiebre y es por nuestra culpa. Usted y yo podemos hacer algo, pero tenemos que hacerlo ya. Le paso doce recomendaciones sencillas. 1. Apague los aparatos eléctricos que no esté usando. 2. Deje el coche en la cochera. 3. Use menos agua caliente. 4. Compre productos locales. 5. Plante y cuide un árbol (o más). 6. No use secadora para la ropa (parece imposible, pero en La Laguna hay quien usa estos artilugios tan inútiles en un desierto). 7. Aísle techos, paredes y ventanas. 8. Vacacione en el país. 9. Recicle y haga composta. 10. Use focos fluorescentes. 11. Si usa el coche asegúrese que las llantas estén infladas correctamente. 12. Infórmese y actúe.

Torreón, Coahuila
¡Salvemos Cuatrociénegas!
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sábado, enero 06, 2007

Ruta Paisano

Casi es un pleonasmo cabecear “Ruta Norte” y “Ruta Paisano”, pero a veces la sinonimia no da para más. Me referiré, es más que obvio, a uno de los trayectos que permiten el acceso y la ulterior salida (legales ambos) de nuestros conterráneos avecindados en el imperio. El tramo que me interesa comentar lo recorro al menos un par de veces al año. Es la autopista que va de Torreón a Ciudad Juárez, pasaje que da tranquilamente para armar la croniquita de los puntos que toca ese camino del mapa nacional. Haré mi periplo verbal en sentido inverso, desde Ciudad Juárez hasta Gómez Palacio, municipio en el que prometo no volver a nacer.
La salida inmediata de Juárez tiene el encanto de la sordidez. La ciudad parece, como casi todas nuestras fronteras, irremediable. El caos migratorio la ha modelado, y en sus rincones late a galope la falta de estilo propio y una mala fama muy bien justificada por el paisaje urbano. De inmediato, sin embargo, saltan la autopista de cuota y los primeros escenarios de Gabriel Figueroa a la vera del asfalto. Muy pronto estamos en Samalayuca, en el aire transparente y montañoso. Es una felicidad ver esos lienzos de la vida real, la hermosa inmensidad de nuestra maltratada patria.
Sin apuro, llegamos a la humilde Villa Ahumada, lugar donde quien se precie de buen viajero no puede prescindir de un burrito de asadero o de chile relleno. Es Ahumada, como le dicen a secas, la capital mundial del burro, la meca de ese platillo superior al sándwich en pragmatismo y no se diga en sabor.
Esa parte del recorrido no tiene otros sitios notables para hacer alto. Los paisajes hasta aquí son, insisto, perfectos, y la carretera luce espléndida, casi de primer mundo. Entrar a Chihuahua es una delicia: limpieza, orden y excelente trazo de vialidades. Chihuahua es, a mi parecer, una de las ciudades con mejor obra civil de México. Sus parques, sus bulevares, sus avenidas, sus puentes, todo luce como si allí sí se gastara el dinero público en algo útil. En una palabra, no hay DVRs ni demás porquerías de similar índole.
Nuevamente, salir de Chihuahua es viajar por una ricura de carretera y de paisaje. Lo que más me impresiona de esta ciudad es que sus accesos no dejan de parecer mexicanos, con sus decenas de negocitos de medio pelo, sus expendios y sus hoteles de rato, sus vulkas y sus misceláneas barriales, pero todos o casi todos con un no tan secreto afán de adecentarse mediante el aseo.
Y ya se me acaba el espacio: aprovecho lo que me queda para decir que, modestas, de las ciudades de Delicias, Camargo y Jiménez, las dos primeras parecen hijas directas de la capital, y Jiménez da en chiquito trazas de ser más juarense por lo feo y sucio del bulevar que pega con la autopista. Luego viene el tramo que conecta a Jiménez con Gómez Palacio, y es, aunque caro (190 pesos por cerca de 200 kilómetros), una alegría ver los costados del camino, la pintura natural de la geografía norteña.
Esa linda postal se viene a pique cuando ingresamos a la comarca lagunera. Desde el retén militar comenzamos a ver el desastre; si bien Ahumada y Jiménez no son dos lugares gratos a la vista ni seguros para el conductor, en su descargo obra el hecho de que no son ciudades ricas. Gómez y Torreón no tienen esa coartada. De nada sirve su prosperidad económica ni su densidad demográfica: el acceso por la vía que viene de Chihuahua es horripilante y peligroso, sin siquiera líneas amarillas y blancas para encarrilar a los vehículos. Me puse en el pellejo de un paisano imaginario que vuelve luego de veinte años. ¿Qué pensará cuando entra a La Laguna? Fácil: que es una mugre, la peor parte y la más riesgosa de todo ese trayecto. Da vergüenza.

Rius electoral

Una sola vez he reseñado un libro de historieta política. Fue El sexenio me da risa (Grijalbo, México, 1994), obra urdida al alimón por los moneros Antonio Helguera y Rafael Barajas, El Fisgón. Aquel volumen era una especie de novela-cómic que servía de pretexto para contarnos con detalle los momentos más sobresalientes del salinismo. De dicha reseña traigo dos pasajes que son válidos en este nuevo acercamiento: “En su lúcida introducción, [Lorenzo] Meyer describe la atmósfera de este mundo raro que es la caricatura política. Señala que ‘los moneros van directo al grano, y de una sola mirada el lector capta y asimila, sin esfuerzo, su mensaje (...) La caricatura política se define como el dibujo distorsionado exagerado, de una persona, tipo o situación, hecho con intención de burla o sátira’. Luego Meyer historia sucintamente el decurso de la caricatura, oficio de añeja data, pues ya Aristóteles menciona a un tal e ‘infame Poson’, primer monero de que se tenga memoria.
Después, el prologuista observa las virtudes que deben poseer quienes deseen saltar al ruedo del cartón: ‘La caricatura política requiere, para ser efectiva, no sólo que el autor domine la técnica del dibujo —en realidad la técnica es secundaria— sino, sobre todo, una no muy común combinación de técnica, sensibilidad y conocimiento (...) Se necesita, además, que el artista domine información cotidiana y los elementos centrales del análisis político —no necesariamente como un especialista, pero sí, al menos, como un buen amateur—, elementos de economía, muchas lecturas históricas y contacto constante con la realidad de su público’. También es importante, según Meyer, ‘indignación moral frente a la injusticia, la corrupción y el engaño’. Vale insistir que a esas habilidades debe añadirse, como esencia del oficio, la capacidad sintética del monero, la pericia necesaria para conglobar con unos cuantos rayones y un breve texto (si se requiere), un acontecimiento que en otros casos, con el puro verbo, exige desmenuzamientos mucho más aparatosos. Para el monero, así, el análisis consiste en mirar una cara, la más reveladora, del poliedro que es la realidad, e imprimirle a la tal cara agudeza y arte de ingenio, como escribiera Gracián”.
Si bien no tengo toneladas de historieta política en mi atestada biblioteca, me considero gran admirador de quienes hacen de su plumín un instrumento de sátira demoledora y por ello nunca deja de enorgullecerme compartir espacio en La Opinión con Monsi, el mejor cartonista en la historia lagunera. Esa admiración también la guardo inevitablemente, claro, por don Eduardo del Río, Rius, a quien saludé en la FIL y de quien recién leí Votas y te vas, la inesperada traición de Fox a nuestra pobre democracia (Grijalbo, México, 2006), hilarante recorrido por el calamitoso sexenio anterior y su postrer regalo al pueblo mexicano: el latrocinio electoral del 2 de julio.
Con la solvencia didáctica, sinóptica y humorística que lo distingue, Rius peina la historia de nuestro intento por alcanzar una democracia electoral plena, desde la Reforma hasta nuestros días. La primera parte de Votas y te vas… es una especie de breve contextualización histórica, a lo que sigue la descripción de los sucesivos fraudes padecidos en el país ora por el Porfiriato, ora por todo el PRI, ora por el PAN del traidor cocacolero.
Hago un énfasis para recomendar sin reticencias Votas y te vas...: es necesario que lo lean nuestros hijos niños y jóvenes: a ellos les tocará acabar en el futuro, si es que tienen fuerza y dignidad, con toda la mugre electoral acumulada en décadas y hoy excelentemente dibujada por el maese Rius.

viernes, enero 05, 2007

Licencia para matar

No tuve la vomitiva mala suerte de verlo seguido, pues su órbita de difusión, hasta donde sé, cubría básicamente a la ciudad de Saltillo, pero en dos o tres viajes a esa capital pude sintonizar en el hotel algún canal del cable y de inmediato noté que estaba ante la presencia de un dinosaurio de la comunicación, uno de esos seres abyectos que con micrófono o papel en mano se dedicaban antiguamente (eran legión) a zaherir sin misericordia a los enemigos del patrón en turno. El personaje al que me refiero es, por supuesto, Marcos Martínez Soriano, comentarista de televisión que todavía hace algunos meses se dedicaba a lanzar, desde su televirulento foro, bolas de estiércol con impunidad caciquil.
No puedo hablar ampliamente de Martínez Soriano, pero basta con hacer memoria de los pocos programas que le vi para hacerme de una opinión categórica sobre el desempeño de esa fauna que en apariencia ya estaba extinta y sin embargo cuenta todavía con ejemplares de raza. Para empezar, el tipo tenía no sé cuántas horas al aire en no sé cuántos programas. Ostentaba luego el monopolio del tiempo al aire en el cable saltillense. Eso era en sí mismo asombroso, pues ver y/u oír dos minutos a Martínez Soriano daba suficiente solidez a una certidumbre de granito: como comunicador, tal personaje sólo podía presumir un cierto timbre de orador preparatoriano, jamás una estampa grata para salir a cuadro ni, mucho menos, contenidos discursivos dignos de ese nombre.
En este rubro, en el de su manejo de la información, Martínez Soriano parecía, como digo, atrapado en el pretérito del servilismo comunicacional. Como en los viejos tiempos del periodismo rastrero y sin tapujos, siempre estaba destazando y elogiando, en ambos casos hiperbólicamente. Si se trataba de destripar, lo hacía con saña apache, sin medir uno solo de sus adjetivos, como con permiso para matar; si era lo contrario, lisonjear, no tenía bozal el amelcochamiento embustero de su lengua. Eso no está mal, me atrevo a pensar, cuando las posiciones nacen de una convicción, de una necesidad imperiosa por lanzar dardos o piropos. No era el caso, sin embargo, de locutor que recuerdo. En todas sus apariciones expelía demasiado el tufo de un interés superior, la mano negra que mece la cuna del manipulador informativo.
Gerardo Hernández, en su Capitolio de ayer publicado en La Opinión (“Campañas de odio”), reemprende el comentario sobre el affaire Martínez Soriano-Montemayor Seguy. Es de sumo interés lo que señala, ya que los medios de comunicación no son entidades abstractas, doncellas inalcanzables por la huesuda mano de la corrupción. Los medios de comunicación, como razón social, como membrete, pueden ser impolutos, perfectos como los estatutos de un partido o los fundamentos de una religión, pero sus hombres, quienes los habitan, son seres falibles, susceptibles a cualquier descomposición.
Así, son los comunicadores quienes deben estar atentos a las bajezas de sus colegas, ya que el poder político, envilecido como está, pocas veces se animará a limitar los excesos de quienes, al menos en teoría, los fiscaliza diariamente.
Hace algunos días circuló de nuevo información sobre la extrema peligrosidad a la que se encuentra expuesto el periodismo mexicano frente a la epidemia del narco y al abuso del poder político. Las cifras de muertos desgarran, entristecen, es cierto, pero sin querer hablan muy bien del nuevo periodismo mexicano, imperfecto como toda obra humana, aunque cada vez más profesional. No hay que dejar que por una o dos manzanas se pudra toda la canasta.

El pelón en su laberinto

Las vacaciones abren siempre una magnífica rendija a la reflexión; yo no la aproveché, pues el tiempo se me diluyó empeñado en atender la enorme ristra de mierditas que ahora demanda la supervivencia cotidiana. Desde ver asuntos de plomería doméstica hasta regularizar pagos pendientes antes de que las crestas de tiburón se acerquen demasiado. En medio de eso, el goce de reencontrar amigos y ver parientes a los que uno quiere de veras.
No tan desagradable fue la vivencia que tuve en Chihuahua capital con el departamento encargado de expedir allá las licencias de manejo. No fui a renovar la mía, pues desde hace diez años vivo fuera de “la ley” y casi soy abstemio del coche. Para el trámite acompañé a mi esposa, y a diferencia de lo experimentado hace seis años, el procedimiento ahora fue ágil y muy servicial, aunque en algún momento cuenta todavía con vestigios de un pasado burocrático hostil, grosero, como se supone fue durante décadas y creó en México la imagen aterradora del siniestro servidor público de ventanilla. Cuento los detalles; no es la gran aventura narrativa, pero al menos muestra las dos caras históricas de un trámite burocrático: el pasado de mala jeta y el presente de obligado buen trato al ciudadano.
Entramos al amplio edificio a las 10 am. Con amabilidad extrema, el vigilante de la entrada nos da las primeras instrucciones: necesitamos tales y tales documentos para renovar la licencia. Los tenemos, y sólo falta uno. Nos manda con la mera jefa de licencias, quien todavía más gentil destraba el problema y nos remite a la primera ventanilla. Entregamos la papelería a una sonriente mujer, la revisa y nos envía al segundo punto del itinerario. Allí encontramos a un sujeto pelón, rechoncho, bigotudo y vestido de impecable negro estilo caporal, como cantante de Los Invasores de Nuevo León. Desde el primer gesto advertimos que se trata de un mamón, de un perdonavidas que aplastado en su pequeño trono burocrático ve al ciudadano como Dios mira a las liendres (Gilberto Prado dixit). En sus ojos, en sus palabras, en cada movimiento de sus manos, hay un desprecio absoluto por el género humano, un odio infinito y asordinado por todo lo que huela a prójimo. Tan agrio es que con facilidad, pensé, daba el ancho como personaje protagónico para una novela sobre el rencor y la desdicha. A su lado, una grabadora pequeña sintoniza música popular, de banda sinaloense, y su tabloide vespertino (El Peso, así se llama) vocifera en la de ocho que “Muere paisano en volcadura”. El tipo revisa los documentos y gruñón le indica a mi esposa cómo llenar un formulario. Mi esposa procede, pero surge una duda y le pregunta al pelón; el tipo aclara el detalle, refunfuña, menea un poco la cabeza para humillar al cliente y en seguida se conecta, en voz alta, con el estribillo de la canción que sale de su radio, un verso cantado con agudísima tesitura por un vocalista del Recodo: “… ya te olvidé, ya te olvidé, ya te olvideeeeeeeeé…”. Sufrí horrores para contener la risa, pues me pareció grotesco que el ogro machote de la ventanilla cantara de repente esa jotería impune. Al fin salimos de la aduana y pasamos a otras tres, todas fluidas y gentiles.
Media hora después, me queda en la cabeza un resumen: en las oficinas públicas de México hay, creo, una tendencia muy clara a mejorar el servicio, los tiempos de atención, el trato al ciudadano, pero todavía aparecen resistencias, lastres de un pasado prepotente y arbitrario, malencarado y tosco. El pelón es uno de ellos.

Cifras récord

Leo en El Diario de Chihuahua un cable de El Universal: “La Comisión de Seguridad Pública de la Cámara de Diputados reportó que de 2000 a 2006 se registraron casi 9 mil narcoejecuciones en México”. Ni siquiera es necesario comparar esa marca con otras para saber que el sexenio recién ido batió todos los récords mexicanos en la materia, lo que a trasmano evidencia una más de las derrotas foxistas, aparte de la electoral: que el programa denominado gritonamente “Mexico Seguro” fue la delgada capa de barniz que apenas si disimuló la verdad, esas 9 mil narcoejecuciones que casi le darían cuerpo a la cifra de caídos en una guerra de bastante buen tiroteo.
Esto sería un dato para el anecdotario sexenal si no fuera por la certeza de que el mal está enquistado y no hará caso a la buena voluntad del nuevo gobierno. Muy al contrario, los mecanismos de relojería narca no dejarán así de fácil que el felipato le saque las tuercas y desarticule un negocio que, por cierto, tiene ya tanto de político como de económico, pues no son pocas las voces que han denunciado presencia de infinito dinero ilegal en candidaturas y campañas.
La nota sobre el saldo de narcomuertes en el sexenio anterior da una idea del problemón que representa habilitar operativos como el de Michoacán. Según el diputado federal Francisco Santos, la mayor parte de las ejecuciones se dieron en Tijuana (coto emblemático de estos hechos), Monterrey, Guadalajara, el DF, Acapulco y por supuesto Michoacán, estado donde, se dice, hay ciudades sin autoridad civil debido al peligro que representa dialogar con interlocutores que en vez de palabras usan mejor sus elocuentes cuernos de chivo.
Tal vez el diputado Santos, del PRD, exagera al comparar la situación de México con los momentos más acalorados de la violencia colombiana o con ciertos países en guerra, pero en parte no desfavorece a la verdad cuando afirma que “Hay un escenario peor que en Colombia con guerrilla y narcotráfico. Incluso más grave que en países en guerra, ya que en México durante los seis años del foxismo se registraron en promedio cuatro ejecuciones al día, es decir, más de 120 al mes”. Aunada a la cantidad, la calidad de tales ejecuciones no permite avizorar un futuro cómodo para el Estado frente al poder narco. Con saña que está más allá de lo inhumano, de golpe se hizo más o menos común decapitar a los enemigos y escribir mensajes aleccionadores a las autoridades y a las bandas rivales.
Tan recurrente fue la información de esta índole que en seis años nos acostumbramos a recibir noticias sobre narcoejecuciones como quien se habitúa a escuchar el pronóstico del tiempo. “Los ajusticiamientos ya no son sorpresa y los secuestros simplemente son cotidianos. Por citar algunas cifras, documentadas en Michoacán en el 2006 se registraron 500 asesinatos por ajuste de cuentas y de ellas, 17 decapitados. En Guerrero, más de 60 ajusticiados y tres decapitados”.
Muchos ítems tiene que paleomear el nuevo gobierno luego del remanso vacacional. Nomás que no comience con estrategias como “México Seguro”, pues eso será, como ya vimos, la mejor garantía de fracaso y ya no hay mucho tiempo para más derrotas frente a la delincuencia y sus ferocidades.