domingo, diciembre 09, 2007

Premio al empuje



¿Qué abordaje hacer a un premio tan cercano que casi lo considero también mío? ¿Cómo lograr que se dé un poco de objetividad, distancia, mesura, si he visto muy aquí los hechos y he participado bien o mal en sus avances? Siempre que la menciono, para evitar señalamientos que me acusen de subjetividad trato de hacerlo con un estilo en el que se note claramente, al menos, algo de humor, un poco de autoescarnio, lo cual descarga en algo la posibilidad de que tomen demasiado en serio mis elogios. Así, por ejemplo, he escrito con falaz grandilocuencia que Renata es “la dueña de mis cuentas bancarias en Suiza”, lo cual es falso, aunque sí lo es de mis ahorritos resguardados debajo del colchón.
Hoy no puedo y no quiero proceder así, por eso aviso. Creo que el reconocimiento que le dieron esta semana (el premio estatal al voluntariado 2007) es, en este punto del camino, un espaldarazo y un estímulo, la forma menos indirecta de apreciar como valioso un trabajo que sin duda (sin duda para mí, aclaro) la enaltece y enaltece a los que rondamos la órbita de su infinito y silencioso e inteligente trajinar. Sin parar un solo día, durante tres años ella ha encabezado un proyecto alterno a su condición de maestra y madre de familia. Lo ha hecho, como digo, sin alharaca, con una tenacidad que pone de manifiesto el tamaño de los deseos que tiene por ayudar.
El proyecto puede ser descrito con sencillez, aunque ha demandado muchas horas de entrega sin remuneración ninguna. Desde que lo empezó, ella ideó la creación de cuatro áreas educativas en igual número de instituciones: el Cereso de Torreón, una casa-hogar para niñas, un albergue y el área de pediatría de un IMSS. En tales sitios, con dedicación permanente y un criterio organizativo basado en soportes teóricos muy novedosos, ha puesto en manos de muchos hombres y niños en desventaja la posibilidad de ampliar sus horizontes gracias al conocimiento. Ella no repela del asistencialismo, del dar objetos que resuelvan en lo inmediato un problema urgente, pero en virtud de su perfil profesional ha optado por acercar un bien que no se ve, el saber, y que suponemos dura para siempre.
Armada pues con un bagaje que trasciende lo meramente emotivo (aunque también lo incluye), llegó a la conclusión de que nadie puede dar lo que no tiene. A falta de dinero, de bienes materiales qué ofrecer, llegó a la conclusión de que, como ciudadana privilegiada con estudios de nivel superior hasta maestría, eso es precisamente de lo que puede desprenderse. Lo que sabe, lo que ha aprendido, lo que ha leído, sirve ahora como clarificador de su conducta y la ha llevado a impartir cientos de horas clase y organización en los espacios que denomina Imago, centros interactivos multimedia.
Su ideal desde el principio no fue la dádiva tacaña que se conforma con poco pues “poco” son las personas que se benefician con Imago. No. Su plan fue, desde el principio, tratar a sus alumnos con la mayor dignidad y dotar a los centros con todo lo necesario para que el aprendizaje florezca como puede florecer en cualquier espacio de primer mundo. Esa es la utopía, el sueño alcanzable pese a que todavía sus aulas sufren de carencias.
Y más allá de lo material, que importa mucho, lo fundamental de su proyecto es la convocatoria que hace a quienes se ofrezcan: gracias a tal llamado, muchos profesionistas de muy diferentes disciplinas han impartido e imparten cursos que de otra forma jamás hubieran llegado, por caso, al Cereso o a la casa-hogar de niñas. La generosidad de licenciados, doctores, contadores, artistas, técnicos y demás ha sido clave para que se den experiencias inéditas en la vida de muchos hombres y mujeres en situación de vulnerabilidad, hombres y mujeres, niños y niñas que seguramente recordarán para siempre tal o cual clase, tal o cual conocimiento.
Por todo esto, ¿cómo no sentir bien cuando una institución como el gobierno del estado le extiende un reconocimiento? ¿Cómo no sentir que su disciplina académica (más que su fe o su puro entusiasmo) han hecho de Renata Chapa un buen ejemplo de inteligente solidaridad? Con frecuencia yo decaigo, me sumerjo en pesimismos ya insalvables, pero lo que hace la dueña de mis afectos me lleva a rescatar tablones de optimismo en medio del océano, y así no me hundo y sigo aquí, con ella y tratando siempre de pensar y, lo más posible, de sonreír.