miércoles, noviembre 29, 2006

La mano peluda

Una regla de oro de la antidemocracia es sembrar hondas inconformidades y luego aplastarlas a punta de macanazo. Por eso escribí el domingo en mi blog: “Mientras el fuego y el garrote hacen de las suyas en Oaxaca, para el presidente Fox sólo hay buenas noticias. Este es el último fin de semana que tendrá como presidente. Que se largue ya. Lo malo es que tal vez lo extrañaremos cuando se deje ver la mano verdaderamente dura del sucesor impuesto”. Esa mano dura, la mano peluda que mecerá la cuna de la represión, es ahora el secretario de Gobernación en cuyo currículum refulge una feroz y jamás castigada embestida contra altermundistas en mayo de 2004.
No pinta hermoso pues el panorama político del país, sobre todo para aquello que apeste a oposición, pues sabido es que el nuevo titular de Gobernación llega con órdenes que fascinado acatará. El uso de guerras sucias que van más allá del espot televiscoso es lo que tal vez no ha sido valorado suficientemente ni por los sinceros y pacíficos simpatizantes del usurpadorismo, que los hay, ni por sus detractores. Un candidato que llegó al poder mediante la campaña más asquerosa que se recuerde en México no garantiza que su manera de relacionarse con los opositores vaya a ser precisamente cordial y apegada a derecho. Al revés: la inescrupulosidad del panismo durante el proceso que llevamos hasta el momento es la mejor garantía de que, para aplacar los ánimos sociales, al presidente y sus huestes no les temblará la mano y cometerán vilezas como apresar appos y llevarlos a cárceles remotas donde ni familiares ni prensa puedan enterarse bien a bien de los vejámenes.
¿Sabemos lo que es eso? Trasladar presos a un penal lejano e inaccesible es una de las pruebas más concretas de la criminalidad política. Cuando vi la noticia recordé no sólo el caso emblemático de Guantánamo, cárcel donde sólo Bush sabe cómo les va a quienes, culpables o no, han desaparecido, pues no hay poder legal que pueda franquear esos cercos creados precisamente para que los torturadores suministren todos las variantes posibles del ensañamiento.
Con el traslado a Nayarit de los oaxaqueños, pensé en el Campo Militar Número Uno, espacio donde a la sombra del anonimato liquidaron a muchos jóvenes sesentayocheros; pensé en la Escuela de Mecánica de la Armada, sitio donde los militares argentinos torturaban y mataban mientras reían a carcajadas; pensé en la horrenda Villa Grimaldi, lugar donde los esbirros de Pinochet destripaban incluso a embarazadas.
¿No suena parecido eso de llevar oaxaqueños a una penitenciaría nayarita? Aguas, simpatizantes del usurpadorismo. Los nazis no bromean.

domingo, noviembre 26, 2006

Oaxaca arde

Mientras el fuego y el garrote hacen de las suyas en Oaxaca, para el presidente Fox sólo hay buenas noticias. Este es el último fin de semana que tendrá como presidente. Que se largue ya. Lo malo es que tal vez lo extrañaremos cuando se deje ver la mano verdaderamente dura del sucesor impuesto.

Tahúr en El Siglo



Hoy salió esta foto en El Siglo; es una postal de la presentación que hicimos de mi cuentario Las manos de el tahúr el miércoles 22 de noviembre en el foyer del Teatro Isauro Martínez de Torreón; me acompañaron Saúl Rosales y Mariana Ramírez, a quienes agradezco nuevamente sus agudas palabras (y gracias a El Siglo de Torreón, a La Opinión, a GREM y a OIR por la difusión; quizá por ello asistieron cerca de 150 personas y, contra todos los vaticinios, se vendieron muchos ejemplares del volumen).

Trece años os deleitan

Tuve ayer viernes la suerte de asistir al concierto de la Camerata y no puedo dejar archivado el placer que me produjo la destreza pianística del joven lagunero (¿debo decir niño?) Ricardo Acosta Murguía. De trece años apenas, este chico es hijo del reconocido pediatra Ricardo Acosta y de la doctora Murguía, estudia la secundaria y por más de un lustro ha sido disciplinado alumno de la maestra Mariana Chabukiani.
Acosta interpretó el Concierto para piano en Re menor de Joseph Haydn; al final de una ejecución que desde mi condición de lego juzgo perfecta, el público prodigó una apretada salva de aplausos que le mostró al precoz ejecutante la sorpresa y el orgullo de sus coterráneos. Fue realmente lujosa esa noche, un motivo más para creer que no todo en el mundo está mal, que todavía el arte nos ofrece refugios y a veces, como ayer, nos anticipa generosamente las potencialidades del talento humano.
¿Qué pensaba yo mientras oía al joven Acosta? Nada, simplemente me dejé acariciar por los sonidos que brotaban de su piano, como si la magia fuera gratuita, como si para llegar a ese desarrollo musical no se hubieran necesitado horas, días, meses, años de trabajo tanto de él como de su maestra y de sus sensibles padres. Ricardito, entonces, es ejemplo no sólo de pianista, sino de ser humano que aprovecha al cien por cien una oportunidad inigualable, el espaldarazo de la ventura.
Cuando terminó el Haydn de Acosta e ingresamos a la etapa de Shostakovich por Chabukiani yo ya me encontraba, como siempre, embebido en el mundo de la sociología exprés. Ese mismo viernes en la mañana había despachado mis tres horas en el taller de narrativa que coordino en el Centro Imago del Cereso de Torreón. Allí, con mis alumnos privados de libertad, todos adultos de entre treinta y sesenta años, hablé otra vez del cuento, de narradores, de técnicas para escribir adecuadamente. Comenté incluso uno de los relatos confeccionados por don Eliseo, preso ya bien entrado en años pero tenazmente deseoso de comprender los rudimentos indispensables del arte narrativo. Todos juntos, leímos un poco a Rulfo, sobrevolamos a Monterroso, dijimos algo sobre Borges. La idea es demostrar que en la más absoluta contracorriente, en lo que se supone es un desierto del afecto y la sensibilidad, hay agua, tanta que nuestro sueño es construir, a la vuelta de unos meses, un lago lleno de obra digna de publicación.
Mis amigos presos han tenido pocas oportunidades para sobresalir, algunos ni una sola en toda su vida. Pues bien, ellos quieren sobresalir con sus relatos, y mínimamente en eso deseo ayudarlos. Como millones de mexicanos, millones y millones, ni más ni menos, han vivido la vida al margen de las oportunidades artísticas y académicas, así que cuando escuché al talentosísimo Ricardo Acosta no pude no pensar luego en todos los talentos que tristemente se pierden por falta de una oportunidad y en todos los que, aun teniéndola, la desperdician por culpa del mercenarismo en el que vivimos.
Ricardo ha aprovechado plenamente una oportunidad espléndida. Sus padres merecen también un sostenido aplauso. ¿Qué se puede hacer para que el mundo le abra, como a él, un camino a cada niño? No sé, es muy difícil saberlo. Lo único que sé es que por algo hay que empezar. Por lo que sea.

Violencia basura

Sé poco de esa música; lo digo con sinceridad, así como digo con sinceridad que si me aviento unas cervezas con amigos para mí no es repugnante oírla. Al contrario. Cierta ocasión, por ejemplo, me encontraba sumido en la ingesta de licores con amigos y uno puso un cd de banda narca; la voz que emergió del modular fue una revelación: era una voz fea, grave, con una leve entonación de borracho, pero al mismo tiempo atractiva, con un imán extraño y aseadamente populachero. Pregunté: ¿quién canta? La respuesta no tardó: Valentín Elizalde. Me encogí de hombres y aprobé, todavía desconcertado, la novedad de aquella voz. Ya no supe mucho sobre las canciones de Elizalde, sobre sus giras y su éxito. Una que otra vez lo vi de pasada en programas de espectáculos, pero no más.
Hoy me encuentro en los diarios que lo ejecutaron en Reynosa. ¿Qué caso tenía hacer eso? ¿A quién le sirve la muerte de un muchacho que se dedica, lo apreciemos o no, al canto popular? Mal. Muy mal. Las fuerzas siniestras de la muerte están indetenibles. La descomposición es infernal.
No conozco el móvil del crimen, pero las motivaciones pueden ser tan estúpidas que pasan por el simple gusto: a un capo no le agradaba el cantante, o el cantante trabajó en una fiesta de los enemigos, y eso es razón suficiente para terminar con él. No puede ser. Se mata y se muere por insignificancias. Es la barbarie.

sábado, noviembre 25, 2006

Mesa de hoy

Cada vez que puedo soy, como muchos en la comarca lagunera, espectador asiduo del programa Olla de grillos. Como muchos también, no estoy de acuerdo con todo lo que se afirma en ese espléndido programa local. Es lógico, pues de lo que se trata es de confrontar opiniones, de oponer puntos de vista, de que tanto los invitados como el público en sus casas ventilen ideas no necesariamente uniformes. Más ahora, luego de que la campaña electoral aupada por la ultraderecha reaccionaria dejó como saldo la radical y al parecer irremediable, al menos en el corto plazo, división del pueblo mexicano. Hoy sábado no sentí muy atractiva la mesa de Olla de grillos: el amigo Holguín con la certeza de que los nombramientos de Felipe Usurpador son "ajadrecísticos"; mi también amigo Gerardo Hernández con el choro para mí insostenible de que Felipe es un presidente legal y está obligado a obtener legitimidad con un buen gobierno (¿y por qué no la obtuvo mejor en las elecciones?) y el señor Gurza ahora pacífico y optimista, feliz porque la república neoliberal químicamente pura se consolida ante sus ojos.
Al final mi amiga Marcela Moreno leyó una llamada telefónica en la que un televidente felicitó a mi amigo Mario Gálvez "por decir sus verdades a todos los invitados". Creo que no fue pues la mañana de Gálvez, pues a diferencia de lo que opina en su inteligente columna de La Opinión, en Olla de grillos hoy no dijo nada y aceptó tranquilamente, sin parpadear siquiera, todas las apologías a Felipe Usurpador. Olvidó que el martes 21 de noviembre examinó en su columna, con aguda mirada, el peso histórico de la concentración en el Zócalo. Creo que en la tv pudo decir algo similar, pero quizá no quiso arriesgarse a construir un debate de tres contra uno.
Detalle para recordar: ¡Viva Porfirio Díaz por habernos dado patria, orden y progreso!

Rebollo

Cada vez que puedo monitoreo Olla de grillos. Vi hoy, en uno de sus bloques, al mero machín actual del PRI en Gómez Palacio. Es el júnior Ricardo Rebollo, quien el jueves presentó un "Acuerdo por Gómez Palacio" con el cual, mediante la demagogia más ranchera que uno pueda imaginar, se coloca a la cabeza como aspirante a la candidatura por la alcaldía. Lo burdo, lo grotesco es que el joven Rebollo no reconoció en ningún momento que su plan es llanamente un destape. Como vemos, todavía ni siquiera es candidato y ya comenzó a mentir. Pobre Gómez Palacio.
Ah, también ya vi su espot. El discurso parece atorado en 1970. Cree que creemos en sus falacias. Da pena ajena.

Ansia del garrote

Que la oposición al usurpamiento ya se aguangó, que el Frente ya se quedó solo, que los diputados ya no meterán las manos, que esto y que lo otro han dicho y vuelto a decir en la tele y en todos lados los amantes de la paz y del progreso, pero de cualquier modo ya la Cámara está militarizada y Espino y Zermeño no cesan de exponer la teoría del mátalos en caliente para que Felipe llegue hasta donde tenga que llegar. Es una contradicción, entonces, pues no es posible tener miedo a lo que ya se desinfló.
La toma de protesta sirve perfectamente para anticipar el estilo de gobierno que le espera a la oposición con el arribo del michoacano. Junto al ex secretario de Energía, Fox parecerá Hello Kitty en materia de mano dura. “Es de mecha corta”, se ha dicho sobre el temperamento de Felipe, y quienes lo han tratado de cerca confirman que sus pulgas son escasas.
Lo terrible aquí es que, en la marcada polarización que todavía padece y padecerá el país, hay un caldo de cultivo neonazi que con toda alegría podría avalar los campos de concentración y las cámaras de gas para quienes se pasen de lanza y quieren llevar sus insubordinaciones más allá del primero de diciembre. Por eso el ambiente informativo huele a violencia, por eso los medios han tendido a criminalizar los actos políticos opositores, para justificar después la represión y aparte recibir aplausos públicos.
En su columna jornalera de ayer, Julio Hernández, otrora colaborador de El cristal con que se mira de Televisa, sacó un hermoso botón de muestra para ilustrar la animosidad que va más allá de lo verbal y anhela vil garrote para los simpatizantes de las causas negativas. Sin un átomo de ternura, un lector de Hernández le ha enviado diecinueve cartas electrónicas desde una oficina bancaria (es Javier Ricardo Terrazas Meneses, y escribe desde jaterramene@banamex.com). Yo he recibido uno que otro pellizco, pero todavía no la andanada con swástica que le envían al columnista de La Jornada: “Represión. Así será y así ha de ser... brutal represión totalitaria (...) Probablemente el medio será la fuerza bruta, así pagando los platos rotos los reprimidos, los jodidos, los que se plantan para exigir algo, los brutos y los resentidos. Todo sea por tener orden, para poder progresar”, le dice en una cartita de amor. Y en otra: “Yo espero que les manden al Ejército y los repriman como en el 68. Al mero estilo diazordacista. Sería hermoso, verdaderamente hermoso¡¡¡ (…) Pinche indio asqueroso de raza inferior. Muérete. ¡Debemos exterminarlos. El saldo blanco del que hablas, pronto se tornará de rojo. Ese rojo hermoso de sangre de cerdos pejistas!”

Nuevo libro de Félix Lerma

Presenté el jueves otro poemario de Julio César Félix Lerma; va:

Exuberante blues

Las pocas páginas de Desierto blues, título del más reciente poemario de Julio César Félix (Navolato, 1975), son una maliciosa finta, pues aunque las dimensiones físicas del libro lo ubican en lo que solemos definir como “de bolsillo”, se trata de un volumen amplio en sentidos, profundo en visiones, rico en imágenes, exuberante en suma.
Lo recibí apenas el lunes 20 de noviembre y en dos sentadas he tenido ya la suerte de conversar, nuevamente, con la delicada, con la casi etérea poesía de Julio. Autor de por los menos otros cuatro poemarios como éste, siento que su pluma va (gradualmente, con la paciencia del verdadero creador) encontrando una expresión distintiva, fresca y original, para todo lo que ocurre en su interior, para la densa tormenta de emociones que lo recorren y que sólo pueden, en su privilegiado caso, ser planteadas en esos objetos verbales intangibles y a la vez palpables con el alma que llamamos poemas. En efecto, las piezas literarias que caracterizan a este poeta tienen la rara virtud de parecer inasibles y al mismo tiempo se dejan tocar; sin embargo, no son las manos ni las pupilas, ni el oído siquiera, los sentidos que palpan: es el alma del lector, el alma que extiende su mano y roza levemente la textura de versos en verdad sutiles, tan bien delineados que parecen concebidos a la hora del insomnio.
Cito un caso; es el poema que más me cuadra de Desierto blues, aunque en honor a la sinceridad son muchos los que le hacen competencia; leo “Escultura”, un trazo perfecto de palabras, una verdadera obra esculpida con la materia prima del sonido: “Mi corazón es un pedernal / que emite relámpagos al contacto / con el acero del mundo / con el metal sagrado / de tu cuerpo épico / por donde descienden mis manos / que se extravían de placer / al esculpirte / a flor y fuego”.
Desierto blues (Icocult, 2006) ha sido compuesto en cinco estancias; cada una cuenta con un breve lote de poemas donde rige un barrunto de unidad también apenas insinuada, como todo lo que hace Julio. La capacidad de este poeta para sugerir es notable; sin barroquismos hueros, sin retorcimientos retóricos de ninguna índole, busca siempre dos o tres imágenes precisas, metáforas cegadoras, para escudriñar un estado de ánimo y condensarlo en una hoja. La exuberancia de su voz, paradójicamente, está en el sentido, nunca en la forma, y con esto quiero recalcar que Julio es capaz, como muy pocos autores, de atrapar realidades interiores como quien atrapa, sin aspavientos, mariposas. Así sea brevemente, celebro con estas líneas la presencia poética de Julio César Félix. Su blues en el desierto es una fiesta.

jueves, noviembre 23, 2006

Feroz ensotanado

El sábado pasado fue una delicia ver en Olla de grillos al padre Rodríguez Tenorio, el más acabado ejemplo lagunero de la intolerancia y el abuso de su investidura sacerdotal. ¿Qué se cree este señor? ¿Supone que por su edad y por su condición de cura puede arremeter con gritos y aspavientos contra cualquier persona? Con una prosa oral farfullante y desarticulada, gritona y verdulera, este pastor de la iglesia católica no sólo quiere hacer valer su papel de administrador de lo sagrado, sino que, como todo párroco provinciano, opina sobre la homosexualidad y lo primero que le viene a la mente para atacar es que dicho comportamiento es contranatura, como si la contención sacerdotal no lo fuera. En fin, estos señores sueltan su rabia sobre cualquier tema; no argumentan, sólo vociferan sin respeto por el prójimo y a la hora de ver las vigas en sus ojos inventan todo tipo de coartadas. Son un caso, el mejor ejemplo de la inquisición que sobrevive disfrazada de buena voluntad.

Esto leí

No todo, pero esto leí anoche en el Teatro Martínez de Torreón:
Itinerario de Las manos del tahúr

Jaime Muñoz Vargas

Acaso es una idea primaria, pero creo que el cuento no es la cosa amorfa que en los presentes años suelen escribir muchos cuentistas. Si mi noción de cuento es, como digo, elemental, más me lo parece la que se ha puesto de moda ahora que todo está permitido y cada quien desenfadadamente hace lo que quiere con el género quizá sólo para ocultar ora la incuria, ora la ineptitud, ora las dos vainas juntas. Del cuento en el que creo pongo un ejemplo brevísimo de mi propio cuño, para no desvirtuar a nadie:
Paz espiritual
Por lo común en casa armaban demasiado escándalo y nadie respetaba sus ávidas horas de lectura. Pero aquel día decidió que no le robarían más el disfrute de aquel placer mayor. Con su libro atenazado bajo la axila salió de casa y seis calles después entró al templo del Sagrado Corazón. Gozó el piso de mármol espejeante, el aroma del incienso, la fogosa temblorina de las veladoras, el oro apagado de los marcos, las bancas en impecable fila, el callado olor de las gladiolas, el sosiego, la paz espiritual del gran crucifijo. Desperdigados, unos cuantos ancianos rezaban con inmóvil devoción. Todo estaba dispuesto y se sentó a continuar la lectura de su libro. El separador marcaba la página 33 de El anticristo.

Ignoro si lo citado es bueno o malo, pero sé bien que, así se trate de un microrrelato, la historia atraviesa las tres etapas básicas de todo cuento clásico: un principio, un medio y un fin que pretende ser sorpresivo, es decir, ha sido escrito con toda la intención de ser un cuento en el sentido menos laxo de la palabra. El principio plantea la presencia de un lector incomodado por el ruido; he ahí el conflicto. De inmediato decide terminar con ese fastidio y en el veloz desarrollo de la historia busca un templo católico que se llama, enfatizo, del “Sagrado Corazón” sin decir, porque es obvio, “de Jesús”; ese lugar es la viva imagen del sosiego, el lugar ideal para leer. Apenas estamos en el renglón número diez y la historia se resuelve con una paradoja: el libro que en la iglesia devora nuestro apasionado lector es El anticristo.
Esa organización del cuento no es hoy, como dije, la favorita de muchos cuentistas, quienes preferencian relatos sostenidos en la pura prosa, historias escritas con ocurrencias dispersas, con descripciones más o menos amenas de un estado anímico, de un paisaje o de un sujeto. Proceden como en la poesía, género que no obliga a cuidar una trama, sino una determinada intensidad, un determinado tono, a sostener un ritmo y un impulso líricos. Aquí me atrevo a señalar un inconveniente: el cuento es lo más lejano, en términos de cocción, a la poesía.
Pues bien, la moda de esos cuentistas ha hecho escuela. Tanto lo han logrado que ahora dan clases de cuento, son jurados en concursos, ganan premios aunque nunca se hayan entregado en serio al engorro de escribir un cuento propiamente dicho, sólo desahogos narrativos sin trama, relatos deshuesados y enemigos de cualquier cuidado estructural. No me desagrada del todo, como lector, ese tipo de relatos, siempre y cuando la prosa tenga brillo, encanto, y las ideas de los personajes se sostengan en alguna mínima profundidad. Es el caso de escritores como Fadanelli, en México, o Pedro Juan Gutiérrez, en Cuba, quienes parecen sabrosamente desentendidos del canon cuentístico tradicional y se han instalado en otro, mucho más relajado.
Otros tantos han querido hacer lo mismo, pero sin éxito. Olvidan la trama, narran sin ataduras, quieren ser irreverentes o divertidos y lo único que logran es transmitir una irreparable sensación de perezosa libertad. Pese a ello no dudan en declarar que hacen cuentos y que son cuentistas, como si el género más riguroso de la literatura otorgara con toda impunidad la carta de ciudadanía sin necesidad de atender ninguna regla, salvo la de la brevedad. Así pues, resumo, abundan los cuentistas que dicen hacer cuentos sólo porque escriben cositas breves. Nada de orden trino, nada de trama, nada de historia A e historia B, nada de clímax, nada de Poe y nada de Cortázar, sólo “libertad”, el boleto que les permite hacer lo que les viene en gana, incluso usurpar el nombre de cuentistas.
Nunca, en veinte años, he querido pertenecer a esa secta. Buenos o malos, mis cuentos quieren ceñirse el corsé del cuento clásico, pues no de otra manera me reconocería como artesano de este género hecho de pura estrategia. Las diez piezas reunidas en Las manos del tahúr, libro que durante un tiempo llevó por título Medio litro de vodka, aspiran todas a sostener una trama apretada, a contar dos historias y a revelar su sentido, si es posible, hasta el último renglón. Trato, por supuesto, de atrapar un ritmo poético, de ahondar en la actitud de los personajes, de establecer hasta donde me es posible una idea social o política, humana en suma, pero lo que pretendo con mayor ahínco es construir, armar, urdir, aterrizar en un final plenamente justificado en función de los pormenores que la historia B trepa e impone a la historia A.
Es una preceptiva elemental y rígida, lo sé, pero es la única que se ha inventado para decidir que un cuento es un cuento, y no cualquier otro bicho. No seré yo el que decida si mis cuentos son eficaces o no; los escribí con gusto y atención, concentrado en los detalles, en las pistas, conciente del reto que representa colocar ladrillo tras ladrillo para que el muro quede firme desde los cimientos al remate; la mayoría de las piezas fue acuñada, si no recuerdo mal, en 2002. Creo, como dice Borges, que no son una maravilla, pero tampoco me deshonran y sospecho que ya evidencian un cierto conocimiento del género. Dejo pues este libro en manos del azar. Que la suerte y las virtudes de estos cuentos, si las tienen, los ayuden a permanecer en la memoria de un lector.
Comarca Lagunera, 21, septiembre y 2006
Posdata del 2 de octubre de 2006. Paco Ignacio Taibo II, conocedor profundo del tejemaneje editorial, ratifica ante mí la desgracia comercial del cuento. Nadie sabe exactamente por qué, pero el cuento no vende, y si no vende, no es publicable salvo en los pocos casos de los autores ya consagrados con novelas. Mucho tiempo me he preguntado a qué se debe esto: como en la “Carta robada” de Poe, la respuesta estaba en el lugar obvio: la culpa de todo quizá la tienen los cuentistas que creen escribir cuentos y que en realidad hacen malos borradores de novelas.

El tahúr ayer



Ayer en el Teatro Isauro Martínez presenté Las manos del tahúr. Saúl Rosales y Mariana Ramírez hicieron reseñas muy generosas. Mariana ya me envió la suya, y ésta es:


El destino humano en las expertas manos del tahúr*

Mariana Ramírez Estrada

Al igual que los personajes que pueblan los diez cuentos que conforman el volumen titulado Las manos del tahúr, de la autoría de Jaime Muñoz Vargas, nos encontramos aquí reunidos también debido a los expertos movimientos de un tahúr de las palabras y las anécdotas. Me refiero por supuesto a Jaime (Gómez Palacio, Dgo., mayo de 1964), de quien no hace falta mencionar más datos, pues se trata ya de un escritor conocido y reconocido por todos nosotros.
Únicamente me gustaría traer a la memoria que esta decena de relatos hizo a Muñoz Vargas acreedor al VI Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo, convocado por el Gobierno del estado de Sonora a través de la Secretaría de Educación y Cultura y del Instituto Sonorense de Cultura, noticia que recibió durante la primera quincena del vertiginoso mes de octubre del año pasado, cuando en una misma semana le notificaron haber resultado ganador de este y otros dos premios cuyas convocatorias tienen origen en Nuevo León y San Luis Potosí.
El punto de partida de mi apreciación acerca de Las manos del tahúr, es, porque tiene que ser así precisamente, esta frase que nomina el volumen y que acertadamente, no corresponde al título de ninguno de los relatos, como suele usarse, pero que los engloba a todos. Además de otros elementos compartidos que son visibles entre los cuentos, de los cuales comentaré más adelante, el centro en el que todos encuentran su común denominador u origen, es el azar: los personajes, como nosotros, están sujetos a fuerzas que no son capaces de dominar, pero que determinan sus destinos.
Estos individuos transitan por una vida cuya gráfica representación no puede ser más exacta, pues los distintos ámbitos y asuntos, por más nimios que puedan parecer, son cartas en manos de un experimentado practicante que con descarada e inmisericorde deliberación las maneja a su antojo. Este tahúr puede ser visto como el incesante e inevitable devenir del principio al fin, siempre utilizando igual mecanismo para todos los humanos, o como la propia imagen de dios, quien aprisiona en sus entrenadas y por si fuera poco, eternas palmas, la siguiente carta para tirarla ante nuestros sorprendidos ojos.
Antes mencioné que además de la constante presencia y acción del azar, los diez relatos, como anécdota narrada, encierran otros elementos en común, entre ellos destacan: un desencanto en menor o mayor dosis, acerca de los otros o de sí mismo, y de la realidad completa; la batalla económica por la supervivencia y por sostener la autoestima en un ambiente en que el reconocimiento escasea; en fin, la enorme brecha entre lo que se desea o planea y lo que en realidad puede hacerse.
Los personajes que protagonizan y muestran sus vidas, también guardan rasgos comunes: varios de ellos se dedican al oficio de la escritura, ya sea como universitarios (“Historia del gorila” y “Narrar a medianoche”) o como profesionales (“Viaje para un epitafio” y “Hacer Coca”). Varios, por el desencanto de verse en la imposibilidad de concretar textos de carácter literario, optan, sin mostrar mucho los verdaderos estragos que causa en su ánimo, por el periodismo (“Luces del encierro” y “Hans al teléfono”). Ahí se instalan para obtener un sustento, que aunque sea magro, les permite continuar el avance de la cinta que muestra su gris existencia.
Otros simplemente se dedican a sortear la “tirada” que el tahúr les dé, sin manifestar mucho su amargura (“Récord con papá”) y algunos más, que todavía conservan una pizca de osadía o quizá por fortuna cuentan con una total desvergüenza, tratan de responderle y sufren en el intento de hacerlo (“Diez años de ingenuidad”, “Medio litro de vodka” y “Mamá te habla”).
En cuanto al estilo que como autor aquí nos muestra Jaime, puedo decir que se trata del modo de construir literatura al que nos tiene acostumbrados: limpio, milimétrico, con sus agradables toques de humor y sarcasmo, que de vez en vez rompen el hermetismo de una lectura silenciosa, realizada en la casa, la cafetería, la oficina o cualquier sitio, para dar lugar a sonoras carcajadas.
Se trata entonces de textos que se leen de un solo aliento, totalmente digeribles, sencillos, pero no por ello, menos profundos o propiciadores de reflexiones. A través de las 174 páginas que conforman el libro, asistimos a las vivencias de personajes completamente posibles, lo son incluso los que nos asombran, pues recordamos que a nuestro alrededor existen algunos que al igual que ellos, se aferran a las manías o refugios contra las amarguras que les han tocado en suerte.
Es el caso de los dos ancianos que son el centro de “Luces del encierro” y “Hacer Coca”, respectivamente, quienes en apariencia distan mucho de guardar alguna similitud, pero que en el fondo comparten su ser de incomprendidos por el resto del mundo (aunque parezca mucho decirlo) y hacen de su casa, la del primero en una colonia pudiente y la del otro en un barrio sin pavimento, su santuario de libertad, pues ahí atesoran los objetos que los mantienen vivos, mientras sus cuerpos lo permitan. También se parecen, porque deciden que después de su ausencia, alguien que se interesó en lo mismo que ellos, merece heredar lo que nadie más apreciaría.
Creo que un elemento que no debo pasar por alto es un aspecto que percibo en estas diez piezas fraguadas por Muñoz Vargas, y que casi estoy segura, no había encontrado antes en su producción cuentística: hay una total intención de mostrarnos la existencia de un relato dentro del relato. En algunos cuentos este factor es altamente visible, cito por ejemplo “Narrar a medianoche” o “Medio litro de vodka”. En el primero estamos frente a una historia autobiográfica, pero la cuestión no se restringe a ese nivel, sino que se muestra gráficamente, pues el texto tiene partes del cuento en el cuento. En “Medio litro de vodka”, el personaje principal se transforma en cuenta cuentos de su propia narración, y su amigo oyente, la va asimilando y eligiéndole un desenlace (que da lugar a la ambigüedad de una final abierto para el lector).
Otro relato en el que sucede esta especie de círculo o reiteración, pero de otra manera, más como jugada del destino, es en “Historia del gorila”, pues la dolorosa visión ocurrida ocho años atrás, toma vigencia en la carne misma de quien en el pasado fue testigo de la brutalidad. Quizá aquí el grado de dolor se torna superlativo, pues el blanco de la pretérita violencia ahora es quien la ejecuta, y también porque los golpes van más allá: llegan al fondo de la convicción derrumbando lo que había constituido el sentido de vida.
Como sucede en nuestras propias vidas, los hechos que provocamos o que simplemente nos vemos forzados a vivir, están marcados por instantes de apabullante oposición: puede haber total apremio, amargura o desencanto y al mismo tiempo, encontrarse rasgos gratificantes, satisfactorios o humorísticos. Así sucede con el intento filantrópico en “Diez años de ingenuidad”, pasa de igual manera en las memorables cinco horas con quince minutos vividas en “Récord con papá”, o en la inusitada aparición de un nombre, que sólo el portador del mismo, quien domina el contexto, comprende, al leer una nota en uno de los más famosos diarios españoles, que cita las palabras textuales pronunciado desde la mente de un desquiciado en “Hans al teléfono”.
Con esto quiero decir que en las vidas de los personajes modelados por Jaime, al igual que en las nuestras, hay contrastes, que son precisamente los que le otorgan a la existencia su característica naturaleza ambigua, agridulce, que nos impulsa a mantenernos pegados a ella, en el camino, en la inercia, sin grandes aspavientos.
Al menos para mí son esta clase de historias las que me parecen relevantes, dignas de leerse, pues se convierten en espejos de nuestra realidad, en muros reflejantes donde podemos vernos como individuos, como familia, como grupo de amigos, como sociedad, como país y como especie… como naipes próximos a caer en la mesa del juego preparado por el experto tahúr que siempre guarda bajo su manga la alternativa del azar.

* Texto leído en la presentación de Las manos del tahúr, el 22 de noviembre de 2006, en el foyer del Teatro Isaura Martínez de Torreón, Coahuila.

El hijo desabridiente

Caja de resonancia foxista y usurpadorista, una de las tendencias más visibles del periodismo mexicano recientísimo es descalificar a los frentistas con dos argumentos tan consistentes como un malvavisco: están locos y se han quedado solos. Tal vez tengan razón en el primero de los rótulos: como en el caso del Quijote, es necesario estar un poco o bastante mal de la sesera y encarar a los vestiglos creados por la ultraderecha mexicana para prostituir al país y entregarlo, con gordezuelos y calvitos egresados del ITAM en el rol de mercachifles, a los empresarios locales y foráneos que ya refrotan sus manos y se liman los colmillos ante el banquetazo que los espera.
En el segundo caso, “ser han quedado solos”, mucho anunciaron que según veinte encuestas ya nadie cree a quienes sostienen la teoría del fraude; pues bien, con todo y los malos augurios el zócalo volvió a ser atestado de gente pacífica que por su propio pie, movida sólo por la certeza de que las elecciones fueron un chanchullo histórico, sancionó un acto que ataca el plano simbólico del poder y lo hace con plena apertura, en la plaza pública, sin un solo elemento de seguridad listo para reprimir a nadie.
La derecha mexicana y sus pedrosferrices ubicuos han trillado la idea de que con tumultos nada se demuestra, de que sólo vale lo que avalan las virginales instituciones del país. Eso han dicho por dos simples razones: una, porque si no fuera por las instituciones que controla(ó) el foxismo (la presidencia, parte de las Cámaras, los medios, el IFE y el Trife, muchas gubernaturas, el gabinete) hubiera sido imposible torcer el destino real del voto; dos, porque ni antes ni después de las elecciones, nunca en la vida del presidente impuesto verán sus ojos una movilización popular voluntaria como las muchas que tuvo la Coalición y que ahora tendrá el Frente. Sólo minusvaloran las concentraciones descomunales quienes, como Creel, sólo son capaces de reunir a tres adherentes extraviados en el laberinto de las ideologías.
Lejos de tener una convocatoria masiva, popular y alegre como la que vimos el lunes 20, el presidente de la pantomima se mueve, como lo hace Fox, rodeado de un aparato de seguridad faraónico y listo para actuar en caso de que se caliente cualquier ímpetu. Pobre Felipe, tan lejos del pueblo y tan cerca del Estado Mayor Presidencial, tan echón a la hora de decir que gozó del voto mayoritario y tan incapaz de armar un encuentro con diez mil personas en alguna plaza de todos y no sólo en salones apropiadamente cerrados para que nada perturbe a los círculos más altos del poder, de su poder.

miércoles, noviembre 22, 2006

Una entrevista

Copio una entrevista que hoy salió en La Opinión Milenio; la hizo la reportera Adriana Vargas:

Este libro de cuentos, ¿tiene algún hilo conductor temático?
Las manos del tahúr
tiene, de hecho, varios hilos conductores. Si lo observamos desde el punto de vista estilístico, los diez cuentos siguen más o menos una misma tonalidad rítmica, sintáctica, adjetival. Otra rasgo que le da unidad al volumen es que en todos los cuentos hay una especie de juego metaliterario, es decir, en la literatura se hace literatura, en estos cuentos muchos personajes protagónicos tienen conciencia de que lo que les ocurre “en la vida real”, es decir, dentro de cada cuento, puede ser contado literariamente. Con esto quiero enfatizar, como escritor realista que soy, que la realidad cotidiana es para mí una materia prima invalorable, el punto de partida desde el cual me impulso para imaginar. Otro elemento unificador es el desafío a la estructura del cuento como género literario, mi deseo de armar relatos no lineales. Un último elemento cohesionador está en el sentido digamos humano de estos relatos; en todos o en casi todos late un conflicto cotidiano, esto para contradecir la idea de que la literatura sólo es un pasatiempo.

2. ¿Tu actividad literaria se centra ahora en la narrativa corta o en qué géneros estás trabajando con más fuerza?
Sin pretenderlo, siempre he trabajado con varios géneros periodísticos y literarios al mismo tiempo. Por ejemplo, además de la columna que publico en La Opinión, escribo artículos, reseñas y crónicas para otros medios. En literatura me pasa algo similar: hoy trabajo con un cuento largo, mañana le avanzo a una novela, luego trato de organizar alguna idea para un ensayo, y en medio de ese trajín he arado cada vez con más seriedad en la micronarrativa, en el cuento brevísimo, de un párrafo a cuartilla y media. La verdad es que no me ciño a ningún molde y dejo que mi estado de ánimo también participe.

3. ¿Cómo encuentras la salud del cuento en México?
El cuento en nuestro país tiene muchos cultores jóvenes y no tan jóvenes. No tantos como en Argentina o en Cuba, pero sí hay una cantidad notable de buenos cuentistas. Es extraño, sin embargo, que este género haya sobrevivido al desprecio de las editoriales comerciales, a la falta de compradores. Los cuentos ahora sólo son publicados por instituciones públicas (universidades, gobiernos…) y padecen de nula mercadotecnia y mala distribución. Es asombroso: los sellos privados importantes (Alfaguara, Mondadori, Planeta…) publican dos o tres libros de cuentos por cada cien novelas. Pese a eso, el cuento ha sobrevivido aquí y en todas partes. Es como la poesía: se refugió en unos cuantos; somos pocos, pero le tenemos infinito respeto.

4. Este libro es producto de un premio literario en Sonora, ¿qué pasa con las oportunidades para publicar libros dentro de la región lagunera y el estado?
Sí, ganó el premio nacional de narrativa Gerardo Cornejo 2005 convocado por el Instituto Sonorense de Cultura y el Conaculta; el premio incluyó la publicación, y esa puerta es de las pocas que uno puede encontrar para sacar adelante la edición de sus cuentos. En este momento tengo cinco libros inéditos de cuento. ¿Qué puedo hacer con ellos? Esperar, esperar, y mientras se abre una rendija seguir corrigiendo. En todos los estados hay colecciones, se edita, pero el problema con los libros oficiales es que circulan muy mal, se quedan perpetuamente estacionados en una bodega.

5. El lenguaje de tu literatura en el cuento, ¿tiene que ver con la región que habitas y la cultura de esta zona?
No hago una calca del habla lagunera, pero aunque yo no lo desee creo que se cuela mucho del espíritu verbal de nuestra región, si es que lo tiene. Lo lagunero en mis cuentos, más bien, no está tanto en el lenguaje o en las anécdotas que narro, sino en la atmósfera, en el ambiente que nos rodea.

lunes, noviembre 20, 2006

Tragedia del cuento

El género literario llamado cuento vive una paradójica tragedia: en tiempos en los que se supone que la gente no lee, o lee poco, las narraciones breves no han podido desterrar a la novela, su hermana mayor, del primer lugar en la lista de preferencias. Digo que esto es paradójico porque, para empezar, la primera y más visible diferencia entre ambos géneros es su extensión: la novela, sabemos, es un relato por lo general amplio, mientras que el cuento es lo contrario, una ficción cuya brevedad permite a los usuarios del texto la lectura de un jalón, de una sola sentada.
Más allá de los conceptos de brevedad o latitud, que son subjetivos y dependen de cada persona (con esto quiero decir que lo breve para uno puede ser amplio para otro), el presupuesto de extensión en ambos géneros implica la posibilidad que ambos ofrecen a un lector promedio: la novela no dejará que dicho lector promedio lea de un solo tirón el relato (sí lo puede hacer, pero por la envergadura de la historia llegará un momento en el que se fatigue y decaiga el impacto estético); al revés, el buen cuento agarra de las solapas al lector y dada la extensión corta del texto deja que el usuario termine la lectura sin menoscabo de su atención, con un alto impacto emocional.
Sería inoportuno armar aquí una teoría del cuento, pero lo esencial, creo, es eso: pese a que es un relato breve (de un párrafo a veinte o treinta páginas, por decir algo), no goza de muchos seguidores, y como eso ocurre, las editoriales comerciales han decidido borrarlo de sus catálogos; alguien comentará que no es muy distinto lo que le pasa a la poesía, al ensayo, a la escritura teatral. Cierto, les sucede lo mismo: frente a la difusión de la novela, todos esos géneros son como apestados, leprosos que sólo pueden habitar los lazaretos de la edición oficial (universidades, gobiernos…) o, en el peor de los escenarios, de la autoedición, como es el caso de un amigo argentino que, ante la penuria editorial de allá, más terrible que la nuestra, decidió fundar un sello llamado EDUM, que significa tragicómicamente Ediciones De Uno Mismo.
El cuento, lo han dicho escritores de polendas como García Márquez y Vargas Llosa, es un género cuya sencillez es sólo aparente, una ilusión óptica. Por eso Benedetti declaró alguna vez esto, y conste que se trata de un experto: “Siempre digo que soy un poeta que además escribe cuentos y novelas. También me siento cómodo con el cuento, aunque me da mucho más trabajo. Un poema lo puedo escribir en un avión, durante un fin de semana o mientras espero al destino, en cambio un cuento me puede llevar años”.
Tomo la última frase del uruguayo para insistir en la complejidad del cuento, en su belleza suprema cuando la construcción insinúa lo esférico, lo perfecto. Tan difícil es armar un libro de cuentos digno de tal nombre que es una pena no encontrar después ni a un misericordioso lector. De eso, no obstante, ya no es culpable el autor, sino el mercado o qué sé yo. Pese a la situación descrita, o más bien debido a ella, invito desde esta columna a la presentación de Las manos del tahúr, mi más reciente libro de cuentos. Fue publicado por el Instituto Sonorense de Cultura y el Conaculta, y se trata del volumen que ganó el premio nacional de narrativa Gerardo Cornejo 2005. La presentación la haremos Saúl Rosales, Mariana Ramírez y yo en el Teatro Martínez. Será el 22 de noviembre a las 8 de la noche. Me dará gusto ver a los lectores de Ruta Norte. Sé que no son muchos, de allí que su asistencia cobre, para mí, muy significativo valor. El miércoles los vuelvo a convidar.

sábado, noviembre 18, 2006

A pincel

Desde hace cuatro años tengo la fortuna de no usar coche. Esto me ha concedido, entre otros beneficios, no pagar leoninas placas y tenencias, no requerir seguros por accidente automovilístico, no sufrir por estacionamiento, no necesitar autolavados, no aumentar la contaminación del aire, no padecer a los mordelones, no ser reconocido o despreciado por el valor de mi vehículo, no olvidar mi condición de andarín original, no dejar de escuchar la voz de la gente, embriagarme sin ningún escrúpulo, ser considerado millonario excéntrico y recordar de vez en cuando que hay chuchos méndigos que emboscan al peatón.
Desde hace cuatro años, entonces, me desplazo principalmente a golpe de calcetín y esto me ha permitido, aunque suene insólito, “escribir” mientras camino. Sí, es muy raro, pero la práctica obligada del marchismo ha sido un factor determinante en el aumento de mi producción literaria, ya que mientras avanzo cuadras organizo párrafos en la mente, calculo palabras y pulo ideas para futuros proyectos. Obviamente, cuando lo requiere la ocasión, socorro al gremio taxista y no son pocas las veces en las que mi transporte es el bus, el jet de la pradera donde viajo entre risas y gritos de muchachas y cábulas de oficio carpintero.
Pocas veces uso la troca de mi esposa o el coche de Raymundo Tuda, quien amablemente pasa por mí todos los jueves para asistir a nuestra nada exquisita, y sí harto salvaje, terapia emocional de lucha libre en la Arena Olímpico Laguna de Gómez Palacio, sitio que sin duda es la basílica de este deporte aquí en el rancho grande.
¿A qué estas confesiones de patadeperro converso? Las hago para dejar testimonio de mi admiración por esas dos extremidades conocidas coloquialmente como “patrullas”, extensiones de nuestro organismo que han sido desplazadas, al parecer para siempre, por el patasdehule al que no sólo veneramos, sino al que le conferimos una utilidad que va más allá de nuestra comprensión y lo consideramos ser inseparable de nuestra cultura, casi casi como si hubiéramos nacido sobre neumáticos y no sobre dos plantas.
Todo lo dicho no quiere decir que celebre la puñalada del aumento a la gasolina ni mucho menos la idiota grosería del vocero Aguilar, quien con toda su foxista lengua señaló que “los pobres no usan Premium”, como si el aumento a ese tipo de combustible, y el que viene a la Magna, no fuera a repercutir después en incrementos escalados a todo o casi todo lo que sí insumen los pobres de este país.
No me asombra sin embargo la visión del vocero. Lo que me asombraría es lo contrario: que tuviera respeto por la gente. Ni modo, a seguir caminando.

jueves, noviembre 16, 2006

La memoria chiquita

Ahora, con un discurso de estadista conciliador, el presidente electo quiere borrar la campaña de odio que de todos modos le sirvió de poco para llegar a donde está, razón por la cual él y los suyos (los muchos suyos) habilitaron un tremebundo plan de choque poselectoral para frenar, esta vez con un método más sutil que el del 88, a la opción ganadora. Si ya de por sí el estilo mexicano de hacer política suena más falso que la capacidad artística de la Pau Rubio, las palabras tersas en boca de Felipe Usurpador no hacen sino recordar que en México la memoria histórica se ha enanizado tanto que hoy olvidamos los agravios ocurridos hace media hora.
En la confrontación todos perdemos algo, ha dicho sabiamente el presidente impuesto. El trasfondo de esas palabras, obvio, no está en el deseo de armonizar los intereses en erizada pugna, sino en marcar una vez más con la etiqueta de beligerantes irredentos a quienes le siguen regateando la condición de presidente electo. Celoso ahora del diálogo y la diplomacia, olvida el michoacano que hace poco más de cuatro meses su campaña edificó la más abyecta forma de la difusión propagandística, ésa que sin medida ni clemencia exagera, miente, pudre y deja reducida a cero la posibilidad de creerles luego cualquier palabra amable.
Cierto que se apanican de más los diputados panistas que claman, con Jorge Zermeño a la cabeza, la militarización de San Lázaro, pues en caso de que las bancadas opositoras decidan sabotear el cambio de poderes, éste se dará con o sin diputados sentaditos en sus curules; diga lo que diga la ley, los ritos mexicanos han entrado en crisis, y estamos cerca de ver, quizá, una toma de posesión atípica tal y como vimos un último informe entregado en los pasillos de la Cámara y no leído en la tribuna. Se entiende que el interés panista sea ver la ceremonia sin contratiempos en el protocolo. Es la transmisión de estafeta, acto espeso de simbolismo, lo que desean proteger frente a las hordas nacas que se entercan en no reconocer a Usurpador.
¿Qué hacer ante agravios de esta naturaleza? ¿Olvidar? ¿Recordar siempre? ¿Ser indiferente y seguir haciendo la luchita? Algunos tontos de cabo a rabo insisten (y conste que son comunicadores) en la especie del todo o del nada: si se sostiene que AMLO es el presidente legítimo, aunque no legal, y Usurpador es el presidente mañosamente legal, aunque no legítimo, ¿por qué los diputados y los senadores del PRD no renuncian y se convierten al “legitimismo”?
La respuesta es simple, y apela, así de fácil, a la memoria: porque el plan fue descarrilar a un candidato, no a cien, los cien que reñirán el primero de diciembre.

martes, noviembre 14, 2006

En el diariovasco.com

El domingo pasado publiqué una minitanda de microrrelatos en La Opinión; recibí un par de cartas felicitatorias, y eso me alegró, pues todavía practico la micronarrativa un poco a escondidas, sin decidirme de lleno a trabajar con el género más relampagueante de la literatura. Dos días después encontré una página perdida en la red; es del diarovasco.com, de España, y dice lo que copio. Sin duda, estar junto a esos nombres me resulta entre halagador y pavoroso (se refiere al libro antológico La otra mirada, publicado en Palencia, España, por editorial Menoscuarto). Va la reseñita:

Los grandes del breve

Santiago Aizarna

Por breves, ocupan poco espacio y caben muchos. Cincuenta autores y 307 relatos. Los textos antologizados comienzan con dos de Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916), y terminan con cinco de Jaime Muñoz Vargas (México, 1964). Y, encontramos en el índice a Leopoldo Lugones, Alfonso Reyes, Julio Torri, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Ramón López Velarde, Vicente Huidobro y Macedonio Fernández, como los encuadrados en la parte denominada Precursores e iniciadores. En otra, Los clásicos del microrrelato, encontramos, naturalmente, nombres y textos de Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Augusto Monterroso y Marco Denevi.
En otra más, Hacia el microrrelato contemporáneo, a Ana María Matute, Max Aub, Virgilio Piñera, Adolfo Bioy Casares, Manuel del Cabral, Edmundo Valadés y Enrique Anderson Imbert. Y han quedado, para la última, El microrrelato hoy, Antonio Fernández Molina, Mario Benedetti, José Jiménez Lozano, Guillermo Samperio, Luis Mateo Díez, José María Merino, Javier Tomeo, Juan José Millás, Julia Otxoa, Rafael Pérez Estrada, René Avilés Fabila, José de la Colina, Jairo Aníbal Niño, Triunfo Arciniegas, Luis Britto García, Armando José Sequera, Gabriel Jiménez Emán, Pía Barros, Juan Armando Epple, Cristina Peri Rossi, Eduardo Galeano,Teresa Porzecanski, Isidoro Blaisten, Luisa Valenzuela, Ana María Shua, Pedro Orgambide, Antonio Di Benedetto, Eduardo Berti, Raúl Brasca, Hipólito G. Navarro, Pablo Urbanyi, Rogelio Guedea, y, el anteriormente citado, Jaime Muñoz Vargas.
Una buena muestra de especialistas del relato breve (sin que ello sea óbice para que cuenten en su producción con otros largos) de variados lugares hispánicos, Con la inclusión, en lo que al País Vasco se refiere, de cinco relatos de la donostiarra Julia Otxoa, entresacados de distintos libros de su ya muy abundante producción.
Como de toda antología, lo seguro será decir que no estarán todos los que son, que bastará decir, sin duda alguna, que lo son todos los que están. Nombres prestigiados muchos de ellos y que están en la memoria y en el afecto de muchos lectores, y provenientes otros de un cuidadoso ejercicio de selección por parte del encargado de este menester, David Lagmanovich, que ofrece una interesante introducción en donde manifiesta el criterio seguido a la hora de ejecutar su trabajo, tan gustoso a veces como algo doloroso en otras. En definitiva, una acertadísima elección de esta editorial palentina que, como se indica al final de la antedicha introducción, al mismo tiempo que se saluda a los lectores dándoles la bienvenida al territorio del microrrelato hispánico, "nunca lamentarán el haber entrado en él".

Santos y centenario

Cambio de sintonía, como relajante, ahora que estamos otra vez al filo del caos político. Si nos atenemos al torneo que acaba de concluir, es tristemente probable que el Santos Laguna descienda y comience a jugar por eso en la división inferior precisamente en la fecha en la que Torreón cumplirá cien años de vida como ciudad. Traigo aquí un artículo que hace un año me pidió Gerardo Hernández para la revista Espacio 4, de Saltillo; no sé si al final fue publicado. Se trata de una apretada historia del equipo, razón por la que sólo cubre una década de santismo:

Santos Laguna 1995-2005: de la supervivencia a la cumbre

Jaime Muñoz Vargas

Para ningún verdadero fanático del futbol mexicano es un misterio lo que ha pasado con el Santos Laguna. Llegado a la comarca del Nazas en 1983 como equipo de Segunda División “B”, el Santos pasó su primera década de vida en La Laguna entre desastres y tormentas. Salvo por el ascenso de la “B” a la “A” en el año de su debut lagunero (1983-84), el equipo albiverde se las vio indiscutiblemente negras para sobrevivir cuando, a partir de la campaña 88-89 y luego de comprar la franquicia del club Ángeles de Puebla, los laguneros llegaron a la Primera División de nuestro país. Si en la Segunda División “A” tuvieron problemas, en el máximo circuito fueron de tropiezo en tropiezo, siempre con la amenaza de volver a la división inferior.
Esa primera década el Santos pasó, pues, de la “B” a la “A” en un año, y luego del 88 se estacionó en la división más importante de nuestro futbol. De ahí no ha salido hasta la fecha. Pero si a fines de los ochenta y a principios de los noventa el equipo lagunero pasó amargas experiencias, últimos lugares y problemas de descenso, goleadas en contra y porcentajes siempre adversos, eso cambió en la temporada 93-94, campaña en la que el Santos ocupó, dirigido por el chileno Pedro García, el cuarto lugar de la tabla general y llegó a disputar la finalísima contra los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara. Esa temporada fue memorable porque los Guerreros consiguieron el subcampeonato y comenzó en firme un fenómeno que ya perdió algo de fuerza, pero que aún sigue vigente en toda La Laguna: la santosmanía.
En efecto, aquella final de 1994 en el estadio 3 de marzo de Zapopan marcó el paso de la niñez a la adolescencia santista. Aunque los albiverdes no se hicieron con el campeonato, el “sub” supo a gloria entre los aficionados laguneros, quienes desde entonces no dejaron de pensar que el equipo estaba sistemáticamente, campaña tras campaña, para grandes logros. Y no se equivocaron, pues apenas tres años después, en la temporada de Invierno 1996 (comenzaba así la modalidad de los torneos cortos), Santos, con Alfredo Tena en la dirección técnica, dio el mayor campanazo de su historia hasta ese momento: en el estadio Corona repleto ganó la final contra los Rayos del Necaxa y con eso demostró que había llegado, más rápido que muchos otros clubes de México, a la condición de equipo adulto, maduro, protagonista. Aquel conjunto campeón ya está en la historia del futbol lagunero: José Miguel en la portería, Nicolás Ramírez, Pedro Muñoz. Francisco Gabriel de Anda, Wagner de Souza, Guadalupe Rubio (Christian Montesinos), Miguel España, Benjamín Galindo (Alberto “Guamerú” García), Héctor Raymundo Adomaitis (Mariscal), Gabriel Caballero y Jared Borgetti.
Pero el futbol, como todo el deporte y como la vida misma, tiene altibajos, y sobrevino luego de la victoria una racha no muy grata. Aunque eso se dio después, ya que el campeonato del 96 fue un detonante de alegría en toda la comarca lagunera, y prácticamente no hubo municipio de la región en el que no se festejara la hazaña futbolera con gritos, banderas y letreros henchidos de alegría. En la reseña cronológica contenida en el libro La ruta de los Guerreros escribí que aquella fue “una de las navidades más felices en la Comarca Lagunera. El futbol había unificado a la región y por fin era albiverde el título de Liga. Llegó nuevamente el tiempo de celebrar, y hasta los más apáticos y ajenos al futbol sintieron que era suyo el triunfo de los Guerreros. La Laguna fue otra durante aquel fin de año, y nadie se cansaba de prodigar abrazos”.
De inmediato hubo pues un brote de campeonitis, la enfermedad que suele golpear a los triunfadores de la final y que de inmediato los hace pasar de lo sublime a lo lamentable. Vinieron algunas temporadas malas, con rachas que ubicaron al equipo en posiciones no muy destacadas y con abruptos cambios de entrenadores. Se fue Tena y pasaron por aquí, ya sin los buenos resultados del llamado “Capitán furia”, el “Zurdo” Miguel Ángel López, Juan de Dios Castillo y llegó por esos años, exactamente en 1999, el famoso “Sheriff” Fernando Quirarte.
El Santos entró así a una etapa de reacomodo y de búsqueda. Para entonces, los rivales ya lo respetaban y poco a poco el equipo lagunero fue cobrando fama de imbatible en su casa. Ese periodo fue malo pero no desastroso para los Guerreros; daba la impresión de que los contendientes del Santos le conferían más respeto y le jugaban con mayor dureza, así que cada vez era más frecuente que los albiverdes navegaran contra la hostilidad, aunque supieron imponerse a esa nueva circunstancia. Había pasado pues el traumático periodo del arranque y la permanente amenaza del descenso; la condición de equipo chico ya era historia añeja y Santos empezó a encarar sus choques con éxito pese, dada su fama de buen equipo, a los partidos cada vez más complicados.
En la temporada de Verano 2000 los Guerreros se apuntalaron muy bien al mando de Fernando Quitarte, quien pese a su poca experiencia como técnico de máximo circuito demostró que sabía ordenar a sus jugadores y que tenía excelentes nociones estratégicas. Así, en el amanecer del 2000 el Santos llegó a su tercera final, ésta contra los Diablos Rojos de Toluca. Los del Nazas y del Aguanaval perdieron contra el trabuco que había armado el equipo mexiquense, pero eso no desmereció la espléndida labor que como DT ya estaba desempeñando el ex mundialista Quirarte.
El Santos había sumado, en poco menos de dos décadas, un par de subcampeonatos y un campeonato. Era bastante si consideramos que en más tiempo otros equipos de la Primera División nacional —el Atlas, el Atlante, los Tigres— no habían levantado tal cosecha. Se dio en el Invierno 2000 un levísimo bajón, pues los Guerreros llegaron a la liguilla y fueron eliminados por el Morelia en la semifinal. Esto preparó, sin embargo, el escenario en el que Quirarte alcanzaría su cima como cabeza de los laguneros, pues en el Verano 2001 sus muchachos ocuparon el segundo puesto de la general y llegaron al cotejo máximo contra el aguerrido Pachuca. Y la proeza se repitió: el juego de vuelta en la final tuvo como teatro el estadio Corona, y allí Santos pasó encima del equipo hidalguense con un contundente 3-1. Dos goles fueron encajados por Jared, quien para entonces estaba convertido en la figura emblemática de los triunfantes laguneros.
Los Guerreros no habían cumplido siquiera veinte años como club profesional y ya arrojaban números de envidia: el ascenso de la “B” a la “A” en 83-84, el subcamponato contra los Tecos en la 93-94, el campeonato del 96 contra Necaxa, el subcampeonato contra Toluca en 2000 y la reobtención de la corona en 2001. Una trayectoria de tal dimensión torna al público muy exigente y duplica el encono de los rivales, y eso ha pasado en las temporadas más cercanas.
Apenas en la entrada al nuevo milenio, los Guerreros eran entonces un equipo joven de edad, pero grande en logros y más grande aún en aspiraciones. En los cuatro años recientes los números no le han favorecido del todo luego del campeonato contra Pachuca, pero la situación no ha derivado en el dramatismo padecido por otros equipos, pues los números muestran que, pese a todo, Santos es ahora un contendiente muy pesado torneo tras torneo. Por ejemplo, en el Invierno 2001 los Guerreros llegaron a las semifinales y allí cayeron frente a Tigres. Otro tanto ocurrió frente a Necaxa en el Verano del 2002, todo esto con Fernando Quirarte en el timón.
En el Apertura 2002 hubo cambios en la dirección técnica de los laguneros; se fue Quirarte, llegó Sergio Bueno, quien fracasó y tuvo que ceder su sitio a Luis Fernando Tena. El “Flaco” llevó a los albiverdes hasta una semifinal contra Toluca y a otra liguilla donde perdió contra el Atlante. Luego, esto en el Apertura 2003, vino el periodo de Eduardo de la Torre, con resultados similares a los torneos recientes. Con el “Yayo” lo mejor se dio en la segunda ronda de la Copa Libertadores, donde en polémico partido el árbitro prácticamente les birló el triunfo a los laguneros frente al poderoso River Plate, esto en serie de penales. En lo que va del 2005 el Santos ha tenido en suma campañas regulares, discretas, sin esplendor, pero ajenas por completo a la catástrofe que definió los momentos terribles del equipo, su severa infancia de los ochenta.
En resumen, los años que van de 1995 a 2005 se caracterizan por la maduración del club. Es la década del asentamiento, la década de la conversión: Santos pasó de equipo minusvalorado a club con potencialidades siempre altas. En la dirección técnica desfilaron durante esta etapa los hermanos Alfredo y Luis Fernando Tena, Miguel Ángel López, Juan de Dios Castillo, Fernando Quirarte, Sergio Bueno, Eduardo de la Torre (de última hora anotamos aquí el despido de De la Torre el 31 de noviembre de 2005 y la llegada de Jorge Vantolrá), y aunque tuvieron distintos resultados sus números son considerablemente positivos en promedio.
En lo que toca a jugadores, no cabe duda de que Jared Borgetti es el símbolo de los Guerreros en la década. Hay muchos otros nombres, pero el sinaloense destacó en La Laguna por sus títulos de goleo y porque se hizo presente con anotaciones en los dos campeonatos del equipo. Otros jugadores notables son Benjamín Galindo, Gabriel Caballero, Miguel España, el “Pony” Ruiz, Johan Rodríguez, Héctor “Pity” Altamirano, “Tato” Noriega, Adrián Martínez y Matías Vuoso. Hoy, sin duda, el jugador símbolo del santismo es el chileno-mexicano Rodrigo “Pony” Ruiz, extremo incansable y gran surtidor de pases con características de medio gol.
Para terminar y en el terreno directivo, sólo hubo una breve etapa oscura en la historia reciente del club: el paso de Carlos Ahumada Kurtz como dueño de los albiverdes. Afortunadamente, ese doloroso trance duró poco, el Grupo Modelo regresó a las riendas y los Guerreros siguen hoy, por suerte, bajo la mirada de una directiva responsable y muy profesional.

lunes, noviembre 13, 2006

Proceso: 30 años

Proceso ha cumplido 30 años de circulación; nació el 6 de noviembre de 1976, pocos meses después de aquel 8 de julio infausto en el que Echeverría movió alfiles para destrozar a Excélsior. Decir ahora 30 años parece una broma, pero es cierto: son tres décadas enteras en las que tal publicación ha marcado un precedente fundamental en la historia periodística de México, un precedente ahora insoslayable para entender buena parte de la actual relación prensa-gobierno.
Una división simplista de las etapas “proceseras” me lleva a pensar en tres momentos. De los primeros años, del 76 al 86, recuerdo poco. Comencé a comprar la revista, por iniciativa propia, sin recomendación de nadie, más o menos en 1984, cuando deambulaba el segundo o tercer años de mis inservibles estudios profesionales; poco puedo decir de ese periodo.
La etapa de mi mayor fervor procesero coincidió, creo, con la mejor de la revista, es decir, con la segunda década, del 86 al 96. Eran años convulsos para el país, los últimos de De la Madrid, todos los del horrible salinato y los primeros de Zedillo. Scherer, para entonces, ya no era el relativamente joven periodista expulso de Excélsior, sino el hito vivo, el referente incomparable de nuestra prensa crítica. Durante años, cada semana, el imberbe JMV compraba en los estanquillos de Torreón esa revista y la leía como se lee un manual (por esos tiempos, debo decirlo, acometí como quien acomete una biblia el Manual de periodismo de Leñero y Marín, libro de 1986 que, editado por Grijalbo, aun conservo). No olvido los nombres de rigor, esos periodistas a veces sin rostro a los que veneré secretamente: Scherer, Maza, el mencionado Leñero, Froylán, el mencionado Carlos Marín, JEP, Corro, Campa, Mergier, Naranjo, Ponce, Monsiváis, Bonasso, Fontanarrosa y acaso al que siempre respeté como quien respeta a un tótem: don Heberto Castillo. Hay más apellidos, claro, pero esos que traigo son los que me llegan primero a la mente, los que de golpe identifico con el Proceso al que estuve más ligado en mi papel de lector y de aprendiz, siempre de aprendiz, de periodista.
La década más reciente, la que cubre del 96 al 6 de noviembre de 2006, he sido un lector inestable de Proceso. Esa inconsistencia se debe no sólo a que nuestro país ha visto el nacimiento de otros muy dignos espacios, sino a la presencia de internet, a mi chata economía de paterfamilia asalariado y a mi, no sé si correcta, decisión de picar más piedra en la literatura (en los libros) que en el periodismo.
Con caguama, a falta de mejor elíxir, levanto pues un llanero y solitario brindis norteño. Que cumpla 30 más.

¿Y?

Cuatro días han pasado desde la madrugada en la que varios aparatos explosivos (bombas, petardos o como les queramos llamar) tronaron en el DF con un saldo por fortuna sólo material. Independientemente de que no hubo víctimas humanas e independientemente también de que no se trate de estallidos primermundistas marca ERI, ETA o Al Qaeda, el hecho es gravísimo y merece una investigación que vaya más allá de la especulación a la que estamos acostumbrados. ¿Se dará algún día con los responsables?
Como ocurre siempre en México, me atrevo a responder que nunca se sabrá bien a bien quién hizo eso. Todo se volatizará en conjeturas hasta que el tema se olvide o sea rebasado por un nuevo exabrupto de nuestra realidad. De eso no hay duda. Lo grave, lo terrible en este caso es que los estallidos no son un balazo o una llamada telefónica intervenida, sino un operativo perfectamente montado para desparramar pánico.
El miércoles traté de pensar en el posible beneficiario de la acción. Por más que me quiebro la tatema no me cuadra la idea de que fueron organizaciones de izquierda las responsables de los estallidos. Si eso fuera cierto, flaquísimo favor le harían en este momento a ese flanco político, pues lo único que lograrían es darle cuerda a la máquina represiva que hasta el momento ha estado allí, pero todavía sin una buena coartada para actuar a fondo.
He seguido con detenimiento las notas y las opiniones sobre los bombazos. En general, siento que todas transpiran un olorcillo a escepticismo. Dicho de modo menos fisiológico, todas o la mayoría creen poco o nada la especie de los movimientos guerrilleros. Como la información es confusa, nadie levanta la mano para decir, con argumentos sólidos, “fue tal o cual organización”. Ante dicha bruma, sólo caben las preguntas de la novela detectivesca, como lo hizo ayer Octavio Rodríguez Araujo: “¿A quién benefician las bombas?”. Reflexiona: “Quizá podríamos hacer algunas conjeturas (…) Uno de los efectos de las bombas (…) es que nadie sabe si en el restaurante en el que planea comer, o en la sucursal bancaria donde va a hacer un pago o en la oficina donde hará un trámite podría explotar una bomba. Esta incertidumbre provoca miedo, y la gente, con miedo, sobre todo entre las clases medias, exigirá protección y que alguien vele por su seguridad. Esta exigencia podría traducirse en la respuesta gubernamental más evidente: (…) mayor vigilancia policíaca, menores libertades individuales y, no menos importante, represión selectiva de todo aquel que, a juicio de los jefes policíacos y de los aparatos de ‘inteligencia’, sea sospechoso de ‘conductas antisociales’”.

Mirar pa’bajo

Alan García regresó a la presidencia del Perú; Lula repitió mandato en Brasil; Daniel Ortega con todo su sandinismo a cuestas volvió a Nicaragua. Michelle Bachelet gobierna en Chile. Tabaré Vázquez en Uruguay; Néstor Kirchner en la Argentina; Evo Morales en Bolivia; Hugo Chávez en Venezuela (y hasta los demócratas zumban de retache en EUA). Por supuesto, ninguno de los casos latinoamericanos obedece a las mismas circunstancias históricas ni a las mismas coyunturas, pero es al menos digno de ser tomado en cuenta el telón de fondo en el que se inscriben, radicales o no, todos esos cambios: hay un viento de repudio generalizado al modelo económico que por más de veinte años ha devastado la calidad de vida de millones de personas y ha provocado crisis políticas ante las cuales (re)emergen proyectos más sociales y menos tecnocráticos.
México pintaba para eso, pero los intereses de unos pocos han querido aplastar cualquier intento de metamorfosis. Luego de los crueles experimentos macroeconómicos, la realidad del país enseña tumores por todos lados. No hay, prácticamente, renglón social que no esté en crisis: los índices de desempleo siguen a la alza, los servicios de salud son cada vez más precarios, los salarios no alcanzan a cubrir ni las necesidades básicas, la educación es infame, el desarrollo tecnológico y la productividad son un par de fantasías, muchos medios de comunicación siguen enconchados en su torre de marfil, las organizaciones electorales no dan el ancho y la violencia social y política no deja de sembrar el pavor en todas partes.
En tal caldo de cultivo era casi lógico, como en otras partes de Latinoamérica, que México buscara opciones diferentes; buenas o malas, no se puede saber, pero sí diferentes. No ocurrió eso. Unas elecciones marcadas por la trapacería cerraron el paso a cualquier ánimo reivindicativo. Un gobierno torpe, insensible a la pobreza e incapaz de resolver problemas locales y nacionales operó a favor del continuismo. Lo hizo con el estilo de un mago ebrio, un mago al que se le ven todos los trucos. El resultado de su ineptitud, contra cualquier pronóstico, lo estamos padeciendo.
Faltan pocos días para que termine el sexenio de la transición asesinada. El país sigue dividido y nada anuncia una posible reconciliación, pues eso es parte del precio que debió pagar México por imponer el continuismo. El muy indeseable clima de violencia no puede ser aplacado con más violencia, como ya peligrosamente ofreció el pequeño sucesor de Fox. Se resuelve con respeto a la ley, con bienestar económico, no con gobiernos que —cito al vate de “Tú y las nubes”— pa’bajo no saben mirar.

Arte de la siembra

Nada más ingenuo que pedir a la APPO la paternidad de los bombazos. Aceptar su hechura sería para esa organización el harakiri mediático que tanto desea el gobierno con el fin de habilitar, ahora sí, el estilo Tlatelolco de la represión. Es de dudarse que haya sido, pues, la APPO (o un grupo afín) la que colocó esas bombas estratégicas, ni fue el PRD, ni fue el EZLN y dudo mucho que hayan sido las organizaciones guerrilleras que supuestamente asumieron la responsabilidad de tan sonora información.
Si de lo que se trata es de demostrar el poder del movimiento popular, lo único que lograrían es lo contrario: pérdida de simpatía social y justificación de mano dura. Además, y esto es lo fundamental, ni el movimiento en Oaxaca ni la genuina inconformidad nacional del lopezobradorismo ni la poca guerrilla que hay en el México actual necesitan de bombazos para demostrar el avance de los justos reclamos.La APPO, por su parte, ha enseñado que su estructura organizativa y la confianza de la que goza entre los oaxaqueños rebasan las expectativas del errático gobierno federal. En pocas palabras, hasta el momento lleva ganada la partida, su fuerza no ha sido desmadejada tras el ingreso de la PFP y lejos de apanicar a los adictos de la causa antiulisista parece que los fortaleció. En ese contexto, ¿para que amenazar con imprudentes estallidos?
Igual pasa con el apoyo al lopezobradorismo, que ha sido y será, aunque incómodo, un movimiento radicalmente político, ajeno por completo a cualquier expresión armada. Si bien entró en una especie de letargo obligado por la refriega pre y poselectoral, está de vuelta, el 20 de noviembre tiene un día importante en su agenda y el 1 de diciembre enseñará de nuevo los dientes en la Cámara. Su fuerza, por más que haya perdido seguidores, sigue firme, y si tal es el abarrote, ¿para qué apelar entonces a la violencia?
En fin. Si sumamos el gran deterioro y la inmensa debilidad actuales del prematuramente juyido gobierno foxista, nada más injustificado que justificar la mano dura con inoportunos actos desesperados, como es el caso de las bombas. Así los hechos, ¿de dónde provendrán esos actos? ¿Se puede creer que exista un jugador de ajedrez que tire el tablero con todo y piezas cuando lleva ganada la partida? El gobierno, con su política matrera, no avanza y está viendo que el movimiento popular, un monstruo de múltiples cabezas, ha salido respondón.
Aguas pues con esos actos. Todo es cuestión de recordar que México es el país donde mejor se domina el arte de la siembra. Por lo menos hay que ser suspicaces ante bultos que dicen “Peligro bomba”.

Tony

Conozco a Antonio González Balquier, Tony para sus muchos amigos, desde 1988. Fue en aquel tiempo mi alumno en una clase de literatura, acaso en las primeras materias que impartí dentro de las aulas ya veinticincoañeras de la UIA Laguna. El Tony que recuerdo es el mismo de siempre: extraordinario lector, agudo crítico, apasionado del teatro y de la locución, cinéfilo y melómano, hombre entregado plenamente a las tareas del arte. Como pocos en La Laguna, es desde entonces uno de esos espíritus inquietos que gustan verlo todo, platicar de todo, saber de todo cuando se habla de cine, teatro, música y literatura. Dado su interés, mis charlas con él, aunque esporádicas y breves, siempre salen llenas de referencias nuevas sobre la obra del Nobel más reciente o sobre el último film de algún gran director. Tony tiene ese raro don de estar siempre a la moda en materia de referencias culturales.
Pasaron los años, los lustros más bien, y supe de Tony en muchas ocasiones. No lo he visto recién, pero sé que de manera incesante su vocación como promotor cultural ha estado unida a numerosos proyectos en los que, muchas veces de manera desinteresada, brindó su talento como pocos en nuestra comarca. No creo exagerar si afirmo que Tony es uno de esos hombres a los jamás les importó el dinero, o les ha importado mucho menos que el hecho de dar, de ofrecer amablemente lo que saben, de convidar el conocimiento por el simple placer de convivir en torno al arte.
La generosidad de Tony se ha desplegado, como sabemos, contra la adversidad que le ha impuesto un problema de salud. Por una razón que sólo conocen quienes cotidianamente encaran de frente a la enfermedad, Tony nunca chantajeó a nadie, nunca buscó el apiadamiento de la gente; al contrario, con una fortaleza anímica admirable, día tras día ha peleado para seguir su entrañable convivencia con las tareas artísticas que para él han sido, más que un lujoso distractor, una poderosa razón para vivir.
Hoy Tony pasa por un momento muy delicado, tal vez el más difícil de su muy difícil vida. Según sé, su internamiento en el sanatorio, donde la calidad de la atención y la infraestructura tecnológica garantizan que siga vivo este culto y bondadoso lagunero, ha generado ya una cuenta impagable por cualquier, o casi por cualquier, trabajador de la cultura local. Unos más, otros menos, como empleados o subempleados sin buen pago todos necesitaremos alguna vez de algún apoyo al menos moral. Esa es la razón por la que, desde esta modesta torre de palabras, levanto el grito de solidaridad con Tony.
Lo que busco es simple: que la comunidad cultural lagunera ponga en marcha su imaginación para organizar actividades que le den a Tony la certeza de nuestra amistad, sí, pero también el auxilio económico necesario en este lamentable trance. Tony necesita salir del sanatorio y viajar a México para continuar la atención médica especializada que requiere y merece.
Dije que es buen momento para que la comunidad cultural que bien conoce a Tony se solidarice con él. Sospecho que no sólo esa abstracta comunidad debe escuchar y atender el problema. Yo iría un poco más lejos: dado que Tony le ha dado todo su esfuerzo y todo su conocimiento a La Laguna, particularmente a Torreón, ¿por qué no pedir la solidaridad del ayuntamiento encabezado por José Ángel Pérez? ¿Por qué no decirle al sanatorio que Tony es un lagunero muy valioso y merece un cobro más benévolo? Ojalá puedan leer estos renglones. Es aquí donde el arte puede exigir un poco de lo mucho que ha dado.

sábado, noviembre 04, 2006

Ulises de Tormes

Como un manjar le cayó a Ulises Ruiz la llegada de los efectivos paramilitares a Oaxaca. No sólo pudo sentarse otra vez, luego de varios meses de gobierno itinerante, en su silla de ejecutivo (con minúscula, pues sólo me refiero al tipo de silla, no a la investidura de quien la ocupa), sino que fortaleció su imagen de dictadorzuelo regional y ahora reta a todo mundo con un descaro nunca antes visto en la tandariola política de México. Lo que hay que ver; ni la picaresca española contiene tanta pillería.

viernes, noviembre 03, 2006

El día negro

Una pregunta: ¿cuál ha sido el día más negro de México en su historia recientísima? Obvio: el 2 de julio de 2006. Ese día quedó claro que las fuerzas de la reacción frenarían cualquier posibilidad de perder el poder presidencial. Para lograrlo se valieron de artimañas que dejan convertido a Goebbels en un párvulo con traje de marinerito. No sólo encarrilaron una ley para favorecer a los medios de comunicación más influyentes del país (con lo cual les amarraron las manos), sino que adulteraron todo el proceso electoral, convocaron la fuerza del empresariado y negociaron con los capos más siniestros del paleolítico priísta que asombrosamente goza de cabal salud.
A quienes todavía dudan sobre la existencia de la santa alianza, recomiendo que se asomen a la realidad informativa del país con el detenimiento adecuado: debajo de todos los conflictos sociales que escalen y se vean reflejados por el periodismo (el de Oaxaca en primer término) estará la inmensa y tupida telaraña de intereses turbios que debió tejerse para imponer a Felipe Usurpador. No de otra manera nos podremos explicar la crispación y los impasses, el olor a pólvora y la persistente sensación de que no hay arreglos o, si los hay, son pasajeros y se sostienen con alfileres.
¿Un hilo de esa telaraña? Lo resumió ayer Martí Batres: “Ulises Ruiz es un gobernante asesino, es un gobernante repudiado por su pueblo, es un gobernante desterrado de su estado. Sin embargo, después de medio año de conflicto su caída no se formaliza, no se concreta. Su aferramiento sólo encuentra explicación en la debilidad política del sistema, y en especial, en una sucesión marcada por la ilegitimidad. Felipe Calderón, el presidente electo espurio, no tiene la fuerza de los votos ni la autoridad moral ni política para enfrentar a Ulises Ruiz. No tiene el apoyo del pueblo ni su confianza para someterlo al imperio de la legalidad y la democracia. Al contrario, Calderón necesita a esos grupos del PRI como salvavidas para nadar hacia el primero de diciembre. Por eso el PAN, en un acto sin precedentes, apoyó electoralmente al PRI en Chiapas; por eso operó electoralmente a favor del PRI en Tabasco; por eso sostiene al góber precioso en Puebla; por eso encubre y protege las relaciones de Emilio Gamboa Patrón con las redes de violadores de niños. Por eso Ulises Ruiz puede defraudar, puede robar, puede golpear, puede desaparecer gente, y puede matar sin que pase ab-so-lu-ta-men-te na-da”.
La reacción pensaba que no quedarían huellas del crimen. Pésimo cálculo: las huellas las tenemos en la jeta, tanto como la carta robada de Edgar Allan Poe.

jueves, noviembre 02, 2006

Pasado presente

Muchos analistas han interpretado el caso Oaxaca como la manifestación más clara del rezago político en este México que, suponemos, ya goza de flamante estatus democrático desde que Fox llegó a la presidencia. Recuerdo, por ejemplo, que en varias ocasiones Gerardo Hernández, en su Capitolio de aquí abajito [me refiero a la edición del periódico en papel], ha dicho que en la actual realidad los gobernadores no se ciñen a las órdenes del presidente de la república ni mucho menos a las cúpulas de sus partidos, de ahí que en vez de estados manejen feudos y en vez de pueblo dominen vasallos.
Ayer mismo, Aguilar Camín neologizó en estas páginas: “feuderación”, dijo para referirse a la misma idea: México no es hoy una Federación, sino un archipiélago de feudos grandes y pequeños donde el señor de horca y cuchillo (llámese Ulises Ruiz o Mario Marín, por citar a los especímenes más señeros de esta temible zoología) hace lo que quiere sin que sobre su pellejo aceche nunca ningún castigo posible.
Ricardo Alemán, en igual tenor, aró ayer en El Universal sobre la misma idea: “Salvo las reglas electorales, sigue intacto el resto del andamiaje del sistema político mexicano, ese que hizo posible la hegemonía del PRI durante siete décadas. En ese sistema político era moneda corriente que el presidente en turno quitara gobiernos al gusto del cliente, para complacer supuestas revueltas sociales, casi siempre vinculadas con la corrupta manipulación social. La democracia no ha dado para crear nuevas reglas como para remover gobiernos estatales, que respondan al reclamo social, pero también a la división de poderes y a la soberanía de los estados”.
Puedo citar a otros tantos analistas que en lo sustancial coinciden con los mencionados: México es un país en el que cambió, gracias a un lindo maquillaje electoral, el rostro de la realidad política, pero sus huesos, sus músculos y sus órganos internos se encuentran en tal grado de descomposición que, lejos de ver posibles puertas hacia el desarrollo y la armonía sociales, lo único que destaca es más y más conflicto, más y más corrupción, más y más sálvese quien pueda.
Si el verdadero poder ya no pasa tanto por el antiguo sistema presidencialista ni por un genuino estado de derecho, ¿qué nos gobierna hoy a los mexicanos? Tal vez, quizá, naufragamos ante la apariencia de democracia y lo que de veras vivimos es un numeroso cacicazgo gangsteril, impune hasta la ignominia. Políticos iscariotes como Ulises Ruiz o Mario Marín, narcos que adoctrinan con su evangelio de cuernos de chivo y empresarios de Sodoma o Gomorra como Kamel Nacif son la nueva trinidad gobernante y caciquil. Allí los mexicanos de a pie sólo estorbamos.

miércoles, noviembre 01, 2006

Doloroso dinero

No veo para dónde podamos hacernos. El editorial de hoy de La Jornada nos muestra este pavoroso escenario relacionado con las remesas milarosas, uno de los más grandes éxitos del foxismo:

Remesas: aspectos vergonzosos

El dinero que los trabajadores mexicanos mandan al país desde el extranjero ha sido, de manera creciente, un sostén de la economía y de las variables macroeconómicas. Como lo explica el Banco Mundial (BM) en un informe dado a conocer ayer, las remesas se traducen en "reducción de la pobreza, mayores ahorros, mejor acceso a salud y educación y aumento de la capacidad empresarial, así como estabilidad macroeconómica y menor volatilidad e inequidad". Desde ese punto de vista, este flujo de divisas es, de manera indiscutible, un factor positivo y auspicioso para México y para otras naciones latinoamericanas que se benefician de un fenómeno semejante.
El documento de la institución financiera internacional alerta, sin embargo, sobre los efectos negativos de los envíos de dinero: "sus efectos sobre la pobreza y la desigualdad son bastante modestos en la mayoría de los casos", "las transferencias reducen la fuerza de trabajo en los países de origen", "pueden generar una sobrevaluación del tipo de cambio y, por lo tanto, reducir la competitividad del país que las recibe", propician "el éxodo de profesionales y trabajadores capacitados" y "en ningún caso pueden sustituir la aplicación de políticas nacionales sólidas" en los países de destino. Asimismo, las transferencias generan el riesgo de "la potencial pérdida de ingresos asociada con la ausencia de los emigrantes del seno de sus familias y comunidades".
En el caso de México debe apuntarse que los envíos masivos de dinero son realizados por trabajadores migrantes que en su enorme mayoría viajan a Estados Unidos sin documentos, cruzan la frontera en circunstancias muy peligrosas, se enfrentan a maltratos, abusos y atropellos de toda suerte, y una vez que consiguen asentarse en alguna localidad estadunidense deben padecer persecución, discriminación, explotación y humillaciones. Este factor de la "estabilidad económica" de la que se jacta el foxismo se origina en un sufrimiento inadmisible, en una exasperante cuota de sangre ­más de 400 migrantes muertos en la frontera en el último año­ y en un creciente atropello de los derechos humanos de millones de connacionales, atropello que se multiplica cada vez que el país vecino entra en periodo electoral: en esas temporadas, las autoridades, los legisladores y grupos de ciudadanos ultraconservadores, en pugna por los sufragios de la paranoia chovinista, compiten entre sí para ver quién propone las medidas más injustas, dolorosas y degradantes en contra de los trabajadores extranjeros. La más reciente es el muro que ordenó construir el presidente George W. Bush a lo largo de mil 200 kilómetros de la frontera común.
Por otra parte, el flujo migratorio que hace posible las remesas tiene por origen la marginación, la miseria y la falta de oportunidades en una economía que cuando crece lo hace sólo para los grandes capitales ­extranjeros y nacionales, en ese orden­ y, en el mejor de los casos, para las clases medias. La estrategia económica en vigor desde hace más de dos décadas, con su disciplina fiscal a ultranza, sus medidas de apertura comercial indiscriminada que devastan el campo y la industria y su obsesión de privatizar todo lo imaginable, tiene la dudosa virtud de generar desempleo, postración regional y, en consecuencia, flujos migratorios. Al margen de las mediciones demográficas y económicas del fenómeno, el abandono de sus lugares de origen y residencia por parte de millones de mexicanos implica un desgarramiento de tejidos sociales y familiares, una catástrofe humana y social que no suele figurar en análisis como el que se comenta.
Otro aspecto vergonzoso de las remesas es que, siendo una de las principales fuentes de divisas para la estancada economía nacional, quienes las generan se encuentran en una indefensión total por parte del gobierno. La ausencia de una estrategia oficial para preservar los derechos humanos, laborales y sociales de estos mexicanos, así como la sumisión gubernamental ante el sistemático atropello de los migrantes por parte de autoridades y particulares estadunidenses, contrasta con el descarado trato de privilegio que se otorga a los inversionistas extranjeros, con todo y que, en la captación de divisas, las remesas superan en importancia a la inversión privada foránea.
Finalmente, resulta también vergonzoso que el gobierno saliente se atribuya el crédito por una estabilidad que se explica no por la torpeza y el cinismo privatizador de la política económica sino por la suma de envíos de dinero que el país recibe de los connacionales que trabajan en el extranjero. El único "mérito" del Ejecutivo federal en todo este fenómeno es el de haber sido incapaz de retener en el país, por medio de empleos y calidad de vida, a quienes hoy representan un sostén fundamental de la economía, a un costo trágico para el país: el de la pérdida de una parte de la riqueza fundamental de cualquier nación, su propia gente.

Cirugía con serrucho

Enemigo de los bisturís, el presidente Fox y la cohorte que lo rodea sólo sabe operar, como en escena de cine mudo, con serrucho. Después de darle largas a Oaxaca, luego de esperar a que se apaciguara un poco la incandescencia del lío poselectoral al que todavía le quedan episodios, el presidente ha optado por la opción que se veía venir desde hace meses, cuando todos entendimos que la caída del repudiado Ulises no dependía del estricto apego a la ley, sino de las conveniencias políticas, de la raja que se le pudiera sacar a ese conflicto.
Una vez más, los intereses de una comunidad (en este caso la oaxaqueña que ha sido, como sabemos, históricamente vejada) quedan a merced de los politicastros que hacen frías sumas y restas en vez de llevar a cabo una operación política que en realidad atienda el bienestar de las comunidades agraviadas. Lo más vaciado de todo, con un humor negro que encaja muy bien en estos días jalogüineros, es que el lunes 30 los noticieros mostraron a un presidente desencajado, molesto o confundido, pero obligadamente empecinado en seguir el guión de Producciones Foxilandia: hay saldo blanco en Oaxaca, recuperamos la paz social, se acabó el problema.
¿En qué cabeza puede chacualotear ese resumen de los hechos si la película que hemos visto, de tan fea, sólo prefigura un desenlace todavía más traumático? Claro, en la cabeza ya delirante de un mandatario que no conoce el bisturí y que ni siquiera ha sabido convocar asistentes a la altura de los problemas nacionales, como fue el caso de Creel y ahora de Abascal, es decir, Chano y Chon en la secretaría de Gobernación (para que rime como calavera).
No creo exagerar si concluyo que el caso Oaxaca es una clara derivación del proceso electoral. Aunque tuvo su origen en el accionar delincuente y vengativo de Ruiz, la demora federal en atender ese problema y el impasse en el que se vio sumido hace algunas semanas se debieron sin duda al brete poselectoral. Por un error de cálculo, se pensó que Oaxaca era un problema menor en el contexto nacional, y se le dio prioridad a la desactivación mediática de los reclamos contra el fraude. Lo que no se imaginaban las elites mendaces que controlan la política y la información en México es que, de cara al cambio de poderes y dado el contubernio PRI-PAN en las cámaras, la inaplazable salida de URO ponía sobre el tablado un escenario pugnaz múltiple: PAN contra PRI, Calderón contra Fox, Ulises contra la Federación, PRD contra todos ellos.
La Arcadia que describe el presidente en sus saldos es, pues, una fantasía más. En esa fantasía incluyo el “triunfo” del presidente electo, sin duda.