sábado, octubre 06, 2007

El ocelote Pintado



Como es su buena costumbre, Gálvez Narro me madrugó ayer con el exquisito tema del ocelote (del náhuatl océlotl, tigre, también conocido por los científicos como Leopardus pardilis, felino salvaje del continente americano) Pintado, es decir, del ocelote Robertus Madrazus Pintadus, fiero animal caracterizado por su malicia y su cinegética velocidad de relámpago. Pese a ello, pese a que el tema envejeció en un día, cedo a la tentación de comentar algo sobre la hazaña deportiva Gillette que recién se aventó en Alemania el mercúrico ex candidato del PRI a la pestilencia de la res pública.
Debo decir, de entrada, que cuando pienso en maratones invariablemente me llega a la mente la imagen de la heroicidad. ¿Cómo correr a buen ritmo más de cuarenta kilómetros? Es una locura, un hazaña que sólo pueden consumar los verdaderos atletas, independientemente de su edad y de sus marcas. No puedo no pensar, por ejemplo, en el personaje emblemático de la justa, el etiope Abebe Bikila, quien ganó un par de veces la maratón (Roma, en 1960, y Tokio, en 1964) y dejó la estampa inolvidable de su trote con los pies desnudos. O cómo olvidar a la chica aquella, no recuerdo su nombre, que llegó caminando y retorcida a la meta sólo para concluir la competencia, sin dejarse tocar para que no la descalificaran, desfallecida e “inspiradora”, como dicen los gringos.
Así, abatidos, con dolores de caballo, desgarrados del alma, casi muertos del esfuerzo llegan muchos maratonistas a la meta, con lo que cumplen su misión de correr la gran distancia lo más rápido posible. No fue el caso del ocelote pinto, o Pintado, en territorio germánico, pues con un tiempo (2 horas con 40 segundos) que desafía todas las leyes de la física y sobre todo de la gerontología, llegó primo a la meta en la categoría de los 55 a los 59 años. Y no sólo llegó, y no sólo llegó a sus 55 años, y no sólo llegó a sus 55 años en 2 horas 40 minutos, sino que además lo hizo con una sonrisa que muy bien podría ser campechana si no fuera tabasqueña, que muy bien podría ser de hiena si no fuera de ocelote.
Los cables exponen que el ex líder del PRI y enemigo acre de la primera profesora del país —ésta asidua ganadora de maratones político-electorales— no había logrado bajar, lógico, de las 3 horas con 40 minutos en la maratón, y de golpe y madrazo, como si hubiera bebido algún elíxir elaborado en Addis Abeba, le tumbó una hora (¡una hora!) a su propio tiempo. No se necesita haber corrido nunca en la vida para saber que el polaco en retiro no puede realizar tal proeza ni metiéndose todo el peyote asesino del mundo. Y entonces, ¿qué ocurrió? Nada, que como en sus épocas de líder del PRI decidió irse por la libre, abrevió un trecho del recorrido y de repente reingresó a la competencia sólo para ganarla como auténtico corredor helénico.
Ignoro cuáles serán las consecuencias oficiales del fraude. Por lo pronto, a mí, el ocelote Pintado me dio una brillante idea: voy a participar en el próximo maratón Lala. Ya sé cómo triunfar.