viernes, julio 13, 2007

A quién matamos hoy

El periodista argentino Óscar Taffetani escribió hace algunas semanas un artículo (pelotadetrapo.org.ar) de esos que no caducan tan pronto, dado que se refieren a un estado de la cultura contemporánea que atraviesa varios años y que define a casi cualquier comunidad moderna. Taffetani observa en “Ricos, asesinos y famosos” el actual comportamiento de la información suministrada sobre todo por los medios electrónicos, aunque no exclusivamente. Expone: “La televisión argentina mantiene un ritmo sostenido de linchamientos y ejecuciones. A quién matamos hoy. A quién desnudamos hoy. Con qué hacemos llorar (o reír) esta noche". La tesis central de las palabras que vienen enfatiza la truculenta frivolización de los contenidos, tras lo cual se da un consecuente ocultamiento de aquello que lacera de verdad al conjunto social. Su exposición es impecable; le cedo mi micrófono:
"El mito del periodismo ‘vigía de la república’ le sirve a ciertos empresarios como coartada para justificar lo injustificable.
Así, los noticieros de televisión, cada vez más, se solazan en el relato de las miserias humanas y lejos de denunciar al poder o de investigar al victimario, escarban sin piedad en las heridas de las víctimas.
En la administración de contenidos que hacen los medios, siguiendo recetas de la industria del espectáculo, las áridas estadísticas del hambre y la conflictividad social son reemplazadas, cada día, por crónicas o historias sensacionales. ‘La gente quiere conocer las intimidades de los ricos y famosos’, suelen decir, excusándose, los editores.
Cuando el crimen, la felonía o la traición llaman a las puertas de un country o un barrio privado —piensan— eso aportará un atractivo adicional a las historias. A falta de Justicia con mayúsculas (y de justicia, a secas) los noticieros televisivos le proponen al público que se consuele o se evada mirando un folletín que se alimenta de las desgracias y calamidades ‘ajenas’.
Eso es también una forma del control social. Eso es también una forma de dominación.

Crímenes invisibles
En el último boletín de la CORREPI se denuncia el caso de la violación y ataque con arma de fuego a una chica de 17 años en Necochea, delito cometido, presuntamente, por un agente policial, así como el asalto y brutal agresión a dos ancianos —uno de ellos ya falleció— ocurrido en City Bell, en donde el responsable habría sido, según surge de la investigación, otro agente de policía.
¿Podían competir estos crímenes de la semana que pasó con el espectacular giro producido en el caso Dalmasso, que investiga la violación y muerte de una empresaria de Río Cuarto? De ningún modo.
Luego de lanzarse la presunción de que el mismo hijo de la víctima habría sido el asesino y de ventilar intimidades del presunto culpable, la televisión y algunos medios gráficos se dieron a la tarea de “psicoanalizar” el caso Dalmasso, hacer la autopsia psicológica del cadáver (sic) y mostrar, a toda hora —incluso en horarios de protección al menor— los ribetes más escandalosos de esa historia.
Frente a eso, las ‘modestas’ denuncias de la CORREPI sobre dos delitos que, por sugestiva coincidencia, involucran a policías, no tenían la menor chance de competir, en el mercado de los medios masivos.
Según los informes de la citada organización, ya son más de 2.000 los menores muertos desde 1983, en hechos que casi siempre involucran a policías, a vigiladores o a miembros de las fuerzas de seguridad.
Más de 600 de esos casos habrían ocurrido en los últimos cuatro años, es decir, durante un gobierno que dice tener como prioridad, en su agenda, los Derechos Humanos.
Pero los hechos que han merecido la permanente atención de los medios, en estos últimos años, son muy pocos: María Marta García Belsunce, Natalia Fraticelli, Nora Dalmasso, algún otro.
Hay casos en donde la connotación política es dominante, como la desaparición de Julio López en el barrio Los Hornos de La Plata; o como los asesinatos de Leyla Nazar y Patricia Villalba en La Dársena, Santiago del Estero.
También hay campañas mediáticas que llegan desde el extranjero, como la que se ha montado para buscar a la niña Madeleine McCann, secuestrada hace algunas semanas en Portugal.
Para el resto de los crímenes no hay nombres, ni apellidos, ni noticias. Y cuando son mencionados, fugazmente, por algún noticiero, rápidamente pasan al olvido.

La lección de Kane
Si el llamado cuarto poder efectuara, como dice, una vigilancia republicana de los otros poderes, debería publicar y analizar detenidamente las estadísticas y denuncias de la CORREPI. Y debería prestar más atención a los casos de ‘gatillo fácil’.
En el ya antológico filme Citizen Kane, de Orson Welles, hay un pasaje que ilustra sobre el papel que juegan los medios masivos en la construcción de la agenda de la opinión pública:
Kane le pregunta a Carter, su editor, por qué el diario de ellos no lleva en tapa, ese día, ningún titular grande y a dos columnas. Carter le responde que ese día, para el New York Inquirer, no hay una noticia importante como para merecer un título a dos columnas.
El director, entonces, lo refuta al editor de este modo: ‘Cuando los titulares son lo suficientemente grandes —le dice— entonces la noticia es importante...’.
No harían mal muchos periodistas y operadores de medios en volver a mirar Citizen Kane, que descubre una faceta habitualmente oculta de esa tremenda ‘fábrica de realidad’ que son los diarios.
Además, esa película —bueno es recordarlo— muestra que imperios como el de Charles Foster Kane, por poderosos que parezcan, un día se terminan”.

Por ese derrotero sigue Taffetani. Asegura, porque lo ve en la Argentina y en todas partes, que la mayoría de las empresas periodísticas le otorgan una importancia desequilibrada a los crímenes de la cúpula económica y política, mientras que los asesinatos acontecidos (así sea sistemáticamente, añado, como los crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez) en ambientes pobres apenas reciben notas efímeras. Es la podredumbre actual de la comunicación, concluyo.