lunes, octubre 29, 2007

Música clásica (de aquí)











La versión clonada de Los Cadetes de Linares que vi y oí ayer en la plaza de toros de Torreón no es, ni de chiste, mejor que la original de Lupe Tijerina y Homero Guerrero. Sin embargo, fueron tan buenos los originales de esta música clásica (clásica de aquí) que hasta las copias aguantan un piano, sobre todo en aquellos temas del viejo repertorio. Las versiones de "No hay novedad", "El asesino", "Dos amigos" y otras que se echaron estos cadetes en versión xerox fueron tan gratas que confirman la grandeza ya inmortal de don Lupe y de don Homero. Pese a todo, pues, los cadetólogos ortodoxos estuvimos de plácemes.
Lo más llamativo para mí, en este caso, fue el poder de convocatoria ruco que tiene la firma de este grupo; la mayor parte del público estuvo conformada por contemporáneos míos de cuarenta y más edad, e incluso vi señoras que asistieron ayudadas por su bastón. Pero Los Cadetes (la copia) ya no son lo que eran endenantes, un grupo arrasador, de multitudes. Ahora los jóvenes prefieren a los conjuntos más recientes, de música harto estrepitosa y narca, bandas sinaloenses o de pasito durangueño que a mí, lo confieso, no me agrada ni para bailar en La Borrega. Los de Linares, al contrario, son los amos del bolero norteño, género en el que alcanzan tintes de verdadera magistralidad. No cantaron "Sabor de engaño" ni "Menos que nada" (dos joyas del desgarramiento lírico), pero con los pocos boleros que colgaron en sus gargantas demostraron que el sello cadete se manifiesta mejor con temas suaves, acompasados, no con el frenesí de lo muy movido.
Las fotos que acompañan este apunte son mías.

domingo, octubre 28, 2007

Junto al globo



Gracias a Jacobo Aguilar tengo esta foto. Le agradezco la toma y el envío. Estoy con Ivana, la más pequeña de mis chicas superpoderosas.

El movimiento de Pepe Valdez











Si algo destaca en la obra plástica de Pepe Valdez Perezgasga (Torreón, 1963) es, creo, el movimiento. Pese a su estaticidad sobre el plano de papel o de cualquier otra materia, las imágenes de este lagunero tienen la extraña peculiaridad de provocar a la mirada, de acicatearla para que avance y, merced a esa complicidad co-creativa del espectador, generar vida en la obra, ponerla, como digo, en movimiento. No por nada muchas de sus piezas ofrecen la posibilidad (a diferencia del dibujo convencional, de la pintura de caballete y del fresco) de comenzar en cualquier punto y exigir al ojo un frenético recorrido, forzarlo a que deambule por la “narrativa” icónica característica en muchas de sus obras.
Hijo de don Bulmaro Valdez Anaya (quien a propósito del centenario fue incluido con irregateable merecimiento en el suplemento especial de La Opinión dedicado a personajes relevantes de nuestra ciudad) y décimo de doce hermanos, Pepe Valdez despertó desde sus primeros años al deslumbramiento de la imagen. Insumiso, inquieto, receptivo desde niño a la perplejidad de las formas, los colores y las proporciones, no tuvo fácil el camino para hacerse de una técnica y, con el paso de los años, de un estilo definitivo. La tuvo complicada no por falta de oportunidades para aprender, sino por su rechazo a las camisas de fuerza, a la disciplina escolar que impone reglas y tareas y que de alguna forma, aunque sea levemente, frena los ímpetus innatos.
Me lo ha dicho acá entre nos: lo máximo que de pequeño sobrevivió en una academia de arte —esas academias todavía semipiratas y caseras que había en Torreón a mediados de los setenta— fue una semana. La conclusión de aquel experimento se dio en condiciones algo incómodas: mientras él y su primo dibujaban jarros y manzanas para un bodegón primerizo, en un descuido de la maestra descubrieron la colección de revistas Penthouse que el esposo de la preceptora almacenaba sin mucha previsión; obviamente comenzaron a hojearlas, a extasiarse con las divinuras allí expuestas, pero fueron descubiertos por la maestra y a la postre severamente reprendidos, de suerte que no hubo más camino que la renuncia a todo intento por aprender los primeros secretos del arte.
En 1981 se dio, digamos, otro intento por pulir la vocación libérrima de Pepe Valdez. Viajó a la ciudad de México y allá, no sin escepticismo acerca de su constancia como alumno, ingresó a La Esmeralda para estudiar artes plásticas. Afortunadamente logró aprobar los diez semestres de la carrera y pudo al fin mitigar su tendencia al autodidactismo. Allí comenzó otra etapa: había que ganarse ya la vida y comenzó a dar clases en una secundaria, a trabajar como burócrata en la SEP y como dibujante en una cosa llamada Comisión del Transporte en el Estado de México.
Pocos años después, en 1989, Valdés Perezgasga regresó a La Laguna, donde se ha dedicado a muchas actividades, entre ellas a viajar por encargo, a vender muebles, a fundar un taller de artesanías en miniatura y a colaborar como ilustrador en numerosas publicaciones de nuestra región, aunque no es posible pasar por alto que algunas veces sus trazos aderezaron páginas como las de La Jornada Semanal, suplemento cultural de La Jornada.
Hoy, Pepe Valdez sigue en la inquietud, en el gusto empedernido por los viajes, en el asombro por las panorámicas urbanas y naturales, en el descubrimiento permanente, como el que ahora lo mantiene cerca, entre lo culto y lo popular, del ex voto, esa manifestación de la fe por medio del dibujo y la textualidad.
Le pedí algo para ilustrar, al menos en el blog, el texto que aquí está terminando. Me dio una carpeta con cinco láminas maravillosas, barrocas, con “movimiento”, trabajo que preparó en el 95 aniversario de Torreón. Las voy a “subir”, como digo, al blog, y allí se podrá comprobar la vitalidad de Pepe Valdez, su estilo ya inconfundible, la capacidad que tiene para hacer postales artísticas de la realidad con un cúmulo de trazos. Sé que todavía tiene ejemplares de dicha carpeta y no dudo que los coleccionistas se verían muy agradados con ese formidable conjunto. El que quiera más datos que simplemente le escriba a Pepe Valdez y lo comprobará: jvaldezpg@yahoo.com.

Asedio del parquímetro



Hace unos días tuve la extraña suerte de manejar mi coche, ya que la mayor parte del tiempo lo cedo venturosamente a la dueña de mis quincenas de millonario excéntrico. En él me desplacé al Teatro Martínez, pues debía atender un asunto literario con ese otro millonario excéntrico llamado Saúl Rosales. Al buscar estacionamiento, un problema que por fortuna casi no padezco, lo hallé sobre la Jiménez casi esquina con Allende, y coloqué mi mueble “en batería”. Por experiencia sé que los parquimetristas (ignoro si así se les pueda denominar a esas aves de rapiña encargadas de tumbar láminas al menor parpadeo) no se tientan el desarmador para retirar las placas y dejar en el limpiaparabrisas el papelito de la infracción, así que introduje en la ranura una moneda de dos pesos que me garantizara inmunidad durante media hora.
Lo que pasó no tiene Sara García (léase abuela): la monedita de dos chuchos fue engullida por la máquina y en ningún momento la pantalla del aparato dejó ver el tiempo registrado, o sea, que se tragó mi dinero y no me dio a cambio ni un segundo de derecho a estacionarme. Mi primera reacción fue de desconcierto: ah cabrón, qué chingados pasó, murmuré entre muelas, casi filosóficamente. Miré al entorno, como buscando a un ángel salvador o a un parquimetrista que me explicara lo ocurrido. No hallé nada, como era de esperar, pues los encargados de parquímetros nunca están cuando bajamos del coche y sólo aparecen cuando nosotros desaparecemos.
La segunda reacción fue más racional. Bueno, me dije, son dos méndigos pesos, le voy a echar otra moneda y pedigrí resuelto. Pero la tercera reacción, todavía más racional, era el diablito que me hablaba a la oreja: ¿Y por qué le vas a poner más, si ya de por sí es un robo? Mientras me debatía entre ponerle más dinero o no ponerle, mis ojos erraron en busca del ángel salvador o de alguien que testimoniara lo ocurrido, pero no pasó nada. Al fin tomé la decisión: escarbé de nuevo el bolsillo y saqué otro fierro; estaba a punto de meterlo cuando volvió el diablillo introductor de dudas: si ya se tragó una, ¿qué te hace pensar que ahora sí la hará valer?, y me detuve. Así permanecí un minuto o poco más, enredado entre una posibilidad y otra.
Finalmente se impuso la cordura: no le iba a poner más plata, por mínima que fuera, a un servicio que no me aseguraba ninguna eficacia. Pensé en mis dos pesos depositados, como dice la sabia expresión coloquial, de oquis, y pensé en los sueldos de nuestros funcionarios, de nuestros regidores, de toda la horda de patanes que se asignan sueldos de lujo y bonos de marcha y casi termino por publicar un desplegado para denunciar al alcalde por mis dos pesos robados. Obviamente reí ante la magnificación del mal, pero en el fondo, ya pensándola mejor, el chanchullo o el desperfecto (caso de que lo sea) no es para reír. ¿Alguna vez se nos ha informado cuál es el padrón exacto de parquímetros? ¿Alguna vez se nos ha dicho cuánto gana el municipio por concepto de estacionamiento en la vía pública? ¿Alguna vez se nos ha comunicado qué hacer en caso de engullimiento baldío de monedas? Creo que nunca. Decidí entonces no cooperar con El Mal, y escribí un recadito amenazante, éste: “Señor del parquímetro. Le puse dos varos al aparato y no marcó nada. Si me quita la placa, lo voy a buscar para arreglarnos. Atentamente: Cavernario Galindo”. De sobra está decir que no perdí mi placa.

El jefe Ripstein



Entre 1957 y 2007 pueden caber casi cuarenta películas; 39, para ser exactos, las mismas en las que ha trabajado Arturo Ripstein como asistente, como guionista y principalmente como director. Es él, por ello, uno de los más consistentes cineastas que ha dado nuestro país, y ni duda cabe que cualquier comentario sobre su obra completa demanda, pese a los altibajos comunes a toda carrera creativa, adjetivos favorables. Para hablar de cine y de su cine, Ripstein estará en el auditorio del Museo Arocena (entrada por la Juárez) hoy a las siete de la tarde; la charla es convocada por el Cinart, el Museo Arocena y el Icocult laguna.
La oportunidad de oír, pues, a un director de largo aliento es inmejorable ahora que, se supone, el cine mexicano goza de renovada buena salud. Y digo renovada porque desde tiempos de don Joaquín Pardavé cada diez o quince años se habla de “nuevo cine mexicano” y se insiste que ahí la llevamos, que dentro de poco apagaremos el sol de un sombrerazo. Sea los que fuere, si eso es cierto o no, es seguro que así como hay actores sólidos, también hay fotógrafos de calidad, guionistas dignos y directores que lo son más allá y más acá de cualquier rebambaramba publicitaria, como Ripstein.
La extensa carrera de este realizador es así de grande, como sabemos, porque prácticamente nació con una cámara (en vez de una torta) bajo el brazo. Hijo de productor, desde la edad del gateo tuvo que sortear el cablerío de los aparatos eléctricos usados en el mundo de los rodajes, y muy pronto apuntó el objetivo (sin metáfora) hacia la filmación de la película Tiempo de morir, de 1965. Tenía la hermosa friolera de 21 años, una edad, como digo, en la que todo parece fácil, incluso rodar una película.
A diferencia de muchos, el caso del precoz Ripstein no fue un arrebato de creatividad o, para decirlo en términos más técnicos, una llamarada de petate fílmica. Lejos de serlo, el joven subió al mejor barco que en aquellos entonces estaba disponible no en México, sino en el mundo; ese barco se llamaba Luis Buñuel, de quien Ripstein estuvo cerca y pudo obtener el conocimiento que no le podía dar ni la mejor universidad.
De esa manera, cuando llegó el tiempo de volar solo, lo hizo ya con las alas bien dispuestas, y así, un año sí y otro también, fueron desfilando cintas que ahora son clásicos de nuestro cine, como El castillo de la pureza (donde es inolvidable la claustrofílica ojetez de Claudio Brook), El lugar sin límites (basada en la novela homónima de José Donoso y marcada inolvidablemente por la actuación fuera de todo límite de Roberto Cobo, el Jaibo de Buñuel y la Manuela de Ripstein), La reina de la noche (con una Lucha Reyes que fue Patricia Reyes Spíndola en alto calibre actoral), El imperio de la fortuna (un delicioso refrito —los refritos suelen ser más ricos que los fritos— de El gallo de oro, la historia de Rulfo que en la versión ripsteiana maravilla con su Gómez Cruz y su Blanca Guerra impecables) y Profundo Carmesí (con Regina Orozco y Daniel Giménez Cacho en dupla formidable), entre otras muchas películas famosas y otras no tanto.
No enumeré cinco títulos al azar: son, en la numerosa filmografía de Arturo Ripstein, las que más aprecio. Sé que cualquiera puede hacer su lista y sé incluso que cualquiera puede minosvalorar el cine de Ripstein. Lo que sí no podemos hacer, por más que lo deseemos, es ignorarlo. Querámoslo o no, Ripstein es, en lo suyo, un jefe.

El radar Astorga



Se podrá decir lo que sea sobre su posición, pero de que es combativo es combativo, ni duda cabe. Me refiero al señor Héctor Astorga Zavala, de Torreón, quien decididamente ha usado el correo electrónico para rebatir, para discrepar, para ser radar y voz ciudadana siempre crítica y respetuosa aun en los asuntos más caldeados. En una sociedad en la que son pocos los lectores decididos a la réplica y a la participación, el señor Astorga es ejemplo de negación a la pasividad. Esté o no de acuerdo con él, lo admiro porque nunca recula, porque sigue adelante y contradice y pelea y manda permanentes y duras cartas a todo aquel periodista que a su juicio yerra.
La más reciente la recibí ayer. Es, como otras muchas de su cuño, de tajante respuesta, esta vez a la posición blanducha del ingeniero Cárdenas. Miremos qué opina: “Estimadas amigas y amigos: La historia reciente de nuestro país ha venido ‘resolviendo’ los problemas de corrupción e impunidad simplemente barriéndolos bajo la alfombra o esperando que se pudran o se olviden. Dicha táctica fue ampliamente practicada por el PRI antes de que éste partido permitiera que el PAN fuera ocupando posiciones importantes dentro de la política nacional. Una vez que este último partido tomó fuerza suficiente, los atracos al país fueron sistemáticamente acordados por ambos partidos en descarada complicidad: el fraude contra el propio Cuauhtémoc Cárdenas, el fraude del siglo llamado Fobaproa, el ‘Pemexgate’, ‘los amigos de Fox’, el ‘desafuero’ de López Obrador, la ‘guerra sucia del 2006’, el ‘fraude electoral del 2006’, la venta de Banamex sin pagar impuestos, la venta de Aeroméxico violando flagrantemente la ley, etc. etc. etc.
Todo lo anterior y más ha sido sistemática y oportunamente denunciado por López Obrador y por los columnistas más prestigiados y confiables del país. O sea, por denuncias públicas no ha quedado y por indignación pasajera de la opinión pública tampoco, pero los casos de corrupción e impunidad se siguen presentando sin mayores escrúpulos pues los autores y cómplices saben que de cualquier forma no van a ser castigados ya que se apoyan en la mafia PRI-AN.
Y ahora sale Don Cuauh con que ‘hay que darle la vuelta a la página’, que hay que aceptar la realidad aunque ésta haya sido producto de un fraude o de que menos que Calderón no llegó limpiamente. Esta propuesta del Inge Cárdenas no es más que un nuevo llamado a la impunidad que tanto daño le ha hecho a nuestro país desde el punto de vista económico y democrático.
No, Inge Cárdenas, los inconformes con lo sucedido en el 2006 somos millones y usted tiene sólo un puñado de seguidores. Estos millones estamos convencidos de que la postura de López Obrador es la más digna porque se opone a todo lo que ha constituido corrupción, impunidad y beneficio sólo para los grandes capitales que mantienen a nuestro país maniatado y sin poderse desarrollar en forma justa y armónica.
Los que desean que continúe la corrupción y la impunidad saben que López Obrador sí constituye un peligro para sus intereses, por eso su odio recalcitrante hacia nuestro líder. Los enemigos del Peje son muchos, pero nuestro apoyo decidido a las causas de López Obrador se impondrán más temprano que tarde”.

Arte sacro en Coahuila



Desde hace meses le debo a mi ex alumna y amiga Idoia Leal un comentario sobre sus libros ya no tan recientes: el del Canal de la Perla y el de muralística lagunera. Pronto lo haré, lo prometo. Mientras tanto, aprovecho que en el Arocena fue presentado ayer Desempolvando la fe. Muestra de arte religioso en Coahuila, de mi también ex alumno y amigo Gabriel Leal Motola, para decir que por fortuna viene en camino una nueva generación de críticos de arte laguneros. Puedo contar al menos a tres jóvenes que, cada cual en su espacio, cada cual en su órbita, cada cual en su peculiaridad, se dedican a escarbar sistemáticamente los predios del arte en busca de sentido: José Jiménez Ortiz, la ya mencionada Idoia y Gabriel Leal.
El último, como dije, presentó ayer su Desempolvando la fe, obra lujosamente impresa por los sellos del Conaculta y el Icocult, y cuyo contenido testimonia los afanes que como estudioso del arte han movido la inquietud de Gabriel Leal desde que egresó de la carrera de Ciencias Humanas en la UIA: indagar/rescatar lo que de valioso tiene nuestra entidad en materia de arte sacro. Por ello, incansable, tenazmente, Leal Motola recorrió Coahuila y con lap top y cámara en ristre ha logrado redondear un catálogo que incluso no tienen otros estados con mayores riquezas coloniales.
He ahí el mérito de Gabriel: no parar, no bajar los brazos ante lo duro de la batalla por escudriñar espacios con obra digna de ser conservada, registrada y difundida. Su juventud, lejos de ser un obstáculo, ha sido su mejor aliada, pues las jornadas de investigación y levantamiento de registros textuales y fotográficos lo han obligado a desplazarse por cada rincón del estado, y para ello es necesario contar con una disciplina y un entusiasmo notables.
La ficha curricular de Gabriel Leal Motola resalta lo que afirmo: egresado con mérito de la UIA, luego fue allí maestro. Entre otras actividades, fue ponente en el Primer Coloquio Internacional del Noroeste Mexicano y Texas, celebrado en el 2003; del Segundo Encuentro de Patrimonio Cultural del Noreste, celebrado en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey en 2006 y en el V Congreso Internacional Cultura y Desarrollo: en defensa de la diversidad Cultural (junio 2007) en la Habana, Cuba. Participó en el Curso Taller de Introducción a la Conservación de la Arquitectura Norestense, llevado a cabo en mayo del 2006. Ha publicado en la Gazeta del Saltillo de Archivo Municipal saltillense y dictado conferencias en diversos municipios del Estado de Coahuila. Coordinó el Catálogo Estatal de Bienes Muebles en Recintos Religiosos del Centro INAH Coahuila y actualmente es Coordinador de Proyectos de Patrimonio Cultural del Instituto Coahuilense de Cultura.
Desempolvando la fe hace un recorrido icónico y textual de obras con carácter religioso albergadas en los espacios habituales de este tipo de arte. Su rasgo más interesante es que recorre en orden alfabético los 38 municipios de Coahuila, previa segmentación en las tres diócesis de la entidad. Es un trabajo estimable como documento histórico y artístico, y es de esperar que en el futuro sea ampliado o particularizado, pues mucho se puede hacer en esta franja del conocimiento, hoy poco explorada en el norte del país.
Felicidades a Gabriel por este batazo bibliográfico.

Basura en el lecho



Fui a ver, no escarmiento, el espectáculo de los globos aerostáticos en el lecho seco del río Nazas. Más que asombrarme con esos monstruos inflados, me desinflé al ver lo que quedó de aquel proyecto que quería obtener el Guiness en materia de rompecabezas. Por supuesto fue abortado, pero su escoria plástica quedó diseminada en una buena cantidad de metros cuadrados del antiguo río, como se puede apreciar en la tirilla de imágenes.
Agradezco mucho a mi amigo Jacobo Aguilar el envío de las fotografías. Yo no llevaba cámara y le pedí que hiciera las tomas y me las mandara, lo que hizo de inmediato y generosamente.

domingo, octubre 21, 2007

Seguros automáticos



Para atender un compromiso fortuito, el martes pasado tuve la obligación de visitar el planeta torreonense de la colonia Valle Verde sita (es maravillosa esta palabreja de la jerga abogadil) al lado del famoso periférico Torreón-Gómez-Lerdo. El viaje lo hice de noche, y mientras recorría esa pavorosa rúa (otra palabreja digna de figurar en el libro Guiness del mal gusto) me prometí, clavados los rencorosos y telenovelescos oclayos en el espejo retrovisor, que escribiría otra vez sobre esa susodicha mierda que se supone es una carretera de flujo rápido.
Reparaciones van, reparaciones vienen, pero el periférico ha sido, es y será una porquería hasta la extinción del último rastro de vida sobre el pellejo de la Tierra. Pocas veces, de veras pocas veces, un lugar del mundo me ha provocado más miedo que esa mugre. No exagero: una cantina de la Alianza, una piquera de La Garcita, una cervecería de La Borrega o la amistad de Kamel Nacif y de Elba Esther Gordillo, lo cual no es poco decir, me parecen más seguras que el libramiento. Por donde quiera que se le aborde, esa basura es una ruleta rusa con cinco balas. Para salir airoso del tramo, lo afirmo con firmeza, además de tener los güevecillos muy bien instalados en su natural reducto se necesita una pericia grande y otra cosita. La vía es, aunque casi recta, un enredijo: sin señalamientos o con señalamientos torpes, de un carril se pasa a dos, de dos a tres, de tres a uno, de un pedazo nuevo se pasa a uno lleno de bolas, de un semáforo en amarillo preventivo se accede a un tramo en eterna reparación, todo en frenético desorden, como en versión de pesadilla o película de Santo musicalizada con jazz percusivo.
La conclusión que saco es la que ya sugerí líneas arriba: que el periférico nunca (remarco: nunca) quedará bien, así como no quedarán bien las carreteras a Matamoros o a San Pedro. Ante tal realidad, no me parece disparatado exigir de la autoridad responsable, al menos, un seguro de atención funeraria y otro de vida para todo aquel, quien sea, que deba transitar esa ruta al infierno y puntos circunvecinos. Sé que nadie escuchará esta idea magistralmente concebida ayer por mi amigo Nacho Lazalde y yo, pero aseguro que el alcalde, el gobernador o el delegado federal que la cristalice obtendrán sonoras palmadas del respetable.
Su puesta en vigor es fácil, y no tiene costo político si vemos la realidad tan cruda como se nos presenta: si es un hecho que tal parte de las ciudades hermanas nunca será ni mínimamente segura, que por errores históricos de diseño (cuya cereza es el DVR) el periférico jamás estará cerca de los estándares mundiales de seguridad vial, ¿que costo político puede tener la acusación de ineptitud a “pasadas administraciones” y el obsequio de los seguros por accidente?
Por supuesto que no faltará algún suicida que avariciosa y gandallamente quiera aprovechar la coyuntura para ganar algo con su autodespachamiento al infinito y más allá, pero a los ciudadanos comunes y corrientes, como yo, el par de seguros nos dará la certeza de que bueno, en efecto, transitaremos sobre una mierda y habrá que ponerse siempre muy truchas, y si acaso pasase (verbo usado al estilo siempre docto de Hugo Sánchez) lo que nadie desea, el ogro filantrópico se encargará de compartir con los deudos alguna parte de la carga material, del fardo económico que implica toda defunción.
Nacho Lazalde plantea un plus: que en caso de que alguna víctima carezca de identificación y deba ser llevada a la fosa común, los seguros de defunción y de vida sean destinados a un fideicomiso útil para construir, en las fiestas del segundo centenario de Gómez y Torreón, un segundo piso de regreso que impida cualquier contacto entre la ida y la vuelta del libramiento. La idea me parece atendible. De cristalizar, los laguneros del año 2107 tendremos por fin un poco de seguridad en esa carretera y, así, podrán ser derogados los seguros.
Se aceptan todas las adhesiones al proyecto, menos la de Jorge Viesca.

sábado, octubre 20, 2007

Diagnóstico de Barrón Cruz



Renata Chapa, la dueña de mis cuentas bancarias en Suiza, escribe una página dominical para El Diario de Chihuahua. Hace unos meses, a propósito del libro El nudo del silencio (Océano, 2006), estudio sobre Juana Baraza, La Mataviejitas, Chapa estableció contacto con el autor de la obra, el criminólogo Martín Gabriel Barrón. Luego de ese primer acercamiento, el diálogo profesional entre Chapa y Barrón Cruz continúa con importantes lecciones del investigador y docente del Instituto Nacional de Ciencias Penales.
Hace unos días la correspondencia con el maestro Barrón Cruz se incrementó a propósito del caso relacionado con el presunto poeta-caníbal de la colonia Guerrero. Sobre el tema, el especialista le recomendó visitar un trabajo que tiene él publicado en la web del Inacipe, en esta dirección: http://www.inacipe.gob.mx. Lo vi y lo recomiendo ampliamente, pues se trata de una aproximación autorizada, científica, al asesinato en serie. He aquí un fragmento de lo mucho que ofrece:
“En los últimos días la Ciudad de México se sacudió ante la noticia de que un hombre había matado a su pareja sentimental. La nota quizá no tendría nada de extraordinario, ante los eventos de violencia que se viven; sin embargo, lo llamativo del tema es que además de privarla de la vida había realizado actos de antropofagia. Éstos consistieron en que el individuo cortó parte del brazo y pierna derecha de la víctima; el primero lo cortó con un cutter por la línea media del codo hasta la mano y extrajo el hueso (radio y cubito) y la carne del mismo. Posteriormente, lo puso en un sartén y lo frió para proceder a comérselo. (…)
La idea básica de elaborar un perfil es conseguir un cuerpo de datos o patrones comunes con los cuales se pueda establecer una descripción general del individuo que cometió la conducta delictiva, en términos de hábitos personales, empleo posible, estado civil y rasgos de la personalidad. Contrario a la creencia popular, no es necesario que el delincuente sea un criminal serial. El perfil se puede hacer de una sola escena del delito, en razón de que el 70-75% de homicidios es circunstancial, por lo cual se puede desarrollar una manera de perfilar sin referencia a la reiteración de los patrones. (…)
La teoría de Hare indica que la psicopatía surge de una compleja y poco entendida interacción entre diferentes factores biológicos y fuerzas sociales. Esta interacción está basada en la evidencia de que los factores genéticos contribuyen al desarrollo biológico del cerebro y también a su funcionamiento. Es decir, para este autor los psicópatas no son el resultado de una mala educación por parte de los padres o de experiencias traumáticas en la infancia, creo que estas juegan un papel importante en el desarrollo de una serie de disposiciones naturales clave. Los factores sociales y la actuación de los padres influyen en la forma en que el trastorno se desarrolla y se expresa en forma de comportamiento; así el individuo con rasgos psicópatas que crece en una familia estable y tiene acceso a fuentes sociales y educacionales positivas puede convertirse en un estafador o en un criminal de cuello blanco o quizá en un político o profesional tenebroso…”

Murania de Alejandro Pérez



Después de muchos años sin hacerlo, hoy iré gustoso a San Piter de las Colonias. Lo haré para presentar Murania, de Alejandro Pérez Cervantes, quien con aquel libro ganó el premio nacional de cuento Julio Torri 2007. Martín Molina, el autor y yo haremos los comentarios a partir de las 8 pm en el teatro de la Casa de la Cultura. Allá espero al lector de Ruta Norte, pues bien sé que tengo uno en San Pedro.
El autor, quien nació en Saltillo en 1973, es escritor y artista plástico. Licenciado Gráfico por la UAdeC, desde 1993 ha sido colaborador de diversos medios regionales en el área de periodismo cultural; ha colaborado en El Norte, Espacio 4, Diez minutos y Vanguardia, donde obtuvo en dos ocasiones el Premio Estatal de Periodismo; también en medios nacionales como La revista de El Universal y Replicante. Es editor de la revista cultural Azimuth y consejero editorial de la revista norteamericana Contratiempo. Autor de la plaqueta Los muros de niebla (1998), diversas antologías de cuento han albergado su obra narrativa. Actualmente se desempeña como catedrático de tiempo completo en la Escuela de Artes Plásticas Rubén Herrera de la UAdeC.
Entrevistado hace unos días por el poeta y periodista Arturo Rodríguez Lara, Alejandro Pérez respondió:
—Me interesa saber qué representa para tu carrera literaria la obtención de este premio.
—Este libro se gestó mientras trabajaba indocumentado en Chicago, en condiciones de vida algo difíciles… Escribo desde 1993, he incursionado en la poesía, el periodismo cultural, la crítica y éste, mi primer volumen de narrativa, de alguna manera representa un aliciente y una señal de que estoy aprendiendo a decirme mejor., aunque falta mucho por delante.
—¿Contribuirá a fortalecer tu vocación, a consolidarte en el oficio?
—Lo que va contribuir a fortalecer mi vocación y consolidar mi oficio es aprender a mirar y a escuchar, así como la escritura misma. La disciplina y el fervor con los que escribía bajo la nieve o hacia el trabajo en el metro. Quizá siento un poco más de responsabilidad.
—Me gustaría asimismo que explicaras la génesis del libro ganador.
—El libro llevaba en mi cabeza muchos años, podría decir que desde mi niñez, cuando mi padre me platicaba sus andanzas como mojado; fue nutriéndose luego de mi propia orfandad y las historias que iban llegando a mí. Al principio quería hacer una novela. Un artefacto que pudiera leerse como novela y como libro de relatos. Su temática es muy amplia: es la historia de una palabra, cómo esta palabra acoge diversos significados a través de diversas vidas, cómo el equívoco construye las verdades que buscamos con tanta terquedad. Me han dicho que soy lírico. Pero yo propondría a Murania como un western espiritual, como una genealogía y un diccionario onírico. Y también, sin proponérmelo, es un libro sobre la frontera. En Murania todos los personajes están extraviados.
—¿Qué autores mexicanos o extranjeros han influido en tu forma de escribir?
—La orfebrería verbal de Juan Marsé. La omnidireccionalidad y el humor de Roberto Bolaño. El misterio y la ambigüedad en la obra de los españoles Justo Navarro y Enrique Vila-Matas. De los mexicanos, para mí el mejor narrador vivo es Javier García-Galiano; me gusta también el poderío verbal de Alejandro Almazán, Héctor de Mauleón y Fabrizio Mejía Madrid.
—¿La realidad socioeconómica del país y aun la política tienen presencia en tus textos?
—La realidad socioeconómica es una cañería rota que siempre se filtra hasta donde ella quiere. Sin pretenderlo como un motivo central de mis relatos, aparece la violencia política y el narcotráfico, guerrilleros desencantados y represores poetas; las búsquedas de una mejor forma de vida que muchas veces son llamados espirituales disfrazados de llana hambre. Mi libro es un canto de amor a la música popular del norte de México y del Sur de EU, la música que oía de niño junto a mi padre. También es una reflexión sobre la creación y la escritura. Aunque en Murania lo que pesa más en el destino de los personajes son sus deseos y su vida onírica.
—¿Te interesa que la realidad nacional se refleje en tu creación literaria?
—La realidad nacional es una mala broma de alguien que ríe en un lugar oscuro. Para mí son reales los sueños, mi mujer, mis hijos, la escritura misma y el hambre.
—¿Cuántos cuentos integran el libro?
—Mi libro está dividido en dos partes, una primera parte que es un diccionario biográfico (ocho vidas) y luego una segunda parte que es la biografía onírica de los personajes principales, así como los incidentales, que cobran una fuerza inusitada y sirven de clave para los enigmas y huecos que se plantean desde el principio. Para este modelo fueron fundamentales varios libros: Vidas imaginarias, de Marcel Schwob; Spoon River anthology, de Edgar Lee Masters, y La literatura nazi en América, del inefable Roberto Bolaño.
—¿Incursionas en la novela?
Murania en sí es mi primer libro de relatos, pero sobre todo mi primera novela.

viernes, octubre 19, 2007

Maestro Gelman



Las ciudades a veces tardan en darse cuenta de lo verdaderamente valioso en términos artísticos. Torreón cumplió cien años y todavía muchas de sus autoridades ignoran el tamaño de los creadores que por fortuna nos visitan cada vez con más frecuencia. Ocurrió en Gómez Palacio el sábado pasado: Carlos Montemayor y Óscar Chávez, dos artistas de peso completo, se presentaron en el Teatro Alvarado y el alcalde Rebollo no fue para apersonarse en el lugar al menos con el fin de evitar el qué dirán. Hoy a las ocho, en el Museo de la Revolución (Lerdo de Tejada # 1029, Torreón), espero que no ocurra lo mismo con el alcalde Pérez Hernández, quien debería ser asesorado para recibir a Juan Gelman, notable visitante que ofrecerá una lectura de su poesía y seguramente conversará también con el público sobre su andanza como escritor y periodista.
En la actualidad Gelman es, se lo enfaticé hace poco a alguien que me preguntó sobre él, uno de los mejores poetas del mundo. Y le dije así: “del mundo”, no de Argentina ni de México ni de Latinoamérica, sino del mundo. Ir, pues, a escucharlo, recibirlo con beneplácito y admiración, es lo menos que puede hacer una ciudad que ahora desea preciarse de culta, de sensible ante los logros del arte.
Muertos los Borges, los Rulfos, los Paz, si todavía hay gigantes en la literatura latinoamericana, si todavía hay voces que merezcan ser oídas y leídas, una de ellas es sin duda la de Gelman. Lo dicen sus innumerables lectores y lo dicen sólidamente sus críticos: el argentino radicado en México es un poeta con todos los atributos. La crítica destaca en él lo que podría sentir cualquier interesado en las letras, así sea principiante: una voz inconfundible, un modo de expresar emociones e ideas, simpatías y diferencias que le han granjeado los elogios más nutridos y el rendido cariño de los lectores. Pero hay algo extra, y no es lo menos importante: Gelman es uno de esos poetas que primero, antes que escritores, son hombres. Hombres en el sentido amplio del término. Tanto es así que es imposible disociar su poesía de sus principios, separar su obra de su vida entregada a reflexionar honda, solidariamente en la justicia y su envés, y actuar en consecuencia.
“Víctima viva” de las dictaduras que golpearon a Sudamérica en los setenta, Gelman es un caso emblemático de la lucha para recuperar plenamente el oxígeno de la libertad. En aquellas horribles páginas de la historia latinoamericana, Gelman perdió a su hijo, Marcelo Ariel Gelman, y a su nuera, María Claudia García Irureta, quienes fueron secuestrados y asesinados por las garras de militares uruguayos; ella tenía siete meses de embarazo y, como en otros casos similares, se sabía que había dado a luz antes de que la mataran. Eso significó tres penas enormes para el poeta: saber el paradero de los restos de su hijo y de su nuera, y hallar a su nieta probablemente viva. “Soy un padre huérfano de hijo”, llegó a decir Gelman; también era un abuelo huérfano de nieto o nieta, hasta que en el 89, y gracias al ADN, pudo encontrar los restos de su hijo y, en el 99, también gracias al ADN, pudo al fin encontrarse con Macarena, su nieta de 23 años. Falta cerrar el capítulo de su nuera, aunque tantas penas no puedan tener un olvido definitivo.
Hoy, pues, Juan Gelman estará en La Laguna para leer su poesía. Lo trae el Icocult Laguna dentro del marco del Festival Artístico Coahuila 2007. Ojalá podamos acompañarlo, escucharlo con el respeto y la admiración que él ha sabido ganarse en todo el mundo.

miércoles, octubre 17, 2007

Crítica de Carlos Velázquez



Carlos Velásquez es uno de los jóvenes escritores laguneros con obra verdaderamente interesante. Lo dije en su momento, cuando en esta misma columna comenté su libro Cuco Sánchez blues, y lo sostengo ahora, dos años después, gracias a lo que de él me llega por diversos medios impresos y electrónicos. Por ejemplo, no recuerdo exactamente cuándo ni en qué soporte tuve acceso a un cuento suyo titulado “La biblia vaquera”, relato tan hilarante y rico en experimentos verbales que, sin dejar de estar escrito en español, retuerce los convencionalismos retóricos hasta convencernos de la suma elasticidad que tiene nuestra lengua, lo que nunca practicamos en los grados desafiantes y demoledores de Velázquez.
Pero no quiero detenerme más en el Carlos Velázquez narrador, que como digo es siempre interesante. Ahora quiero resaltar su catadura de crítico. Gracias al envío que gentilmente me hace de un link, el de la revista Los Tubos, donde colabora cada semana, he visto en los meses recientes que además se desempeña como crítico literario y lo hace notablemente bien. El suyo es periodismo escrito sobre las rodillas y siempre contra la fastidiosa presión del reloj, como cumple a todo trabajo de su tipo, pero tiene tan interesante acabado que ya imagino esas colaboraciones reunidas en un libro. En efecto, Velázquez hace lo que suelen hacer, o procuran hacer, los escritores metidos al sobresalto del periodismo: elevar la calidad de la expresión hasta confundir, mezclar, las fronteras entre ambos territorios de la escritura. Eso, en sí y más allá de los temas que aborda, es muy meritorio, pues la rapidez que demanda el trabajo de una revista semanal requiere un esfuerzo doble a quien desea tratar temas interesantes con la prosa más chispeante posible.
Me dice Carlos (tipo del que siempre me llegan malas referencias, pero que a mí me cae bien) que el proyecto de la revista virtual Los Tubos nació en Monterrey a partir de José Jaime Ruiz, poeta y director de la revista Posdata. “Es un periódico de noticias, pero los fines de semana es cultural, se sube la información el sábado y se queda sábado y domingo”. Añade que llegó a esa web por invitación del narrador Óscar David López, y que publica allí desde el 23 de junio de 2007. “Tengo total libertad creativa, y aunque hacen encargos, a mí me dejan publicar lo que quiera”.
Le pedí que me permitiera difundir su correo electrónico y el de la revista, para facilitar a los interesados el acceso a sus artículos; el de Carlos es unatemporadaenelinfierno@yahoo.com.mx y lostubos@lostubos.com, obvio, el de Los Tubos. Todo es cuestión, pues, de escribirles para recibir cada semana en nuestro buzón virtual el enlace a la página donde publica Velázquez. Garantizo que los lectores encontraran allí una crítica aguda, divertida y ágil, razones que colocan al lagunero como uno de los escritores más sólidos de su generación, tan sólido como José Jiménez Ortiz, Carlos Reyes y Vicente Alfonso. Lo felicito y prometo leerlo como hasta ahora: con gustoso interés.

lunes, octubre 15, 2007

Con Mario Saavedra y RAF



Algo tarde, una foto del 12 de octubre de 2007. Estoy en una sala del Museo Arocena con Mario Saavedra (al centro) y René Avilés Fabila (en primer plano). Es la presentación del libro Rafael Solana: escribir o morir, de Mario Saavedra, Universidad Veracruzana, 2007 (le agradezco la foto a Luis García, encargado de comunicación del Icocult Laguna).

domingo, octubre 14, 2007

TV dominical



Un jale pendiente me tiene sometido todo el domingo al teclado y a la televisión. Prácticamente no me he despegado de los dos monitores. El de la tele es abrumador. Tengo la oportunidad de cambiar de canales para ver un poco de lo mucho que escurre la pantalla casera. Me impresiona la señal abierta de Televisa y TV Azteca. A un mismo horario, Televisa ofrece la final de su programa sobre el grupo Timbipinche. Gana la última vacante para integrarse a la nueva “banda” un mocoso de nombre ¿Yurem?, chico tan falto de aptitudes para el canto como el mismo mediocrazo de Diego Schoening. Un asco. Y TV Azteca sigue en su plan de diseñar programas con la escoria que sea; ahora busca estrellas entre la gente que dizque tiene algún talento: desde raperos hasta cantantes de ranchero, desde guitarristas flamencos hasta cirqueros, desde coros puñalotes hasta lastimeros cumbiambistas de camión. Pobre gente la que todos los domingos está condenada a nuestra televisión. Y lo peor es esto: que las televisoras crean que nomás los narcos le hacen daño al país.

Treinta años después



La anécdota es cortazariana: hace treinta años, en 1977, un adolescente gomezpalatino llamado igual que yo estudiaba el segundo año de secundaria en la federal Ricardo Flores Magón de Ciudad Lerdo, Durango. No era tan mal alumno, pero su disciplina era pobre y sus notas siempre oscilaban en los parámetros de la mediocridad. Pese a ello, la vida lo asombraba y descubría casi a ciegas lo que el mundo de esta pobre provincia, La Laguna, le ofrecía. Era vago, le gustaba subir a los camiones y recorrer con su “abono” las tres ciudades como quien hace tours por Europa. A esa edad no conocía el mar, no conocía el DF y no conocía un solo lujo material.
Un día cualquiera de esos días, alguien le regaló un caset con música “de protesta”. El caset no tenía carátula, así que era imposible saber quiénes eran los cantantes que desfilaban con sus temas en aquella grabación. Las canciones eran, como diríamos ahora, “panfletarias”; hablaban de masacres contra estudiantes, de pozos petroleros saqueados, de pueblos enteros pisoteados por las botas de tiranos, de niños lombricientos y obreros aniquilados por militares. Sin mayor orientación, esa música y ciertos libros también reunidos por casualidad llevaron al adolescente a tomar partido, a elegir entre las dos opciones que de manera esquemática se dibujaban en su mente: la izquierda y la derecha. Eligió la primera, siguió leyendo, reforzó sin más guía que su instinto su ingenua pero sincera posición “ideológica”.
La música lo acompañó en ese viaje. Pronto, además del vetusto caset de canciones también conocidas como “contestatarias”, llegaron más: Víctor Jara, Alfredo Zitarrosa, los hermanos Mejía Godoy de Nicaragua, Atahualpa Yupanqui. También por casualidad, de México encontró atractivas las canciones de Óscar Chávez, y gracias a ese repertorio el adolescente del que hablo se interesó poco por la música en inglés (la favorita de su generación) y nada por las canciones que tajantemente eran etiquetadas como “comerciales”.
En el 77, digo, el adolescente no podía contar con más dinero que el que estrictamente le daba su madre para el lonche de la escuela. Por eso, cuando supo que Óscar Chávez iba a dar un concierto en el teatro Alberto M. Alvarado de Gómez Palacio, el adolescente omitió gastar la plata de su desayuno escolar hasta que pudo reunir la suma necesaria para comprar un boleto de primera fila. Y el día llegó, y de un camión Torreón-Gómez bajó temprano frente al teatro y con sus trece años a cuestas llegó antes que nadie a la primera fila.
El adolescente cree recordar que el público adulto era abrumador, que en el llenazo del teatro quizá él era el único loco de trece años metido en la necesidad de oír. Lo que recuerda del concierto es inolvidable. Hora y media de Óscar Chávez cantando sus parodias políticas, sus rolas de rescate histórico, sus glosas de la lucha popular latinoamericana.
Eso lo emocionaba, pero pasados diez, veinte años, confiesa que se alejó de ciertos cantantes. A Óscar Chávez lo abandonó, pero nunca dejó de agradecer que gracias a sus canciones se liberó de los Bee Gees, de Kiss, de Barry Manilow, y pudo conocer un poco más de lo que nos atañe aunque suene “panfletario”.
Ayer sábado, el adolescente estuvo cortazarianamente en el mismo teatro, en la misma butaca y frente al mismo Óscar Chávez. Bueno, la butaca de seguro fue renovada y el cantante ya no es el galancete (el Estilos) de la película Los caifanes, sino un hombre setentón, cansado, con ese agobio que sólo el tiempo puede marcar en los gestos de la vida. Debo decir que, obvio, el adolescente ya no es tampoco el adolescente, sino un hombre de 43 años que ahora escuchaba a Óscar Chávez y, aunque las canciones ya no surtían el mismo efecto en su sensibilidad, no pudo no aplaudir al cantante, reconocer su trayectoria, admirarlo como quien admira al viejo que le ayudó a ver un poco más claro, en una edad decisiva, lo confuso de la política y las razones del dolor popular.

sábado, octubre 13, 2007

Hannibal Lecter chilango



Toda la prensa, no sólo la sensacionalista, se regodea con casos de violencia individual extrema como los perpetrados por José Luis Calva Zepeda, quien dentro de poco podrá ser conocido como el Hannibal Lecter chilango o, en su defecto, como Pepe el Destripador o El Antropófago de la colonia Guerrero. Cualquiera que sea el mote que lo encumbre en la posteridad, este presunto devorador de humanos se tomó demasiado en serio aquello de escribir sólo con experiencias realmente vividas.
De comprobarse que Calva Zepeda en realidad despachó al más allá las almas de sus víctimas y a su estómago los cuerpos, estamos ante la presencia de un asesino serial de elevado voltaje. En México sólo se sabía de un homólogo quintanarroense cuyo nombre es, en sí, surrealista, no muy apropiado para asociarlo al homicidio y a la ingesta de prójimos: Gumaro de Dios Arias, quien admitió ante la justicia que había “asesinado, cocinado y comido a un compañero y que incluso planeaba devorarlo completamente”.
Lo peculiar del serial killer chilango no es, sin embargo, que se haya dedicado a matar mujeres y luego a merendárselas tras expertas cocciones a fuego lento, sino el hecho de que se asuma como escritor de textos terroríficos que forzosamente, para alcanzar un mayor grado de verosimilitud, requieren de una experiencia vital más o menos acorde a los relatos.
Es un viejo debate del arte, de la literatura en particular. El tema, en su cuadratura más simple, plantea dos tipos de artistas: los que se forman a punta de experiencias y los que eligen el camino de los libros, de la información codificada por otros. Para ilustrarlo con nombres, sería el caso, por un lado, de Lezama y Borges, cuyas aventuras literarias estuvieron basadas más en los libros, y, por el otro, de Onetti y Bukowski, quienes apelaron al contacto con la vida para diseñar sus obras. ¿Qué es lo mejor? Creo que no hay mejor ni peor, que una obra artística vale por sí misma, por la capacidad que pueda tener para seducir a los lectores, y me parece necio descalificar a un escritor por “libresco” o marginarlo por poco intelectualizado.
El problema se agudiza, sin embargo, cuando enfrentamos la obra de un autor maldito. ¿Qué tan cierto, qué tan vivido o experimentado es lo que escribe?, se preguntan siempre los lectores. Creo recordar, a propósito, que Bataille alguna vez fue cuestionado sobre ello: ¿es usted personaje de sus obras?, le dijeron; y él respondió: Sí, soy yo. Soy yo cuando escribo. Algo así. Con esa respuesta quiso explicar que para escribir sobre asesinos no es necesario serlo, sino saber imaginarlo, creerlo mientras “se asesina” a alguien sobre el papel.
Por eso el choro del Hannibal chilango me parece, más que una confesión de su fe en la experiencia real, un exceso de locura que demanda atención siquiátrica inmediata. Eso de que escribía la novela Instintos caníbales y al mismo tiempo, para reforzarla, degustaba suculenta gastronomía humana, es una película de Hollywood, un disparate.

viernes, octubre 12, 2007

Vida de Rafael Solana



Entrar a la vida de un creador es acaso uno de los paseos más atractivos que podamos emprender. Por ello no escasean (al contrario, abundan) las biografías de pintores, músicos, escritores y demás demiurgos de la belleza, como si sus vidas nos explicaran, a decir de Saint-Beuve, los secretos del proceso creativo, el sentido último de los productos artísticos que encaramos en libros y en museos.
A propósito de esto, hoy a las siete de la tarde en el Museo Arocena será presentada una biografía que recorre la existencia de Rafael Solana. El autor del trabajo es el escritor colombiano Mario Saavedra, quien será presentado por René Avilés Fabila, sin duda uno de los narradores más importantes del México contemporáneo. La celebración al libro Rafael Solana: escribir o morir fue organizada por el Icocult Laguna en coordinación con el Museo Arocena, y se encuadra en el Festival Artístico Coahuila 2007.
En su prólogo, Avilés Fabila describe entrañablemente quién fue en nuestra cultura, para él y para muchos, el maestro Solana. Le cedo la palabra: “En casa, durante mi infancia, hubo nombres que se repitieron con frecuencia, Rafael Solana era uno de ellos. Así lo supe dramaturgo y periodista, poeta y cuentista, novelista y especialista en música. No recuerdo cuándo comencé a leerlo, pero debió ser antes de que publicara su afamada novela El sol de octubre, en 1959. Lo leía en los periódicos y particularmente en la revista Siempre! Muy pronto enfrenté sus maravillosos cuentos. Cuando comenzaba a hurgar en las librerías, ya sin el apoyo de mi madre, encontré un libro cuyo título me llamó profundamente la atención: El oficleido y otros cuentos. Lo adquirí y me impresionó tanto que decidí hacer una suerte de reseña crítica sobre sus relatos. La nota apareció en El Día, un periódico recién fundado por un grupo de periodistas encabezado por Enrique Ramírez y Ramírez, un diario que era un proyecto alternativo y que desde el principio atrajo la atención de lectores críticos, provenientes de una clase media con acceso a la cultura. Uno o dos días después de la publicación, recibí una generosa carta del propio Rafael Solana. Me agradecía mis elogios y me hacía una confesión: él se sentía más dramaturgo que cuentista, más hombre de teatro que prosista.
En 1967 ingresé a un trabajo poco común en el Comité de Prensa de los Juegos Olímpicos de 1968, como responsable de la información cultural, pues en esa justa las autoridades habían decidido, paralelamente a las competencias deportivas, hacer un sinfín de grandes y memorables actividades culturales. Mi fortuna fue grande. El titular de aquella dependencia era ni más ni menos que Rafael Solana, y con él trabajaba un amigo querido de estudios y andanzas juveniles, Aarón Sánchez, quien de inmediato me llevó a la oficina del responsable. Así conocí personalmente a Rafael Solana, quien me habría de honrar toda la vida con su generosa amistad y a quien, fundamentalmente, le debo la entrega del Premio Nacional de Periodismo en 1991.
Ahora me encuentro con este libro espléndido de mi querido y entrañable amigo Mario Saavedra, quien llegó a México como un joven actor y se quedó entre nosotros para convertirse en un hombre de letras y promotor cultural. A Mario me lo presentó Rafael Solana, don Rafael, como yo le llamé en vida. Era un muchacho lleno de talento y devoción por la cultura, una devoción que se afinó con el contacto de Rafael Solana…”.

Encuentro de historiadores, hoy



Para dialogar entre pares, es decir, para intercambiar el conocimiento nuevo y científicamente válido (no anécdotas ni ocurrencias) sobre la historia económica del norte de México, un apreciable contingente de profesionales se reunirá hoy y mañana en las instalaciones de la UIA Laguna. Se trata esta ocasión de su XVI Encuentro, que por iniciativa y organización del doctor Sergio Antonio Corona Páez se realiza en Torreón para sumar una actividad de primera categoría académica al año del centenario.
Por falta de espacio, resumo casi a su mínima expresión los méritos curriculares de algunas personalidades que estarán presentes en el Encuentro, y felicito de antemano a la UIA Laguna, al Ayuntamiento de Torreón y al Archivo Histórico Eduardo Guerra el tino de tal emprendimiento: Gustavo Aguilar Aguilar, Facultad de Historia Universidad Autónoma de Sinaloa. Arturo Román Alarcón, Facultad de Historia Universidad Autónoma de Sinaloa. José Óscar Ávila Juárez, de El Colegio de Jalisco, doctorado en Ciencias Sociales por El Colegio de Jalisco. Gustavo Lorenzana Durán, Departamento de Historia y Antropología, Universidad de Sonora. Eva Rivas Sada, de la Universidad de Monterrey; estudios de posgrado en el Instituto Ortega y Gasset y profesora de Humanidades en la Universidad de Monterrey; ha participado en varias publicaciones con estudios históricos respecto a la crisis algodonera, conformación de la cuenca lechera, sobre el desarrollo agroindustrial (caso Lala), sobre cambio tecnológico y agua subterránea en la Comarca Lagunera. Pertenece a la Red de Investigadores sobre Cuencas Hidrológicas en el Norte de México, proyecto Ciesas-Conacyt.
Rocío González Maíz, de la Universidad de Monterrey; doctora en Historia por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; cuenta con más de una treintena de títulos publicados en libros individuales y colectivos y en publicaciones periódicas; aborda temas relacionados con el régimen de propiedad en el noreste y aspectos sobre historia económica regional. Roberto Carrillo Acosta, del Instituto Nacional de Antropología e Historia Zacatecas. Cirila Quintero Ramírez, del Colegio de la Frontera Norte, Oficina Regional de Matamoros; doctora en Sociología por el Colegio de México, investigadora titular de El Colegio de la Frontera Norte, Oficina Regional de Matamoros. Moisés Gámez, del Colegio de San Luis; doctor en Historia Económica por la Universidad Autónoma de Barcelona; profesor-investigador de El Colegio de San Luis (Colsan); coordinador del Programa de Investigación y Docencia en Historia del Colsan.
Que estos y los demás académicos tengan una grata y fructífera estancia en Torreón. Y felicidades al doctor Corona Páez, artífice principal de todo esto.

miércoles, octubre 10, 2007

Si Satanás existiera

Fujimori es extraditado a Perú y será sometido a juicio; en Chile, los familiares más cercanos del Gorila son perseguidos por la justicia; en Argentina, un sacerdote asesino e hijo de puta es condenado a cadena perpetua. ¿Y en México? En México no pasa nada. En México todo está bien, por eso Echeverría, por eso López Portillo, por eso De la Madrid, por eso Salinas, por eso Zedillo, por eso Fox y por eso todos los corruptos achichincles que los acompañaron gozan hoy en total paz de sus malvadas fortunas. Si Satanás existiera, de seguro escogería a nuestro país para hacer de las suyas.

Guevara



Hoy martes 9 de octubre, es decir ayer para los lectores de hoy, tenía que escribir aunque fuera estas modestas líneas en homenaje del Che. No es nada, si pensamos en las toneladas de papel y en los litros de tinta que en todo el mundo se dedicaron el fin de semana a recordarlo y a zaherirlo. Soy, obviamente, de los primeros, de los que siempre piensan en él con respeto y admiración por más que los de la barricada contraria disparen en contra de su figura.
La explicación es simple. Más allá de los afiches, de los morrales, de las playeras y de las pancartas impresos con el claroscuro elaborado a partir de la foto hecha por Korda, la figura del Che se me ha impuesto desde mi etapa en la secundaria Flores Magón de Lerdo como la viva imagen de la rebeldía y la búsqueda de cambio. Con todo y los errores y las manías del Che (lo que sus biógrafos señalan y sus enemigos reiteran para decir cuán malo y peligroso era el argentino), Guevara encarna para mí al hombre que debería ser todos los hombres: hombre de ideas, hombre de acción, hombre de errores humanos, hombre de virtudes que siempre aspiran a ponerse un paso más allá del arbitrario presente.
El hijo de Vargas Llosa, según las palabras publicadas en El País y reproducidas en La Opinión, comenta que el Che ahora es una marca registrada, un icono frívolo que la mercadotecnia seudoizquierdosa hizo para satisfacer a las masas hambrientas de revolucionarismo light. No sorprende la posición del hijo de Vargas Llosa, distinguido usuario del término “idiota” para todo el que no crea ciegamente en el libre mercado, sino el hecho de que no distinga entre las posiciones, el contexto y la visión revolucionaria del Che y el actual empleo de su imagen para el mero lucro.
Insisto que más allá de los mitos y los errores, y más allá incluso de la heroicidad que mostró Guevara en más de una ocasión, lo que me interesa a mí del Che es su condición de simple ser humano entregado al objetivo de cambio social. Ayer, y más hoy, Latinoamérica estaba en quiebra, y Guevara fue de los que creyó en un cambio radical hacia el bien colectivo. ¿Lo logró? Tal vez sí, tal vez no, según queramos ver. Pero lo mismo podría decirse de Cristo o del Quijote. ¿Lograron su propósito de que nos amáramos los unos a los otros o de que se “desficieran” todos los entuertos? Me da la impresión de que no, pero no por ello sus ideas de justicia y solidaridad dejan de ser, al menos, atendibles, respetables.
Soy esquemático, pues sólo me queda este párrafo: hay tres tipos de hombres: A) Los que creen que todo está bien y no desean hacer ningún cambio; B) Los que creen que todo está mal y no desean hacer ningún cambio; y C) Los que creen que todo está mal y desean cambiarlo de inmediato. Guevara correspondía al grupo C y nomás por eso, creo, merece un buen recuerdo.

martes, octubre 09, 2007

Palabras para Harland



Robert Harland, investigador de la Mississippi State University, se interesó muy sorpresivamente en mi obra, lo cual no dejo de agradecerle. Me hizo dos favores: leer un ensayo sobre Juegos de amor y malquerencia en el Congreso de Literatura Mexicana 2007 celebrado en la Universidad de Texas en El Paso y, en su aula de la MSU, comentar con sus alumnos aquel libro. En el trance, para aclarar un par de dudas, me mandó unas preguntas cuyas respuestas comparto aquí por lo que puedan tener de interés más general.


¿Te interesa mucho el beisbol o simplemente te gustaron las posibilidades que te ofrecía el tema de un equipo de aficionados aprendiendo beisbol por primera vez?
Me gusta el beisbol, sí. También disfruto mucho del soccer, del boxeo y de la lucha libre. Son mis deportes favoritos. A tres de ellos les he dedicado algún relato. Al beisbol (en Juegos de amor y malquerencia), al futbol y al boxeo. Me falta, pues, publicar algo sobre lucha libre, y ya lo estoy escribiendo.
Ahora bien: no me interesa el deporte en tanto deporte a secas. Me gusta en función de sus posibilidades literarias, porque toda competencia implica desafíos personales y no pocas frustraciones. Además, como hice deporte en mi niñez, como jugué mucho futbol callejero en los barrios de la ciudad donde nací, sé lo que es eso para la gente, para los niños y adolescentes sobre todo: una oportunidad de mostrar solidaridad, coraje, valor, hombría. En suma, me gustan el beisbol y otros deportes no como tales, sino como catapultas de la creación literaria, del buceo en la mentalidad de las personas y de la experimentación con el habla popular.


¿Te fue difícil “dirigir” un conjunto de tantos personajes principales en tan poco espacio?
Aunque hay uno o dos personajes que sobresalen entre la multitud, mi idea con Juegos… fue crear un coro, una especie de conjunto de voces casi anónimas para que se notara que hay igualdad de condiciones entre todos, para que se viera que no había privilegios para ninguno. Sé que corría el riesgo de perder al lector, pero cuando él (el lector) entiende que no importa quién habla, sino lo que se enuncia en cada parte del relato, entonces la novela comienza a funcionar. Creo que es una novela basada en la oralidad, en el discurso múltiple de un grupo de amigos recordados por alguien que hace memoria.


¿Qué tal fue para ti ganar el premio Ibargüengoitia con este libro?
Fue muy motivante, pues creo que si uno de mis libros se parece en algo a lo escrito por Ibargüengoitia es precisamente Juegos… No sólo por el humor, sino por la parodia de un género: así como Ibargüengoitia se burló de la novela de la revolución mexicana en Los relámpagos de agosto, yo creo que hice algo similar al reír de la memoria escrita desde la ingenuidad.


¿Cuáles investigaciones hiciste para escribir este libro?
Muy pocas. La novela simula ser una memoria encontrada en un archivo. Así, todo en ese relato es imaginario, incluso los nombres de los personajes que aparecen en la foto. Entonces el lugar, los hechos, los personajes, todo es ficción. Sólo busqué un poco de información sobre ciertos objetos de la época a la que me refiero y ya, eso fue todo.


Has tenido cierto éxito crítico (hasta premios). Sin embargo, ¿con qué tipo de problemas te has enfrentado siendo del norte de México y no del DF?
No creo haber tenido “éxito de crítica” hasta ahora, y eso se debe a dos razones: a que seguramente no soy bien escritor y, además, a que para un escritor de provincia es doblemente difícil que los críticos del centro se fijen en su obra. A veces lo siento injusto, pero así es esto. Tal situación afecta a los escritores de provincia cuando, por ejemplo, les piden demostrar las opiniones que ha recibido su obra. Del escritor de provincia nadie escribe, y si alguien lo critica en su lugar de origen esa crítica no llega o no importa en el centro. La crítica del centro se dedica a criticar a los autores del centro y a los libros que produce el centro; nunca, o poco, a los periféricos. Son dos realidades muy distintas y distantes.

sábado, octubre 06, 2007

El ocelote Pintado



Como es su buena costumbre, Gálvez Narro me madrugó ayer con el exquisito tema del ocelote (del náhuatl océlotl, tigre, también conocido por los científicos como Leopardus pardilis, felino salvaje del continente americano) Pintado, es decir, del ocelote Robertus Madrazus Pintadus, fiero animal caracterizado por su malicia y su cinegética velocidad de relámpago. Pese a ello, pese a que el tema envejeció en un día, cedo a la tentación de comentar algo sobre la hazaña deportiva Gillette que recién se aventó en Alemania el mercúrico ex candidato del PRI a la pestilencia de la res pública.
Debo decir, de entrada, que cuando pienso en maratones invariablemente me llega a la mente la imagen de la heroicidad. ¿Cómo correr a buen ritmo más de cuarenta kilómetros? Es una locura, un hazaña que sólo pueden consumar los verdaderos atletas, independientemente de su edad y de sus marcas. No puedo no pensar, por ejemplo, en el personaje emblemático de la justa, el etiope Abebe Bikila, quien ganó un par de veces la maratón (Roma, en 1960, y Tokio, en 1964) y dejó la estampa inolvidable de su trote con los pies desnudos. O cómo olvidar a la chica aquella, no recuerdo su nombre, que llegó caminando y retorcida a la meta sólo para concluir la competencia, sin dejarse tocar para que no la descalificaran, desfallecida e “inspiradora”, como dicen los gringos.
Así, abatidos, con dolores de caballo, desgarrados del alma, casi muertos del esfuerzo llegan muchos maratonistas a la meta, con lo que cumplen su misión de correr la gran distancia lo más rápido posible. No fue el caso del ocelote pinto, o Pintado, en territorio germánico, pues con un tiempo (2 horas con 40 segundos) que desafía todas las leyes de la física y sobre todo de la gerontología, llegó primo a la meta en la categoría de los 55 a los 59 años. Y no sólo llegó, y no sólo llegó a sus 55 años, y no sólo llegó a sus 55 años en 2 horas 40 minutos, sino que además lo hizo con una sonrisa que muy bien podría ser campechana si no fuera tabasqueña, que muy bien podría ser de hiena si no fuera de ocelote.
Los cables exponen que el ex líder del PRI y enemigo acre de la primera profesora del país —ésta asidua ganadora de maratones político-electorales— no había logrado bajar, lógico, de las 3 horas con 40 minutos en la maratón, y de golpe y madrazo, como si hubiera bebido algún elíxir elaborado en Addis Abeba, le tumbó una hora (¡una hora!) a su propio tiempo. No se necesita haber corrido nunca en la vida para saber que el polaco en retiro no puede realizar tal proeza ni metiéndose todo el peyote asesino del mundo. Y entonces, ¿qué ocurrió? Nada, que como en sus épocas de líder del PRI decidió irse por la libre, abrevió un trecho del recorrido y de repente reingresó a la competencia sólo para ganarla como auténtico corredor helénico.
Ignoro cuáles serán las consecuencias oficiales del fraude. Por lo pronto, a mí, el ocelote Pintado me dio una brillante idea: voy a participar en el próximo maratón Lala. Ya sé cómo triunfar.

viernes, octubre 05, 2007

Heroína del Pacífico



Digo heroína, o sea héroe en mujer, para referirme a la actual protagonista del narcoshow mediático, no para designar a la droga que, según la Wikipedia, es “altamente adictiva e ilegal en la mayoría de los países del mundo”. Sandra Ávila Beltrán, para sus íntimos La reina del Pacífico, es ya un caso típico del malo que, por las extrañas fuerzas de la razón y sobre todo de la sinrazón, se ha convertido en antihéroe y en tiro por la culata del aparato de seguridad mexicano.
Para empezar, muchos han tomado el asunto como cortina de humo, pero independientemente de que se trate de un “duro golpe al crimen organizado” o de una simple finta engañabobos, la detención de la chica con la segunda sonrisa más enigmática del orbe (la primera es la de la Gioconda leonardina) produjo un curioso efecto: por su cinismo, por sus cejas bailarinas, por su nariz cirujeada de Elizabeth Montgomery en Hechizada, por sus ojazos negros de un raro fulgor que dominan e incitan al amor o por su teclado de San Goloteo, esta Cleopatra del estupefaciente se ganó con un solo videoclip y en unas cuantas horas más piropos que Salma Hayek y Bárbara Mori juntas.
El YouTube no miente: Sandra Ávila es ya un sex symbol en la Gran Narcotitlan. Aunque es obvio que también tiene detractores, la mayor parte de sus fans ha dejado retablos de vasallaje incondicional a los pies de su reina chula. Venga una breve crestomatía, con la ortografía y la sintaxis originales y leprosas de los mensajes sembrados en YouTube:
“Si se le comprueba lo de narcotraficante, que sea juzgada como marca la ley (gringa). Ahora, lo de guapa, con clase y su comparación con Martha Sahagún... pues está imposible de rebatir! Marthita es 7000 veces fea, ésta esta super sexy, con mucha clase y la Fox debería estar en el Reclusorio también”.
“Cosita hermosa, que señora tan atractiva y con una personalidad de no mames, QUIERO CON ELLA!!”.
“A la madre con esa vieja si me vuelvo narco no mams la nta sta muy guapa la señora jajaja xk la vrdad ia c ve grande pero sta bn corsevadita jajajaMamacita”.
“y la reynita mi pisana de tijuana, aqui en mi casa le hago un campito”.
Y dos que están en contra:
“Los que dicen que esta guapa; La vieja esta cirujeada, liposuccion, rinaplastia y tetas postizas, solo dejen que pasen 6 meses en la carcel, sin maquillaje y sin tinte de cabello y le vuelven a echar un ojo y la falsedad empezara a difuminarse”.
“Pinche vieja fea, parece una puta jubilada, Mexico es considerado un pais de delicuentes, politicos asesinos y ladrones, narcos, guerrilleros, de todo hay aqui, y a todos lame bolas que le tienen respeto a esta clase de mierdas de la sociedad que chinguen asu madre, por pendejos como estos es por eso que se engrandecen los delicuentes, u saludos a todas las personas que tiene sentido comun e inteligencia y sobvre todo valor civil para denunciar y protestar contra la injusticia y la delicuencia”.

jueves, octubre 04, 2007

El manto de la muerte



Es impresionante el poder difusor de la televisión. Uno puede pasar la vida publicando y casi no ocurre nada: apenas algún comentario, alguna felicitación, alguna réplica y ya. Pero cuando uno va al estudio, como lo hice el sábado en Cambios, el programa sabatino de Canal 9, no pasa día de la semana sin que reciba, al menos, la mención de que me vieron “en la tele”. Así es esto, y quienes nos movemos en el papel y la tinta tenemos que resignarnos con estoicismo al implacable anonimato. Pues bien, quise usar el foro de la tv para dejar asentado, lo repito hoy, que el ánimo del festejo centenario debe ser acompañado por una mínima actitud autocrítica. Así como tenemos mucho de qué alegrarnos, acaso hay más razones para estar inconformes, incómodos, molestos, al menos inquietos ante las asignaturas pendientes para darle verdadera dignidad a nuestra estepa.
Porque desde hace años sé —gracias a especialistas como el doctor Chapa Saldaña, Paco Valdés y don Enrique Vázquez, entre otros— que el problema del agua es Nuestro Problema con mayúsculas, no dejé pasar la oportunidad de mencionarlo en el programa. Un día después, Paco Valdés volvió a la carga con un artículo titulado “Regalo de ponzoña” (La Opinión, 30/5/07), en el que dibuja por enésima ocasión nuestro futuro si seguimos con la ordeña despiadada de los mantos. Ni la noticia de los maravillosos 600 empleos directos justifica la depredación del vital recurso, asegura Valdés Perezgasga.
Por suerte, las palabras del ambientalista lagunero fueron comentadas por Iván Restrepo, un par suyo cuya solvencia y compromiso están fuera de toda duda. En La Jornada del lunes, Restrepo observó: “De broma macabra, anuncio de muerte de una región otrora próspera, califica Francisco Valdés Perezgasga, reconocido activista ambiental de Coahuila, la nueva inversión en la comarca lagunera anunciada (…) para elaborar diariamente 2 millones de litros de leche. Costará 100 millones de dólares y dará empleo a 600 personas”.
Esto, añade Restrepo, “es un golpe más contra el recurso fundamental y escaso en La Laguna: el agua, que está en crisis desde hace décadas por el abatimiento extremo de sus mantos freáticos, lo cual ya afecta hasta la salud pública: el líquido que beben en algunas poblaciones tiene arsénico. Pero además, porque producir un litro de leche, como advierte el también editorialista Valdés Peresgazga, requiere en La Laguna más de 2 mil litros de agua.
En una región desértica, que crece en número de habitantes, la demanda por el valioso líquido igualmente aumenta y agrava la sobrexplotación del acuífero. Nada han valido las evaluaciones ni las advertencias del propio gobierno federal de que la sobrexplotación referida pone en peligro el futuro de la Comarca…”.

miércoles, octubre 03, 2007

Heterodoxo Vique



En argentina conocí a Fabián Vique. Debido a los apuros y las urgencias habituales en los encuentros académicos, apenas pude cruzar dos o tres palabras con él. Tuve la suerte, sin embargo, de que me regalara un ejemplar de La vida misma y otras minificciones, edición bilingüe serbio-española publicada por el Instituto Cervantes de Belgrado. Sus textos, no exagero, me deslumbraron, y de inmediato me sugirieron la escritura de una reseña que prometo para más adelante.
Una buena decisión de los editores fue incluir la dirección del blog donde Vique instala gratis sus fogonazos de palabras. Cuando lo abrí en mi compu, no pude no decirle a su autor, por mail, que el suyo me parecía un gran ejemplo de escritura rara, marginal, heterodoxa o como le queramos denominar. El caso es que Vique, quien trabaja para la Universidad de Kragujevac, en Serbia, es de esos casos extraños de escritores que hasta en el blog hacen con la palabra lo que muy pocos: inventar mundos nuevos, insólitos, abrir puertas a realidades donde la lógica tiene otra lógica (como lo hace también Alejandro Dolina, su paisano de Buenos Aires). El mismo nombre de su blog es una revelación: “De las aves que vuelan me gusta el chancho”.
A reserva de comentarlo más a fondo cuando reseñe La vida misma..., traigo una muestra metablogera de su blog disponible para todos los usuarios de Internet; lo recomiendo ampliamente (“Un año de aves que vuelan”):
“Hablar del cumpleaños de un blog es como hablar de los sentimientos de un ladrillo. Y sin embargo, cuando se cumplió un año desde que empezamos a colgar cosas acá (18 de marzo) sentí que debía comprar una torta, globos y un regalo.
Solo tengo que decir que esta casa rodante es una casa en la que pienso quedarme mucho tiempo y también un género literario como cualquier otro. La diferencia esencial, creo, entre este género y los que conocimos hasta ahora es la ausencia de ‘control de calidad’, en el mejor y en el peor sentido de la palabra.
La mayor parte de los blogs con los que me he topado al azar no me gustó ni un poco. Pero algunos sí, y mucho, y su publicación hubiese sido imposible si hubiesen tenido que pasar por las manos de editores, correctores, gerentes de mercadotecnia (qué linda palabra, el diccionario de la Real Academia la sugiere antes que marketing), gente que tiene que hacer su trabajo y lo hace como puede y con los medios de que dispone (por ejemplo, este año tienen que salir dos novelas, tenemos cuatro amigos novelistas, dos quedan afuera).
Es decir, que la blogósfera posibilita la cantidad, y de la cantidad sale la calidad, como lo sabe cualquiera que haya visto una vez en la vida jugar a un marcador de punta brasilero en una playa de Copacabana. Se trata, como dijo Umberto Eco y cualquier gil se da cuenta, de aprender a buscar”.