martes, octubre 31, 2006

Excelso Celso

Ayer a las 8 de la noche Renata y yo fuimos al concierto que de gratín, gracias al Icocult, se despachó Celso Piña en el estadio Revolución. No juntó tanta gente como imaginé, pero se armaron bien las cumbias colombianas y es muy buen tipo ese viejo. La raza bailó, le puso machín a las carísimas Tecates y no faltaron los camaradas que lograron filtrar un buen churro de mostaza para bailar más inspirados. Va una de las fotucas que logré hacer al célebre Celso, uno de los ídolos de García Márquez, según se sabe:

lunes, octubre 30, 2006

Urge la movilización

¿Dónde formarnos para exigir la salida de los orangutanes? El momento crítico de Oaxaca no sólo exige solidaridad; plantea la condiciones ideales para desnudar, con movilizaciones, la ineptitud del actual gobierno.
Este es el texto publicado hoy por Gilly en La Jornada:

Oaxaca, soledad en llamas

Adolfo Gilly

El conjunto de organizaciones políticas y sindicales institucionales, pese a sus diferencias entre sí, en la hora de la prueba están dejando a Oaxaca en la soledad. Nada de las grandes manifestaciones que salieron a detener la guerra contra el zapatismo en 1994, ni siquiera de las que se alzaron contra la masacre de Acteal. La rutina electoral, es decir, la lógica de las instituciones existentes, así sea para vituperarlas de labios para afuera, los ha ganado a todos. Declaraciones hay, protestas también, pero de movilizar fuerzas como pudieron hacer muy poco ha en la disputa electoral, nada.
El PRD está absorbido por la disputa parlamentaria. En el Congreso pidió desaparición de poderes y juicio político. Si no se pudo, ni modo, ya salvamos nuestro honor y nos vamos de puente. Los gobernadores elegidos por el PRD, todos, incluido el del Distrito Federal, firmaron en la Conago junto a Ulises Ruiz. La CND, motivo de tantas ilusiones y encandilamientos, ha demostrado su inexistencia a todos los efectos prácticos, salvo la recolección de votos y la disputa por ellos.
El viejo pacto entre el PAN y el PRI, movilizado ahora en defensa de Ulises Ruiz y contra el pueblo oaxaqueño, ya lleva 15 muertos en Oaxaca para sostener a un gobernador repudiado y oponerse a un legítimo movimiento social del pueblo oaxaqueño. Ahora han metido a la PFP y a elementos militares disfrazados de PFP, una muestra más de su impotencia y descrédito para alcanzar soluciones políticas, como en cambio solían lograrlo en el pasado.
El pacto PRI-PAN no es una novedad. Viene desde la fundación del PAN en 1939, como heredero legal del sinarquismo y voz política de la jerarquía eclesiástica y de los conservadores mexicanos. Nunca dejó de funcionar en los momentos cruciales: en la represión a la huelga ferrocarrilera de 1959, el movimiento estudiantil popular de 1968, la guerra sucia de los años 70, la restructuración neoliberal desde 1982, el fraude de 1988 (con su secuela de cientos de muertos del PRD y otros, porque la resistencia entonces no fue juego), la quema de las actas en 1991, la liquidación de los artículos 27 y 130 constitucionales, la firma del TLCAN, la represión en Chiapas desde 1994, la ruptura de los acuerdos de San Andrés y el voto contra la ley Cocopa, el Fobaproa, el pacto de bufones donde 360 diputados de ambos partidos votaron unidos el imposible desafuero de López Obrador, la negativa a que se verificara el resultado electoral de 2006 en un nuevo conteo de los votos. La lista es interminable y no registra fallas importantes.
Hoy el PRD con sus dos máscaras, la institucional llamada Frente Amplio Progresista y la parainstitucional llamada Convención Nacional Democrática, no quiere ni puede movilizar, en defensa de Oaxaca y contra la represión del gobierno federal, a las fuerzas populares que apenas en septiembre reunió en el Zócalo contra el fraude electoral. Por fortuna La Jornada y varios otros medios (uno de ellos, Indymedia, ya pagó con la vida de uno de sus reporteros), así como incontables voces individuales, mantienen la información, la protesta y la indignación (¡salud, Blanche, siempre en el lugar!). Pero su tarea no es, no puede ser, organizar la movilización. Ella corresponde a quienes tuvieron en julio 15 millones de votos y cuentan, como entonces se vio, con el aparato adecuado. Pero por este lado, nada. Repiten con Oaxaca lo mismo que hicieron con la represión sobre Atenco, que ya anunciaba cuáles serían los métodos en adelante.
La carta de Andrés Manuel López Obrador, publicada el domingo 29 de octubre en La Jornada, no es aceptable. Se limita a denunciar la acción policial, el pacto entre el PAN y el PRI y el gobierno "siniestro y represor" de Ulises Ruiz. Declara que la renuncia de éste es la única solución posible y recuerda que en la elección de julio pasado la mayoría de los oaxaqueños votó por su candidatura. Es todo.
La secuela de estas constataciones puede suponerse que sería llamar a una gran movilización en el Distrito Federal y en otros lugares de la República en defensa del movimiento oaxaqueño, contra los asesinatos de los paramilitares de Ulises Ruiz y contra la represión del gobierno federal. Un llamado así, viniendo de quien tuvo 15 millones de votos, llenaría a desbordar el Zócalo y otras muchas plazas de la República. Una mera denuncia tardía y nada más, como es el contenido de aquella carta, no sirve para nada.
Cuando escribo estas líneas, Oaxaca está siendo ocupada por las fuerzas federales que el gobierno del PAN ha lanzado en defensa de un gobernador asesino del PRI. Hoy hay dos muertos más. No pido a los dirigentes de la CND que movilicen sus fuerzas en las plazas y los centros de trabajo y estudio de la República, primero porque no lo harán, segundo porque tampoco disponen de ellas. Tampoco lo pido al jefe de la oposición, Andrés Manuel López Obrador, porque su carta dice que tampoco tiene intención de hacerlo.
Ante la indignación y el pasmo del pueblo mexicano, que contempla atónito como una vez más las fuerzas represivas del gobierno federal atacan a un movimiento popular masivo y legítimo y tratan de acorralarlo y empujarlo a los extremos y a los desmanes; y ante la protesta, las denuncias y las movilizaciones de organizaciones populares, de derechos humanos y otras, que hoy por hoy no disponen de fuerzas mayores, el silencio y la pasividad de las grandes organizaciones deja a Oaxaca librada a sus propias fuerzas, a su coraje, a su capacidad de maniobra y a su propio y antiguo entramado organizativo.
Como en el verso inolvidable del poeta de Muerte sin fin, Oaxaca es hoy la "soledad en llamas". El pueblo-pueblo de Oaxaca podrá salir de esta prueba golpeado, pero posiblemente más organizado. Los recolectores de votos, por su parte, ya tendrán ocasión de recordar otros versos: "Arrieros somos y en el camino andamos / y cada quien tendrá su merecido".

Salió en Nomádica

Me cae muy bien el chileno Sepúlveda. Va mi más reciente colaboración para la revista Nomádica:

Los mundos de Luis Sepúlveda

No es fácil hallar en el amplio espectro de la narrativa escrita en nuestra lengua a narradores preocupados por el medio ambiente. Me refiero, claro, a escritores que —más allá del apoyo político a las causas del ambientalismo y firma de manifiestos o más allá también de las ocasionales declaraciones en contra de la barbarie industrial— hayan dado muestras de ese interés en alguna de sus obras. No abundan, creo, y entre los pocos que destacan abiertamente se encuentra sin duda el chileno Luis Sepúlveda (Ovalle, 1941). Autor de una obra amplia y ya bastante reconocida, Sepúlveda ha escrito tres o cuatro historias (Diario de un killer sentimental, Un viejo que leía novelas de amor, Yacaré) que sin duda configuran un corpus suficiente como para considerarlo el mejor escritor ambientalista de la lengua castellana.
Viajero irredento, Sepúlveda emprendió desde muy joven una travesía vivencial que lo llevó a cientos de lugares en el mundo. Eso fue, quizá, lo que afinó su sensibilidad sobre el valor del planeta y de las especies que en él habitamos, valor que la modernidad —el progreso que más bien parece o es retroceso— ha depredado inmisericordemente y sin reparar siquiera un momento en la actual inmediatez del los desastres, como ocurre en el caso del calentamiento global o la tala criminal de los bosques.
Con su obra, Sepúlveda parece decirnos que la preocupación ambientalista no es sólo asunto de científicos y de luchadores sociales. En el mundo de hoy, mundo avasallado por un desarrollismo inmoral y omnipresente, todos tenemos menor o mayor grado de responsabilidad ante el desastre y, por ello, todos estamos comprometidos a trepar en el barco de la preocupación ecológica. El narrador, el inventor de historias, desde su pequeña estatura de artista puede hacer algo más que ver el paisaje desolado de nuestros campos y de nuestras ciudades. Así sea de vez en cuando puede escribir ficciones en las que atraviesen temáticas cercanas a la hostilidad mostrada por el hombre contra la naturaleza. Hay muchas historias ambientales sin narrador, tantas que basta salir a la calle para advertir cuán múltiple es la catástrofe y cuán escasa es la oposición del arte literario ante la numerosa destrucción.
El narrador chileno es vivo ejemplo de que la preocupación del ficcionista por no incurrir en el panfletarismo se puede salvar si hay inteligencia. La malicia de Sepúlveda es tal que sin renunciar a su vocación de contador de historias acomoda con destreza la denuncia del cataclismo. Eso ocurre en las novelas que mencioné, pero si queremos ver otro ejemplo cabal de lo que digo podemos remitirnos a Mundo del fin del mundo, hermosa noveleta donde queda expuesto el trotamundismo de Sepúlveda, su callo narrativo y una vocación de ambientalista denunciante que no le cabe en el cuerpo.
Ganadora del premio de novela corta Juan Chabás, en Alicante, España, Mundo del fin del mundo cuenta, supongo que demasiado autobiográficamente, el arrasamiento de los mares ocasionado por la caza comercial e indiscriminada de especies como la ballena. Antes de llegar a ese tema específico, el personaje narrador, un periodista independiente y chileno que trabaja en Hamburgo y hace reportajes sobre el medio ambiente, recuerda un primer viaje de veraneo emprendido de Santiago de Chile hacia los mares del estrecho magallánico. Adolescente, inquieto, aquel pasado asienta en el personaje un respeto por la naturaleza que se verá traducido años después, llegada la vida adulta, en trabajos periodísticos de terca investigación.
Construida con pespuntes que llevan al lector de la superdesarrollada ciudad de Hamburgo a la todavía semisalvaje realidad de los océanos patagónicos, la historia nos conduce a un viaje de regreso, el que emprende luego de muchos años el narrador personaje a su país para cubrir allí mismo una denuncia por caza ilegal de ballenas. El autor de la masacre es el japonés Toshiro Tanifuji, capitán del buque factoría Nashin Maru que, pese a tener vadada la pesca de esa especie se mueve en mares chilenos con estratagemas ilegales y bajo la ruin protección del gobierno pinochetista.
Mundo del fin del mundo no es, como se pudiera pensar, una reportaje con barniz de novela; es una novela desde donde quiera vérsele, aunque las referencias al contexto de la lucha ambiental (Greenpeace, la Comisión Ballenera Internacional, etcétera) le dan el aspecto nada disimulado de reportaje. En virtud de tal estrategia, Sepúlveda, o el personaje narrador en el que se enmascara Sepúlveda, pude decir, a propósito de la humilde agencia donde trabaja, “De esa charla nació la idea de crear una agencia de noticias alternativa, preocupada fundamentalmente por los problemas que aquejan al entorno ecológico, y por responder a las mentiras que emplean las naciones ricas para justificar el saqueo de los países pobres. Saqueo no sólo de materias primas, sino de su futuro. Tal vez sea difícil entender esto último, pero, veamos: cuando una nación rica instala un vertedero de desechos químicos o nucleares en un país pobre, está saqueando el futuro de esa comunidad humana, pues, si los desechos son, como dicen, ‘inofensivos’, ¿por qué no instalan los vertederos en sus propios territorios?”
Un narrador preocupado con el entorno, una novela espléndida, eso son Luis Sepúlveda y Mundo del fin del mundo. El lector que tenga los pies bien asentados en el planeta que estamos destruyendo será otro al final de esta breve pero, estoy seguro, aleccionadora experiencia literaria.

Foxilandia sangrienta

No sé a qué grado de estulticia política se puede llegar para afirmar campante que Oaxaca se arregla en (otros) quince minutos y que dejará al país convertido en la Arcadia del mundo. Lo cierto es que, a un mes de tumbarse la banda presidencial, la impericia y la desfachatez de Fox tienen a México, para que no olvidemos el final del sexenio salinista, en un estado de descomposición que nunca antes fue acompañado por un discurso tan rosa.
Como si hubiera amanecido nuevamente el 2 de enero del 94, otra vez el sur del país se manifiesta ante la putrefacta autoridad y nos revela el verdadero rostro de México. Por una parte, un gobernante impúdico, bestial, incapaz de hacer política y sólo competente para aplastar; por otro, un pueblo agraviado, bronco, anónimo, que se defiende y ataca con las uñas, acorralado, sin más opciones de diálogo que no sean sus propios puños.
¿En qué terminará esta mugre? Es obvio que caerá el gobernador, pues su estancia en el poder es garantía de crisis. Lo único que no sabemos es el precio que pedirá el PRI para mover la pieza. Todo este lío de Oaxaca se resolverá pues en Los Pinos y en Gobernación; en el negocio está de por medio la tranquilidad del “presidente” electo.
Oaxaca no importa, en suma; lo fundamental es el costo que el conflicto alcanzará en las acciones del PRI y del PAN con miras al intercambio de poderes. La gente pisoteada por el autoritarismo de Ulises Ruiz, insisto, no importa.

domingo, octubre 29, 2006

Teoría del juniorazo II

Como Vitacilina, en la casa, en el taller y en la oficina el juniorazo tiene comportamientos que hacen de la observación etnográfica una delicia; cierto amigo lector de Ciudad Lerdo (tiene razón Manuel Núñez) me escribió para aclarar que esos comportamientos ya no tienen sólo que ver con una clase social; basta con ser trepador impenitente para imitar las caras y los gestos del cherry metrosexual contemporáneo. Otros dos amigos, Raymundo Tuda y Domingo Deras, me exigieron que siguiera el análisis de estos bichos. Los que vienen son pues algunos rasgos juniorísticos en un salón de clases de cualquier institución educativa:
1. Un apartado del examen solicita subrayar las respuestas correctas; el joven con cara de hartazgo se aproxima al profesor y le pregunta: “¿O sea cómo? ¿Subrayar has de cuenta como subrayar y ya?”
2. El joven habla ante sus cuates sobre un nuevo profesor: “O sea, sabe mil, se ve que tiene criterio, pero no sabe explicar, o sea, equis”. También se fija en rollos que otros hombres pasamos sin ver: “Además, cómo decirlo… el profe usa camisas tipo poliéster. O sea, no mames, ¡gato!”.
3. Las referencias históricas tienen su base en la televisión y en el cine: “Morelos, Morelos… ah, sí, o sea el que usaba una pañoleta como Sergio Mayer el del grupo Garibaldi”. O también: “Yo vi en una película que Napoleón no era tan chaparrito. De volada se podía subir al caballo, o sea, superjinete el güey”.
4. El juniorazo solidario se acerca al profesor para abogar por un compañero acusado injustamente de cualquier travesura: “O sea, profe, dele otra oportunidad, recuerde que el pobre tiene beca y su mamá vende menudo los domingos, no hay que ser, o sea, de hecho”.
5. El profe pregunta en dónde pueden trabajar los humanistas; no falta el fresa que levanta la mano: “En el DIF o en Cáritas, ¿no? O sea, obvio…”.
6. El profe de economía o de problemas sociales habla con pesimismo de la desigual distribución de la riqueza, pinta un panorama apocalíptico para muchos países del mundo, y no falta que algún muchacho levante la mano: “O sea, profe, con todo respeto, pero creo que no todo está tan mal, o sea, yo soy ‘positivista’ y creo que no todo está mal, de hecho”.
6. El profe pide recordar en el salón de clases a los últimos cuatro presidentes de la república; no falta el joven que la ve difícil pero de inmediato se defiende: “O sea, yo me sé pero los de Estados Unidos: Reagan, Bush, Clinton y Bush júnior… Esto lo aprendí cuando fui a mejorar mi inglés a Michigan, o sea”.
7. Ante determinada materia, no escasea el sabihondo que fastidiadísimo pregunta: “¿Y esto para qué me va a servir, o sea?”
8. Si el maestro lleva una película no hollywoodense al salón de clases, nunca faltará el comentario: “O sea, sí está suave, pero es muy lenta…”.
9. Se habla en el aula sobre marginación y desempleo, sobre crisis en la educación y analfabetismo funcional: “Profe, si los pobres le echaran ganas, les iría mejor. No se supera el que no quiere. Bill Gates no era nadie y ahora es el hombre más rico del mundo, o sea, el que quiere puede, de hecho”.
10. No abundan, pero de repente salen fresas con espíritu rebelde aunque algo extraviados en la selva de las autodefiniciones políticas: “Sí, o sea, profe, yo creo que hace falta más justicia en la tierra para acabar con la pobreza. Por eso admiro, o sea, al Che Guevara; ‘igualy’ soy reaccionario como él…”.

sábado, octubre 28, 2006

La “fiscal” Fromow

No sé si de cuerpo aguante un piano, pero es carilinda y tiene unos ojazos tapatíos que pueden embrujar con un solo parpadeo a cualquier varón en activo. Ella es María de los Ángeles Fromow Rangel, encargada de la hasta hoy inservible Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales de la PGR. Según la fiscal (esto ayer fue comentado por el desconcertante Ciro), no hay delito a perseguir en el caso de los millones de correos electrónicos enviados por funcionarios federales para joder al único jodible durante el proceso electoral.
El argumento para no hacer nada, salvo cobrar su sueldazo como fiscal, es tan especioso como risible: la ley establece castigo para los funcionarios que desde sus áreas laborales apoyen abierta o veladamente a un candidato, pero no dice nada sobre aquellos que fastidien a un aspirante. Ese dictamen a favor de la impunidad comunicado por la Fromow se suma a todo lo que han intentado demostrar que los dados estuvieron cargados desde el principio y ahora de lo que se trata es de rizar el rizo de las explicaciones encubridoras.
Hasta hoy las instancias encargadas de ver que el pasado proceso electoral se haya inscrito en un marco de absoluta legalidad y transparencia no han hecho más que embrollarse. El IFE con su extraño vaciado de los resultados, el Trife con su declaración idiota de que nomás hubo tantito fraude y la Fiscalía de la Fromow con su pasalonismo lo único que dejan claro es que se han manejado oscuramente, como delincuencia organizada a favor del proyecto continuista.
Se nota molesto a Ciro cuando en su apunte formula esta pregunta: “¿cuánto cuesta la señora Fomow con su fiscalía, buenísima en los asuntos insignificantes, inútil en los que de verdad importan?”. Yo quiero ir más lejos, pues la Barbie morenaza es apenas un alfil en el tablero electoral. Dado que hacia todos lados salpicó el detrito, ¿cuánto cuestan la presidencia de Fox, el funcionamiento del maltrecho IFE y todo el equipo de paleros trifes? ¿Justificaron sus salarios? ¿Permitieron, computaron y sancionaron unas elecciones incontrovertibles?
Por enésima lo digo, ahora que recomienza la organización política de los opositores a la depravada imposición: dadas las condiciones en las que se dio su “triunfo”, Felipe Usurpador es un presidente electo nacido con fórceps y será un presidente en funciones que ni con quinazos ni nada (vamos, ni siquiera convenciendo a Bush para que nos devuelvan California y Texas) logrará lo que su predecesor Fox: legitimidad.
Por ello, lo único que ha hecho la pispireta Fromow es añadir más gasolina al fuego de la inconformidad.

viernes, octubre 27, 2006

Muros

El muro físico es lo de menos; el gobierno mexicano simula quejarse pero olvida que el neoliberalismo carnicero ha construido otros: los muros del desempleo, del analfabetismo funcional, del hambre, del nulo acceso a la cultura y a la salud, de la ingobernabilidad y del fraude electoral para perpetuar la posibilidad de seguir construyendo más muros como esos.

Test para mezquinos

Abundan los libros con recetas para la redención social. Muchos de ellos describen la catástrofe del mundo y plantean remedios que van desde el asistencialismo más inmediatista a las revoluciones que, por radicales, rayan en la utopía guajira. La pregunta que todos quieren responder es simple: ¿qué hacer para que el bienestar del hombre sea (más) equitativo? En general, no creo en las respuestas con tufo a dádiva, pues equivalen a querer curar un cáncer con té de manzanilla.
Hace algunas horas encontré el ensayo “Los tres criterios de un mundo para todos”, de Sharif Abdullah, texto adaptado, a partir del libro homónimo, por Luis Gerardo González. Lo que más atrajo mi atención fueron las preguntas que formula, un buen test para medir nuestros grados de mezquindad:
“¿El mundo de hoy es apropiado para una madre soltera? ¿Dispone esa madre de lo suficiente? ¿Usted cambiaría su lugar por el de ella? ¿El sistema de asistencia social fue diseñado para beneficiarla?
¿El mundo de hoy es apropiado para todos los habitantes de la ciudad en la que usted reside? ¿Estaría dispuesto a intercambiar lugares con alguien que vive al otro extremo de la ciudad? ¿No correría ningún riesgo al hacerlo? ¿Los residentes de su ciudad disponen de suficiente seguridad? ¿Las instituciones fueron diseñadas para beneficiar por igual a todos los ciudadanos?
¿El mundo de hoy es apropiado para un adolescente que recientemente intentó suicidarse? ¿Cuenta éste con lo suficiente? (…) ¿Intercambiaría lugares con él? ¿Los servicios sociales y psiquiátricos de la comunidad fueron diseñados para beneficiar a todos los grupos de edades?
¿El mundo de hoy es apropiado para un árbol de un antiguo bosque a punto de ser talado para satisfacer el insaciable apetito de más cosas de parte de los seres humanos? (…) ¿Intercambiaría lugares con él y se ofrecería en sacrificio para satisfacer la codicia de alguien? ¿El sistema fue diseñado para beneficiar a este árbol, o cualquier otro?
¿El mundo de hoy es apropiado para el ciudadano iraquí promedio, oprimido en su territorio por la violencia y la ocupación extranjera? ¿Dispone este individuo de suficiente seguridad? ¿Alguna parte de su vida política fue diseñada para beneficiarlo? ¿Cambiaría su lugar por el de él?
¿El mundo de hoy es apropiado para nuestros hijos? ¿Disponen de suficiente futuro? ¿Intercambiaría lugares con ellos, en vista de los riesgos, peligros e incertidumbres que se avizoran en el siglo XXI? ¿El sistema por el cual nosotros hemos despilfarrado la herencia de recursos que legítimamente les corresponde y descargado en ellos nuestras deudas fue diseñado para beneficiarlos?”

miércoles, octubre 25, 2006

Güevón ignorante

De buena fuente supe que el keniano John Kiprotich, ganador de la pasada carrera 10K, recibió un kilómetro de ventaja sobre todos sus rivales; su más cercano perseguidor, Joseph Koech, felicitó efusivamente al triunfador y dijo que sin duda había sido una carrera limpia.
Esta secuencia es, por supuesto, mentirosa. Kiprotich ganó impecablemente, sin más favor que el de sus propias piernas, como el estupendo atleta que es. Planteo la escena ficticia para recordar que ningún competidor merecería aplauso si encuentra condiciones ventajosas, como lo hizo Felipe Usurpador en las elecciones.
Hasta hoy, que yo sepa, ningún periodista ha tenido la ocurrencia de señalar como inexistentes las ventajas del “ganador”; pero para ellos son, al parecer, pecata minuta, por eso ahora con toda tranquilidad, impúdicamente, hablan de “presidente electo”.
Por tal razón acepté “participar” el domingo en la carrera de los 10k Victoria. Recibí la invitación por mail de parte de la antropóloga Leticia González Arratia, a quien le dije que incluso llevaría a mis hijas. Y así lo hice: el domingo a las 8:30 am fui a la esquina de Colón y Bravo, ello para esperar el paso de los últimos corredores y entonces caminar junto al Movimiento Ciudadano Lagunero. Al final no sumamos más de cincuenta personas, pero con todo y lo exiguo del contingente avanzamos por la Colón, la Allende, la Cuauhtémoc, la Bravo y la 16. Dos de mis hijas cargaron una pequeña pancarta con la palabra “Mienten”, y, otra, un cartel individual que decía “Verdadera democracia, no simulación” (ver foto en el blog). No se trataba de apoyar a AMLO, sino de recordar, así fuera a escala microscópica, el fraude.
Andar de amarillo en el DF no desafía a nadie, pero creí que hacerlo en una ciudad empanizada como Torreón nos iba a doblegar. Mientras avanzábamos, sobre la marcha decidimos que sí entraríamos a la meta. En el camino hubo algunos gritos de apoyo y muchos de reprobación, pero nada comparado a lo que nos esperaba en la calle 16. Allí, frente a cientos de personas instaladas a nuestros costados, supuse que la silbatina y los abucheos iban a derrumbarnos la moral; pensé que mis hijas flaquearían. Fue maravilloso oír, por ejemplo, que un tipo me gritó “güevón ignorante” y que otros miles de pacíficos, con estrépito medieval, nos llamaban “locos”, “necios” y nos arrojaban botellas de Powerade; y mis hijas siguieron como si nada, levantando aún más sus carteles.
“¿Cómo te sientes?”, le pregunté a Renatita, mi hija mayor, de nueve años. “Bien, me gustó”, dijo sonriente. Eso me alegró mucho. Pese a ser un “güevón ignorante”, creo que no fui un mal padre esa mañana.

Noche con Armablanca



En la foto, Pedro Moreno (Director Municipal de Cultura de Saltillo), José Agustín y yo en el foyer del Teatro Isauro Martínez, durante la presentación de Armablanca en Torreón. Esto fue lo que leí:

Armablanca o las obligaciones de la memoria

Jaime Muñoz Vargas

La memoria es un juguete muy extraño: cuando la ponemos a trabajar nos trae un río de vivencias que, sumadas, forman íntegras y fascinantes novelas. Lo malo es que generalmente se quedan en eso, en memoria pensada o dicha, y pocas veces derivan en esa forma sutil de la materia que llamamos escritura. A sus frescos 62 años, de los cuales más de 40 han sido invertidos en el despiadado aporreo de teclámenes, José Agustín (Acapulco, 1944) puede regalarse el lujo de convocar a sus fantasmas y guiarnos junto a ellos por los entresijos de un pasado que le pertenece porque lo vivió, porque estuvo allí, con los sentidos muy despiertos y dispuestos siempre a devorar, con hambre de adolescente, el inagotable banquete del mundo.
Su novela Armablanca, segunda de la trilogía que comenzó con Vida con mi viuda, se suma meritoriamente a la ya larga y brillante carrera de José Agustín, carrera que enlista títulos como La tumba, De perfil (para muchos su “Quijote”), Se está haciendo tarde (final en laguna), Ciudades desiertas, Inventando que sueño, El rock de la cárcel, Cerca del fuego, La miel derramada, Dos horas de sol, Los grandes discos de rock (1950-1975). Se suma con mérito, digo, y lo logra mediante el uso de su memoria en tanto almacén de emociones y actitudes, no como gélido archivo de datos. Como pocos en México, José Agustín sondea en el alma de los sesenta en el Distrito Federal, en la postura de la gente que devino mayúscula manifestación popular y alumbramiento de una nueva era para México, como lo dice en el relato Dionisio Amador, su personaje principal.
No todo lo poco bueno de lo que goza el México actual nació en el 68, como ingenuamente algunos gordezuelos laguneros creen que creemos, pero es evidente que se trató de un hito en el cual la sociedad civil, ese ente innumerable que en aquel caso tuvo mayoritario rostro de estudiante, puso a prueba la tolerancia política del Estado posrevolucionario. El instante climático de Tlatelolco ya lo conocemos, y me atrevo a pensar que su principal dividendo se dio en términos de apertura informativa. No es gratuito que en aquel momento los medios no cooptados por el régimen hayan sido sólo las sufridas revistas Por Qué, Política, un poco ya el periódico Excélsior de Scherer y Radio UNAM, todos mencionados por José Agustín en Armablanca, y una década después, a fines de los setenta, ya existieran Proceso y unomásuno, ejemplos de independencia crítica y creatividad periodística, publicaciones que a la postre servirían de modelo y escuela a muchas otros medios no sólo de prensa escrita, sino de radio y, así sea muy larvariamente todavía, de televisión.
En Armablanca, el autor de las tragicomedias mexicanas hunde su mirada en aquella época efervescente y nutricia. Se ubica en el México del optimismo desarrollista que comenzó Alemán, periodo que le había dado alguna estabilidad económica al país, ciertamente, pero no libertades de asociación y menos de expresión. Por anecdótica que parezca la chispa que detonó el movimiento del 68, el caldo de cultivo social estaba allí, y sólo era necesario un empujón mínimo para que la rebeldía atronara frente al régimen de mano dura que encarnaban Díaz Ordaz y Echeverría, los hermanos Almada de la política mexicana.
No deseo dejar en el lector la sensación de que Armablanca es una crónica de lo ocurrido en aquella década convulsa ni un repaso histórico disfrazado de literatura. No es eso. Es una novela de la página 13 a la 219, pero su asiento y el aroma que la rodea es el referente real de los acontecimientos que desembocaron en el 2 de octubre y la caída de la máscara gubernamental, lo que nos dejó ver la verdadera fisonomía del poder en México.
José Agustín se vale de cuatro o cinco personajes protagónicos para contarnos sus historias y sus histerias en medio de la ebullición social de los sesenta. Lo más interesante, a mi juicio, es la habilidad con la que el narrador guerrerense-chilango-yacasimorelense cuela los detalles reales en los intersticios de las vidas ficticias. Sin agobiar al lector con cargas de caballería informativa, los afanes del restaurantero y divino chef Dionisio Amador, de su prenda amada y rejega y cabrona Carmen Benavides, del pragmático y tracalero Eugenio Séptimo Lumbreras, de la motorola cantante Lucrecia-Isela Vega y, sobre todo, del escritor José Cordero, sugerente alias novelístico de su tocayo Revueltas, van configurando un fresco en el que poco a poco se enredan esas vidas individuales con el movimiento colectivo que, se quisiera o no, a todos involucraba en aquel instante de la vida nacional.
Con el restaurante Armablanca, propiedad de Dionisio Amador, como corazón de donde bombea toda la sangre narrativa, José Agustín luce otra vez las pericias de su prosa coruscante, segura y amena, novedosa y festiva en cada rincón de la historia. No lleva su ludismo formal a las desafiantes esferas de otros relatos de su cuño, pero de todos modos el lector que ya reconoce y aprecia el sello joseagustiniano encontrará en Armablanca un repertorio muy variado de logros prosísticos y un motivo más para no abandonar estas páginas. Calembures, retruécanos, deformaciones del habla, desplazamientos semánticos, ironías con el lugar común, citas en otro idioma, todo se acumula con vertiginoso ritmo y a eso le calza además la maravilla de los copiosos versos bolerísticos que Dionisio, como buen hijo de compositor popular, intercala a la menor provocación en cada una de sus afirmaciones, como cuando dialoga con Lucrecia Vega y ambos trenzan casi completo “Mi segundo amor”, si no recuerdo mal uno de los máximos hitazos de la trova yucateca:

Pero me abandonó [dice Dionisio sobre su Carmen], dejándome en el alma una desilusión, tuve de aquel amor una amarga impresión, mas de casualidad apareciste tú (…) ¿yo soy tu segundo amor? [responde Lucrecia], el que vino a borrar esa duda constante que tú tenías, culpa de aquel amor en quien tú creías?

O ésta de Los Panchos en un diálogo de Dionisio con su cuasihermano el Trancas: “No, compadre, no, esto es sin movidas chuecas. Sí, cómo no, esas palabras tan dulces puede que sean sinceras, pero no, no y no, no te las voy a creer”.
Debajo de su chisporroteante batahola de frases humorísticas, Armablanca teje un par de historias, como dije: la de sus protagonistas y la del Distrito Federal que hierve de tensión ante tres hechos: por un lado, las multitudinarias manifestaciones contra el poder, y, por el otro, la urgencia que ese poder tiene de acabar con la crítica colectiva dada la cercanía de las olimpiadas y, poco después, de la dinástica sucesión presidencial que a la postre dejaría una bayoneta en las crueles manos de Echeverría, amo y señor de la cruzada setentera para acabar con todo lo que oliera a comunismo. Al restaurante recalan no sólo muchos actores de esta novela cómico-trágico-sentimental (sobre todo en la parte que corresponde al cuadrángulo amoroso-desamoroso tejido entre Dionisio, Carmen, Cordero y Eugenio el Trancas), sino muchos chismes sobre lo que ocurre en las calles. Tales chismes llegan a Dionisio, por supuesto, quien de una actitud apolítica se ve involuntaria, graciosamente implicado en los acontecimientos.
No olvido un rasgo saliente en Armablanca: que debajo de sus renglones se agazapa un homenaje a José Revueltas, personaje embozado apenas, como Robin, bajo el delgado antifaz del apellido Cordero, escritor admirado por todos en la novela, artista, teórico, líder intelectual, dipsómano irredento y fiel síntesis de aquellos alocados tiempos en los que el compromiso revolucionario, con el grado en que se diera, siempre era acompañado por todos los defectos y todas las virtudes humanas, más, mucho más en esa fuerza de la naturaleza que nació en Durango y que escribió siempre desde “el lado moridor”.
Creo en suma que Armablanca es una novela redonda por muchas razones. Su trama, distribuida en tres estancias que se remontan a 1962 y 1968, sólo es en apariencia sencilla, pues nos plantea un desafío edificado a guiños: recrear no una época decisiva para México, sino su espíritu, su latido, el primer impulso de lo que luego cristalizaría en organizaciones sociales, partidos y medios de comunicación más cercanos a un ideal democrático.
Falta mucho para cristalizar el ideal de sociedad que late en Armablanca, pero allí es dibujado con habilidad su germen y eso merece un brindis. Hay que beber “severamente”, como decía Cordero-Revueltas, a la salud de José Agustín, su memorioso autor.

Comarca Lagunera, 24, octubre y 2006


Armablanca, José Agustín, Planeta, México, 2006, 219 pp.

domingo, octubre 22, 2006

Dignidad precoz

Hoy nos invitaron a integrar un pequeño contingente antifraude que se coló en el 10K Victoria de Torreón. Fuimos multitudinariamente silbados y abucheados (Torreón es coto panista), pero al final resultó muy satisfactorio llegar a la meta y demostrar que no todos aceptamos la porquería del 2 de julio. La siguiente es una imagen memorable:


Ranchote centenario

Torreón presume su centenaria fortaleza, pero a la menor provocación enseña una tremenda catadura de ranchote todavía alejado del primermundismo que supuestamente alcanzó gracias a uno que otro club social, a varias agencias de coches popof y a dos malls donde caminamos mucho y compramos nada. Esto no lo digo nomás por pitorrear, sino porque ya comienzan las actividades del festejo centenarista y no falta que las actividades de convocatoria popular sean una cruel vacilada. Va el ejemplo.
El viernes 20 vi la foto en portada de La Opinión: “Lecho seco del Nazas se llena de colores”. Luego, en las páginas 8 y 9, dos notas y una crónica, todas excelentemente escritas por Javier Casio, daban cuenta del hecho. Además, en la última página de La Afición, suplemento deportivo de Milenio, otra nota, ésta de Luis Saucedo, describía con detalle el acontecimiento inédito en la poderosa historia de nuestra ciudad.
“El viernes [dijo La Afición] es cuando arranca la fiesta, a partir de las 6:30 horas en el lecho seco estarán iniciando su elevación los 17 globos registrados que representarán a los países de Estados Unidos, Eslovenia, México, España e Inglaterra”. Fabuloso. No había duda pues de que, como buen nativo de esta comarca aburrida y caguamera, yo sería testigo de tan elevado acontecimiento.
Y allá voy, acompañado por mis tres pequeñas convertidas en un nudo de anhelo y emoción. Son las 6:15 de la tarde, y como todavía no veo ningún globo ni siquiera exangüe le transmito mi inquietud a un policía, quien responde más desinformado que un hongo: “No, pos nos dijeron que como a las seis, pero ya deben estar en camino, vienen desfilando. Nosotros estamos aquí desde la mañana, ya estamos tostaos por el solazo”. Comienzo a sospechar que la cosa viene gacha, pero no caigo en derrotismos y para evitar el rayo vivo del sol busco una mejor posición; la encuentro excelente, en la barda del lecho, exactamente frente a un negocio llamado Central de Cocheras, del lado de Gómez. Antes paso a un JV por agua para mis hijas y un chuchuluco que las entretenga mientras comienza el maravilloso espectáculo.
Son las 7:10 de la tarde y a lo lejos se levanta poco a poco la imponente figura de un aerostático en proceso de inflamiento. A las 7:20 ya son tres los globos que han sido alimentados con aire caliente; ninguno pierde su amarra, todos se mantienen en el suelo. Pasa media hora más, son casi las ocho y en la pardusca oscuridad se ven los fogonazos de los doce o trece globos que engordan delante de nosotros. Imagino que estamos a punto de ver lo increíble: que poco más de diez globos (no son 17, pero qué importa) suban simultáneamente al cielo. Ya es de noche, no lucirán como es debido, pero acepto la desesperante espera de dos horas para ver el ascenso de las coloridas botijas. En ese momento mis pequeñas comienzan a dar signos de fatiga, su humor empieza a descomponerse. Las tranquilizo, les digo falazmente que en unos minutos más los globos se elevarán. Mientras, paso el rato viendo a media luz la miseria del lecho seco, su asquerosa condición de basurero; a nuestros pies, entre el polvo y la piedra de río, siento que esa escoria de la civilización es nuestro mejor antihomenaje.
Son poco más de las nueve de la noche. No sin una mentada de madre eructada en voz baja, decido retirarme. Tres horas perdidas junto a la mugre y la pestilencia del Nazas seco. Todo para nada. Los globos nunca se elevaron; Torreón sigue siendo un ranchotote.

Rotundo sí

Una lectora me escribió el domingo pasado para hacer una gratificante solicitud; incluye entre sus destinatarios (lo cual me honra y me sonroja) a Miguel Ángel Granados Chapa, a Jairo Calixto Albarrán, a Julio Hernández López, a Federico Arreola, a Marcela Gómez Zalce y a Sergio Aguayo Quezada. Reproduzco esa carta con su autorización:
“Durante muchos años, una de mis actividades —no productiva, pero sí satisfactoria— fue trabajar con distintos grupos (Alianza Cívica, MCD, Mujeres por Torreón, etc.) en la promoción del voto, en forma apartidista. Lo hicimos hablando con las personas, elaborando, imprimiendo y distribuyendo miles de volantes con el mismo tema, pero con muchas variantes. Algo se logró pero no lo mas importante: transmitir a las gentes con las que tratamos el verdadero valor e importancia del voto, lo que significa para cada quien que se lo arrebaten y manipulen, porque le están atropellando su libertad de pensar, decidir, elegir por sí mismos.
Pasa el tiempo ¡oh sorpresa!, esto me lo hicieron a mí y a millones de mexicanos y fue planeado con meses de anticipación con la colaboración de varias de nuestras instituciones y sus funcionarios. Primero el asombro, la incredulidad, el enojo, la rabia y... no podemos quedarnos en eso. La ofensa, el atropello, el abuso de los que hemos sido victimas han sido enormes. Esto no es fácil de asimilar, de analizar, de canalizar hacia algo positivo, y desde luego, no será fácil de olvidar.
Por lo cual tengo el atrevimiento de pedirles que si entienden estos sentimientos y creen que valga la pena escribir sobre ellos, ustedes que lo hacen profesionalmente, con dominio del lenguaje y que llegan a mucha gente que siente lo mismo que yo, lo hagan. Si constantemente estamos siendo bombardeados con mensajes y opiniones para convencernos y manipularnos, tenemos que intentar algo contra el cinismo y la arrogancia de los que maquinaron el fraude y se sienten satisfechos.
Si alguno desea y autoriza que su trabajo pueda ser reproducido para repartirse, pueden enviarlo por fax al (871) 712 25 57 de Torreón, Coahuila, atención Estela P. de Valdez o contestar a esta misma dirección de correo.
Y si su buena voluntad o bondad llega a más, y le enseñan a otros escritores (de los que no tenemos direcciones) esta petición, para aumentar el material a difundir, se los agradeceré”.
No sólo respondo afirmativamente a la generosa amiga Estela. Le digo incluso que si alguno de mis textos le parece útil para algo, puede multiplicarlo donde guste con o sin la firma. El favor lo hace ella, no yo.

viernes, octubre 20, 2006

Fuentes en un taco

El doctor Toledo publicó hoy en La Jornada el artículo que trasiego a continuación. Pura calidad:

Fuentes, el desayunado
Víctor M. Toledo

Utilizando una de sus frases más originales y certeras, Carlos Fuentes respondió hace varios años a un reportero cuando lo interrogó acerca de la iracunda diatriba que le dedicó un historiador tramposo: palabras más, palabras menos: "Me tiene sin cuidado..., yo siempre me desayuno a mis críticos". Hoy, cuando las contradicciones de la sociedad y de la humanidad toda ascienden un nuevo peldaño en la escala del riesgo, todo, sin excepción (instituciones, preceptos, marcos conceptuales, creencias fundamentales, iconos, autoridades de todos los campos), se pone a prueba.
Y es que la época de las declaraciones, que es una forma disfrazada de propaganda, está pasando a la historia. Hoy, en los tiempos de la verdadera democracia, de la política moderna, ya no se pueden hacer afirmaciones sin argumentos ni juicios sumarios, ni se puede tomar partido o posición alguna sin explicar las razones, única manera de convencer a una audiencia cada vez más numerosa que exige claridad, fiabilidad y congruencia.
La era de las personalidades, de las figuras emblemáticas, de las celebridades que pontifican como sacerdotes, lo mismo en la ciencia que en la política, la literatura o el arte, e instruyen a las "masas ignorantes o incultas", se está volviendo una práctica no solamente inocua o sin sentido, sino la ruta más directa al olvido o al desprestigio moral o académico de quienes la ejercen. Hoy en México, los nuevos tiempos exigen juicios lógicamente construidos, compromisos con la verdad, declaraciones políticas fincadas en el análisis profundo. El seudozoico, la era de las apariencias, está llegando a su fin ante una opinión pública mucho más exigente, informada y alerta.
¿Puede un armador de novelas espléndidas, de tramas complejas y de historias que parecen imposibles, quedarse con la afirmación fácil o ingenua, el razonamiento simplificado, la salida tramposa por confortable? Carlos Fuentes negó instantánea y tajantemente la posibilidad de un fraude electoral, reconoció al presidente de la derecha y descalificó en tres breves frases la lucha de millones de mexicanos, que en una contienda tan cerrada exigimos transparencia mediante el conteo total de los votos, imparcialidad absoluta a los árbitros oficiales de la contienda electoral y respeto a la voluntad ciudadana. ¿Qué demócrata del mundo se negaría a aceptar todo esto?
Dando por hecho que su posición es la correcta, es decir, sin tomarse la molestia de explicarnos a profundidad su decisión frente a los acontecimientos políticos más polémicos de los últimos tiempos, Fuentes dedica dos artículos recientes (Reforma, 11 y 12 de octubre) a dar consejos al "presidente Calderón" y al "opositor López-Obrador", y a aprobar o descalificar figuras, no procesos políticos, con base en sus fobias y filias.
Orgullo literario de varias generaciones de mexicanos, Carlos Fuentes se equivoca, flaquea, sucumbe a las mareas tramposas en las que los conservadores y reaccionarios del país buscan ahogar la insurgencia civil o el resultado verdadero de las elecciones y, sobre todo, parece que dormita o duerme justo cuando la nación vive uno de los momentos más fascinantes de su historia reciente: el despertar de las conciencias ciudadanas.
¿Por qué un escritor del calibre de Fuentes aceptó la validez de la elección, sin antes revisar las conclusiones derivadas de, por ejemplo, el encuentro de 60 investigadores que examinaron 12 estudios realizados por matemáticos, físicos, estadísticos y otros, en las que se revelaron innumerables inconsistencias en los resultados? (véase La Jornada, 5 de agosto). ¿Cómo soslayar una sola de estas conclusiones: errores y/o manipulación en 46 por ciento de las casillas, afectando un millón 763 mil 764 votos? (consúltese www.analisis-elecciones2006.unam.mx) ¿No acaso un intelectual de verdad indaga, escudriña, analiza y pondera antes de emitir una opinión, especialmente cuando sus comentarios pueden adquirir trascendencia inmediata? La responsabilidad de una figura pública es, ni más ni menos, eso: un compromiso descomunal con la sociedad que lo lee y admira, pero que también lo juzga y lo critica.
¿Y la intromisión inmoral e ilegal de Fox y sus 456 mil 375 promocionales entre enero y mayo? ¿Por qué el escritor que promueve "izquierdas modernas" nada dice de las "arcaicas" embestidas del Consejo Coordinador Empresarial contra López Obrador en plena época electoral, y de las acciones tramposas de decenas de empresas y corporaciones en favor de Calderón? ¿Por qué se niega a conceder lo que el mismo IFE aceptó (y después contradijo) que por debajo del margen de error, tres por ciento, el resultado de la elección con 40 millones de votos es, por principio, dudosa? ¿Y los veredictos contradictorios, incongruentes, incluso cínicos, del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación? Al soslayar todo lo anterior, Fuentes nos invita a olvidar, como si la realidad pudiera desvanecerse en un acto de magia. Quienes no pertenecemos a partido alguno, pero exigimos democracia en México, hasta sus últimas consecuencias, somos, por fortuna, inmunes a la amnesia. Olvidar las elecciones presidenciales, "hacerse de la vista gorda", es hoy un acto inmoral.
Preparo este artículo, y me obligo a examinar de nuevo varios libros de Fuentes. Mi mano toma uno de ellos (Instinto de Inez, 2000), leo al azar páginas y párrafos, y como si fuera premonición, mi vista se detiene en la página 95: "Afuera el Palacio de Bellas Artes era un gran pastel de bodas imaginado por un arquitecto italiano, Adamo Boari, seguramente para que el edificio mexicano fuese la novia del monumento romano al rey Vittorio Emmanuele: el matrimonio se consumaría entre sábanas de merengue y falos de mármol e hímenes de cristal, sólo que en 1916 el arquitecto italiano salió huyendo de la Revolución, horrorizado de que su sueño de encaje fuese pisoteado por las caballadas de Zapata y Villa". ¿Cuántos escritores como Fuentes, artistas, científicos e intelectuales saldrán huyendo del país con sus sueños de encaje frente al vendaval, pacífico pero contundente, que se avecina?
Fuentes, dijo Paco Ignacio Taibo II en boca de su detective Belascoarán, "...era uno de los pocos tipos serios que le quedaban al país, quizá porque vivía fuera de él" (1989). ¿Se le habrá revertido esa condición ventajosa? No lo sabemos. Lo más probable es que la propaganda, la burbuja en la que habita (distante, perfumada y aséptica), la fatiga intelectual, la tentación por el dogma o, simplemente, el maldito deseo por terminar la vida en un país en calma (¡carajo!), o quizás todo ello, se desayunaron a Fuentes. Buen apetito. Descansen en paz, oh Musas mexicanas, los antiguos señores de la palabra que no lograron renovarse.
vtoledo@oikos.unam.mx

El banco fuerte

Un amigo necesita hacer un pago urgente; si no lo hace, tendrá problemas serios. No importa, piensa, “para eso tengo mis ahorritos en el banco”. Mi amigo es uno de esos pocos mexicanos asombrosos que tienen un peso extra guardado en el banco, por si las moscas. Y sí, un imprevisto lo sorprendió cierto día muy temprano y para salir de broncas fue al cajero automático de siempre, el de Banorte sito en el cruce de bulevar Independencia y Cobián, esto en Torreón. Para su mala suerte, como ocurría con frecuencia, la pantalla del cajero no emitió signos de vida.
Pensó rápido y en unos segundos resolvió, no sin molestia: el cajero de Banorte ubicado en San Isidro, al lado del Club de Leones. Y allá va, raudo. Al llegar, se encuentra con el aparato fuera de servicio, muerto. La molestia se encuentra ya en nivel dos, a punto de estallido. Son las 8.10 am y recuerda que Banorte tiene sucursal en la avenida Morelos y ¿Zaragoza? Es sucursal grande, así que el cajero allá será infalible. Llega en diez minutos, baja de su coche y se da el desastre: un pegote sobre la pantalla señala que los dos aparatos están inhabilitados por mantenimiento. Educada, cínicamente, el texto recomienda ir “al cajero más cercano”.
¿Cuál es el cajero más cercano? Piensa, piensa, y en un rapto de lucidez da con el sitio: Colón y Matamoros. Llega, estaciona su coche, va a la máquina y su suerte no puede ser más ruin: el aparato está indispuesto. Lee el mensaje y encuentra, ya con total pesimismo, su posible salvación: “Vaya al cajero automático con servicio al coche”. En efecto, ese cajero está allí mismo, exactamente a la vuelta. Va, mete la tarjeta, teclea y por fin una ranura escupe el dinero. Son las 8.40 am.
Cuarenta minutos de estrés, cinco cajeros y algo de gasolina le cuesta a mi amigo sacar dos mil pesos de su plata. Es demasiado, sobre todo si uno ve la publicidad mamona en la que todos los bancos se echan porras y se dan baños de humanitarismo, cuando en realidad son el mejor ejemplo del abuso y del mal servicio al cliente. Si fueran en realidad congruentes con su fachendosa publicidad, tendrían siempre dos cajeros juntos, y nunca uno de ellos estaría desactivado; si en verdad fueran justos, que nunca lo son, buscarían el mecanismo para no cobrar comisiones por concepto de uso de cajeros automáticos cuando el cliente ya haya visitado sin éxito una sucursal. No sé, harían algo que en alguna medida palie el mal momento que padecen quienes tienen que andar buscando como mendicantes un cajerito automático por el amor de dios.
Y ocurrió en “el banco fuerte de México”; no quiero imaginar si hubiera ido a uno “débil”.

jueves, octubre 19, 2006

Moral a tope

Es fácil tener arriba la moral cuando las realidades y los signos son harto favorables. Lo difícil es mantener la moral en alto cuando las circunstancias se empeñan en mostrarnos que la salida del túnel, si la hay, todavía está muy lejos, más allá de lo que habíamos previsto. No por otra razón el Che hacía severas reprensiones a los militantes que, en vez de evidenciar “optimismo revolucionario”, se dedicaban abiertamente o en secreto a propalar la idea de que ya todo estaba perdido, de que más vale bajar los brazos y emprender la retirada, el blandengue sálvese quien pueda.
Me da la impresión de que las porquerías que hemos vivido tienen en la lona moral a muchos ciudadanos que apoyaron la causa de la izquierda (o de lo que queda de ella), o sea que les enjaretaron un mandatario espurio y de pasada les bajaron las pilas. Quizá en algo les asiste la razón; fue tan procaz la intromisión de elementos turbios en el desarrollo del proceso electoral y es tanta la impunidad, tanto el cinismo, que casi no queda espacio en el alma para estacionar allí ni un mendrugo de optimismo. Están en su derecho quienes han dado la espalda a lo que tanto apoyaron antes y poco después del 2 de julio, pero también creo que tienen derecho a seguir en la lucha quienes se sienten ofendidos por la truculencia de la sucesión.
Por mi parte, no me voy a sumar a quienes apedrearon con todo su furor a AMLO y ahora, embusteramente desconcertados, se preguntan por qué no cuajó el pejismo en las elecciones de Tabasco. Tampoco soy de los que, ingenuamente victoriosos, levantan la mano de AMLO y lo declaran irrefutable ganador. Para mí, el proceso electoral fue un cochinero tan inmundo, tan pisoteado por la bota texana oficial, que ante el estrecho resultado no tengo otra salida más que ésta: México no tendrá presidente de la República. El Estado ensució adrede las elecciones y pese a eso quiere que el país acepte a un presidente que en términos reales será mandatario sólo porque los poderes fácticos así lo han determinado, no porque goce de real legitimidad.
Con un sujeto que estará en Los Pinos como falaz Ejecutivo, a cualquier ente progresista del país no le queda más que vivir en resistencia ideológica y, al alimón, construyendo algo, lo que sea, para cargar el futuro, pues si algo enseñaron Martí, Sandino, el Che, es a no perder el ánimo. Hablo de mi caso: siento que una vez más me impusieron un presidente, pero la moral sigue en alto. No hay que darles el gusto de parecer derrotados, pues no hubo tal derrota. Hay que decir lo que dijo Gabriel Peri frente al pelotón de fusilamiento: “El día viene, hermoso”.

miércoles, octubre 18, 2006

Tahúr en Sonora

La página web del Instituto Sonorense de Cultura acaba de publicar este boletín:

"Las manos del tahúr, de Jaime Muñoz Vargas, obra ganadora de los Juegos Trigales del Valle del Yaqui, Gerardo Cornejo 2005, es la publicación más reciente del Instituto Sonorense de Cultura. El libro está compuesto por diez cuentos.
En todos los relatos de Las manos del tahúr palpita un problema humano que, visto con una mirada oscilante entre lo trágico y lo caricaturesco, expone a los personajes como cartas sobre una mesa después de la partida, como naipes arrojados a la vida por la ebria mano de un tahúr. La sutil falacia del altruismo, el amago del desempleo, el rencor ante el poder corrupto, el desdén homofóbico, la falta de oportunidades y otros temas fluyen por debajo de cada historia y ratifican que la belleza de la prosa literaria y la aerodinámica estructura del cuento no están reñidas con el buceo en el corazón del ser humano.
El libro incluye los cuentos: 'Diez años de ingenuidad', 'Medio litro de vodka', 'Historia del gorila', 'Luces del encierro', 'Viaje para un epitafio', 'Hacer Coca', 'Mamá te habla', 'Narrar a medianoche', 'Hans al teléfono' y 'Récord con papá'.
Las publicaciones del Instituto Sonorense de Cultura están a la venta en librerías de Hermosillo, Ciudad Obregón y Nogales, Sonora y en el Centro Cultural Juan Pablo, en la Ciudad de México, D. F.
Jaime Muñoz Vargas (Gómez Palacio, Durango, 1964) Escritor, maestro, periodista y editor. Radica en Torreón, Coahuila. Licenciado en Ciencias de la Información, y tiene una Maestría en Historia. Junto al escritor argentino David Lagmanovich, es editor de la colección Cuadernos del Norte y Sur Torreón-Tucumán.
Ha publicado El principio del terror (novela, Joaquín Mortiz, 1998)..."

Muerte potable

Recibí un pronunciamiento de En Defensa del Ambiente, A. C. Me sumo a su molestia: “El día de hoy [14, octubre, 2006] aparecen declaraciones del Director General de la Conagua, Cristóbal Jaime Jáquez, en torno a la construcción de una potabilizadora y la recarga del acuífero como una estrategia para atacar el problema de la disponibilidad y la calidad del agua potable de la Comarca Lagunera.
La simulación de recarga del acuífero y la construcción de una gran planta potabilizadora de agua constituyen una cortina de humo que no son una solución sustentable, que sólo agravará la situación del acuífero lagunero y que proporcionará una coartada al complejo industrial lechero para que continúe poniendo en un grave predicamento la salud y el futuro de nuestras comunidades.
Lo que debe de hacerse para revertir el daño causado a los recursos naturales, que son propiedad común, es frenar la criminal e ilegal sobrexplotación de nuestros acuíferos a manos del complejo industrial lechero y permitir al Nazas y al Aguanaval volver a ser lo que fueron siempre: fuente de vida y agua limpia.
No podemos, ni debemos, olvidar que el Sr. Cristóbal Jaime Jáquez ha sido señalado repetidamente como solapador y beneficiador del complejo industrial lechero en el que desempeñó cargos directivos de primera línea. Este evidente y escandaloso conflicto de interés al dirigir la Comisión Nacional del Agua nunca ha sido discutido de manera pública y sigue siendo una mancha negra en la historia del manejo del agua en México y es el origen de que Cuatrociénegas, una joya biológica mundial, esté sufriendo daños espantosos y quizá irreversibles.
Transparencia Internacional señala las grandes obras públicas como fuente constante de corrupción. Preocupa —y mueve a bien fundadas sospechas— que, a días de dejar su responsabilidad gubernamental, Cristóbal Jaime Jáquez anuncie su intención de aprobar una obra de cientos o miles de millones de pesos. Que lo haga en evidente maridaje con el exdiputado y el empresario responsables del turbio negocio de las presas del Aguanaval nos lleva de la preocupación al escándalo.
La naturaleza nos dio ya una gran planta potabilizadora: los ecosistemas del Nazas y del Aguanaval. También nos dio un gran depósito para esa agua: el acuífero. Esta potabilizadora y este depósito naturales no requieren de inversiones faraónicas sino tan sólo acciones de elemental sentido común como el equilibrio extracción-recarga y acciones de conservación que transfieran recursos de las ciudades a las comunidades ribereñas para la conservación de los ecosistemas y sus servicios ambientales. Estas acciones, por su naturaleza y monto, no son onerosas, son en cambio justas y no pueden ser fuente de negocios turbios
En Defensa del Ambiente, A. C. exige una discusión abierta sobre el problema del agua en La Laguna y llama a la ciudadanía a no permitir esta nueva amenaza que se cierne sobre los recursos que son de todos, sobre nuestra salud y sobre el futuro de nuestra sociedad”. Firma el doctor Francisco Valdés Perezgasga.

lunes, octubre 16, 2006

Teoría del juniorazo

Mi larga experiencia como observador de la fauna silvestre lagunera me permite establecer una breve teoría del juniorazo regional. Estas serían sus características más sobresalientes:
1. En un coche bueno, visita a algún amigo, se estaciona mal y deja el estéreo a todo volumen para que el vecindario sepa que un triunfador anda por allí.
2. Conduce y se encuentra en una calle a un amigo que viene en sentido contrario, detiene su vehículo y platica coche a coche como si los otros automóviles no existieran y/o no necesitaran la carretera.
3. Usa camisa desfajada con el look “preocupado por lucir despreocupado” o blusita (de las que apenas llegan al ombligo, como babero) al estilacho de Maguila gorila, el simio de las caricaturas.
5. Usa pantalón de mezclilla deslavado, acampanado, de nalguichuelas toreriles y calza delicados mocasines sin calcetín.
6. Hace fila en el banco y avanza un poco fuera de la línea, siempre impaciente.
7. Habla por celular en cualquier fila con el deseo de que todos oigan la conversación (“Dile que mañana puede pasar por la factura… sí… pero que primero haga el depósito que le ordenó mi papá. ¿Y entonces qué, ue? ¿Vamos a ir mañana a las cuatrimotos?”).
8. Habla de política con argumentos tan profundos como éste: “A nosotros sí nos ha ido bien, o sea…”. Junto con eso enfatiza que Fox ha sido un gran mandatario y que “Felipe” también lo será.
9. Muy orgulloso comenta que ya leyó y releyó El código Da Vinci y Caldo de pollo para el alma; nunca abre periódicos.
10. Cena con su chava en el Applebee’s y con sus amigotes se apersona, siempre a medios chiles y ya de madrugada, en los tacos de suadero o en los burros de la deportiva.
11. Es muy méndigo en las conversaciones de machos (“me la estoy echando desde hace dos años”), pero a su mejor amigo le relata cómo llevó flores, serenata y (proeza mayor) con cuánta originalidad entregó el anillo de compromiso.
12. Conoce al dedillo el pop inglés y norteamericano, pero en alguna boda condesciende a la insoportable naquedad del ser y canta y baila ciertas rolas de la arrolladora banda El Limón o de Valentín Elizalde.
13. Recargado en el Mini Cooper, insiste siempre que su situación ha sido muy difícil, que ha vivido una vida de esfuerzos y que nada le han dado gratis.
14 Se levanta los domingos a la una de la tarde y como un salvaje huronea comida en el refri cuando ya toda la familia se largó al restaurante.
15. Admira muchísimo a su papá y cree que ir a misa los domingos “igualy” es la supersalvación.

Lírica filipina

Hay de veras alegría en lo que voy a comentar: me agrada que Felipe Usurpador, nuestro presunto presidente electo, tenga los gustos líricos que confesó en una entrevista con la eximia periodista Adela Micha. Si el michoacano será impuesto como mandatario por las fuerzas del orden naziempresarial que rigen a México, es de reconocer que al menos el nuevo masiosare tenga dos o tres barajas literarias más que su ignarísimo predecesor, el presidente Fox que ni siquiera ha leído las instrucciones de un shampoo. El filipino, al contrario, citó con Micha a un poeta de culto, a Konstantino Petros Fotiadis Kavafis, mejor conocido por sus lectores como Kavafis a secas, casi como decir Dante, Quevedo, Darío, Paz o “Borgues”.
Hijo de un comerciante griego acaudalado, Kavafis nació en Alejandría, Egipto, en 1863. Muy joven, durante su radicación en Estambul, Turquía, comenzó su trabajo de escritura y al mismo tiempo gozó de sus primeras aventuras sexuales. Pronto brilló como poeta de fina sensibilidad, como observador atento de los intersticios más ocultos del alma humana. Hundura y sencillez, esas dos palabras tan difíciles de conciliar en un solo escritor, caracterizan a la obra de Kavafis, quien murió en 1933. Pasadas las décadas, le ocurrió lo que a Pessoa o a Bukowski: su nombre es casi una contraseña para demostrar que quien lo cita es culto y tiene gustos literarios no populacheros.
El poema comentado someramente por Usurpador frente a la Micha es “Ítaca”; el cuñado de Diego Zavala citó incluso uno o dos versos; traigo su fragmento más hermoso: “Mas no apresures nunca el viaje, / mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin aguardar a que Ítaca te enriquezca. / Ítaca te brindó tan hermoso viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada que darte. / Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué significan las Ítacas”.
Como homosexual, Kavafis acuñó imperecederos poemas, algunos con atrevido desenfado. “En la calle”, por ejemplo, resalta la profundidad y la expresiva sencillez de su palabra al insinuar el cachondo éxtasis facial de un efebo: “Su simpático rostro, un poco pálido; / sus ojos castaños, como cansados; / veinticinco años, aunque aparenta más bien veinte; / con algo de artístico en su vestir / (tal vez el color de la corbata, la forma del cuello) / camina sin rumbo por la calle, / como hipnotizado aún por el placer prohibido, / por el tan ilícito placer que recién alcanzó”. Kavafis. Un gran poeta, sin duda.

viernes, octubre 13, 2006

Mugroso Peje

Ayer Ciro cabeceó así su columna: “No hay que olvidar que son campeones nacionales”; la leí un par de veces y la relación explícita entre ese título y lo afirmado en el texto es ésta: como se anticipa que habrá pleito poselectoral, no es inoportuno olvidar que Tabasco para eso se las gasta solo; sus antecedentes indican que en 88, 91, 94, 95 y 2000 las elecciones allí degeneraron en pandemonio. Ciro señala a la entidad como incubadora casi natural de turbulencias poselectrales, pero en realidad lo que ha querido decir, ubicada tal afirmación en el contexto de su apunte, es que son los perredistas los generadores casi naturales de dichas turbulencias.
Para adivinar que Tabasco puede ser otra vez un polvorín el domingo 15, el periodista examina las intranquilas palabras de Andrés Granier, candidato del PRI a la gubernatura de aquella entidad. Según Ciro, Granier, pese a su delantera en los sondeos, teme que sus enemigos suelten a los pingos para descarrilar la elección mediante un ultraje al 20 por ciento de las casillas.
Por supuesto, ni Oaxaca ni Tabasco están ahora al margen de lo ocurrido el 2 de julio. Más: ambos casos son derivaciones de la lucha poselectoral nacional, y ahí radica su importancia para todos los actores en escena. Hay que plantear entonces algunas preguntas para meter en su justa dimensión las nada inocentes previsiones de Granier. ¿A quién le sirve que Tabasco truene? ¿En qué medida es Tabasco la vara para medir a los locos que todavía siguen a AMLO? Ojo pues: Tabasco es una carta que al foxismo y sus adláteres les interesa echar para que caiga un clavo más en el odiado ataúd. La piensan fácil: si gana el PRI, demuestran que AMLO está a la baja, tal como han venido canturreando desde 2003. Si hay disturbios, justifican el violentismo de la izquierda malhecha que acaudilla el hijo predilecto de Macuspana.
La mejor aproximación a la verdad en historia sólo se establece con documentos, no con conjeturas; así, ignoraremos siempre quién ganó en 88; suponemos que fue Cárdenas, pero la evidencia fue borrada del planeta gracias a patriotas como Diego Fernández de Gortari. Tampoco sabemos con certeza que ganó Calderón, y lo mismo hay que decir de AMLO; la única forma de saber qué pasó es esculcando los paquetes electorales aún vivos. ¿Cuánto más subsistirá la esperanza de saber con toda certeza quién ganó? Quizá ya es demasiado tarde, pues a la Gran Mentira sólo le bastan medias verdades, intenso bombardeo en televisión y bien manejados sucesos intermedios (como Tabasco) para liquidar al auténtico oponente que no es César Raúl Ojeda, sino el Peje, el mugroso Peje otra vez.

Una bella postal

Ayer vi en el periódico una foto maravillosa. En ella se aprecia a Carlos Slim con impecable tacuche negro, gafete de no sé qué en la solapa, un papel en la mano izquierda, el pelo perfectamente engominado a la Gardel; Slim mira como por accidente a una indígena de pelo relamido hasta la trenza, con su blusón de satín rosa al estilo de María Elena Velasco (mejor conocida como la India María) y una especie de chalequito tejido a mano que apenas logra rodear sus abundantes y morenas carnes. A primer vistazo parece Rigoberta Menchú, pero se trata de una indígena anónima, un personaje que ayer fue parte de la escenografía autóctona en el segundo intento de Felipe Usurpador por establecer un proyecto de país.
No me desvío. Estaba en que la foto muestra simbólicamente a los dos Méxicos que tarde o temprano colisionarán si el modelo no da pronto un viraje hacia rumbos en los que la diametralidad económica no se abra más. Esos dos Méxicos de hecho viven en pugna desde hace años, pero el mango de la sartén siempre ha estado en las manos de dos ogros: primero, de la familia robolucionaria y, después, en las del gran capital que ahora se mueve como Pedro por su patria y se da el lujo hasta de modelar al gobierno plastilina que se le ponga enfrente.
Es tan evidente el entreveramiento de intereses entre la política y el dinero que los actores principales de los que depende el futuro del país son esos pocos mexicanos, poquísimos, a los que si bien no les hizo justicia la robolución, sí se sacaron la lotería cuando Salinas y el FMI decidieron que México requería una urgente venta de garage. Por ellos pasa ahora cualquier decisión nacional; si sus intereses se ven amenazados, de inmediato suben la guardia y hasta participan en las elecciones por medio de sus Consejos distorsionadores de la realidad, como ocurrió cuando nos dieron a tragar la especie de que pronto, si ganaba un caudillo tropical, seríamos víctimas de la barbarie militar y perderíamos hasta el televisor que compramos con tanto esfuerzo en Coppel.
“Me daría mucho gusto, en su momento, que alguna de sus gentes del equipo (sic) considere conveniente reunirse; yo estaré disponible”, dice el tótem empresarial para referirse a sus averiguatas con Calderón y los secretariables. El hombre que etiquetó a México de país “kafkiano” es sin duda el más kafkiano de nuestros compatriotas, pues sólo él, con tarifas telefónicas que nunca han dejado de ser leoninas, ha ganado lo suficiente como para saciar el hambre y la ignorancia de millones de mexicanos hundidos en la miseria, precisamente como la indígena escenográfica con la que ayer se vio de frente.

miércoles, octubre 11, 2006

Sádico azul

Mi amigo no trae placas desde hace cuatro años. La lumbre le llegó al cuello y por su inevitable depauperación reflexionó hasta concluir que las placas y la tenencia eran esencialmente, sin rebuscarle demasiado, un robo. ¿Por qué pagar tanto por unas malditas láminas? ¿Qué no es suficiente pago el que ya le hacía al tiburónico banco en cada mensualidad hinchada de intereses? Si Carlos Slim compra un coche al contado y él, a esclavizante crédito, compra uno igual, ¿deben pagar lo mismo de placas y tenencia? El asunto hedía, pero ni modo, durante muchos años fue puntual en sus pagos. Así llegó el día en el que ya no tuvo dinero: era la comida de un mes o las cochinas láminas.
Por fortuna para los conductores que no llegan al precio, el nuestro es todavía un país laxo. Siempre traía, pues, un billete de cincuenta varos en el compartimiento del cenicero. Ese billete era la credencial para defenderse del atraco perpetrado por la autoridad. Cada semana, entonces, mi amigo era detenido al menos dos veces; en una de ellas, por fuerza, funcionaba el plan “A”: “Trabajo para la revista Ideas”; “soy corresponsal de Le Monde y ando tras las huellas de un funcionario”. Algo así, aparatoso y mamón. Si el plan “A” no funcionaba, venía el “B”: “Hombre, no hay lío, señor agente; ahi le va para el refresquito”; “tenga, écheme la mano, oficial” (ambas propuestas debían ser expresadas con el discreto billetuco ya a la mano). Eso vencía cualquier reticencia.
Pero ocurrió el milagro. En el crucero de Cuatro caminos, un azul en moto detuvo a mi cuate. El perro era discípulo de Jorge Zermeño, pues todo le valía madres: “¿Trabaja en una revista? Qué bueno, para que saquen que estamos haciendo nuestro trabajo”, dijo socarronamente e hizo polvo el plan “A”. “¿Cree que con míseros cincuenta pesos me voy a ir?”, respondió cuando el plan “B” se hizo presente. El sádico azul, dominador de la situación, torturó psicológicamente a mi amigo, le dijo que mandaría el coche al corralón y que la multa le iba a salir en un “güevo” (sin metáfora y con “g”). El tránsito era un duro, uno de esos elementos de la DMPT que no se van con la primera gambeta. Ya perdido, veinte minutos después de parlamentar, mi cuate quedó en la lona. Recordó entonces que su hijo había tenido una leve fiebre hacía dos noches, y suplicó: “Ándele, oficial, aliviánese. Mi hijo tiene fiebre y debo llevarle la medicina”; mientras decía eso, un suculento billete de cien emergía de su cartera; el agente lo arrebató y se despidió amenazante: “Órale pues, pero si pasa mañana por aquí, ya no lo perdono”.
Lo que hay que sufrir para sobreponerse al atraco de las placas.

domingo, octubre 08, 2006

Un adiós para Sergio Ríos Zapata

A lo mucho conversamos dos o tres veces. Se trataba de un amigo recién conseguido, de un colega que se sumó algo tarde, pero con admirable pundonor, a los trajines literarios de esta comarca despreciadora de escritores. Alcancé a saber que era ingeniero, que trabajaba en la Narro, que militó en el taller de microrrelato coordinado por Samperio en Torreón, que su hijo fue alumno de mi Renata en el Tec de Monterrey, que publicó tres veces en libro y otras tantas en revistas y periódicos, que pese a la brevedad de su carrera literaria dejó varios amigos regados en el disperso gremio de los escritores laguneros.
Cierto día de 2004 recibí una llamada suya; no recuerdo si ya nos habían presentado, pero él me trató con agradecible confianza y me invitó a presentar su segundo volumen individual de cuentos (Sueños prestados). Acepté, cómo no, y nos vimos frente al público una noche en las instalaciones del Icocult Torreón. Mi memoria es traicionera, así que no sé en este momento si publiqué luego la reseña sobre su libro; allí dije esto:

Sueños prestados en papel

En su famoso prólogo a El reino de este mundo, Alejo Carpentier pone en la mesa de disección el tema de la fantasía y del realismo como vertientes caras al ejercicio narrativo. A propósito del libro que reseño, no recuerdo otras palabras más precisas ni más calificadoras sobre el papel que debe guardar el ejercicio de la literatura fantástica en nuestra América. Mientras en Europa, afirma el cubano, los escritores se empeñan en articular una literatura fantástica basada en el efectismo y en la burocratización de lo sobrenatural —cuyo máximo exponente, por cierto, fue plenariamente el surrealismo—, en América Latina la fantasía anda por la calle, habita los mitos de la gente, vive en las leyendas de cada barrio, es ubicuo al grado de parecer real, real-maravilloso, es decir, tan real como fantástico y cotidiano.
Sin temor a errar creo que, a más de medio siglo de distancia, la postura de Carpentier respecto de la literatura fantástica europea es la misma que pueden seguir asumiendo quienes por acá, de este lado del charco, se dedican a escribir obras de índole sobrenatural. Basados en los mitos y en las propias experiencias de la ilogicidad y de la incertidumbre, los escritores de lo fantástico latinoamericano pueden hacer uso de lo cotidiano para insertar allí, en la vida diaria, acciones y personajes que escapan a las leyes de la racionalidad sin incurrir en el disparate, en la caricatura, en el 'alucine', para decirlo con el caló ahora en uso. En otras palabras, la latinoamericana no me parece ser una realidad propicia para establecer aquí monstruos de veinte cabezas, dragones tremebundos o gnomos saltarines, seres anómalos que, si no horrorizan, al menos causan risa de solo imaginarlos. Al contrario, la fantasía en América Latina puede explotar y explorar lo inmediato, nuestra circunstancia más próxima, el pliegue de la vida diaria que revela la presencia de lo extraño, de lo extraordinario o lo mágico. Borges y Cortázar me parecen lo más acabado de esa estirpe de escritores que en un contexto inmediato —cualquier arrabal de Argentina, por ejemplo— sabían encontrar tesoros de lo imaginario, de lo absurdo, de lo fantástico sin visos transgresivos, pero enormemente arraigados en una literatura donde lo sobrenatural asoma como si fuera parte de lo ordinario. Dos casos: 'Funes el memorioso' y 'Axolotl', dos cuentos donde la fantasía se despliega inteligente, ajena al griterío de los grandes fabuladores europeos.
El caso de Sergio Ríos Zapata concuerda visiblemente con lo esa manera nuestra de asumir la fantasía. Aquí, en cada uno de los 24 cuentos que edifican este libro, el autor regiomontano-lagunero, miembro del privilegiado grupo de escritores que han tenido la suerte de convivir con el maestro Guillermo Samperio, entrega historias donde se anudan lo real y lo fantástico de manara armónica, sin aspavientos, sin electrochoques abusivos para el indefenso lector. Con notable sincronía, Ríos Zapata incorpora el ingrediente sobrenatural en mundos donde la realidad parece tan concreta y ordinaria que casi la sentimos propia. La sorpresa siempre es añadida con habilidad de cuentista que sabe los tucos del género, es decir, luego de insinuar, apenas sutilmente, la presencia de lo extraordinario.
Voy a dar un ejemplo sintético para ilustrar todo lo que llevo afirmado. Usaré para el caso 'El monstruo del clóset', una pieza que, no me tiembla el teclado al afirmarlo, bien merecería habitar las páginas de alguna futura antología del microrrelato fantástico lagunero. El texto íntegro es éste:

Se admite que el monstruo del clóset es un ser sobrenatural dedicado a asustar a los niños durante la noche; así lo declaran los cuentos infantiles famosos y otros textos. Pero este monstruo no figura en ningún catálogo de criaturas sobrenaturales; como no es fácil encontrarlo, no se presta a una clasificación. No es como el hombre lobo o el vampiro, o la momia. Puedo estar frente al monstruo y no sabría con seguridad que lo fuera. Del vampiro sé que tiene colmillos y que la momia está cubierta de vendajes. Pero de mí, nadie sabe.

Enumero los valores de este textito que, insisto, son los valores predominantes en todo Sueños prestados.

1. La presencia de lo fantástico en lo cotidiano: el monstruo no habita un pantano o un castillo medieval; al contrario, para nuestro mayor disfrute, vive en un clóset, un clóset idéntico al que todos o casi todos tenemos en casa para guardar nuestras mugres.
2. Este monstruo no tiene prestigio internacional, no es el adefesio europeo de Stoker o norteamericano de Lovecraft, sino un pobre monstruo sin clasificación en los manuales de teratología. Es, pues, un monstruo vernáculo.
3. La narración es convencional, ordinaria. Está planteada como la confesión de un personaje que parece conducirnos hacia lo extraordinario hasta que en el último golpe de dados se revela como historia fantástica.

Todos los relatos de Sergio Ríos Zapata participan, en mayor o menor grado, de esta fórmula, lo cual me parece muy saludable en una comarca donde el cuento fantástico no ha tenido demasiados cultores. Luego entonces, los usuarios potenciales de este libro pueden estar seguros de que el epígrafe elegido por el autor de Sueños prestados es justo y necesario: 'Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo', ha dicho el aforista argentino Antonio Porchia citado por el regiomontano-lagunero. En suma, Ríos Zapata ha poblado un libro con fantasmas queribles, fantasmas que tienen la virtud no de asustar, sino de hermanarse con el lector en el mutuo y gozoso ejercicio de la fantasía plasmada en el papel.
Recomiendo su lectura, felicito al autor y celebro esta nueva tanda de ficciones fabricada bajo la pupila atenta de Guillermo Samperio.

Comarca lagunera, 3, noviembre y 2004

Sueños prestados, Sergio Ríos Zapata, UAAANL, Torreón, 2004, 66 pp.”.

Esa fue mi reseña. Pasaron los meses y lo vi nuevamente, de lejos, en sus matutinas caminatas de ejercicio en torno al bosque Venustiano Carranza. La semana pasada supe por La Opinión que lo sorprendió el silencio. Lo lamenté, lo lamento, sobre todo porque se fue joven y sé que lo amaba su familia. Dejó un buen ejemplo para muchos; para mí, la certeza de que la literatura es una hermosa enfermedad, tan incurable y pegadiza que puede luchar, a machete desenvainado, por abrirse brecha incluso en la selva ingenieril, incluso en donde sea. Vaya un abrazo a la memoria del amigo Sergio Ríos Zapata.

sábado, octubre 07, 2006

Rudos vs. técnicos

Quizá ningún movimiento político en la historia reciente de México ha sufrido tantas bajas físicas como el perredismo. Se podrá decir lo que sea acerca de su laya revoltosa, insurreccional y “cavernícola” (como escribe frecuentemente un tarolas que debería usar gorrito de colores con rehilete), pero la verdad es que ninguna otra organización política activa del país puede presumir la friolera de, nada más en los sexenios de Salinas y de Zedillo, 600 muertos en acciones violentas. Esos simpatizantes de la “república patito” son, buenos o malos, galanes o feísimos como el cabrón Tíbiri Tábara que bien le puede pegar un susto al pánico, herederos de un movimiento que por alguna razón ha visto morir, como soldaditos de plomo, a muchos militantes dedicados a edificar, en ocasiones con las puras uñas, un organismo político golpeado, deforme, leproso, infiltrado pero todavía asombrosamente vivo. Pese a sus caídos, pese a que en sus concentraciones públicas recientes no pellizcaron ni una deliciosa nalguichuela de señorita, los malos del largometraje, los mejores representantes del México pelatunas son y seguirán siendo, para la tv, los militantes de la izquierda que queda en el país.
Hoy podemos ver esa imposición de la fantasía a la realidad, o al menos yo no hallo otra explicación sobre la morosidad del gobierno federal para atender el expediente Oaxaca. Si en política todo significa, no podría ser la excepción el tortuguismo de Fox y del corripioahumado que funge como arzobispo de Gobernación. Tengo para mí dos teorías: a) el problema de Oaxaca recrudeció porque al gobierno federal no le convenía tener dos ollas en la lumbre, o sea el lío poselectoral y la bronca en el sur y b) la gradual desactivación de la bomba poselectoral se vería acelerada, llegado el momento, con el oaxaqueño escenario de violencia, es decir, los appos y los profes de por allá servirían para evidenciar al pueblo de México los grados de salvajismo a los que son capaces de llegar las turbas insubordinadas contra la autoridad, lo que a su vez tranquilamente podría ser vinculado con cualquier otro grupo que en recientes fechas electorales haya sido tildado de “violento”. Hay muchos otros componentes en el conflicto, por supuesto, como el ancestral putamadrismo de los gobiernos de Oaxaca y como la no menos atávica jodidencia extrema de la zona, pero en términos cronológicos creo que la atención a Oaxaca se ha dilatado (hermoso verbo ranchero) para cuadrar lo más que se pueda aquel escenario dentro de los depravados intereses federales. Llegó la hora de Oaxaca; ayer hubo un muertito. El Estado quiere otro buen ejemplo de cerrilidad.

viernes, octubre 06, 2006

¡A mí me vale madres!

Nuestro espacio ha dado cancha a jugadores de variopintas camisetas. No es extraño entonces que a lo largo de los meses hayan aparecido aquí defensores perrunos de cualquier pelaje y filiación. De todo hay en la viña de Milenio, y eso lejos de ser un rasgo despreciable representa, estoy seguro, una de las características más estimulantes del medio que nos abraza. Por aprecio a tal pluralidad, poco o nada he opinado sobre las reflexiones de muchos colaboradores, ya que, me parece, casi todo debate debe encaminarse principalmente a desmenuzar, exhibir, analizar el comportamiento del poder político viciado de nuestro país, no tanto a jalar el greñero de colegas que en todo caso lo único que hacen es defender una postura personal, se supone, con la mayor independencia y honestidad posibles (a menos que pueda demostrarse lo contrario).
Gómez Leyva, Marín y Revueltas han recibido, lamentablemente, mucho lodo por sus posiciones críticas contra el lopezobradorismo. Lo mismo le ha ocurrido, pero al revés, a Arreola. El rechazo de los lectores, proporcional quizá al afecto de muchos otros, se debe a la claridad de sus posturas: para unos no hubo fraude; para otro, el robo se dio fehacientemente. Sobre ese tema, Revueltas preguntó en su columna de ayer: “¿en qué terreno se van a mover para seguir figurando en la lista de los bendecidos?” (se refiere a los periodistas que no han caído de la gracia pejista). No soy naides, como dice la milonga, para responder, pero lo hago con absoluta serenidad: en el mismo, es decir, en el de los que creen que las elecciones del 2 de julio fueron una patraña Innombrable.
Tal postura no es una defensa ciega a AMLO ni a lo que personifica. De hecho, cuando me preguntan sobre él digo algo parecido a lo que con gran cultura nacionalista expresó ayer Jorge Zermeño, presidente de la mesa directiva de la cámara de diputados: “¡A la chingada, a mí me vale madres!” Y es cierto: el Peje no me importa ni me ha importado. Lo que sí me importa, y esto lo repetiré durante todo el impostor sexenio, es que antes, durante y después de la jornada electoral se dieron suficientes evidencias, para mí, de un megaplan para descarrilar al candidato de la Coalición, no a la Coalición. Ese deseo protervo, que vimos todos y que han puesto de relieve hasta Marín y Gómez Leyva, es razón suficiente para que yo no crea en el resultado. En Francia, país civilizado como el que más, el ultraderechista Jean Marie Le Pen fue tranquilo candidato a la presidencia. Aquí el mañoso Estado quiso aniquilar ojetemente al aspirante de la populista y defectuosa izquierda; esa es razón suficiente para no aceptar nunca a Felipe Usurpador.

jueves, octubre 05, 2006

Tom & Jerry

En los primeros días transcurridos luego de su mañosa designación como presilecto (forma abreviada de presidente electo/predilecto), cuando comenzó la gira triunfal y cundieron ubicuas manifestaciones en su contra imaginé la vida de Felipe Usurpador como si fuera, en versión reality, la divertida serie de Tom & Jerry que todavía sigue haciendo las delicias (así decían endenantes los maistros de ceremonias) de chiquillos y chiquillas. No pasó mucho tiempo para que la involuntaria creatividad discursiva del prematuro ex presidente Fox atinara a decir, ayer en Durango, Durango, mi tierra querida, callada y tranquila ciudad colonial, que los reclamos ya habituales en cualquier gira son, como reza la guapachosísima cumbia, el jueguito “del gato y el ratón”.
No le ve Fox ninguna utilidad a tales reclamos, pero con todo y esa esterilidad los respeta pues “En este país hay libertad de manifestación y todo mundo puede expresarse, aunque sirva para muy poco (sic)”. Luego añadió que sería mejor que se dedicaran a trabajar, a estudiar, a hacer algo provechoso y no a deambular en la calle. Sin ponerse de acuerdo para responder, FeliPANcio PRIlatos, quien siempre tendrá las manos limpias pues lavándolas se pasa el día, padeció un rato de protestas en Tegucigalpa, Honduras, donde un corro de manifestantes bloqueó la carretera por donde iba a pasar la comitiva del ungido purépecha. Al ser interrogado sobre el hecho, el hombre del eterno aguamanil señaló: “No me percaté de las protestas”.
No ver utilidad a la indignación callejera o no percatarse de que existe es la mejor expresión del poder encapsulado en su burbuja de acero inoxidable llamada Estado Mayor Presidencial. Para ellos, y para muchos como ellos, la protesta no significa más que la vociferación absurda de inconformes salvajemente gruperos y no una posibilidad, a veces la única, que el pueblo de a pie o de bicicleta tiene para hacerse notar frente al petulante mandarín. Es cierto que la clase media intelectualoide ha ganado espacio en los medios, pero también es innegable que mucha gente no encuentra, para mostrar su desacuerdo, otro camino que no sea la manifestación pública del rechazo.
Más que descalificar, invisibilizar, minusvalorar o animalizar (los gatos son los ciudadanos y los ratones, quien lo duda, son Fox & Cia.) a la muchedumbre quejosa, debemos repensar el origen de este ambiente tan caldeado. Fox ya tiró la toalla (carísima, por cierto), pero Usurpador apenas ha comenzado a resentir arduos reclamos que lo perseguirán como sombras nada más. Lo malo de este show es que Jerry siempre suele salirse con la suya.

miércoles, octubre 04, 2006

Nalgadas y apapachos

El domingo pasado presenté Pancho Villa, una biografía narrativa, el más reciente libro de Paco Ignacio Taibo II. Lo sorpresivo para mí no fue la generosa felicitación que hizo Taibo a mi trabajo, sino la pasmosa cantidad de alentadoras palabras que recibí al concluir la maratónica presentación. Había entre la gente, claro, dos o tres insignes detestadores de todo lo que jieda (con jota) a izquierda y a 2 de octubre y a Lopejobradó, pero la composición del público, digámoslo así, era mayoritariamente progre. Por esa razón, lo pensé luego, era previsible que uno que otro se acercara a felicitar mi posición ante el conflicto pre y poselectoral, lo que agradecí con total sinceridad, aunque sin poder explicar que, con o sin la gentil aprobación de algunos lectores, mi obligación es defender sin tapujos una postura en la que creo desde hace tanto tiempo y más ahora ante la, para mí, evidente tomadura de pelo nacional que es la presidencia de Felipe Usurpador.
Tan efusivas eran las palabras de aliento como lo han sido las no muy numerosas réplicas que he encarado por andar defendiendo “locos”. Tengo la dicha de no hacer vidita social, pero en una de esas pocas ocasiones en las que salí de la madriguera me aventé dos rounds de sobremesa; noté entonces que el agua del diálogo político estaba envenenada y echar un buche resultaba tan incómodo como riesgoso; así, para no perder amigos, decidí no polemizar con nadie sobre el tema y opté sólo por la escritura, territorio un poco más civilizado y, sobre todo, donde uno pude argumentar con la cabeza menos afiebrada. Ni ahí, sin embargo, escapa uno de la crispación. Varias cartas de molestia y muchas discrepancias callejeras he ganado, aunque todavía ninguna, creo, como las recibidas por los chipocludos del periodismo mexicano. Dos de ellos, Marín y Arreola, han dado a conocer sobre el asunto dos cartas que transpiran mierda. Ambos mails amenazan con estilo vándalo a sus destinatarios y nos evidencian el grado de ojeriza al que hemos descendido. A Marín le vomitan hasta lo que no tragaron; a Arreola igual: “Sigues enfermo apoyando a AMLO, te voy a cazar y te voy a poner una santa puta chinga hasta que quedes como los perros atropellados en la calle”; los dos paradójicos adjetivos para “chinga” (“santa” y “puta”), sumados a la cruel y destripada metáfora canina, nos dan una idea clara sobre el odio caníbal en el que se revuelca el país. Lo peor de todo es que nadie parece recordar a los pacíficos que atizaron el fogón de la barbarie. Su principal usufructuario, Feliponcio Pilatos, anda ahora de rebane por el mundo gastándose mi lana. Suertudote.

Villa de cuerpo entero: una biografía para principiantes, avanzados y remisos*

Hace siete años, en 1999, presenté Arcángeles, un libro que, como algunos más de Paco Ignacio Taibo II (Gijón, España, 1949), apareció en medio de dos cumbres biográficas: la que escribió para el Che, publicada en el treinta aniversario de la muerte del guerrillero argentino, y ésta que hoy nos convoca, Pancho Villa, una biografía narrativa, asedio monstruo que intenta tomar de las solapas al revolucionario de Durango para ponerlo al alcance del interesado en materia de centaurismo norteño. El adjetivo monstruo no es en este caso un simple adorno retórico, pues desde su pura complexión física se trata de un libro fornido, de alta estatura y pelo en pecho, un libro como los que casi no se edifican en nuestro país, tierra no muy acostumbrada a los esfuerzos intelectuales de largo, de larguísimo aliento.
Tuve apremiantes cinco días para hincarle el ojo; lo hice entonces como Villa se pasó la vida: a salto de mata. Pese a ello, o quizá debo decir que debido a ello, sé que se trata de un relato que cumple honestamente con lo que promete en el subtítulo (“biografía narrativa”), pues el autor se ciñe otra vez, como en la expedición a Guevara de la Serna, al propósito cardinal que, sospecho, deben abrazar los libros de esta índole: contar lo más amena y documentadamente posible la existencia del personaje elegido. Por esta razón, y por muchas otras, Taibo II no es ahora sólo el escritor que rima con policialistas como Vázquez Montalbán o Rodolfo Walsh, por citar dos casos emblemáticos del género detectivesco trabajado en castellano, sino también el tenaz biógrafo que coloca su humilde y contemporáneo nombre al lado de los notables en la historia de la biografía mundial: en el pasado Diógenes Laercio y sus chismes de filósofos griegos, Plutarco y sus correlatos, Suetonio y sus césares; mucho después Vasari y sus genios renacentistas; más delante Stendhal y su Napoleón, luego Carlyle y sus héroes y Emerson y sus hombres representativos; más acá Madariaga y su Colón, Zweig y su descomunal Balzac, y en México Paz y su Sor Juana, José Luis Martínez y su Cortés o todavía más delante Taibo II y su Che (o sea que, con Villa, Taibo II se coloca al lado de Taibo II). En todos esos casos las biografías son, en efecto, escritura histórica, pero quizás también el gozne más visible entre literatura e historia. De ahí que, a diferencia de muchas historiografías académicas dedicadas a explorar un hecho colectivo (hay que decir al paso que la historia es la ciencia social encaminada a estudiar hechos socialmente compartidos en el pasado), la biografía, escrupulosa con un individuo y sus fantasmas, puede darse licencias narrativas que sin deformar al personaje lo conviertan casi en un sujeto corpóreo, redivivo, como ocurre ahora con este Pancho Villa a quien vemos muy de cerca y le podemos contar hasta los bigotes.
Este es pues un libro monumental, catedralicio, un libro donde el valor de la información se corresponde perfectamente con su amenazante envergadura. De hecho, cuando lo vi por primera ocasión, más que una biografía de Villa pensé que era la historia king size de toda la División del Norte. No es así; en estas páginas (884 a caja de gran formato y letra de 10 puntos e intelínea de 13, aproximadamente) el personaje que retiene dentro de su puño la luz de los reflectores es sólo Doroteo Arango. El esfuerzo de concentración autoral es titánico, de ahí que nos podamos hacer esta pregunta: ¿cómo pudo Taibo II sostener la atención en un sujeto durante tantas páginas tan apretadas de texto? La respuesta la da él mismo: por la pasión. Sin ambages, con sinceridad disparada a quemarropa confiesa un rasgo inocultable de su andanza investigativa: el cazador se ha enamorado de su presa. Y desprendo de eso más preguntas: ¿es prudente apasionarse por el personaje? ¿Le resta objetividad a su trabajo? ¿Le suma ficción? ¿Es posible levantar un mausoleo de tamaño calibre si antes no hay una pasión (amor, admiración, odio, respeto) por el personaje? Creo que el apasionamiento está autorizado en función de dos premisas: a) que el biógrafo confiese su afección (como lo hace Taibo II ) y que, al mismo tiempo, b) se comprometa a recaudar, examinar, cotejar y exhibir los pelos de la burra suficientes para probar lo que va afirmando. Si lo hace, cualquier desbordamiento de la pasión, es decir, cualquier recaída en la ficcionalización flagrante podrá ser descubierta por los lectores quisquillosos. Un ejemplo mínimo que puedo dar en este caso lo encuentra el lector cuando Taibo II habla, al principio de su océano panchovillista, del placer casi patológico que el guerrillero guardaba por los sombreros; eso podría ser tomado como hipérbole, como rasgo simpático diseñado por la pasión pintoresquista del narrador. Para demostrar su aserto, el autor encuentra un camino inmejorable: más que la prueba textual, la huella icónica: declara haber analizado más de 200 fotografías y en la apabullante mayoría de los casos el Centauro aparece con sombrero. He aquí la contundente prueba estadística de una aseveración que, sin documentos, parece chiste o simple exageración, embuste para acumular rasgos monos en el lomo del personaje, ya de por sí sobrecargado de leyendas.
No quiero entrar en anécdotas menudas contadas con salero por Taibo II , pues el lector las encontrará en cantidades ya no digo industriales, sino monopólicas en este vademécum villista. Mi vistazo prefiere reflexionar, sin poses sociologistas, sobre el hacer biográfico y sobre el sentido de un libro como éste en la coyuntura mexicana. En cuánto a lo primero, algunos sostienen que la vida de un sujeto no influye determinantemente en la sociedad que lo abarca; otros, como el mencionado Carlyle, creen que ciertos tipos son determinantes como brazos de palanca para mover a la multitud social; sea lo que fuere, hasta ahora ninguna sociedad ha podido prescindir del ser admirable, del héroe, del prócer, del tipo que parece condensar él solo todos los rasgos buenos y malos de la colectividad en la que se movió. De alguna forma, digamos, Las Casas es todos los misioneros al igual que Robespierre es todos los revolucionarios franceses. Villa es uno de estos tipos, y Taibo II lo ha percibido con tino; tanto es así que decir Villa es decir, sin más palabras, Revolución Mexicana y, sea cierto o no, el caso es que en el imaginario colectivo de nuestro país, y tal vez de más allá, sinonimizan el sujeto mortal con la gesta imperecedera. Habría que preguntarles, por ejemplo, a los gringos y a los alemanes en qué piensan primero cuando dicen Villa y/o Revolución Mexicana; probablemente una idea los lleve de inmediato a la otra.
Marcel Schwob ha destacado (él, que sin ser un maratonista de la biografía supo dar con claves hoy valiosas para entender al género) que el arte de quien narra vidas consiste en “en crear dentro de un caos de rasgos humanos”. Si alguien en nuestra tribu ha aprendido tal lección es, precisamente, Taibo II , y en su Che, y ahora quizá más en su Villa, deambula por el alma del personaje con olfato de perro y con mirada de cóndor.
La clave de la eficacia en Taibo II se localiza en el verbo narrar. Independientemente de las toneladas de información que puedan ser acumuladas, lo importante para él es no dejarlas caer sobre la cuartilla como gélida cronología, sino como relato, como relato amigable. La historia es, al fin, un relato, la narración de un hecho. La historia como tal, en puridad, no existe. Son tan irrecuperables los segundos que tardo en decir esto como lo son todos los segundos de todos los milenios que nos preceden; la historia, pues, no existe, o si existe es inasible, y lo único que el hombre ha podido hacer para recuperar retazos del pasado es obtener documentos, analizarlos y escribir luego relatos a los que por convención hemos dado en llamar historia. El documento por antonomasia es el texto, y para el historiador el texto es todo aquel testimonio del pasado que aún sobrevive, como fotos, películas, tradición oral, edificaciones, objetos varios. Incluso la historia de la prehistoria también necesita documentos, textos que en este caso son huesos, fósiles, pedernales que llevan escrito un código sólo traducible en palabras contemporáneas. Pues bien, ¿de qué le serviría a Taibo II la acumulación original del material villista si no lo socorriera la magia de la narratividad que él tan bien domina? El autor de Días de combate sigue el axioma de Marrou: la historia se hace con documentos y sin documentos no hay historia, ciertamente, pero también acata el axioma que alguna vez le oí a Pedro Brull: el escritor, o el biógrafo en este caso, tiene derecho a todo, menos a aburrir a sus lectores, y eso lo logra Taibo II con innumerables, con incontables guiños, como cuando señala que Villa tuvo 19 esposas y a todas “les cumplió”, donde el verbo cumplir no tiene una connotación burocrática, sino una muy humorística y mexicanamente venérea.
Hago un punto y aparte. Más allá de las aventuras, desasosiegos, peripecias, balazos, barbaries y amoríos del personaje, más allá del Villa anecdótico, ¿qué más hay? Tal vez interpreto con demasiada ligereza e impongo al autor un propósito que no tuvo, pero creo que este nuevo libro de Taibo II resalta, independientemente del protagonista que es suma y espejo de todos los incorporados a la bola, la importancia de la lucha de masas, del trabajo colectivo, de la emergencia popular y el liderazgo simbólico necesario en comunidades con larga tradición caudillista y en trance de aprendizaje político. Entiende el biógrafo que la llamada Revolución no fue un plan metodológicamene trazado desde el pensamiento, sino un efervescente choque de intereses entre grupos acaudalados y multitudes sin nada. Muchos de los líderes refolufios, acaso Villa el que más, intuyó lo necesario que era la lucha colectiva y compacta . Por eso creo que, así sea sutil, hay en este libro una moral, un sentido edificante en el sentido más laico y político de la palabra.
Michel de Certeau ha escrito que los discursos no son cuerpos que flotan en un ambiente que llamaríamos historia, sino que son históricos porque están ligados a operaciones y definidos por funcionamientos sociales. En otras palabras, toda la circunstancia humana es atravesada por una determinada historicidad, esto es, por un amplio conjunto de saberes, creencias, prejuicios y demás que resuenan en la voz y en la acción de cada sujeto social. Luego entonces, para entender a un personaje tan complejo y contradictorio como Villa nada mejor que reconstruir el ámbito social que lo hizo posible, la colectividad que en un movimiento de flujo y de reflujo, de marea, lo moldeó pero que también fue moldeada por la mano (debo decir quizá por la pistola) de este santón bárbaro.
No sé si México necesite villistas en este momento; lo que sí sé es que el anhelo democrático, no sólo electoral, de Madero, inspirador de Villa, sigue hoy tan vigente como hace casi cien años. Lo que ocurre es que ahora no nos agradan las incomodidades ni los sobresaltos como para luchar más allá del simple voto o de la indignación de sobremesa, y en eso confía el poder cuando defrauda y espera que la oposición se desgaste en luchas que ahora, para evitar harakiris, no son violentas y por lo mismo deben ser muy prolongadas. Villa jamás hubiera podido pensar lo que Guillermo O’Donnell (citado por el doctor Alberto J. Olvera), quien “plantea que sólo una ciudadanía integral (es decir, el acceso pleno a los derechos civiles, políticos y sociales) puede garantizar la existencia de una verdadera democracia. Mientras el acceso o disfrute de los derechos sea parcial o no exista para sectores amplios de la población, la democracia electoral será precaria y manipulable”.
Hoy, de lo que no me cabe duda es de que Villa estaría al menos inquieto con lo ocurrido recientemente en México, coyuntura que es resultado de la descomposición de un modelo en el que la equidad es lo menos visible. Los nucleamientos populares son una respuesta a la descomposición, no el motor de una posible descomposición, como muchos medios quieren hacernos creer cuando hablan de los seguidores coaligados en torno a lo que queda de nuestra izquierda. Ante la indiferencia pura que dice Lipovetsky en La era del vacío, la participación como único mecanismo de rechazo a las iniquidades del poder o, como ha declarado Taibo II , la lucha “para resistir el embate del neoliberalismo”.
En fin. Hoy no podría ser aplicada la penalidad que Villa propuso para abatir el fraude electoral, pues nos quedaríamos sin buena parte del ife y a tanto no llega nuestra polarización, pero es evidente que a su modo bronco, a su manera iletrada y con su garra de feroz tigre adulto se sumó a proyectos políticos y sociales que no sin utopismo harían de México un país mejor. Avanzamos, a tumbos avanzamos, en efecto, pero falta mucho ladrillo por colocar en este país atestado de pobreza. Libros como el de Taibo II , además de entretener, nos recuerdan de dónde venimos y por qué es necesario seguir remando. Son dos méritos que otra vez debemos agradecerle, además de las miles de horas nalga/espalda que se tomó al escribir esta biografía para principiantes, avanzados y remisos en lucha revolucionaria.

Comarca Lagunera, 1, octubre y 2006

Pancho Villa, una biografía narrativa, Paco Ignacio Taibo II, Planeta, México, 2006, 884 pp.
*Reseña leída en la presentación de este libro celebrada en el Teatro Nazas el 1 de octubre de 2006.