domingo, octubre 21, 2007

Seguros automáticos



Para atender un compromiso fortuito, el martes pasado tuve la obligación de visitar el planeta torreonense de la colonia Valle Verde sita (es maravillosa esta palabreja de la jerga abogadil) al lado del famoso periférico Torreón-Gómez-Lerdo. El viaje lo hice de noche, y mientras recorría esa pavorosa rúa (otra palabreja digna de figurar en el libro Guiness del mal gusto) me prometí, clavados los rencorosos y telenovelescos oclayos en el espejo retrovisor, que escribiría otra vez sobre esa susodicha mierda que se supone es una carretera de flujo rápido.
Reparaciones van, reparaciones vienen, pero el periférico ha sido, es y será una porquería hasta la extinción del último rastro de vida sobre el pellejo de la Tierra. Pocas veces, de veras pocas veces, un lugar del mundo me ha provocado más miedo que esa mugre. No exagero: una cantina de la Alianza, una piquera de La Garcita, una cervecería de La Borrega o la amistad de Kamel Nacif y de Elba Esther Gordillo, lo cual no es poco decir, me parecen más seguras que el libramiento. Por donde quiera que se le aborde, esa basura es una ruleta rusa con cinco balas. Para salir airoso del tramo, lo afirmo con firmeza, además de tener los güevecillos muy bien instalados en su natural reducto se necesita una pericia grande y otra cosita. La vía es, aunque casi recta, un enredijo: sin señalamientos o con señalamientos torpes, de un carril se pasa a dos, de dos a tres, de tres a uno, de un pedazo nuevo se pasa a uno lleno de bolas, de un semáforo en amarillo preventivo se accede a un tramo en eterna reparación, todo en frenético desorden, como en versión de pesadilla o película de Santo musicalizada con jazz percusivo.
La conclusión que saco es la que ya sugerí líneas arriba: que el periférico nunca (remarco: nunca) quedará bien, así como no quedarán bien las carreteras a Matamoros o a San Pedro. Ante tal realidad, no me parece disparatado exigir de la autoridad responsable, al menos, un seguro de atención funeraria y otro de vida para todo aquel, quien sea, que deba transitar esa ruta al infierno y puntos circunvecinos. Sé que nadie escuchará esta idea magistralmente concebida ayer por mi amigo Nacho Lazalde y yo, pero aseguro que el alcalde, el gobernador o el delegado federal que la cristalice obtendrán sonoras palmadas del respetable.
Su puesta en vigor es fácil, y no tiene costo político si vemos la realidad tan cruda como se nos presenta: si es un hecho que tal parte de las ciudades hermanas nunca será ni mínimamente segura, que por errores históricos de diseño (cuya cereza es el DVR) el periférico jamás estará cerca de los estándares mundiales de seguridad vial, ¿que costo político puede tener la acusación de ineptitud a “pasadas administraciones” y el obsequio de los seguros por accidente?
Por supuesto que no faltará algún suicida que avariciosa y gandallamente quiera aprovechar la coyuntura para ganar algo con su autodespachamiento al infinito y más allá, pero a los ciudadanos comunes y corrientes, como yo, el par de seguros nos dará la certeza de que bueno, en efecto, transitaremos sobre una mierda y habrá que ponerse siempre muy truchas, y si acaso pasase (verbo usado al estilo siempre docto de Hugo Sánchez) lo que nadie desea, el ogro filantrópico se encargará de compartir con los deudos alguna parte de la carga material, del fardo económico que implica toda defunción.
Nacho Lazalde plantea un plus: que en caso de que alguna víctima carezca de identificación y deba ser llevada a la fosa común, los seguros de defunción y de vida sean destinados a un fideicomiso útil para construir, en las fiestas del segundo centenario de Gómez y Torreón, un segundo piso de regreso que impida cualquier contacto entre la ida y la vuelta del libramiento. La idea me parece atendible. De cristalizar, los laguneros del año 2107 tendremos por fin un poco de seguridad en esa carretera y, así, podrán ser derogados los seguros.
Se aceptan todas las adhesiones al proyecto, menos la de Jorge Viesca.