viernes, febrero 16, 2007

En el cafecito del FCE

Ayer, en las instalaciones de la librería del Fondo de Cultura Económica de Torreón, charlamos sobre escritura de la historia Carlos Castañón, Sergio Antonio Corona Páez y yo. Aunque fue una mesa que no dudo en calificar de espléndida, tuvimos poco público. Lo extraño es que al lado, en el TIM, la orientadora sentimental Olga Nelly (todavía no sé exactamente si eso es y por qué es tan aclamada) tenía un llenazo espectacular, sobre todo de público señoril. Así es esto, ni modo.
Yo leí unos apresurados renglones y participé al momento de las preguntas. Fue muy grato compartir mesa con Carlos y con Sergio, dos amigos a los que aprecio y admiro mucho. Agradezco aquí la invitación de Claudia Máynez, Martha Torres y Adriana Hermosillo. Va el maquinazo que preparé dos horas antes para aquella noche:

Boceto de historiadores

Jaime Muñoz Vargas

Decía Borges que era posible escribir una historia de la literatura sin necesidad de mencionar un solo nombre propio; esa brillante afirmación, estoy seguro, se podría extender a la historia de la historia, es decir, se podría escribir una historia sobre la escritura de la historia sin necesidad de mencionar a ninguna persona, sólo a las diferentes maneras de encarar el oficio de la escritura de la historia. No quiero que esto parezca trabalenguas, que el que deshistorice será un buen deshistorizador. Mi deseo es, simplemente, pensar en, a mi juicio, las cinco o seis maneras más visibles de escribir historia en La Laguna. Aunque no hay todavía mucho qué presumir, aunque estemos lejos de compararnos con pueblos acostumbrados desde hace siglos a convivir con la reflexión y la escritura históricas, en La Laguna ya tenemos un número decoroso de libros relacionados con nuestro pasado. Generalizo demasiado, lo sé, pero no puede ser de otra manera dada la condición de boceto que me he propuesto elaborar. Van entonces las cinco variantes de historiador que a mi parecer se han dado en la comarca. Las pienso ahora aisladas, para visualizarlas mejor, pero es obvio que un mismo historiador puede mezclar dos o más incisos. Sale:
1) El historiador lírico. En esta categoría entran quienes escriben sobre el pasado sin herramientas metodológicas, por puro amor a la disciplina. No hay en ellos una formación ni elemental sobre teoría de la historia, desconocen toda discusión sobre el estatuto científico de la historia, y ello los lleva a tener un concepto demasiado cándido, aunque no por ello desprovisto de sana pasión, de las fuentes y de las temáticas que eligen. El producto de sus esfuerzos, por lo común, exagera la importancia de lo anecdótico (el lugar en el que estaba ubicada una tiendita, el color de las corbatas que usaba el alcalde, la hora a la que despertaba el general) y tiene una obsesión única por la historia política, por las venturas y las desventuras de los próceres.
2) El historiador sastre. Aquí caben los historiadores que, por lo regular capacitados con solvencia suficiente para la investigación, escriben historia bajo pedido, financiada. La escritura que de allí surge deriva, obvio, en hagiografía de empresas, personas y/o familias, y es por su mismo origen ajena a la consignación de todo dato que manche o contradiga la grandeza previsible del sujeto estudiado. Escrita muchas veces con el objetivo de lograr amenidad, no necesariamente renuncia al uso meticuloso del documento original.
3) El historiador artista. Escrita sobre todo para emocionar, en ella caben los historiadores que no desean mantener diálogo alguno con la ciencia, sino con el lector convencional. Prescinde por ello, si no del documento, sí del método, del aparato crítico. Ataca pues el plano estético de la escritura, más que el científico, y tiene una marcada intención divulgativa.
4) El historiador difusor. Parecido al anterior en su deseo de llegar al gran público, el historiador que divulga conoce el método, entiende la importancia de la investigación, de la crítica de fuentes y del valor que tiene el conocimiento del pasado, y su plan consiste en digerir el conocimiento más sólido ya obtenido y entregarlo a los lectores bajo con una escritura aseada, sobria y sin aparato erudito, pues no es su interlocutora la comunidad académica, sino el lector de a pie deseoso de conocimiento nuevo.
5) El historiador científico. Preparado en las aulas, conocedor profundo de la historia de la historia y sus basamentos teóricos, el historiador científico dialoga sobre todo con sus pares, los académicos especializados en tal o cual franja del conocimiento. Estudia procesos sociales complejos, arriesga hipótesis, reconstruye haceres comunitarios y aporta conocimientos nuevos, de ahí que su labor fundamental sea explorar documentos prácticamente desconocidos. Es, mirado así, el historiador ideal, el más escaso entre nosotros dada la exigencia epistemológica que demanda.