sábado, diciembre 29, 2007

Cayo, atleta del alma



Hasta ahora he tenido la fortuna de apersonarme poco, muy poco, en cortejos fúnebres. Para todos son, creo, indeseables, pues nadie goza con el dolor que irradia la presencia de la muerte, más cuando el desaparecido se contaba entre nuestras querencias. Cuando voy a uno, como ayer, no sé qué decir, me siento impotente ante el dolor y mejor doy un abrazo callado, lo más respetuoso posible, lo más sincero y solidario que se pueda. Luego viene la ceremonia de inhumación, acaso el momento más triste de todo ese trance. Ahí también procuro mantenerme en paz, no descuadrarme, pues en mí ánimo gravita con mucha facilidad el peso de la aflicción. Soy, como dicen, de lágrima fácil, y como en tierra de machos eso no es muy bien percibido, me hago duro y trago saliva, aguanto.
Ayer tuve que hacer un esfuerzo que está más allá de mis capacidades cuando en Jardines del Tiempo estaba a punto de consumarse la inhumación de Alejandro Lomas Ramírez, Cayo, hermano de mi ex alumno y amigo Daniel Lomas. Lo digo honestamente: un nudo enorme en la garganta casi me asfixió cuando Daniel, muy bien plantado, muy sereno, de una sola pieza, describió la personalidad de su hermano recién muerto. Carajo, yo sabía bien que Daniel es un gran escritor, que cuando él lo decida será uno de los mejores poetas y narradores de La Laguna, eso por la sencilla razón de que ya lo es aunque tenga publicada, por ahora, poca obra. Yo sabía, como ha quedado demostrado en algunas presentaciones de libros celebradas hace poco en el Icocult, que Daniel tiene a su breve edad un manejo espléndido de la palabra, una capacidad metafórica original, precisa, torrencial, y una imaginación tan rica que una sola línea suya es capaz de estremecer más que todas las cuartillas de un escritor convencional. Yo sabía todo eso, pero lo que vi ayer de Lomas me pasmó: conmovido pero sereno, recorrió en unas cuantas poderosas frases la maravilla de reto que debió encarar su hermano menor. Nacido con una enfermedad muy severa que afectó su crecimiento, su habla y su capacidad auditiva, Cayo tuvo desde bebé una pobre expectativa de vida; los médicos le pronosticaron al nacer sólo dos años de existencia. Pero el niño, con la ayuda de sus padres y de sus hermanos, pero sobre todo con la ayuda de una fuerza interior que no cabía en su cuerpo, desbarató los malos augurios y no vivió dos, ni tres, ni cuatro años, lo cual ya hubiera sido espléndido. No, vivió veinte, y todos los recorrió indeclinablemente optimista, sonriente, juguetón. Por eso Daniel, mago de las palabras, resumió la vida de Cayo en frases deslumbrantes (lo cito de memoria): si consideramos que le aseguraban dos años de vida y vivió veinte, Cayo entonces vivió cien, y pese a la adversidad él logró brincar obstáculos como un “atleta del alma”, como un hombre distinto, de madera especial.
A Cayo lo vi un par de veces. No me cabe duda, como también lo enfatizó Daniel, que era imposible tratar con él y permanecer inconmovibles a su alegría, a su deseo de conversar cálidamente a señas. Por eso he querido recordarlo aquí, para abrazar a Daniel, a quien tanto quiero y respeto y admiro, y también a sus padres y hermanos, familiares que lejos de cerrarle el paso al optimismo se lo abrieron cuando vieron en Cayo la posibilidad de demostrar durante el día tras día que los retos de esta naturaleza son los que de verdad unen y templan a las familias sensibles.
No caigo en una digresión: el 25 de diciembre acompañé a Renata al área de pediatría del IMSS. Lejos de amilanarse con el artero golpe dominical que recibió en estas páginas, preparó los mejores bolos que he visto en mi vida, unas megabolsas con dulces y regalos nada austeros: los llevamos a varios niños que, como el gran Cayo, luchan con sus padres para abrirse paso en medio de la enfermedad. ¿Y qué pasa? Que uno comprueba con estos chicos que lo único necesario para ellos es el afecto, la cercanía, y lo demás corre por su heroica cuenta.
A Daniel Lomas y a su familia, felicidades por Alejandro. Tenerlo (porque sigue y seguirá con ellos) es lo mejor que les ha podido ocurrir.