viernes, agosto 31, 2007

Ay mi Veracruz



He visitado un par de veces Veracruz, el estado de Agustín Lara, de los magistrales decimeros mexicanos y de las mentadas de madre más sabrosas que he oído en mi hojaldre vida. Un buen recuerdo tengo, pues, de aquella tierra caliente a la que siempre miro de reojo en los periódicos, como quien no se quiere enterar de lo que al final termina siendo noticia nacional: que otra vez la bella entidad del Golfo ha sido golpeada por la naturaleza, pero más por sus políticos, los malhechores que se han cebado históricamente con la tierra del famoso pico orizabense.
Lo más interesante que he leído para re-enterarme de los bretes electorales jarochos lo escribió ayer Ricardo Alemán, el prestigiado columnista de El Universal. En “Veracruz, el cochinero”, veo que los recientes usos y costumbres electorales de Baja California y Yucatán, de Zacatecas y de Durango, ya de por sí horrendos, palidecen frente a la delincuencial y pintoresca mugredumbre estilada en la Villa Rica de la Vera Cruz, suma y espejo de los alvaradeños códigos verbales y de las limpias a huevo limpio que en Catemaco han hecho escuela.
Por mi ausencia, no sabía que el gallinero político estaba tan alborotado. Supe, sí, del desastre al que los veracruzanos y otros muchos mexicanos costeños y no tan costeños están cíclicamente condenados por la ferocidad del viento atlántico, pero lo que permite ver le opinión de Alemán me deja entre helado y agradecido con la picaresca nuestra de cada bochinche electoral.
Según el columnista, o según infiero yo a partir de aquel texto, las alianzas que se han dado por allá no tienen abuela. Los acomodos por conveniencia han formado un crucigrama en el cual, como nunca, lo que menos importa es la ideología, sino la consecución del poder a toda costa, con un cinismo que haría vomitar a Maquiavelo hasta dejarlo convertido en modelo brasileña. No me atrevo a describir con una torpe explicación qué tipo de ayuntamientos (coitos electorales del más feo y explícito hardcore) se están dando en los lares de San Juan de Ulúa; sólo basta decir que allí están metidos Fidel Herrera, Miguel Ángel Yunes Linares, Jorge Emilio González y la Maestra, y eso es suficiente para imaginar hasta qué punto se confabula el gusanero para sacar adelante un proceso en el que nada importa la ciudadanía, sino el desfile de chacales en busca de las nuevas posiciones legislativas y municipales.
A ese caldo, de suyo pestífero, se añadió recientemente el ingrediente Espino, quien a sabiendas de que Veracruz entiende mejor que nadie el lenguaje de la picardía mexicana corregida y aumentada, anunció que, como el gran estadista que es, “Vengo aquí con ganas de partirle la madre a Fidel Herrera y a su PRI”; “Le vamos a poner una madriza en las urnas”; “Le vamos a decir, en las urnas, que se vaya a la chingada”. Con esos elevados conceptos, ¿para qué queremos al Caballo Rojas y a Pedro Weber Chatanooga?

jueves, agosto 30, 2007

Pobre país rico



Al regreso encuentro muchas preguntas de amigos interesadas por saber en corto de mi experiencia reciente. Todo bien, les digo, pero como esa es una respuesta inútil varios me han insistido que amplíe mis opiniones a otros vericuetos de la realidad vista, oída, leída en la Argentina. Les respondo aquí, pero quiero vincular esa respuesta a lo que nos atañe, al México que para bien o para mal nos ha tocado en suerte.
Para empezar, percibí en muchas conversaciones casuales un México idealizado por los argentinos. La televisión de entretenimiento es su principal fuente de acercamiento a nuestra cultura, así que nos imaginan festivos, generosos, suertudos por vivir en mejores condiciones económicas que ellos. Lo que en nuestro caso siempre ha sido un problema —un problema histórico—, la vecindad con el país más poderoso del planeta, para los argentinos es un motivo de envidia. Y no es por gringofilia, sino por razones económicas más prácticas.
Como todas las naciones pobres o con economías muy inestables, tanto la Argentina como México son necesariamente expulsivas. La gente que ha visto canceladas todas sus oportunidades de bienestar, muy pocas veces lo duda: hay que largarse del páramo de oportunidades y buscar espacios que abran resquicios a la mejoría. En México, los indígenas y campesinos de Michoacán, Zacatecas, Durango, por citar sólo tres entidades famosas por su permanente migración, saben que sólo hay una frontera por librar. Es difícil, se arriesga el pellejo, hay demasiado peligro en el tramo crítico, pero si se logra el objetivo, del otro lado está el sueño definitivo, contundente, de los dólares, la esperanza de sumar un nombre más a la enorme lista de enviadores de remesas. Eso para un mexicano, el que sea.
Para los argentinos esa oportunidad está vedada. Si se tiene la desgracia de nacer pobre, lo que suele ocurrir en la mayoría de los casos, la esperanza de salir no existe ni siquiera como tal, como esperanza. La razón es sencilla: ¿a dónde? Salvo por Chile, la Argentina está rodeada por países más pobres, y al sur del propio territorio argentino, además de frío y aire, no hay mucho dinero qué ganar. Pasa entonces que, salvo para pocos ricos y no tan ricos pero vinculados al mundo académico, los argentinos que salen lo hacen de a poco, a cuentagotas si los comparamos con los miles de mexicanos que, cueste lo que cueste y pase lo que pase, toman su liacho y huyen en busca del sueño yanqui.
En la Argentina el proceso es al revés: son un país en dificultades económicas, pero si se comparan con Paraguay o Bolivia, sus vecinos del norte, son una potencia, de ahí que sea la Argentina la que padece una oleada de indocumentados paraguayos, bolivianos y hasta peruanos que se ha apoderado de los empleos peor asalariados, pero empleos al fin, como el de la construcción.
También por eso, concluyo, a los mexicanos sí nos quieren: los que vamos no lo hacemos para disputarles empleos, para invadir sus ciudades con más villas miseria. Para ellos somos ricos, los vecinos privilegiados del imperio.

Cuento de Lomas



Como si la realidad se hubiera puesto de acuerdo, en una sola hora encuentro un par de veces el nombre de mi amigo Enrique Lomas Urista; la primera, una reseña de Saúl Rosales sobre Sueños derramados, el libro de Lomas que presentamos hace poco en Torreón; la segunda, un cuento breve enviado por el mismo Lomas a mi correo electrónico. Me pide una opinión, pero me la guardo aquí. Prefiero compartirlo, hacer de su lectura un goce colectivo. Su título es “El hipo”:
“La irrupción del hipo a su vida fue un hecho simpático e irrelevante hasta que éste se instaló en su laringe durante semanas.
Ni el espanto de quedar así por siempre le ayudó —cual remedio popular— a combatir ese brinco de diafragma disfuncional que no le permitía hablar, comer, ni dormir.
No supo dónde entregó su vida ordinaria y feliz antes del hipo. Pudo ser la salsa picante de un taco ardiente y callejero o la cerveza fría que le inyectaba alegría a sus días sin ladriditos de perro chihuahua saliendo por su garganta.
‘El diafragma casi siempre funciona a la perfección, desciende cuando inhalas para ayudarte a llevar aire a los pulmones y sube cuando exhalas para poder expulsar el aire de los pulmones, pero a veces el diafragma se irrita y cuando esto sucede, sube de manera brusca y hace que la respiración sea diferente de lo normal, y al llegar así a la laringe, se produce el hipo’, le dijo un médico que nada sabía acerca de tener instalado en el cuerpo el ruido de una gota taladrando una vida.
Se paró de cabeza, coloco azúcar debajo de la lengua, bebió agua sin parar, se clavó las falanges en los ojos hasta casi quedar ciego.
Agredió su garganta con bastoncillos, comió pan seco y tostado, se atragantó con el filo del hielo picado, todo, absolutamente todo, hasta parecer un faquir que en nada disfrutaba de ese acto mortal y anónimo de su desgracia.
Muchos de sus camaradas se convirtieron en sus enemigos al intentar ayudarlo: lo zarandearon, le apretaron el estómago, lo estrangularon hasta casi matarlo, pero siempre lo apoyaron con la intención final de ya no tener nada que ver con ese portador de un resuello maldito.
Desahuciada su esperanza, se volcó a la búsqueda del silencio tan anhelado por él mismo, lanzándose a al mar de la apnea forzada.
Aguantó la respiración cuanto pudo y respiró en una bolsa de papel, pero con el aliento regresó el brinquito pertinaz sobre su nefasta realidad, por lo que decidió un salto demencial al vacío de la asfixia, al silencio tan querido”.

domingo, agosto 26, 2007

Fin de travesía



Ofrezco, de entrada, una disculpa a mis escasos y ya aburridos lectores por haberles infligido una sobredosis de argentinería. Antes de partir me cuestioné la pertinencia de escribir sobre el recorrido, de retratar con siempre apremiadas palabras lo que mis sentidos iban captando, pues cualquier proyecto de crónica queda pobre ante la cantidad de estímulos que lo nuevo pone en el camino; por más que seamos parecidos, por más que el hombre sea en el fondo el mismo en todas artes, hay dislocaciones, descolocamientos, pequeñas y a veces no tan pequeñas diferencias en el hacer cotidiano, en el uso de las palabras, en los gestos, en todo, y eso me animó entonces a dejar los testimonios de estos días, una bitácora arbitraria.
La condición de fuereños muchas veces nos hace ver la nueva realidad con ojos indulgentes: en ningún momento he querido decir que la Argentina es mejor país que el nuestro. Eso no. Ningún país es mejor que el nuestro, ningún país es mejor que ningún otro, y sé que el deber de todo hombre es tratar de mejorar lo que tiene más a la mano y así, por añadidura, ser buen pasajero del planeta. México es, lo digo ya atacado por el síndrome de la canción mixteca, un país que se ha pasado de espléndido, de rico, de creativo, de generoso. Igual la Argentina. Lo malo de los dos, y de muchos otros, es que la riqueza que cruza todos los rincones de estas patrias no parece distribuida con el menor sentido humano.
Así como es rica la comida de acá (esos bifes que son más bien poemas y ese vino que sabe a gloria en cualquier restaurantito de barriada), así como las ofertas culturales son ubicuas, así como hay libros en todas partes, así como abunda la gente culta, así como tienen un futbol de excelente categoría y buenos modales y próceres de infinita grandeza, así como en suma tienen muchísimo qué presumir, los argentinos también padecen una nación invadida de terribles carcomas. El desempleo alcanza cotas que no es necesario buscar en la estadística, pues la calle da las pruebas incontrovertibles de ese lastre: montones de hombres y mujeres con sus hijos convertidos en piltrafas mendigan lo que sea. Los pordioseros, ya irreconocibles como seres humanos de tan aporreados por el flagelo de la desgracia, hurgan en los montones de basura y allí mismo, sobre la bolsa de plástico destripada, toman desechos y los llevan a su boca. Y los artistas callejeros, unos verdaderamente talentosos y otros haciéndose locos o ya locos, qué más da, como el sujeto que toca la flauta sin articular una sola melodía, un viejo seudoindú de la peatonal Lavalle aterido por el rencoroso frío de la madrugada pero tocando su instrumento sin llevar las notas a ningún lado, sin ton ni son, sólo para despertar la piedad o la risa necesariamente siniestra de los caminantes.
México, Coahuila, La Laguna son una maravilla. Tenemos un país querido en Sudamérica, nos reconocen y en general nos tratan bien. Es una lástima no tener nunca las palabras suficientes ni lo suficientemente claras como para transmitir acá lo que somos, lo conmovedor que es dialogar sobre las patrias que nos han visto nacer y que de alguna secreta forma son en realidad hermanas. Sí, los argentinos tienen su orgullo, como nosotros el nuestro, y es justo tenerlo. Pero he notado que ni ellos ni nosotros podemos salir a fanfarronear así nomás, como si fuéramos perfectos, mientras se arrastre por el mundo tanta mierda, mientras los niños nazcan a puños con el destino vedado desde el vientre que los expulsará a la vida para regalarles únicamente el pan de la derrota. No.
Es hora de despedirse de la Argentina, de volver con la frente un poco más marchita a México, y al hacerlo le extiendo un saludo agradecido y al mismo tiempo solidario, con mi fe puesta en que tanto ellos como nosotros, como todos, alcancemos un día a construir un mundo en el cual no triunfe la desdicha. Es imposible, lo sé, pero la Argentina merece que pidamos para ella por sus cientos de hombres y mujeres admirables, pero también por sus muertos, por sus miles de fracasados, porque ningún pueblo merece el dolor como destino último.

sábado, agosto 25, 2007

Un pinche argentinito


Hace un mediodía soleado pero frío en La Boca, el colorido rumbo donde se encuentra la esquina de Caminito, allí donde se levanta La Bombonera que tiene como dios a Maradona. Es un sitio populoso y melancólico, avejentado por la mano del tiempo y la pobreza. Como japoneses, Fernando Fabio Sánchez y yo hacemos fotos y fotos, muchas fotos del pintoresco entorno. En los callejones huele a tango de malevos, a rencor urbano resumido en grafitis tan violentos como éste: “La perra que los parió”.
En ésas andábamos cuando diviso una esquina cercada por malla de la que llamamos “ciclónica”. Es una pequeña cancha para jugar al fut y al básquet, y en ese momento dos equipos echan cascarita sin apasionarse demasiado, como peloteando así nomás, para matar el tiempo. Las edades de los contendientes van desde los trece a los veinte años. Por sus ropas se nota que la plata no forma parte abundante de sus vidas. Fer y yo nos acercamos, oímos sus gritos, vemos uno que otro disparo a la portería. Dos minutos después se acerca el mocetón de menor edad, un adolescente; nos divide la malla, y entonces hace plática. “¿De dónde son?”, pregunta. Sin mucha convicción, le informamos: “De México”. “Ah”, reacciona. “¿Y a qué equipo le van?”. Le respondo: “A Cruz Azul”. “Ah”, repite y luego se levanta una blusa mugrosa para que veamos la sudadera que trae debajo: en el centro de su pecho resplandece el logotipo de los Pumas de la UNAM. “Yo le voy a los Pumas”, asegura.
Ante la sorpresa, le pregunto dónde consiguió ese suéter. “Me lo dio un amigo mexicano”, dijo mientras miraba de reojo a sus cuates, ya desentendido del juego, campechano. En ese instante, sin avisar siquiera, añadió: “Pinches mexicanos”. Y a mí: “Quihubo, güey”. Y a Fer: “¿Y tú qué, güey?”. Y a mí: “Cabrón”. Y a los dos: “Chinguen su madre”. Como ráfaga imparable, el mocoso boquense fan de los Pumas nos quiso demostrar, entre gracioso y desconcertante, que sabía las claves para entrar a nuestro mundo, comenzó a desplegarnos toda su artillería de mexicanismos dichos sin provocación alguna, como si nada.
Era evidente que sabía las palabras, pero no su significado exacto. O, más que su significado, el uso, el matiz, la inflexión que le damos a cada una de acuerdo al contexto, a la situación, al carácter del interlocutor. El chico dejó ir su batería de insultos sin reparar siquiera en que un mexicano muy difícilmente le mienta la madre a otro y al mismo tiempo sonríe como si dijera “buenos días”. El mocoso nos decía “cabrón” y nos miraba con fijeza a los ojos para comprobar en nuestras miradas que aprobábamos su dominio del mexicano, pero lo que encontró fue asombro, un desacomodo de mexicanos que son víctimas de mentadas tan gratuitas como el aire que respiramos. El chico no sabía que sabía las palabras, pero ignoraba todo el peso cultural que hay detrás de cada una.


viernes, agosto 24, 2007

Buenos Aires con Fer Fabio



Doctor en letras por la universidad de Colorado, en Boulder, Fernando Fabio Sánchez (Torreón, Coahuila, 1973), actualmente es profesor de literatura en la Universidad de Pórtland, Oregon. Amigo cercano de quienes alguna vez nos embotellamos al mar con Saúl Rosales, Fer se fue hace más de diez años a los Estados Unidos y allá encontró, como dice Borges, su destino: siguió escribiendo poesía, cuento, novela, y de paso alcanzó, como si fuera poco, un alto grado académico en una de las diez universidades norteamericanas más prestigiadas en el rubro de letras. Hace dos meses estuvo de paso en Torreón, lo vi allá, fuimos al Sangrons del Independencia y me dijo que estaba por emprender un largo viaje a Perú, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y, tal vez, Argentina.
Pues bien, acordamos encontrarnos en Buenos Aires y el monólogo interior se convirtió en diálogo rico en exámenes de la realidad que se nos atravesaba en el camino. Como si fuera adrede, subimos a un taxi y el chofer, un viejito conversador, tenía un humor inglés que en general no encajaba con nuestro concepto de taxista: dijo que hace diez años él no se dedicaba a eso, pero Domingo Cavallo, el ministro de Economía, “me convenció, por eso soy taxista”. El viejo oía en su radio música clásica, creo a Wagner, y mientras brotaban las notas de una obertura nos dio una cátedra sobre los precios de la nafta.
Ciudad donde abundan los mendigos y los parias, donde el cafishismo (actividad que consiste en padrotear mujeres) sigue tan vigente como en los tangos antiguos, donde chamagosos niños de pelo rubio y ojos azules piden limosna, donde una mujer con el aspecto de señora joven (mamá Cumbres, mamá Colegio Americano) puede estar vendiendo baratijas en el suelo y nunca manejar una Voyager o una Escalade, donde modelos italianos e italianas de Versache ganan apenas una insignificancia y usan el sudoroso colectivo, donde dentro de un mall hay un centro cultural con toda la mano y la creatividad, no deja nunca de querer mostrarse elegante, rica, pujante. El concepto de estatus es otro por acá: pese a las limitaciones impuestas por una economía que nunca termina por enderezarse, a los porteños les gusta al menos parecer que viven bien, que tienen. Sólo quienes han sido destruidos por la pobreza se muestran en sus miserables trapos al exterior; quienes viven en apuros, pero viven, hacen todo lo posible por comer bien, por echarle clase a su expresión, por cultivarse, por parecer lo que no son: ricos.
Véase si no esta joya bonaerense. Fernando Fabio y yo caminábamos ya noche por la transitadísima y teatral calle Corrientes y afuera de una tienda con aparador muy iluminado un cuarentón lumpen, acostado y lleno de trapos pringosos sobre él, aprovechaba la luz de la vidriera para leer un libro en inglés, como si estuviera en su alcoba. En sí, era un espectáculo inmóvil, una imagen que condensa la penuria económica de este país y su aspiración de no parecer pobre.

Gordos y flacos



Hace poco más de una semana estuve en Estados Unidos y le atoré como todo mundo a las hamburguesas y a las papas fritas, al colesterol que ya es, de hecho, un problema de salud pública en tierras yanquis. Luego, en México, le seguí tupiendo macizo al sebo en más hamburguesas, en tacos, en gorditas, en todo lo mantecoso que hemos podido inventar para la ingesta cotidiana. Luego, una semana después tengo la obligación de alimentarme en la Argentina y me salta como conejo una verdad: la cantidad de grasas que nos empujamos los mexicanos está lejos, lejísimos de la que ingieren en otros países, y un caso que contrasta mucho con el nuestro es el argentino.
En la dieta diaria de acá hay tres ingestas básicas: el desayuno consiste en café con leche (cortado, le dicen) y una o dos facturas (cuernitos de pan de azúcar); el almuerzo (llamado así pero equivalente a nuestra comida de mediodía), un plato fuerte de carne, pasta, papas, ensalada, pan, agua, vino y pocas veces refresco embotellado; en la noche, la cena suele ser ligera, sándwiches, pan dulce, picada (quesos y embutidos para “picar”), café, agua o vino.
Ese repertorio gastronómico palidece en materia de grasas frente a lo que nosotros acostumbramos: dos huevos en la mañana (con tocino, chorizo, jamón o lo que sea), frijoles, a veces guisos de carne, barbacoa, menudo, tortilla, pan, café y a veces Coca Cola; al mediodía, plato fuerte con carne, sopas, verduras, tortillas, frijoles, Coca Cola; en la noche, tacos, hamburguesas, pizzas, pollo, pan, café, Coca Cola. Y en medio de todo ese trajín alimenticio, papitas, dulces, helados, semillas, chicles, chocolates, garapiñados. Un mundo de calorías, en suma.
La evidencia positiva (como dirían los científicos del siglo XIX) de que la alimentación es excesivamente rica en grasas se encuentra en la obesidad de la población. Si bien hay proclividades que obedecen a la raza, el excesivo insumo de alimentos grasosos tiene su materialización final en la gordura colectiva. Propongo un experimento del cual ya hice la primera parte. En un café con ventana amplia a la calle, bolígrafo en mano conté a cien personas; hice dos columnas: en una anoté los ítems de quienes se podría afirmar que tienen problemas de obesidad; en la otra, los que definitivamente no. El resultado es que 12 azarosos transeúntes eran obesos, y el resto no.
Ignoro qué pasaría si a mi regreso hago lo mismo en un café lagunero; ¿qué vería desde la ventana? Creo conocer más o menos bien mi realidad, y sospecho que de cien personas observadas mucho más de 12 tendrían exceso de equipaje. No es un examen científico, lo sé, pero la notoria esbeltez de Buenos Aires me ayuda a reflexionar un poco en nuestros hábitos alimenticios, hábitos hoy todavía más deformados por la comida rápida de las franquicias gringas.

En bus por la pampa



El centralismo, las características geográficas y la precariedad de la economía argentina han provocado un fenómeno muy peculiar en sus medios de transporte. Ante lo formidablemente caro de los vuelos nacionales, sólo una porción insignificante de los ciudadanos se pueden dar ese lujo, lo cual ha sido aprovechado por las compañías de autobuses para competir por el amplio mercado que tiene la necesidad, sobre todo, de desplazarse del interior a Buenos Aires y de Buenos Aires al interior, en algunos casos con extenuantes recorridos que pueden durar dos días o más.
Eso no es lo raro, pues en México andamos por las mismas en materia de centralismo, distancias y economía. Lo que verdaderamente me llama la atención es que, pese a las dificultades económicas de la Argentina, aquí procuran ofrecer servicios de autobús para pasajeros que, sin ser caros, llevan a buen sitio sus estándares de calidad. Para empezar, las unidades. Son todas de dos pisos, gigantes, lo que permite un acomodo más despejado de los pasajeros; el servicio varía de precio según la distancia, claro, y la calidad del sillón: cama o semicama; el primero permite una reclinación casi total, además de ser más ancho y mullido. El precio más alto para cualquier viaje incluye siempre los alimentos del pasajero; si el recorrido es muy largo (digamos de quince horas) se le da al pasajero un aperitivo consistente en sándwiches, panecillos y refresco, y en el camino una cena en forma ofrecida en restaurantes localizados en algún punto del recorrido. También hay que contar otros detalles como baño (un poco más amplio y, sobre todo, higiénico que los de un bus mexicano), televisión, almohadas y frazadas.
En virtud de ese despliegue de atenciones al pasajero, los argentinos han podido paliar el cansancio de sus largos viajes con periplos más o menos tocados por el confort, de suerte que en ese sentido se encuentran en una posición de privilegio con relación a otros países.
Otro punto a favor está en el número de salidas; gracias a la gran demanda, no hay punto de reposo y uno puede encontrar unidades que se dirigen a cualquier destino casi a cualquier hora del día y con relativa puntualidad. En suma, no es la maravilla europea, pero para ser latinoamericano el servicio frisa decorosos rangos de calidad.
Pude contrastarlo todo con lo vivido en innumerables omnibuses mexicanos. Sin ser execrables, creo que siempre han tenido la oportunidad de ser mejores y nunca lo han logrado. Y ahora menos, dado que muchas tarifas de avión se han abaratado y, si nos atenemos a la mentalidad empresarial mexicana, en vez de competirles con un mejor producto puede ser que ofrezcan lo contrario: una atención cada vez más relajada y deplorable.
Todavía hoy recuerdo la ingrata travesía de un viaje Saltillo-Torreón en la línea Futura. El olor era tan espantoso dentro de la unidad que quizá resultaba mejor viajar a pie. Así de horribles son a veces los recorridos en nuestras supuestas buenas líneas.

Universidad y convocatoria



Terminaron el viernes las Primeras Jornadas Universitarias sobre Microrrelato. El encuentro convocó a estudiosos y creadores provenientes de España, Suiza, México, Estados Unidos y Argentina, y tuve la suerte de participar como crítico y creador. Las palabras de clausura expresadas por el doctor David Lagmanovich, presidente honorario de las Jornadas, me llevan a pensar en la obligación que tiene toda universidad de innovar, de abrir espacios a lo naciente, como ocurre en este caso con los estudios literarios sobre las formas más breves de la prosa. Reproduzco parte del mensaje de despedida del doctor Lagmanovich y apunto desde ahora que en 2008 se celebrará el quinto congreso internacional de narrativa, esto en Neuquén, en la provincia de Comahue, en la Patagonia Argentina:
“… Éste es el contexto más amplio dentro del cual se insertan las primeras Jornadas Universitarias sobre Minificción que están llegando a su término en estos momentos. La Universidad Nacional de Tucumán es la primera casa de altos estudios del país que marca un camino para el estudio, la creación y la difusión de esta importante forma literaria contemporánea, la minificción o microrrelato. A pesar de diversas dificultades encontradas en el camino hacia la concreción de esta idea —problemas no ajenos a otras universidades argentinas—, hemos conseguido convocar a importantes especialistas del país y del exterior, mantener un clima de cordialidad y la alegría del trabajo compartido, e insertarnos en una serie de actividades académicas que antes parecían reservadas a otras instituciones. Además, la presencia de muchas figuras estudiantiles y juveniles, en el público y en el escenario, ratifican nuestro legítimo interés por el género, por su creación y por su difusión.
Lo que se ha conseguido en estos tres intensos días se debe a todos ustedes: a los lectores de conferencias plenarias y de ponencias, a los participantes en las mesas de lectura de microrrelatos por sus autores, a quienes trajeron sus libros, a los integrantes de un público atento y cálido, a los residentes de Tucumán y otras provincias del Noroeste que dejaron sus ocupaciones habituales para acompañarnos, y a los que llegaron a Tucumán desde la Patagonia, desde otras provincias argentinas, desde la Capital Federal, desde España, Suiza, México, Estados Unidos... Esa plural participación nos enorgullece, porque es testimonio de confianza en la seriedad de nuestras iniciativas y en la integridad de nuestra vida profesional.
Pero, no por enunciarlo al final de estas palabras, deja de ser fundamental el agradecimiento que debemos a la cadena de personas cuya comprensión y trabajo permitieron la realización de estas Jornadas. Ante todo, la señora decana de la Facultad de Filosofía y Letras, doctora Elena Rojas Mayer; la secretaria de posgrado de la Facultad, doctora Nilda Flawiá de Fernández, presidenta; la profesora Liliana Massara, vicepresidenta; la doctora Estela Asís de Rojo, miembro del gabinete rectoral; la licenciada Silvia Israilev, secretaria de las Jornadas, y las demás personas que colaboraron desde sus lugares de trabajo en la Facultad de Filosofía y Letras y en este centro cultural. Y también hay un especial agradecimiento para el Secretario de Extensión Universitaria de la UNT, psicólogo Manuel Andújar, de quien depende el Centro Cultural Virla en que nos encontramos, por haberse adherido a la iniciativa y permitido de esa manera el uso de estas instalaciones. Ésas son las personas que más merecen nuestro reconocimiento y nuestro aplauso.
Las despedidas son tristes, pero no cuando existe satisfacción por la tarea cumplida y buenas perspectivas de seguir en la brecha. Por todo ello, con alegría por lo realizado y esperanzas en cuanto a lo que falta por hacer, y también con el deseo de que sigamos siendo amigos para proseguir la tarea, en mi carácter de Presidente Honorario con que se me ha honrado, declaro clausuradas las primeras Jornadas Universitarias sobre Minificción”.

jueves, agosto 23, 2007

Un problema gigante

Digamos que Tucumán, donde estoy en este momento, no es una ciudad ultrajada todavía por la contaminación. Tampoco es la más limpia, ciertamente, pero siento que, como en muchas ciudades de México que aún no llegan a los malignos extremos del DF, padece ya los estragos del esmog, igual a lo que pasa en el Torreón de algunos días y de algunas horas. Acá lo he sentido en las calles de su centro histórico; la mayoría de los vehículos que circulan por sus estrechas calles es de modelo no muy reciente, así que por los escapes tose un monóxido bastante denso e incómodo para todos, principalmente para quienes caminan. La polución es, por lo que veo y siento, un lastre que nos acompañará sin remedio en donde nos detengamos a respirar, eso sin remedio a la vista. E insisto: hablo de dos ciudades de provincia, la mía y en la que estoy ahora, que se supone no han llegado a los apocalípticos límites del desastre ambiental.
Este asunto me recuerda que no he recomendado lo suficiente dos largos artículos que recién trepé al blog de Ruta Norte. Valen sobre todo para México, país que durante el regreso a clases auspicia en una escala inusitada los progresos de la devastación. Uno de los textos fue escrito por Renata Chapa y publicado el domingo anterior en El Diario de Chihuahua; el otro es mío; ambos, como dije, están aquí abajo, en este blog.

Propaganda argentina



Hay dos países latinoamericanos con los que asocio a México: Chile y Argentina. Católicos, ricos en recursos naturales, hispanohablantes, los tres son ejes de América Latina. A fuerza de achicar las comparaciones, escogería a Argentina como el país que en territorio, esquema político e historia se parece más al nuestro. Sé que nosotros tenemos el componente indígena que ellos casi liquidaron; sé que nosotros no hemos padecido genocidios recientes como los del Proceso, y sé, en la parte frívola, que nosotros no hemos ganado un Mundial de futbol, pero esas diferencias permiten apreciar mejor las similitudes.
Una de ellas es lamentable. La presencia casi ubicua de la corrupción política en la que los argentinos son expertos, pues la padecen a grados escandalosos en municipalidades, gubernaturas y federación. Todos los días, sin faltar, las notas de los periódicos dan cuenta de un nuevo affaire relacionado con sobornos y demás truculencias del sistema, casi como si fuera México. Pese a ello, los argentinos de a pie dicen preferir la podredumbre política, el mal menor, luego de la experiencia profundamente dolorosa que les dejó la dictadura militar. Eso lo saben y lo aprovechan los poderosos, de ahí que sea posible una reinserción frontal de Menem en la vida política, lo que en México jamás ocurriría si Salinas en persona deseara una reaparición.
La corrupción no será idéntica, pero se parece mucho la percepción que se tiene sobre ella aquí y en México. Es el pan de cada día, y se acabó, a seguir viviendo como se pueda. Una notable diferencia la advertí recién (así dicen ellos, “recién”) en las campañas electorales locales (para gubernaturas e intendencias). Lo que en México se ha convertido en un barril sin fondo para el derroche de recursos económicos y para la compra de espacios políticos, la propaganda, en Argentina me parece notablemente austera, tanto que junto a la nuestra parece un juego de planillas estudiantiles. Lejos están de lo que nosotros vemos cuando un candidato a alcalde o gobernador, no se diga a presidente, anda en campaña. Mientras en México se tapizan las calles y los medios con pasacalles, carteles, puentes peatonales, espectaculares de veras espectaculares, megapantallas de video en cruceros, gorras, playeras, paredes, vasos, espots, desplegados en prensa, entrevistas, mantas, encuestas y todo lo que queramos añadir en el carrito, en la Argentina basta un vistazo para darse cuenta de que por allí es difícil que se cuele mucha corrupción.
En términos de inversión, un cálculo establecido según la técnica llamada ojo de buen cubero me permite advertir que se gasta apenas un 20% de lo que en México se dilapida. Es nada, realmente, por eso mi asombro al ver las pintas de paredes: el nombre de un candidato a gobernador elaborado casi por grafiteros. Las pegatinas de papel en paredes públicas son las nuestras de los setenta, de papel adherido con pegamento casero, no los tensos viniles a los que ya nos acostumbramos. Confirmé, visto eso, mi sospecha: las campañas electorales en México son ya grotescas, lo más parecido al pantagruelismo político. Eso sí: en México no hay una sola candidata como Carolina Vargas Aignasse: aspirante a legisladora que tranquilamente podría ser modelo.

Contrastes internacionales



Voy a tratar de hacer aprovechable el viaje en términos no sólo literarios. Casi 48 horas después de haber dejado Torreón, estoy en Tucumán, Argentina, eso con una breve estada provisional, de seis horas por lo pronto, en Buenos Aires. Lo más significativo de la primera parte del recorrido lo hallé en el aeropuerto del DF donde tuve que esperar durante medio día la conexión hacia el cono sur. Hago la crónica y a ver si logro transmitir lo que sentí al escuchar las palabras de unas intendentes.
Llegué al aeropuerto del DF, más o menos, a las cuatro de la tarde del domingo. De inmediato se siente que la cosa está agitada de viajeros, pues ya es temporada de regreso luego del paréntesis vacacional. Personas de todas las edades, razas y seguramente credos atiborran los restaurantes, pasillos, salas de espera y tiendas del enorme lugar. No es, como es obvio, pobreza lo que se ve en este sitio; al contrario, pese a lo fachoso de muchos, y por la elegancia de pocos, se nota que lo que sobra es plata. Mucho o poco, eso no se puede saber a simple vista, el poder económico serpentea en el ámbito del aeropuerto, más porque es internacional, y una distancia enorme lo separa de cualquier central camionera a las que estamos habituados.
En ese enjambre busco un espacio con Internet inalámbrico; lo encuentro en un recoveco de la sala 25 de área de vuelos internacionales. Ignoro por qué está despejada y por qué forma una especie de “privada” con butaquería para la espera. Poco después, ya instalado con la computadora en el regazo, lo entiendo: uniformados, en orden, unos veinte elementos de seguridad del aeropuerto, hombres y mujeres, llegan y se acomodan en las últimas las filas de asientos. Llevan en las manos viandas de comida (casera) y refrescos. Comen en silencio, sin alharaca, quizá más por cansancio que por disciplina. Media hora después terminan y se van. Luego llegan otros más y repiten el ritual. Una tercera tanda de trabajadores trae al comedor improvisado a un grupo de mujeres dedicadas a la limpieza. Sé que se dedican a eso por los uniformes toscos, monótonos, pero sobre todo porque tres o cuatro llegan con los carritos rodantes donde almacenan su basura. Comen, ellas sí platican en voz muy alta, ríen a carcajadas, dicen una que otra palabrota, mastican. Pronto surge un tema que las ata: las latas de refresco. Una de ellas, la más elocuente, comenta que en equis lugar pagan el kilo a 14 pesos, o algo así. Otra le responde que en otro negocio lo pagan a 15. Otra más asienta que cuando estaba asignada a la sala “vip” juntaba más latas y le iba mejor.
Poco antes yo había visto a Sabrina, la vedete propietaria de dos globos terráqueos (símbolo de la abundancia) que no pueden abarcar ni las manotas de Blue Demon; luego escuché la conversación sobre el pago al aluminio por latas de pepena. Es innegable: en todas partes están vivos los contrastes del mundo.

domingo, agosto 12, 2007

Viaje hacia el microrrelato



Tendré la suerte hoy al mediodía de emprender un viaje a la Argentina para participar en un encuentro denominado Primeras Jornadas Universitarias sobre Minificción, que se celebrarán del 15 al 17 de agosto de 2007 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Amablemente, Karla Lobato, reportera de la sección cultural de La Opinión, sacará una nota al respecto, pero quiero añadir dos o tres ideas complementarias sobre el objeto a examinar en la universidad tucumana. Lo explicaré con ejemplos, pues creo que son más entendibles que la pura especulación.
El microrrelato, pese a que aquí lo denomino así, no tiene todavía un nombre estable. Algunos prefieren llamarle microficción, cuento breve, brevísimo, microtexto, ficción breve y de otras formas parecidas. Lo importante, en todo caso, no es tanto el nombre, sino sus características internas. Así como la novela tiene una hija llamada novela corta o noveleta, el cuento de dimensiones convencionales vio nacer en el último siglo una forma parecida a él, pero brevísima, tanto que, en el caso de las construcciones más amplias, su texto apenas desborda la cuartilla. Hay casos de extrema concisión, como ocurre con el archifamoso “El dinosaurio”, de Monterroso, cuya microtrama suma sólo siete palabras.
No es suficiente, sin embargo, la brevedad: para que el microrrelato sea tal es necesario que cuente una historia, es decir, que cree personajes, que enseñe una pequeña trama y que exhiba una resolución satisfactoria generalmente vinculada al humor, a la ironía. Esto quiere decir que son textos breves, pero no microrrelatos:

1) Los aforismos, que son más bien ensayos enanos, opiniones con cierto aire filosófico, flashazos del pensamiento, como éste de Cioran: “Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia”. El texto es cortísimo, sí, pero falta la ficción, la trama, el clímax. En el caso del aforista, el personaje que está detrás de la reflexión es el propio autor.
2) La prosa poética, que es una derivación de la poesía expresada no en versos. Algunos le llaman de otra forma (prosa de intensidades, instantáneas, poema en prosa, como sea), y busca transmitir el estado anímico de quien escribe, como en este de Jaime Sabines (“Tu nombre”): “Trato de escribir tu nombre en la oscuridad. Trato de escribir que te amo. Trato de decir a oscuras esto. No quiero que nadie se entere, que nadie me mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia, loco, lleno de ti, enamorado. Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote. Digo tu nombre con todo el silencio de la noche, lo grita mi corazón amordazado. Repito tu nombre, vuelvo a decirlo, lo digo incansablemente, y estoy seguro que habrá de amanecer”.
3) La anécdota, referida a una experiencia presuntamente real, con aire de narración, pero sin el rasgo de la trama vigilada que exige el cuento, como sucede en esta relacionada a Borges: “Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti. ‘Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo’, comenta Borges más tarde”.

Hay otras formas breves más o menos narrativas (el chiste, la boutade), pero no son microrrelatos en sentido estricto. Un ejemplo que, creo, sí cumple con las convenciones del subgénero (ficción, trama, creación de expectativa, desenlace, voluntad de estilo), es este (genial) de Ana María Shua, y con él termino: “¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio”.

Regreso al dispendio



Hace tres o cuatro años publiqué el artículo que aquí refriteo. Sospecho que vuelve a ser útil en esta época de regreso a las aulas.

Examen de un abuso

Jaime Muñoz Vargas

Mis amigos pasan ahora por trances similares a los míos. Al oírlos parece que escucho hablar a mi conciencia. Es, sencillamente, una especie de sintonía generacional. Los que andamos hoy entre los 30 y los 45 años, más o menos, tenemos un montón de gastos relacionados con la primera educación formal de nuestros hijos. Buscamos guarderías o “estancias infantiles”, elegimos el kínder o la primaria adecuados, vemos incluso la posibilidad de que los niños tomen por las tardes algún curso artístico o deportivo. Tiempo, dinero y esfuerzo —parafraseo un antiguo eslogan de la guía telefónica— son invertidos por millones de padres sin duda con el encomiable propósito de que los pequeños obtengan la mejor formación posible. Cuando se trata de acercarles educación creo que en general, y más si hay solvencia económica, no existe padre reacio a invertir en ese “patrimonio” vitalicio.
Sospecho sin embargo que la buena disposición de los padres ha propiciado un malentendido: sin medir ninguna consecuencia, las escuelas —sus directivos y sus maestros para no hablar de manera tan abstracta— exigen una erogación en libros y útiles escolares que raya en el delirio, en el disparate, en el más grotesco de los abusos cometidos en nombre de la (con mayúscula) Educación. He escuchado a mis amigos y, sin ponernos de acuerdo para cantar en el coro, todos recitamos que, en efecto, la erogación es tan alta como innecesaria. Avanzo por partes.

El mito del exceso
Cualquier escuela privada u oficial serviría como ejemplo, pues para hablar sobre este tema todas proceden de la misma forma. Pienso en la educación preescolar y en la primaria, ya que todavía no llego a padecer los excesos, si los hay, de la secundaria y los siguientes niveles. Aclarado eso, traigo a la mesa de debate un mito: entre más abultada vaya la mochila, los niños aprenderán más. Como dicen algunos políticos: so es falso de toda falsedad. Cualquier pedagogo con dos milímetros de frente sabe que la educación no está basada en la acumulación infinita de materiales —libros y útiles—, sino en el aprovechamiento óptimo de los que con mesura se puedan manejar durante un año lectivo. Creer que, por ósmosis, un niño que ostenta un cerro de materiales didácticos va a obtener mejor preparación, es creer que la educación es un asunto de cantidad, de exceso, de engorda porcina, no de calidad y medida. No está demostrado que un niño con dos libros y dos o tres útiles escolares aprenda bien, pero lo que sí es seguro —y basta mirar a los estudiantes que llegan a secundaria y a preparatoria y a profesional— es que millones de niños con decenas de libros y cuadernos y lápices y borradores y tijeras se indigestan con todo el material que les piden en la escuela. Debe primar, entonces, la mesura, no la arbitraria petición y compra de material que luego es subaprovechado.

Un daño silenciosoAdemás del daño económico y concreto a la economía familiar, además del daño que se le impone al niño cuando lo acostumbramos al consumo desordenado, hay un daño al medio ambiente en el que pocos reparan. ¿Cuántas toneladas de papel se van al basurero debido a los cuadernos usados muchas veces sólo hasta la mitad? ¿Cuántos libros quedan arrumbados año tras año sin haber sido hojeados siquiera por sus presuntos usuarios? ¿Cuántos kilómetros de plástico no biodegradable se emplean y en un año se desechar por forrar millones y millones de libros y libretas? Y en los kínderes, ¿las educadoras se han preguntado alguna vez si el hoy célebre “foami” no es una más de las mugres que mancillan el ambiente? Cierto que los libros forrados con plásticos gruesos quedan mejor protegidos; cierto que el “foami” es un material más amable que la cartulina o el periódico, pero es mucho más cierto que esos materiales se suman a la larga lista de deshechos que la naturaleza no logra engullir con facilidad, y por conseguir el fin práctico de proteger los materiales didácticos le damos otra puñalada al medio ambiente, una puñalada tan cruel como la que le propinan las fábricas que vomitan basura química o como la emitida por los mofles de los coches. Esa inconciencia también la estamos heredando a los pequeños.

Arreglo en lo oscurito
No aseguro que lo sea, pero al menos parece un arreglo en lo oscurito el que establecen muchas escuelas con las papelerías y con los libreros. Las eternas listas de material didáctico solicitado casi obligan a pensar mal: hay una especie de turbio amasiato entre las escuelas y los negocios dedicados a vender útiles escolares. Si no cómo explicar la petición desquiciada de cuadernos, pegamentos, lápices, colores, borradores, cartulinas, tijeras, marcadores y, sobre todo, de libros. Nadie duda que eso reactiva cada año la economía del, digamos, “mercado escolar”, lo que a su vez genera empleos y riqueza y blablablá. Pero, ¿a qué precio se obtienen esas ganancias? Sinceramente creo que los padres de familia —mucho menos lo de recursos limitados, es decir, la abrumadora mayoría de nuestra malnutrida patria— no tienen por qué enriquecer bestialmente a la industria del papel y de los lápices. Alguien replicará que, en el caso de los libros, es mejor tener muchos en casa, los más que se puedan. De acuerdo, sólo que es necesario hacer una mínima aclaración: ¿qué tipo de libros debemos tener en casa? Creo que México es un país privilegiado por sostener su programa de libros de texto gratuitos; se ha discutido mucho sobre la calidad de la información que en ellos se suministra, sobre todo en algunos temas siempre candentes como los históricos o los sexuales, pero creo que hay consenso sobre el enorme valor que tienen esos libros para la primera formación de los niños. Si eso es así, ¿para qué piden ocho, nueve, diez libros más aparte de los que gratuitamente distribuye la SEP en todo el país? ¿Qué los libros de texto gratuitos no cubren los programas a cabalidad? ¿Creen las escuelas que todos los padres de familia están en condiciones de pagar 500 o mil o más pesos por concepto de libros complementarios? Son muchas preguntas, y otra vez la misma respuesta: no tienen por qué ser los padres de familia quienes lubriquen el engranaje de la industria editorial si los libros de texto gratuitos cubren a medias (eso lo dudo) los programas escolares. Estoy de acuerdo en que, además de los de texto gratuitos, las escuelas exijan uno, dos, tres libros complementarios, pero solicitar diez más no parece una aberración: es una aberración. Ahora sí, ¿qué tipo de libros debemos tener en casa además de los de texto gratuitos? No más libros de texto, obviamente, sino libros de referencia (diccionarios, enciclopedias), literatura (cuentos, novelas, poesía), obras científicas generales (medicina, biología, matemáticas). Ese es el complemento adecuado de los libros de texto, volúmenes que pueden servir hoy y mañana, no los que indiscriminadamente encargan en las escuelas, obras que los niños ni siquiera terminan de hojear y que pasado apenas un año se convierten en reliquias.

Supersticiones de la velocidadEl tiempo es oro, dicen los gringos, y hoy todo lo que consumimos debe ser, obvio, “lo más veloz”. El coche para correr, el teléfono para lograr una adecuada conexión, el servidor de internet para facilitarnos navegar por la red, la pasta de dientes para blanquear el esmalte, el curso para que aprendamos inglés, el banco para agilizar nuestros trámites, el noticiario para informarnos, todo debe ser velocísimo. Vivimos rendidos ante la velocidad, y despreciamos con odio caníbal a su contraparte: la lentitud. Sería pues un harakiri publicitario decir, por ejemplo, “después de muchos años, y tras un lento y minucioso esfuerzo, usted aprenderá a escribir con cierto decoro”. No, nadie le regala elogios a la lentitud. Al contrario, todo lo lento es asociado a lo indolente, torpe, imperito, desatento, inepto. Pues bien, al menos en un caso yo sí creo en la lentitud: no para practicar el futbol, pero sí para aprenderlo. No para hablar inglés de restaurante, pero sí para dominarlo y para poder leer a Shakespeare en su lengua original. No para ejecutar un proceso productivo, pero sí para entender con claridad la cadena de esfuerzos que es necesario respetar para alcanzar un fin común. No para tocar el violín como Paganini, pero sí para asimilar el misterio y la sublimidad de la música culta. En otras palabras, creo que la educación, para llegar a su adultez, debe tender a la buena digestión, a la relectura, al intento error intento error intento acierto. Y pregunto entonces: ¿puede un niño de cuarto de primaria digerir en un año veinte libros de texto, diez cuadernos y cien tareas? Sí puede, pero hay que buscarle un maestro particular y hay que quitarle por completo la televisión, es decir, no puede. En síntesis, solicitar tanto material didáctico es una forma tonta de adorar al gran y estúpido tótem de la velocidad.

Demografía y aulas
Muchos padres creen que cuando sus hijos llegan a la escuela —la educación formal—, ellos sólo tienen que pagar colegiaturas o hacer trámites burocráticos, llevar y recoger a los niños, firmar boletas y asesorar de lejitos la elaboración de las tareas. En otras palabras, los padres dejan en el cada vez más jorobado lomo del maestro la obligación de formar a los pequeños, y ponciopilatescamente se lavan las manos si el niño evidencia poca o nula asimilación. Terrible error. Dado que ahora no hay aula pública ni privada sin sobrepoblación, el maestro apenas puede con el paquete, y mucho menos puede agotar los insumos escolares que él mismo solicita al inicio del semestre. Se impone entonces la colaboración de los padres, que en casa ellos ayuden a la formación de los niños. Todo esto para decir que una permanente asesoría del padre puede suplir muy bien a los kilos y kilos de material didáctico que hoy encargan en las escuelas.
En fin. Es seguro que educar es una labor infinita, complicada y para muchos fascinante; y no es tan seguro que podamos educar mejor con la torpe política de comprar una montaña de útiles escolares que a lo mucho nos dejan el bolsillo más flaco y la borrosa, la ambigua sensación de que hemos sido buenos padres. He visto los rostros de mis amigos y ellos saben, como yo, que entramos al aro por inercia, para no complicarnos la existencia con reclamaciones que nos colocarían en el incómodo papel de “padres rejegos”, pobretones y quejumbrosos, desasosegados por el temor de que luego se aplique una sutil “venganza” contra nuestros hijos. Además, nadie quiere ser el padre desnaturalizado que le niegue veinte libros a sus hijos. Veinte libros, diez cuadernos, cinco lápices..., en suma, los inútiles escolares, uno más de nuestros tristes homenajes al desperdicio de recursos.

Homenaje al desastre educativo



Hoy, en la columna Imaginario colectivo que publica El Diario de Chihuahua, apareció este amplio comentario sobre el crimen (contra la economía familiar y el medio ambiente) que representa el regreso a clases.

Imaginario colectivo
Lección 1: Reventar la huella ecológica

Renata Chapa

El comentario editorial sobre las listas escolares podría estar de más. La crítica sobre ellas casi se escribe sola cuando se leen los torrentes de renglones con nombres y cantidades de materiales; títulos de libros; tallas, tipos y estilos de uniformes que deben ser adquiridos para el próximo ciclo 2007-2008. Es como si existiera una ley que marcara “a mayor gasto, más calidad educativa”. Millones de padres mexicanos, por enésima ocasión, están involucrados de nuevo en una dinámica desgastante, profundamente injusta, pero que hasta ahora nadie, ni con la PROFECO encima, puede paliar.
De una de las miles de listas que circulan en nuestro país, correspondiente al tercero de preescolar de una institución privada, son citados los siguientes contenidos: dos cuadernos engrapados de cincuenta hojas; tres cuadernos engrapados de cien hojas; ocho hojas de fomi; dos sacapuntas de plástico; cinco lápices de chequeo rojo con goma; doscientas hojas de papel duplicador tamaño carta; quinientas hojas tamaño oficio: cien hojas de papel bond de colores tamaño carta; diez lápices triangulares; tres lápices adhesivos; 48 crayones; 48 lápices de colores; dos lápices de cera; un frasco de pintura líquida; un frasco de pegamento líquido. La lista sigue y sigue. Remata con la siguiente indicación “Durante la primera semana (el alumno) deberá entregar $300 (trescientos pesos) en la dirección de Jardín de Niños, mismos que serán destinados a la adquisición de material didáctico”. Es decir, además de la lista de artículos de papelería solicitados también deben ser pagados trescientos pesos para ¡material didáctico! En total, la suma es de 1085.30 pesos.
Ahora siguen los libros. Son ocho los que hay que adquirir y que se unen a los de “texto” (por cierto, vaya de nuevo un análisis de la redundancia que existe en la denominación “libro de texto”, ¿o es que libro y texto, para la SEP, son vocablos con definiciones distintas?). Por ellos, el pago es de $1084.37 que, sumados a los $1085.30 anteriores, dan como resultado $2169.67. A esta cantidad hay que agregar lo que resulte de la compra de materiales para cumplir con una indicación más: “Los libros deberán estar forrados con plástico transparente, con su nombre al frente y los cuadernos con lustrina blanca y plástico transparente y el logotipo del colegio al centro (lo puede conseguir en el departamento de control escolar)”. Traducción: aproximadamente entre quince y veinte metros de hule e igual número de pliegos de papel lustrina, un rollo de cinta adhesiva, 20 logotipos adheribles y, aunque no aparecen en la lista, las etiquetas o tarjetas adheribles con los datos de identificación del estudiante. Total: alrededor de 300 pesos.
Después, en una segunda hoja grapada, aparece lo correspondiente a los uniformes de diario, los de deportes, los de invierno y, en caso de que el alumno formara parte de algún grupo extraescolar (también aquí es necesario el análisis del significado de la “extraescolaridad” que incluye a talleres como, por ejemplo, el de “coro”; ver http://www.eldiariodechihuahua.com/notas.php?IDNOTA=63195, Chapa, Renata, “Artísticas, no”). En la lista que ofrece la escuela no se especifican precios: es necesario acudir a sus oficinas para conocer montos. Una vez ahí, viene el horror. La suma es por 3100 pesos correspondientes al guardarropa que se vende en la institución con los precios establecidos por ella misma, es decir, bajo los parámetros de autorregulación y autoadministración propios, discrecionales y autoritarios. Para adquirir las calcetas, zapatos y tenis hay que sumar más traslados a una u otras tiendas donde la cifra a pagar va de los cuatrocientos a seiscientos pesos, según marcas y estilos.
En esa misma segunda cuartilla de la lista de útiles, “sin decir agua va”, aparece un listado más de otros artículos didácticos. Dice así: una caja de fichas de póquer color rojo; cinco popotes; un metro de corcho; una tela magitel; un mantel individual de plástico; una caja de zapatos forrada de blanco; un mandil de cuadro azul marino con blanco de plástico; una pintura textil color rojo; un metro de tela yute color anaranjado; una bolsa de estrellitas doradas; una caja de broches latonados; un metro de papel corrugado color rojo; diez limpiapipas; quince botones de colores; un pliego de caple: dos latas de leche vacías; un rollo de estambre; una bolsita de diamantina color roja; un metro de imán; un sobre amarillo tamaño carta; un CD con caja; 2.5 mts. de contact; un pandero; una peluca, un cepillo de dientes y, como remate, una petición más con una curiosa aclaración: dos revistas (Vanidades, Buen Hogar, etc. NO ESPECTÁCULOS). Misterioso criterio de selección el de la escuela. El total de esta otra tanda: de trescientos a cuatrocientos pesos, aproximadamente.
A la suma de lo ya enumerado, además, no es posible prescindir de la gasolina que implican los trayectos de una papelería a otras, de una librería a otras, de una tienda a otras. Tampoco es inútil considerar el tiempo invertido en las largas y estresantes filas donde hay que esperar a veces hasta por horas y saber si se encuentra en existencia todo lo solicitado en este “rally” del regreso a clases porque, como dice en nota aparte de la lista que ahora sirve de ejemplo, con ese tono inquisidor característico del ejercicio magisterial y en severas mayúsculas, “NOTA: SÓLO SE RECIBIRÁ EL MATERIAL COMPLETO”. Hasta aquí, el caso de una sola lista de una escuela particular estándar. Ni siquiera es de las más costosas. Además, es una sola lista. Las peticiones duplican, triplican o cuadriplican (además de su sofisticación) según el según el número de hijos en edad escolar.
Qué filosofía hay detrás de todo este movimiento monumental de capitales y recursos. Cuál es la imagen que transmite una organización cualquiera al promover explícita e implícitamente despliegues ―el despilfarro― de tanta energía. Es éste, el de las listas de útiles escolares, un ejemplo cotidiano de apariencia inocua, pero que puede ser el punto de partida para no perder de vista que la deuda ecológica no sólo compete a las naciones, a territorios macro, a “los países industrializados del Norte con el Tercer Mundo por la explotación del petróleo, recursos minerales, bosques, biodiversidad, espacio marino y por el uso desproporcionado e ilegítimo de la atmósfera y de los océanos para desechar basura, incluyendo los gases de invernadero (http://www.worldrevolution.org/guidepage/ecologicaldebt/intro)”. La deuda ecológica está cargada a la cuenta social que cada ciudadano incrementa o disminuye día a día. Las decisiones que toma de manera individual sí tienen un impacto directo en su radio de acción. Sí son contantes. El daño es provocado de uno a uno y, así, de manera colectiva.
El cuestionamiento comienza en quienes obligan el abasto de semejantes listas de útiles, sigue con quienes promueven la venta irracional de materiales y continúa con quienes, sin más, con o sin conciencia ecológica, la “deben” surtir. Es patético que el currículum oculto de una escuela promueva que crear, fomentar y defender una postura proecológica ―en el amplio sentido que la palabra convoca― sea inútil o, por lo menos, un tema que sólo sirve para ser evaluado en el examen parcial de ciencias naturales o para crear campañas superfluas con las que la institución justifica que sí “hizo algo para salvar al planeta”.
Un sencillo ejercicio puede ser de gran ayuda. Consiste en reflexionar en la pregunta “¿Se ha llegado a preguntar cuánta naturaleza necesita usted para proveer su estilo de vida?” (¿cuánta naturaleza necesita usted para surtir su lista de artículos y uniformes escolares?). Este cuestionamiento lo lanzan de manera textual organismos como Earth Day y Redifining Process y sirve para calcular lo que ellos denominan “Huella Ecológica”, un instrumento que “documenta el consumo y la producción de desechos expresados en el área biológicamente productiva y el espacio marino necesarios para mantener dicha población. Los resultados apoyan los cálculos específicos de recursos, y reúnen los efectos compuestos del déficit de recursos”.
En el sitio virtual donde es posible calcular la “Huella Ecológica” personal puede estimarse “cuánto terreno y espacio marino es necesario para generar todo lo que (usted) está consumiendo y botando a la basura”. El proceso solicita que sean respondidas quince preguntas clasificadas en las categorías “Huellas de la alimentación”, “Huella de los bienes”, Huella de la vivienda“, “Huella de la movilidad”. Al final, el programa calcula la huella ecológica del usuario y le informa algo más o menos así: “Si todos los habitantes del mundo vivieran como usted, necesitaríamos 2.1 planetas”. Cuántos planetas se requieren para comprar y desechar la cantidad de artículos de papelería y/o mercerías, libros y uniformes que son exigidos para ir a la escuela.
Las lecciones que imparten las instituciones educativas no comienzan el primer día de clases o concluyen con la sesión de despedida. Constantemente envían mensajes que, según su estatus, son percibidas como un ejemplo a seguir. Tal y como fue manifestado hace un año en este mismo espacio, ¿cuándo aparecerá en México la institución que tenga como objetivo primordial la consecución de una educación de calidad sin que esto implique una cuantiosa e irracional erogación de recursos? Quizá sea necesario que, así como existen programas que evalúan los estándares de calidad de una empresa y se detienen en la manera en que ésta logra ser socialmente responsable, también sería un gran logro que las escuelas se sometieran a una evaluación interna y externa para ser calificadas por la manera en que, como organizaciones, logran la excelencia académica a través de un proceso educativo integral y sostenible.

centrosimago@yahoo.com.mx

Por el debate sostenido durante días, en la virtualidad, con motivo del las principales premisas manejadas en “Lágrimas y pobres” van las gracias y mi respeto para el ingeniero Leonardo Montoya.
Para el maestro Pedro Carreón, por tener a este “Imaginario” presente en el suyo.
A Uriel Valdés Perezgasga, compañero del amable, brillante y oportuno comentario.

sábado, agosto 11, 2007

Lamentable éxodo



Está para llorar la nota que ayer publicó El Universal sobre el éxodo de mexicanos preparados. No sólo, entonces, son los miles de compatriotas en situación de extrema precariedad los que por esa razón, con una mano adelante y otra atrás, armados sólo con sus uñas y sus esperanzas, se ven obligados a dejar el suelo de origen para tratar de revertir la penosa condición de no tener prácticamente nada, ni siquiera para comer. También, como expone el cable periodístico, decenas de mexicanos con estudios, competentes en actividades no propiamente físicas, muchos de ellos recientes egresados universitarios, salen en busca de algo más que empleos ruines y bajos salarios, lo que convierte a México en una máquina expulsiva verdaderamente notable.
El hecho es, más que triste, lamentable y gravoso, pues suma una pérdida más al ya de por sí deficitario estatus de nuestra realidad laboral. Esto, explicado de otra forma, permite inferir que la inversión económica que demandó educar a 225 mil jóvenes no deriva al final en un beneficio directo en nuestro entorno. Así, los jóvenes abogados, ingenieros, administradores o médicos cuya educación costó al erario del país, terminan aplicando sus valiosos conocimientos en latitudes ajenas al contexto que los preparó, lo que se convierte en una pérdida para nosotros y, a la corta, en una ganancia de los países que aprovechan el talento que no ayudaron a cultivar.
No se trata, es obvio, de cerrar a rajatabla la posibilidad de que los mexicanos jóvenes con estudios superiores aspiren a salir y al final lo hagan, pues la dinámica del mundo auspicia hoy ese fenómeno como en ningún otro momento de la historia. Lo terrible es que sean la falta de oportunidades, la magra creación de empleos bien remunerados y las pobres estrategias gubernamentales en el diseño de políticas que favorezcan al joven egresado las que empujen inexorablemente la estampida de quienes en una mejor circunstancia deberían quedarse aquí y aquí dejar el valioso fruto de su preparación.
Planteado en un foro que sirvió para conmemorar el Día Internacional de la Juventud, el representante para México del Fondo de Población de las Naciones Unidas, Arie Hoekmam, fue acompañado por Cesar Garcés, encargado del Consejo Nacional de Población, quien señaló que “aunque en México actualmente hay 20 millones de jóvenes entre 15 y 25 años de edad, en el futuro cercano la pirámide demográfica cambiará, de manera que deben realizarse programas de largo plazo que permitan a ese sector insertarse eficazmente en la sociedad y construir mejores condiciones hacia los próximos años”. Sí, urge hacer algo con los jóvenes antes de que se pierdan en el ocio o en el silencioso éxodo hacia las oportunidades.

Visión de Buenos Aires 2004

Me dedico casi clandestinamente a tomar fotos. Pocas veces muestro los resultados, pues sé que arriesgo demasiado en ese oficio al que siempre me aproximaré como amateur, como amante ocasional y casi furtivo. Como mañana a mediodía viajaré rumbo a Buenos Aires, se me ocurrió traer al blog algunas de las imágenes que capté en mi periplo argentino del 2004. Creo que las imágenes no sirven para el Time, pero tampoco están tan pior.

































viernes, agosto 10, 2007

Somos pubertos



Varios amigos suelen obsequiarme buenos textos. Uno de ellos me hizo llegar éste de un autor anónimo. Es tan interesante que merece llevar firma, para felicitar al autor por su atinado cálculo de “La edad de los países”. Allí de pasada nos menciona:
“Leí una vez que la Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más joven. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la edad de los países basándome en el ‘sistema perro’. Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro era joven o viejo había que multiplicar su edad biológica por 7. En el caso de los países hay que dividir su edad histórica entre 14 para saber su correspondencia humana. ¿Confuso?
En este artículo pongo algunos ejemplos reveladores. Argentina nació en 1816, por lo tanto ya tiene 191 años. Si lo dividimos entre 14, Argentina tiene ‘humanamente’ alrededor de 13 años y medio, o sea, está en la edad del pavo. Es rebelde, no tiene memoria, contesta sin pensar y está llena de acné (por eso le siguen diciendo el granero del mundo). Casi todos los países de América Latina tienen la misma edad y, como pasa siempre en esos casos, forman pandillas. La pandilla del Mercosur son cuatro adolescentes que tienen un conjunto de rock. Ensayan en un garage, hacen mucho ruido y jamás han sacado un disco.
Venezuela, que ya tiene senos en desarrollo, está a punto de unirse a ellos para hacer los coros. En realidad, como la mayoría de las chicas de su edad, quiere tener sexo, en este caso con Brasil, que tiene 14 años y está en pleno desarrollo sexual. México también es adolescente, pero con ascendente indio. Por eso se ríe poco y no fuma ni un inofensivo porro, como el resto de sus amiguitos, sino que le da al peyote, y se junta con Estados Unidos, un retrasado mental de 17, que se dedica a atacar a los chicos hambrientos de 6 añitos en otros continentes. En el otro extremo está la China milenaria. Si dividimos sus 1.200 años entre 14 obtenemos una señora de 85, conservadora, con olor a pipí de gato, que se la pasa comiendo arroz porque no tiene —por ahora— para comprarse una dentadura postiza. La China tiene un nieto de 8 años, Taiwán, que le hace la vida imposible. Está divorciada desde hace rato de Japón, un viejo cascarrabias, que se juntó con Filipinas, una jovencita, que siempre está dispuesta a cualquier aberración a cambio de dinero.
Después están los países que acaban de cumplir la mayoría de edad y salen a pasear en el BMW del padre. Por ejemplo, Australia y Canadá, típicospaíses que crecieron al amparo de papá Inglaterra y mamá Francia, con unaeducación estricta y concheta, y que ahora se hacen los locos. Australia es una jovencita de poco más de 18 años, que hace topless y tiene sexo con Sudáfrica; mientras que Canadá es un chico gay emancipado, que en cualquier momento adopta al bebé Groenlandia para formar una de esas familias alternativas que están de moda. Francia es una separada de 36 años, más ligera que las gallinas, pero muy respetada en el ámbito profesional. Tiene un hijo de apenas 6 años: Mónaco, que va camino de ser gay o bailarín... o ambas cosas. Es amante esporádica de Alemania, camionero rico que está casado con Austria, que sabe que es cornuda, pero no le importa. Italia es viuda desde hace mucho tiempo. Vive cuidando a San Marino y al Vaticano, dos hijos católicos idénticos a los mellizos de los Flanders. Estuvo casada en segundas nupcias con Alemania (duraron poco: tuvieron a Suiza), pero ahora no quiere saber nada con los hombres. A Italia legustaría ser una mujer como Bélgica: abogada, independiente, que usapantalón y habla de política de tú a tú con los hombres. (Bélgica tambiénfantasea a veces con saber preparar spaghettis).
España es la mujer más linda de Europa (posiblemente Francia le hagasombra, pero pierde espontaneidad por usar tanto perfume). Anda mucho sin sostén y va casi siempre borracha. Generalmente se deja voltear por Inglaterra y después le hace la denuncia. España tiene hijos por todas partes (casi todos de 13 años), que viven lejos. Los quiere mucho, pero le molesta que, cuando tienen hambre, pasen una temporada en su casa y le abran la nevera. Otro que tiene hijos desperdigados es Inglaterra. Gran Bretaña sale en barco por la noche, voltea jovencitas y a los nueve meses aparece una islanueva en alguna parte del mundo. Pero no se desentiende de ella. En general las islas viven con la madre, pero Inglaterra les da de comer. Escocia e Irlanda, los hermanos de Inglaterra que viven el el piso de arriba, se pasan la vida borrachos y ni siquiera saben jugar al fútbol. Son la vergüenza de la familia. Suecia y Noruega son dos lesbianas de casi 40 años, que están buenas de cuerpo, a pesar de la edad, pero no le dan bolilla a nadie.
Trabajan, pues son licenciadas en algo. A veces hacen trío con Holanda (cuando necesitan porro); otras, le histeriquean a Finlandia, que es un tipo medio andrógino de 30 años, que vive solo en un ático sin amueblar y se la pasa hablando por el móvil con Corea. Corea (la del sur) vive pendiente de su hermana esquizoide. Son mellizas, pero la del norte tomó líquido amniótico cuando salió del útero y quedó estúpida. Se pasó la infancia usando pistolas y ahora, que vive sola, es capaz de cualquier cosa. Estados Unidos, elretrasadito de 17, la vigila mucho, no por miedo, sino porque le quiere quitar sus pistolas.
Israel es un joven gay que tuvo una vida difícil. Hace unos años,Alemania, el camionero, no lo vio y se lo llevó por delante. Desde ese día Israel se puso como loco. Ahora, en vez de ir a la escuela, se lo pasa en la terraza tirándole piedras a Palestina, que es una vieja que está lavando la ropa en la casa de al lado. Irán e Irak eran dos primos de 16 que robaban motos y vendían los repuestos, hasta que un día le robaron un respuesto a la motoneta de Estados Unidos y se les acabó el negocio. Ahora se están comiendo los mocos. El mundo estaba bien así, hasta que un día Rusia se juntó (sin casarse) con la Perestroika y tuvieron como docena y media de hijos. Todos raros, algunos mongoles, otros mongólicos.
Hace una semana, y gracias a un despelote con tiros y muertos, los habitantes serios del mundo descubrimos que hay un país que se llama Kabardino-Balkaria. Un país con bandera, presidente, himno, flora, fauna... ¡y hasta gente! A mí me da un poco de miedo que aparezcan países de corta edad, así, de repente. Que nos enteremos de costado y que, incluso, tengamos que poner cara de que ya sabíamos, para no quedar como ignorantes.
Y yo me pregunto: ¿Por qué siguen naciendo países, si los que hay todavía no funcionan?"

jueves, agosto 09, 2007

80 de Lagmanovich



En los años recientes he dicho a mis cercanos, y ésta es la primera vez que lo publico, que he tenido tres grandes maestros. Dos son de Torreón, y por fortuna los tengo siempre a la mano para consultarlos, para alentarlos, para agradecerles; ellos son Saúl Rosales Carrillo y Sergio Antonio Corona Páez. El otro, a quien conocí vía correo electrónico en 1999, es el escritor argentino David Lagmanovich, quien cumple hoy 80 años de vida.
¿Y quién es Lagmanovich? Su currículum, un legajo de más de sesenta cuartillas, da fe de una entrega inquebrantable a las letras, cierto, pero más que esa historia de vida expresada en rigurosos ítems, es su palabra de todos los días, palabra que recibo gracias al e-mail, la que para mí testimonia mejor que nada su apasionada relación con la literatura. La amistad que me ha dado es, pues, vista desde otro ángulo, un magisterio. Gracias a David he aprendido más de literatura que en los libros, y gracias a él sé que uno puede dedicarse todas las horas de la vida a escribir y siempre sentirá que falta mucho por hacer, tanto que es mejor no pensar en la finitud de la existencia y seguir trabajando sin parar, sin aflojar un segundo la pisada.
Peco de indiscreto, pero la semana pasada nos mandó a Juan Pablo Neyret y a mí la carta que aquí cito en parte. Es un ejemplo, y a mi modo quisiera imitarlo: “Tengo sobre mi escritorio una primera versión de un nuevo libro, que desde luego está en la computadora y en el que he estado trabajando estos días. Se llama Los días y las letras. Bibliografía personal 1953-2007.
Como su nombre lo dice, es una bibliografía que consigna todo lo publicado entre esas dos fechas. La elección de la segunda tiene que ver, desde luego, con el hecho de que en 2007 cumplo 80 años. La nómina bibliográfica quedará abierta hasta el 31 de diciembre de este año, ocasión en que completaré el libro, y espero poder publicarlo (en las Ediciones de Norte y Sur) en los primeros meses de 2008. (…)
Los días y las letras tiene una nota previa, explicativa, y luego la bibliografía propiamente dicha, año por año. Al comienzo de la nómina de cada año va una nota explicativa, en cuerpo menor, en donde se dan algunas circunstancias contextuales: instituciones, personas, hechos de la vida. (…) El texto —la nómina— se basa en listas compiladas durante años, pero no tiene la estructura de la típica lista de publicaciones incluida en un currículum vitae. Creo que, tal como está presentado, pertenece al mismo tiempo al género de la bibliografía y al de las memorias. Permite seguir el desarrollo de una carrera de escritor, desde el comienzo hasta la actualidad, con sus alternativas a través de los años, incluyendo como es lógico también las debilidades de ese proceso. También tiene referencias internas que muestran, por ejemplo, cuando una nota o una serie de notas se reelaboran como artículo; o cuando artículos, poemas o lo que sea se reúnen dentro del cuerpo de un libro…”.
Felicidades, David, por tus 80, y el miércoles entrante mateamos celebratoriamente por allá, en la Argentina.

miércoles, agosto 08, 2007

Relámpago de Saúl



La esperamos muchos años, pero ya convive con nosotros. Se trata de la primera novela de Saúl Rosales Carrillo, el principal maestro de literatura que ha tenido La Laguna y, sin duda, uno de nuestros escritores más representativos. Si con Vuelo imprevisto, Autorretrato con Rulfo y Memoria del plomo había legado ya una obra narrativa de sólidas hechuras, con Iniciación en el relámpago demuestra que La Laguna también puede producir novelas de largo aliento, espléndidamente escritas y, sobre todo, humanas, humanísimas, comprometidas con el bien y la belleza en preciso equilibrio.
Adiestrada su pluma en todos los afanes vinculados al oficio de escribir, en Iniciación… encontramos particularmente un homenaje a la máquina que fue decisiva en la formación de Rosales Carrillo: el linotipo, instrumento decisivo como catalizador de su protovocación por las letras y como vehículo por medio del cual vislumbró su muy temprana conciencia de trabajador asalariado.
No creo que merezca poco elogio la Universidad Juárez del Estado de Durango por haber publicado esta poderosa novela. Como el ámbito en el que se mueven sus personajes es el de Torreón, quizá lo ideal hubiera sido que el auspicio a esta obra correspondiera a alguna instancia de la ciudad casi centenaria, pero es curioso ver que muchos frutos del trabajo literario local no encuentren eco suficiente e inmediato y tienen que tocar puertas en instituciones fuereñas. Lo bueno es que la UJED, y particularmente su responsable editorial, el señor Gabino Martínez, percibió la calidad de esta obra y sin dilación procedió a imprimirla. Desde Torreón, entonces, vaya una felicitación al rector Rubén Calderón Luján, y ojalá que la universidad que él encabeza siga atenta al trabajo (abundante y diverso) de los escritores laguneros.
Gracias a eso, entonces, Iniciación… podrá ser presentada la noche de hoy en el Teatro Isauro Martínez. Compartiremos mesa con Saúl el también escritor Vicente Alfonso (reciente premio nacional de novela) y yo. Puedo anticipar, por ello, que será una noche grata, una forma harto placentera de comenzar el semestre. Cómo no, si es, a mi parecer, un libro que con toda intención recoge, más allá de la trama, el aroma (físico y espiritual) de nuestra región, de suerte que es un producto artístico doblemente disfrutable para quienes hemos nacido aquí y nos podemos reconocer en cada frase de los personajes, en cada pincelada descriptiva del narrador, en las palabras que nos atraviesan y reconocemos como propias al primer vistazo.
Novela valiosa, Iniciación... reitera que en La Laguna se hace notable literatura, y mucho de ello se lo debemos a Saúl.

domingo, agosto 05, 2007

Teoría de la señora



Alguna vez escribí una teoría del juniorazo (I y II) que tuvo un éxito arrollador entre mis dos lectores. Ellos me han pedido otras teorías igualmente profundas, y ya tengo encaminadas varias que son verdaderas exploraciones al accionar del sujeto observado. Una la acabo de terminar, y es ésta que denomino teoría de la señora (tengo otra en camino, la del señor, y acepto colaboraciones). Espero que ellas no me maten; no creo necesario advertir que se trata de una patraña de mi parte, pues las señoras son la joya más hermosa diseñada por la creación de dios nuestro señor. Estaciono entonces, con sonriente cariño, esta teoría. Viene viene, quebrándose:
1) Hay cinco clientes con sus respectivos carritos esperando que les cobren en una de las cajas del supermercado; se muestran impacientes mientras la cajera atiende a una señora que detiene productos, que ordena sean excluidos, que cambia de opinión y vuelve a incluirlos, y que en general le añade lentitud al trámite del cobro. Luego, por fin, paga su cuenta: 765 pesos. Saca entonces tres billetes de 200 pesos, uno de 100, uno de cincuenta, una moneda de 10 y los últimos 5 pesos los arma con lentísimas y minuciosas moneditas de diez y veinte centavos. El mundo se detiene en ese momento.
2) Vamos en el auto y en cierta calle (la Bravo, por ejemplo) avanza indeciso un coche con las ventanas polarizadas: no se carga ni a derecha ni a izquierda, va sobre la línea, en medio. Esperamos que deje pasar, pero continúa cinco cuadras y sigue igual, en medio. Le escupimos un claxonazo, y no ocurre nada. Luego de quince cuadras, desesperados, aprovechamos un descuido y rebasamos con gran riesgo: miramos entonces al conductor que obliteró nuestro camino: una cabecilla de señora apenas sobresale del asiento. Sujeta el volante con sus dos manitas y aunque la observamos con cierta rabia ella no despega su imperturbable vista de la carretera.
3) Escogemos algo, lo que sea, en el supermercado. Una verdura, digamos. Luego una señora se coloca junto a nosotros, también para escoger. Un extraño vestigio de cazadora la lleva a codiciar nuestras presas, pues mira atenta, como si en ello le fuera la vida, cada tomate seleccionado por nosotros. No desaprovecha la oportunidad para hurgar con su mirada nuestro carrito.
4) Asistimos a una fiesta. Pueden ser una boda o una piñata. A todo el mundo le importa un cacahuate el “arreglo de centro”, pero las señoras se disputarán ese objeto como si valiera algo. La guerra por ese infraproducto de la decoración naive puede llegar a ser mortal si se trata de un adorno de flores.
5) En el restaurant, la señora es el sujeto más temido por los meseros. No sólo pregunta minuciosamente qué contiene cada platillo, sino que cambia de elección al menos cinco veces; cuando al fin le sirven, pregunta por la marca de la aceitunita ornamental y cuando se la dan opina que es de mala calidad y rechaza todo el platillo (su marido, en cambio, pide lo mismo de siempre y se lo traga como venga). Luego, a la hora de la cuenta, le arrebata el papel a su esposo y con lupa comienza a desentrañar los secretos ocultos del ticket con el anhelado fin de armar un escándalo por previsibles cobros indebidos.
6) En grupitos de tres o cuatro, las jóvenes señoras toman café con sus amigas en Sanborn’s. Mientras, sus hijos juegan en el área adecuada. Pronto, muy pronto, un niño de cuatro años entra llorando y busca a su madre: un mocoso salvaje de dos años le acaba de infligir una trompada marca Pepino Cuevas. De inmediato, la madre del afectado busca a la responsable de haber parido al empañalado demonio de Tasmania (sarcophilus harrisii). Las señoras se hacen de palabras, cada una defiende a su cachorro, e incluso llegan al reclamo soez. Las amigas de ambas contendientes, abochornadas, piensan: “Trágame restaurant”. Los meseros se muestran silenciosos, impotentes ante la verdulera escena que presencian. Al final, sin más, las madres guardan sus amenazas y los niños vuelven al área de juegos. No pasan más de diez minutos y los vemos juntos, campechanos, como si no hubieran provocado una guerra que por poco estuvo de llegar al desgreñadero.