jueves, agosto 31, 2006

Centenario pirruris

Una opinión breve sobre el centenario de Torreón y sus polémicas: ¿qué vamos a celebrar? ¿La pura fecha o nuestras realizaciones como comunidad? Si es lo primero, me parece vacuo; si es lo segundo, más que celebrar hay que investigar cuánto tiempo más tenemos de plazo para acabar con el agua y consecuentemente con todo el ecosistema regional.
Aparte, desde que Alberto González Domene encabezó la conformación del comité profestejos se vio claro que nuestra aristocracia lechera se adueñaría de toda la pachanga. Y ahí la tenemos, soñando una fiesta donde la pipa y el guante manchados de alfalfa se erigen en el principio y el fin de toda la celebración. Provecho.
Por cierto: no faltaron a la convocatoria reivindicativa los artistas y los promotores culturales que aman el jarabe de lengua. Pienso especialmente en una señora ágrafa, dizque de izquierda y resentida contra todo lo que no sea ella. Provecho también.

Salmónicos Miklos y Lemus

Mi amigo David Miklos, que es novelista, editor y viajero impenitente, acaba de presentar el primer número de una publicación que arma en dupla con el crítico literario Rafael Lemus. Me envió uno de los textos leídos en la noche de la presentación, y aquí lo reproduzco. Suerte a Miklos y a Lemus. Que su nado en la contracorriente editorial les depare lo mejor.

Cuaderno salmón
Fabio Morábito

Italo Calvino decía que el libro más auténtico de un autor es el primero, que a menudo no es su mejor libro, pero es aquel que lo refleja más profundamente, porque obedece a un impulso genuino de expresión que en los siguientes libros se irá atenuando, sustituido por el oficio y la costumbre. Antes del primer libro no hay nada. Sobre todo, no hay otro libro que, con su presencia, determine el carácter de los libros que habrán de seguirle. Es por eso, agregaría yo, que el primer libro es el que corre más riesgo de ser el último, porque en todo primer libro late el deseo de decirlo todo y luego callarse. Los siguientes libros son la prueba del fracaso del primero, pero también la explicación de ese fracaso. Así, fracasando, es cómo un escritor se conoce a sí mismo y se da a conocer. El autor de un único libro será siempre un acertijo, un ser inclasificable. Su libro lo retrata profundamente, tan profundamente, que sólo a través de sus libros siguientes, que amortiguan ese resplandor inicial, logramos hacernos una idea de su singularidad.
Así como ocurre con un primer libro, también el primer número de una revista es una oportunidad para intuir el rostro secreto que los siguientes números irán perfeccionando, transformando y oscureciendo. Tal vez sólo frente a este primer número de Cuaderno salmón, libres de la carga de los números que han de venir; sólo ahora en que, por decirlo así, no estamos todavía frente a un proyecto, sino a un impulso, podamos adivinar todas las aspiraciones y los deseos de esta revista que acaba de nacer. Llevando aún más lejos esta reducción al impulso inicial, podríamos decir que lo que más importa del primer número de una revista no es tanto su contenido como su nombre. ¿Por qué “Cuaderno salmón”? Parece claro que la palabra “cuaderno” representa un homenaje a Salvador Elizondo, figura tutelar de esta revista, tal como se desprende de las palabras que los editores le dedican en uno de los textos más lúcidos de este primer número. En efecto, Salvador Elizondo fue un escritor de cuadernos, más que de libros. El cuaderno era el horizonte mental más apropiado para una escritura en precario equilibrio y alérgica a los fermentos de la maduración como era la suya. Escribiendo cuadernos, Salvador Elizondo quiso ser el perpetuo autor de un primer y único libro. Rehuyó el segundo libro, alargando indefinidamente el primero, y esta voluntad suya de ser fiel al primer impulso y de concebir la propia obra como un único libro, evoca el otro término del nombre de esta revista, el del salmón, ese pez que concibe la vida bajo la forma del retorno hacia el nido, luchando contra la corriente adversa en un recorrido que tiene algo de místico, como si buscara una palabra pura.
¿Qué podemos esperar de una revista que se tutela bajo estas divinidades tan exigentes, la del cuaderno que nada a contracorriente del libro y la del salmón que sólo publica un libro en su vida, porque muere tan pronto como logra reproducirse? Tal vez lo que podemos esperar es que cada número conserve, de manera elizondiana, el radicalismo y la frescura de una entrega única, sin un antes ni un después; que cada cuaderno salmón, pues, rehuya el libro al que toda revista acaba por parecerse y se conserve como un cuaderno, esa criatura en la que se ensayan caminos, se apuntan ideas, se asientan predilecciones y fobias, se esbozan poéticas, se tacha y se corrige, se borra y se vuelve a empezar.
Me parece que uno de los textos más ejemplares de este carácter aventurado y tentativo es el ensayo de Rafael Lemus “Por una crítica en crisis”, que resulta ser una especie de programa espiritual de la revista, menos por lo que dice que por el estilo con que lo dice. Subrayo la palabra estilo, que es crucial en el ensayo de Lemus y le hace decir a su autor que “no debería confiarse en los críticos carentes de un estilo”. Esta frase delata contra qué tipo de crítica apunta Lemus sus baterías: la crítica que se reduce a ser un comentario invertebrado del texto que critica y que renuncia a tener un estilo, esto es, una autonomía propia frente al texto que es objeto de su análisis. Lemus aboga por una crítica que no se subordine al texto o a los textos que estudia, una crítica que, al hablar de un texto, construya una verdad independiente de él, una verdad que el texto analizado comparte pero no necesariamente cumple en toda su extensión. Si estoy en lo correcto al interpretar el pensamiento de Lemus, la crítica vendría a ser entonces una especie de partera a la manera socrática, que cuestionaría cada obra con el imperativo: “conócete a ti misma”, para lo cual buscaría atravesarla contracorriente, exactamente como hace un salmón, que no quiere conocer el río que remonta, sino que al remontar el río en busca de ese algo que el río atesora, lo reescribe y lo reinventa, exhibiendo su originalidad. Esto, que a mí me parece mucho, a Lemus le parece apenas una parte, y por eso invoca una crítica que esté menos preocupada por explicar, iluminar o esclarecer, que por sembrar la duda y poner en crisis; una crítica que con tal de inquietar recurra incluso a la estafa, al delirio, a la rabia, al silencio, al desorden y a la misma oscuridad, pues lo que importa, según Lemus, es rescatar a la crítica de su papel de sirvienta modosa y arrastrarla al centro del escenario. En resumen, y cito sus palabras, hay que “hacer evidente, protagónica, escandalosa, la crítica literaria”.
No es éste el lugar ni la ocasión para discutir una por una las afirmaciones vehementes de Lemus, pero no puedo dejar de cotejar este texto con otro suyo, el ya mencionado sobre Salvador Elizondo, y escrito, supongo, en mancuerna con David Miklos, puesto que lleva la firma de la Redacción. En ese texto se lee que “en un país adicto al escándalo, donde todos gritan porque nadie escucha, Elizondo intentó una literatura de la contención”. Salta a la vista que las virtudes que Lemus y Miklos celebran en Elizondo: la contención, la transparencia, el riguroso pudor y, sobre todo, el diálogo con el lector, son diametralmente opuestas al delirio, la oscuridad, el desorden, el escándalo y la rabia que Lemus invoca para el nuevo derrotero que él desearía para la crítica literaria. Yo me pregunto: ¿no será que a través de la contención, la transparencia, el riguroso pudor y el diálogo con el lector nuestra crítica consiga alcanzar sin escándalos, como lo consiguió Elizondo, esa creatividad que le hace falta? Dicho de otra manera: ¿pueden existir una verdadera iluminación y un auténtico esclarecimiento que no supongan una transformación crítica, esto es, algún tipo de crisis, en el lector? Quizá nunca como en estos momentos de vociferación exacerbada en la que estamos metidos, se hace más necesario el ejemplo de contención de Salvador Elizondo. En medio del protagonismo y la invectiva generalizados que nos rodean, el espíritu del cuaderno, que alberga la expresión más personal y gratuita, tan alejada de la arenga, debería prevenirnos contra toda clase de estrados y de proclamas. El texto de Lemus, tan importante en muchos aspectos, cae en el proclama, lo mismo, por cierto, que el texto de Fernando Vallejo, por demás estupendamente escrito, cuya larga diatriba contra las religiones cristiana, musulmana y judaica, a quienes el autor acusa de manifestar en sus textos canónicos una pareja crueldad contra los animales, se torna reiterativa y no exenta de un tono naïf. Me pregunto, en este sentido, si el salmón, a veces, durante su estoico viaje hacia el origen, en algún recodo o remanso del río, cuando la corriente en contra se atenúa, no se concederá a sí mismo un broma, una ironía, una pausa, dejará de tomarse en serio y, como los delfines, saltará por saltar. Es algo que no me parece del todo imposible y me recuerda que en la primaria tuve durante un breve periodo un maestro suplente que nos asignó, entre tantos cuadernos que debíamos llevar a la escuela, uno bastante extraño, en el que podíamos hacer lo que quisiéramos, desde dibujar hasta escribir chistes y groserías. Frente a los demás cuadernos, que eran cuadernos de tareas, éste era nuestro cuaderno de recreo, totalmente privado, que nadie podía abrir sin el permiso de su dueño, pero que teníamos que llevar todos los días, igual que los otros. Ahora que lo pienso, era nuestro cuaderno salmón, que saltaba cuando quería, en contra de la corriente de los otros cuadernos. Ojalá esta revista, en medio de todas las tareas que la esperan, no olvide nunca este gusto del salto por el salto.

La sombra del garrote

El fin de semana pasado corrió con mucha fortuna una encuesta del periódico Reforma. Los sondeadores hicieron tres preguntas, todas formuladas para arrojar obvias respuestas. A la primera, “¿Cómo califica la conducta después de las elecciones de…?”, AMLO sacó 4.1 en una escala del 1 al 10; Fox, 6.6; Calderón, 7.1; el Trife, 7.1; el IFE, 7.2 y los ciudadanos, 8,2. “Está de acuerdo con que AMLO haga (sic) una convención el 16 de septiembre en el Zócalo, mismo día y lugar del desfile militar?”, fue la segunda pregunta; un 69% estuvo en desacuerdo; un 23%, de acuerdo y un 8%, no sabe. Y la más importante, la tercera: “Si hoy se repitieran las elecciones presidenciales, ¿por quién votaría para Presidente de la República?”; 43% por Calderón, 24% por AMLO y 10% por Madrazo.
No sé qué esperaba obtener la demoscopia de Reforma además de lo previsible, pero sí sé que ese ejercicio se inscribe en la campaña mediática para corear el desinflamiento de la coalición y con ello justificar la entrada en escena del garrote. De otra manera no me explico la puerilidad de esa encuesta. A estas alturas de exposición en los medios, de desgaste y de tiroteo despiadado desde casi todas las trincheras periodísticas, ¿quería Reforma que la gente votara por el Peje si hoy se repitiera la elección presidencial? Luego del justo y accidentado y borrascoso reclamo de transparencia en el recuento, ¿querían que AMLO obtuviera una calificación mayor al 4.1 que le asignan? ¿No hay en la pregunta sobre el desfile militar un tufo amarrador de navajas al ejército?
Conforme pasan los días se afianza la percepción inducida de la caída libre al vacío del Peje y sus “duros”, mientras por otro lado comienzan a chispear alusiones todavía muy alusivas, es decir, no explícitas, a la necesidad de meterle violenta camisa de fuerza a los “loquitos” que por fortuna ya no son más que unos cuantos. Es una pinza. Saben los de la sartén por el mango que la resistencia del Peje nació esposada: si no se radicaliza, será incapaz de hacerle mella a las “instituciones” y el movimiento se apagará pasado un tiempo breve, dada la hoy rápida capacidad de aburrimiento que tiene el ciudadano; si se radicaliza, se le tomará por “violento” y justificará así el uso de los bíceps (el sueño dorado de Fox).
La etapa de los pejistas duros llega en septiembre, de ahí la insistencia en sostener que la base popular de AMLO está menguada, que el Peje está solo. Por eso Javier Ibarrola, en su feliz columna de ayer, avisa que si el Peje insiste en su llamado a la insurrección se colocará, “junto con sus seguidores, al margen de la ley”, es decir, en el lugar ideal para aplastarlo sin metáfora.

miércoles, agosto 30, 2006

Antecedentes penales

El carrete avanza dramáticamente, pero la producción de los Estudios Churrubusco no sorprenden con un final de veras inédito: Felipe Calderón será declarado presidente y todos lo sabemos como sabíamos aquel 6 de julio que luego de ir abajo en el cómputo distrital el ídolo de Michoacán se repondría para, como Santo contra las mujeres vampiro, remontar el marcador a las cuatro de la mañana, peliculescamente.
A cada nuevo escollo, los neosinarquistas responden con soluciones que en el tedio poselectoral ya pocos ciudadanos atienden en serio, salvo los que se sienten agraviados. El coro de la prensa antipejista es perfecto en su coordinación: la coalición se desinfla, el Peje ha enloquecido, que ya se acabe esto y que todo vuelva a la normalidad. Es más importante despejar unas calles que despejar todas las dudas sobre unas elecciones que, de quedar así, nunca terminarán por ser claras y se convertirán en la versión II, ahora con modernos efectos especiales, del 88.
La semana pasada reciclé la idea que al menos a mí me deja sospechar el fraude mayúsculo del que somos testigos. ¿Por qué tenían que ser limpias las elecciones y su evaluación si el proceso para llegar a ellas fue el más cerdo que recuerde la historia del país? Traje incluso palabras de López Dóriga, comunicador estrella de la empresa que le cuida las espaldas al poder económico de México: “Fox (…) se empecinó en impedir, vía desafuero, que Andrés Manuel López Obrador lo sucediera, vamos, que ni siquiera compitiese electoralmente, lo que se convirtió en una obsesión”. No lo cito por terquedad, sino porque eso es indudable y lo expone hasta López Dóriga: si el presidente deseaba que AMLO “ni siquiera compitiese electoralmente”, ¿cómo creer ahora en los hechos que demasiado fílmicamente se han ido acumulando?
No se trata de estar a ciegas con el Peje y menos con el PRD, partido que se ha llenado de oportunistas que le darán la espalda al llamado del primer arreglo en lo oscurito. Se trata de buscar la certidumbre y la irrebatibilidad que dice la Constitución, lo que gracias a Fox y los ultros que lo acompañan estamos muy lejos de haber logrado en este feo proceso de 2006. Es tan evidente que se trata de una imposición, de un descarado asalto a la nación, de un golpe de Estado por la vía electoral, que pese a las peticiones de serenidad y mesura el mandatario continúa en campaña, deslenguado: hay que frenar “a quienes están fuera de la realidad”, a quienes se mueven con “amenazas y chantajes”.
No olvidemos nunca los antecedentes penales del 2 de julio: la intromisión descarada de Fox, la obsesión destructiva que ya subrayó hasta López Dóriga.

Estadística y legitimidad

Tomo de La Jornada de hoy esta impecable observación del maestro Montemayor. ¿Se puede añadir algo más? ¿Cómo refutar esta argumentación sobre lo legal y lo legítimo? Extraordinario.

La calificación y el tribunal
Carlos Montemayor

Antes de la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), durante numerosas décadas los nuevos legisladores se erigían en colegio electoral para calificar las elecciones organizadas por el propio gobierno federal, en las que ellos habían resultado ganadores. Al finalizar el siglo XX la sociedad mexicana se propuso crear dos instituciones que de manera independiente y autónoma se ocuparan, una de ellas, de la organización de los comicios y, la otra, de la calificación de éstos, con el fin de terminar con la inercia de las elecciones de Estado, manipuladas o sometidas al control de los intereses del poder en turno.
Era necesario que los magistrados del tribunal electoral recordaran ese propósito básico de su origen, para que después tomaran en cuenta dos principios más de la historia propia del derecho: el bien común y la ahora cada vez más remota noción de justicia. No olvidemos que antes de la creación del IFE y del TEPJF se afirmaba siempre que las elecciones eran legales. Y en efecto eran legales, pero no legítimas; eran legales, pero no justas; eran legales, pero no equitativas. Regresar ahora al concepto de lo legal, que haga a un lado el propósito original de las nuevas instituciones electorales, empobrece la visión de la legalidad y oscurece la noción de legitimidad. Apegarse a la ley sin los propósitos que sustentan o deben sustentar en sus fundamentos a la ley misma y a la acción de los jueces mismos no puede consolidar la naturaleza esencial para las que fue creado el tribunal. Es decir, los magistrados tuvieron en sus manos no solamente la posibilidad de legitimar las elecciones presidenciales (no legalizarlas, que no es igual), sino legitimar la acción y sentido del tribunal mismo.
El IFE y el TEPJF debían asegurar que los procesos electorales no gravitaran ya en función del poder político en turno, decíamos. Pero los consejeros actuales del IFE demostraron con creces su parcialidad. Cuadros del viejo sistema político mexicano demostraron, también con creces, su disposición renovada a seguir confundiendo la democracia electoral con el control de los procesos electorales.
Faltaba sólo conocer el desempeño del tribunal como última instancia. El recuento de más de 11 mil casillas planteó al TEPJF dos posibles caminos, ambos legales pero de diferente profundidad y perspectiva. Uno, que al parecer prefirieron asumir los magistrados como único, reducir su valoración al ajuste aritmético del recuento de votos. Desde esta perspectiva, todas las alteraciones posibles, intencionales o no, se reducirían al ajuste aritmético de los errores detectados. La suma y la resta aritmética como medida de valoración es un camino legal, cierto, pero no el único. Sobre todo cuando el magistrado presidente expresó que "si no se invocan hechos para configurar una hipótesis de la ley, el juzgador no es investigador, no es fiscal que deba estar investigando hechos en la calle o con la gente. Tiene que partir sobre la base de los hechos que invocan las partes, el actor especialmente".
Cierto, no le faltó razón al magistrado presidente. Sobre todo con la explicación que agregó el magistrado José de Jesús Orozco: "los justiciables saben que sus pronunciamientos de carácter político, por legítimos que sean, deben traducirse en términos legales y probatorios para que sean viables. Ese es el sentido de la judicialización de la política: resolver conforme lo dispone el derecho".
De acuerdo. Otra vez de acuerdo. Sin embargo, llama la atención que en la resolución hayan insistido en adjudicar las inconsistencias en las actas al error aritmético y explicar que "el dolo es una conducta activa que lleva implícito el fraude o el engaño. El dolo no se puede presumir, sino acreditar (...) Existe presunción de que la actuación de funcionarios de casilla es de buena fe y conforme a derecho".
Precisamente en ese particular sentido fueron insuficientes las exposiciones doctrinales y procesales del tribunal. Porque, en efecto, la otra opción, también legal, era la valoración del tipo de errores aritméticos detectados que pudieran sugerir o revelar un error sistemático.
La posibilidad de un error sistemático puede comprobarse más efectivamente que la actitud subjetiva del dolo. Un error sistemático es susceptible de asimilarse al dolo, por supuesto, pero también a otros conceptos: fraude, control estadístico, manipulación estadística, programas estadísticos selectivos, mecanismos todos que no tienen que ver con "el dolo" de los funcionarios de casillas, sino con la organización del conteo de los comicios donde los ciudadanos no participan. Los magistrados, como no son investigadores en la calle ni fiscales, prefirieron reprobar en derecho a los abogados del PRD y argumentar, como los apologistas del IFE, que el cómputo oficial es resultado de la buena fe de los ciudadanos que participaron en las casillas y que por tanto ese cómputo no debía calificarse desde una perspectiva que no fuera aritmética.
La estadística es una herramienta muy importante para que cualquier gobernante tenga acceso a la información detallada de las variables sobre economía, demografía y de cualquier tipo que le permita tomar decisiones en bien de sus gobernados. También es útil para empresarios y científicos. Pero los datos estadísticos pueden ser mal interpretados o utilizarse tendenciosamente para sustentar conclusiones falsas. En ese sentido, el análisis de una muestra es fundamental para la obtención de resultados válidos, y generalmente el problema se centra en calcular el menor tamaño posible de la muestra para obtener resultados significativos dentro de un intervalo de confianza. En el caso de la muestra de más de 11 mil casillas, hubo más de 60 por ciento de errores de conteo e imprecisiones. Por extrapolación, la gran mayoría de las casillas se encontrarán en las mismas condiciones.
Lo grave de este asunto no son los errores propiamente aritméticos, sino la reiteración sistemática de casillas donde hay más boletas de las que se dispuso para ellas o más votos de los ciudadanos empadronados, o menos sufragios pero sin boletas no usadas. La incidencia de ese tipo de errores no son aritméticos, insisto; son señales de errores en el sistema. No haber tomado en cuenta esos "errores", no valorarlos como errores sistemáticos, es un grave error jurídico del TEPJF. No sólo histórico o político, sino de valoración jurídica. Debemos aceptar, sin embargo, que ese grave error no podemos aducirlo como prueba del dolo de los magistrados, sino, por decir lo menos, sólo de su candidez. Candidez legal, por supuesto, pero candidez sobre todo. Justo lo que en el pasado electoral de México, a lo largo de numerosas décadas, se pedía a los ciudadanos en cada jornada electoral manipulada: candidez.

domingo, agosto 27, 2006

15 años sin Gregorio Selser

Aunque indispensable para entender la relación que históricamente han guardado los EUA con Latinoamérica, el respeto a don Gregorio Selser no ha sido, que yo crea, tan fuerte como para asignarle el lugar que se merece. Yo supe de él, quiero recordar, allá por 1987, cuando leí un artículo de su cuño sobre la dictadura argentina. Supe con vaguedad que vivía su exilio en México, y que era especialista en temas políticos de nuestro continente. Luego el generoso azar me puso en las manos, gracias a una librería de viejo, el único libro que de él tengo: Sandino, general de hombres libres. Aunque su obra comprende más de cincuenta títulos, basta el temple de esa biografía para saber qué pasta de hombre tuvo Selser.
Varios años después, en 1999, la suerte me siguió mimando, pues en las oficinas de la Editorial Planeta-México, Patricia Mazón, en ese entonces editora y hoy agente literaria, me presentó a Irene Selser, periodista que había leído mi primera novela y, asombrosamente, tenía algunas palabras de elogio para mí. En ese momento, por su acento argentino y por su apellido, le pregunté lo obvio: ¿qué era de Gregorio Selser? Su respuesta fue la esperada: hija. Yo ignoraba que el intelectual argentino se había suicidado, así que sólo pude articular dos tímidas y por lo tanto titubeantes opiniones sobre Sandino, general de hombres libres.
Irene, un dechado de amabilidad e inteligencia (cómo no serlo si lo llevaba, lo lleva, en la sangre), me dijo que iba a escribir una reseña sobre mi novela; semanas después, con renovado asombro, vi su comentario en La Jornada Semanal, suplemento cultural de La Jornada. Salvo el encuentro que mencioné, nunca más he vuelto a ver a Irene, pero un puñado de años después “la reencontré” como editora en Milenio Diario y como compañera de páginas en La Opinión. Soy desde hace meses, por tanto, su adicto lector, pues pocos/pocas como ella para dialogar con los temas de política internacional.
Así, gracias a sus acostumbradas entregas para Milenio encontré hace poco un comentario donde me alertó sobre mi columna de hoy: un 27 de agosto de 1991 murió su padre y ella lo recordó a propósito de la terrible matanza en Líbano. Escribió Irene:
“El 27 de agosto se cumplirán quince años de la muerte de mi padre, el maestro, historiador, periodista y catedrático Gregorio Selser, quien se quitó la vida ese día de 1991, en la ciudad de México, adelantándose así a la fecha final que le tenía deparada una enfermedad terminal.
“Murió a los 69 años, dejando como legado varias bibliotecas, centros de documentación y una obra de medio centenar de libros sobre la historia de Estados Unidos y América Latina; el primero de ellos, Sandino, general de hombres libres, publicado en 1955, a los 30 años desde su natal Buenos Aires, sirvió para que jóvenes nicaragüenses encontraran un fundamento más cabal para su lucha contra la dictadura de Somoza y la creación, en 1961, del Frente Sandinista. Desde ese primer volumen hasta su muerte, mi padre leyó, escribió, investigó, enseñó, amó, peleó y también lloró; esto, ante situaciones históricas dramáticamente extraordinarias, como el golpe de Estado contra Allende en Chile, en 1971, a quien él conocía y admiraba, o bien la masacre de palestinos en Sabra y Chatila, por parte del ejército israelí…”.
Admiro a Rodolfo Walsh; nada me impide admirar igual a Gregorio Selser, otro argentino inmune al olvido.

sábado, agosto 26, 2006

El Titanic nayarita

La suspicacia me llevó a buscar, a calzarme impostoramente la filipina de médico patito para encontrar sin problema una web confiable: www.healthsystem.virginia.edu/, de la Universidad de Virginia. He allí un comentario experto sobre los horribles daños que producen la deshidratación y la insolación, dos de los principales agentes a los que se expone cualquier náufrago honorable. El resultado de mi exploración, imaginémoslo ilustrado con despellejadas y rojizas fotos, es el siguiente (traigo sólo algunos fragmentos cortados con bisturí):
¿Cuál es la causa de la deshidratación? Cuando una persona se pone muy enferma debido a la fiebre, la diarrea o los vómitos, o cuando alguien se expone demasiado al sol, la deshidratación sucede. Se produce cuando el cuerpo pierde agua y sales (…) esenciales como sodio, potasio, bicarbonato de calcio y fosfatos. (…) Sea cual sea su causa, la deshidratación debe tratarse lo antes posible.
¿Cómo se puede prevenir la deshidratación? (…) Beba abundantes líquidos, sobre todo cuando esté trabajando o jugando bajo el sol. Asegúrese de beber más líquido del que pierde.
¿Qué es la insolación? La insolación es la forma más severa de enfermedad por calor y es una emergencia que pone en peligro la vida. Se produce como resultado de una exposición larga y extremada al sol durante la cual la persona no suda lo suficiente como para que baje su temperatura corporal.
Tratamiento de la insolación: Es importante que la persona reciba tratamiento inmediatamente, ya que la insolación puede provocar daños permanentes o la muerte. Existen algunas medidas inmediatas de primeros auxilios que usted puede tomar mientras espera que llegue ayuda, entre las que se incluyen las siguientes: lleve a la persona a una zona que no esté al aire libre. Desvístala y aplíquele con suavidad agua fría en la piel y después abaníquela para estimular la transpiración (sudor). Aplíquele bolsas de hielo en la ingle y las axilas. Acueste a la persona en una zona fresca con los pies ligeramente elevados. A menudo son necesarios líquidos intravenosos para compensar la pérdida de líquidos o de electrolitos. Generalmente se aconseja reposo en cama y la temperatura corporal puede fluctuar de forma anormal durante semanas después de la insolación”.
Como se podrá inferir, los náufragos del Titanic nayarita apenas si dan el gatazo para aprobar un examen de robinsonismo light. Hay, pues, bastante de montaje en esa nota. Más: y si fuera verdad, ¿merece tal cobertura en la tv mexicana frente a la catástrofe institucional que hoy padecemos? ¿Quiénes naufragaron: los pescadores o López Dóriga? Como sentenciaba Cantinflas: ahí está el detalle, chato.

viernes, agosto 25, 2006

Influencia de Brecht

El escándalo provocado por las revelaciones de Günter Grass sobre su infancia accidentalmente nazi me recuerda que entre los escritores alemanas más influyentes de la historia, de ésos que se ubican sólo por debajo de Goethe, está uno que acaba de cumplir aniversario, el 50 de su muerte, ocurrida el 14 de agosto del 56: Bertolt Brecht. Dramaturgo y poeta, Brecht fue, sobre todo, un hombre político que puso su arte al servicio de la lucha del hombre oprimido por liberarse de la explotación.
Brecht es de esos escritores cuyo pensamiento atraviesa generaciones, culturas, modas y, hoy lo comprobé, clases sociales. Todos lo citan, como sucede en el epígrafe de Ricardo Piglia a su novela Plata quemada: “¿Pero qué es robar un banco comparado con fundarlo?”. Ahora, las palabras del hombre de izquierda radical que fue Brecht son usadas por una revista como Players of life, publicación de negocios y buena vida para la gente cuca de La Laguna y de Monterrey. En su ejemplar más reciente (no viene numerado), Players le dedica portada y entrevista a un empresario triunfador (la antítesis de lo que deseaba ser Brecht) y contiene un epígrafe glorioso, lo que quería el poeta alemán que fueran todos los hombres deseosos de luchar codo a codo con los pobres de la tierra para lograr la utopía de la justicia y de la equidad en este podrido mundo: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Sí, es el mismo epígrafe hablado de “Sueño con serpientes”, canción de Silvio Rodríguez, acaso el más famoso cantante y compositor y promotor artístico e ideólogo musical de la revolución cubana.
La parte más importante del quehacer brechtiano está en su teatro, donde innovó, teorizó y puso en práctica las nociones abrevadas principalmente en la obra de Marx, a quien estudió de manera acuciosa. El dilema del arte como entretenimiento o el arte como dinamo de ideas él lo concilió sin didactismos fáciles, aunque si le hubieran dado a elegir una opción seguramente estaría con la posibilidad de crear conciencia por medio de la palabra artística, de ahí que sea posible afirmar que “la estética brechtiana intenta originar el espíritu crítico en pos de la acción revolucionaria”. Un ejemplo claro se encuentra en la Ópera de los tres peniques, donde incisivamente cuestiona el orden burgués “del cual se burla representándolo como una sociedad de delincuentes”.
Players. En fin. Si supiera el marxista Brecht por dónde transitan hoy sus ideas. Todavía no sé si ése podría ser su mejor homenaje.

Colaboración pirateada

Mi amigo Gilberto Prado Galán publicó el domingo 20 de agosto, en el DF, una sabrosa crónica sobre el megaplantón. Sin su permiso la pirateo aquí gracias a las bondades de El Universal on line:

El plantón y la mula de seises
Gilberto Prado Galán

Tras recorrer una franja del megaplantón Reforma-Centro pude confirmar la vitalidad de nuestro espíritu de improvisación, esa inventiva al vapor que nos caracteriza y que, si me apuran, alcanzó evidencia internacional gracias a los desesperados intentos de Zaguinho por levantar la portería maltrecha en el Mundial de futbol de 1994, cuando México se rifaba el pellejo frente a Bulgaria.
Caminamos, en recorrido de turismo familiar "revolucionario", desde el Auditorio Nacional hasta el límite postrero del bosque de Chapultepec. Y las sorpresas se multiplicaron. Descubrimos que en las vertientes de las palabras y los hechos la imaginación azteca no desmaya: la sobada leyenda del voto por voto encontró en latas y botellines de agua vacíos una singular manera de manifestarse.
En Reforma la gente ríe, canta y practica un amplio abanico de actividades culturales, una gama que incluye varias disciplinas artísticas: cine, danzón, literatura, cuentos para niños, manualidades y un rosario de diversiones. En las calles se cantan goles menos aburridos que los perpetrados por los jugadores profesionales. Hombres y mujeres, en una suerte de jardín de las delicias rural, intercambiaban barajas, fichas o piezas de ajedrez. Pude advertir, sin embargo, que el entretenimiento del dominó, donde la mula de seises funge como emblema de la terquedad que demanda la resistencia civil, era el más frecuente. La moraleja analógica: la obstinada mula de seises, como si se tratase de Andrés Manuel López Obrador, debe ser defendida del estrangulamiento inminente.

Agudeza y arte de ingenio
Las argucias verbales son perla del más fecundo ingenio: Feli-pillo (sufijación creativa), "No somos violentos, pero no somos pendejos" (rima asonante), "Felipe Calderón: te creíste muy chingón, pero el pueblo es más cabrón" (rima consonante), "El respeto al recuento ajeno es la paz" (paráfrasis) y la incansable consigna del voto por voto, potenciada al máximo frente al Museo Nacional de Antropología e Historia: "Tláloc clama: gota por gota/ voto por voto/ casilla por casilla" (paralelismo). Es cierto que la postura política cambia y va desde consignas en favor de una "revolución blanca", y subrayada por la prolongación de la frase pascalina "Hay razones del corazón que la razón no entiende: voto por voto", hasta la propuesta radical cifrada en consignas tales como "Si no hay solución, revolución" o "López Obrador aguanta, el pueblo se levanta". Es además indisimulado el guiño irónico, desde el pórtico del megaplantón, donde se avisa: "Perdone las molestias que esto le ocasiona: democracia en construcción". En otro lugar se alude a la construcción del segundo piso de la democracia. Y para rematar recojo aquí esa deliciosa alusión irónica, en las casas de campaña, donde aparecen los rótulos de los hoteles, con un desparpajo e ingenio impares que llega a su extremo en esa casa que dice, en lugar de Fiesta Inn, Hotel Fiesta Innfinita. Y aquí me detengo.
La relación de los pobladores de las casas de campaña respecto de Televisa es, por decir lo menos, ambivalente y problemática. Aunque hay leyendas aquí, allá y acullá contra el emporio mediático del país, durante el recorrido me percaté que los televisores encendidos daban cuenta del aburrido cotejo entre el América y los Tigres de la Autónoma de Nuevo Léon, y esto ocurría, precisamente, en el canal vituperado. La contradicción fue más aguda al descubrir que, en un aparato donde refulgía una pegatina contra el canal 2, repasaban los goles de la disparatada liga del futbol mexicano, junto a imágenes donde denostaban a las televisoras más importantes del país (no sólo a Televisa). Alguien me dijo que veían Televisa sólo porque en ese canal se transmitía el futbol. Readapté, mediante lógica asociación mental, la frase de Uriel Waizel aplicada al Mundial de futbol, y me dije: no ver el futbol en México es, sin duda, un ayuno mediático de temple brahmánico. Y pensé resignado que eran ciertos los manidos versos de Ramón de Campoamor: "Y es que en el mundo traidor/ nada hay verdad ni mentira;/todo es según el color/ del cristal con que se mira" ("Las dos linternas").

Los voladores de Papantla
En la parte final del periplo advertí la estatua de Winston Churchil, en la calle Arquímedes, al fondo, recortado por un letrero donde se leía, ¡oh locos excesos del contraste!, "Hipódromo/Campo de Golf/ Zona hotelera" (tercer mundo elitista), y en seguida giré el rostro hacia las casas de campaña, hacia el descomunal despapaye del megaplantón histórico. Bajo las plantas del bulldog británico destacaba la leyenda: "La tierra es generosa/ Hay suficiente para todos/ Juntos vayamos adelante". Generosa es la tierra, me dije, en otros países y en otros tiempos. Y pensé que acaso AMLO había desatendido la sabiduría que entrañaba la frase del estadista inglés: "La suerte es el cuidado de los detalles".
Inusitado fue el remate. En las afueras del Museo Nacional de Antropología e Historia, justo al lado donde se llevaba a cabo la sahumación prehispánica, esa atípica limpia de energía, vi a los voladores de Papantla e imaginé que los cordeles amarillos constituían una poderosa señal: los habitantes del plantón (de)penden de la voluntad de los líderes amarillos como los voladores penden de aquellas cuerdas. Me acerqué para preguntarle a Ernesto García, el jefe de los voladores, si el espectáculo se enmarcaba en los festejos pejelagartistas. Y me dijo: nosotros estamos aquí desde marzo. ¡Ah! pensé es cierto: la resistencia puede durar años.

jueves, agosto 24, 2006

Bomberito Fox

Hace rato que no estaba de acuerdo con López Dóriga. De hecho creo que, aunque él no lo sepa ni le importe saberlo, nunca he estado de acuerdo con López Dóriga. Pero ayer coincidimos en lo fundamental, sólo que de ahí desprendimos diferentes conclusiones. Para el periodista estelar de Televisa, “Fox jamás pensó, bueno, jamás creyó llegar a esta aduana en medio de una crisis de la que es parte desde que se empecinó en impedir, vía desafuero, que Andrés Manuel López Obrador lo sucediera, vamos, que ni siquiera compitiese electoralmente, lo que se convirtió en una obsesión”.
Más delante, en su columna de ayer añadió que “Aquel día de Semana Santa de hace dos años, Fox marcó su destino y el de López Obrador al convertirse en el principal promotor de su candidatura en una paradoja, casi tragedia, shakesperiana: proyectar al odiado enemigo hasta convertirlo en el candidato más popular”.
El meollo de su argumentación se encuentra en esos dos refulgentes parrafitos. Yo dije ayer que sobre tal tema (los ataques de Fox a AMLO) “no polemiza nadie, a menos que quiera ser tomado como un tonto”. López Dóriga y cualquiera lo da por hecho: el presidente se “empecinó en impedir”, por todos los medios posibles, “que Andrés Manuel López Obrador lo sucediera, vamos, que ni siquiera compitiese electoralmente, lo que se convirtió en una obsesión”.
Pero antes de las elecciones se dio otro tiro por la culata foxista: “proyectar al odiado enemigo hasta convertirlo en el candidato más popular”. Yo dije ayer: “catapultaron al enemigo público número uno de la patria y prácticamente lo colocaron en el estrellato político”.
Acaso resignado al maquiavelismo extremo de la polaca mexicana, o acaso lo que sea, López Dóriga termina diciendo que, pese a los costos de la maquinación antipejista, “Fox se salió con la suya diga lo que diga el Tribunal Electoral: que López Obrador no llegará a la Presidencia de la República”. Más allá de consignar lo que a todas luces ha ocurrido, me parece fundamental que, dada la evidente (para todos) turbiedad con la que se condujeron Fox y el Estado que él encabeza, y dado que para el presidente el plan de aniquilar a AMLO “se convirtió en una obsesión” (las obsesiones, hay que agregar, no se curan con Mertiolate), lo lógico es que ese proyecto llegara al 2 de julio, es decir, que ese día nuestro mandatario todavía estaba metido de lleno en el enmierdadero electoral. Es lo lógico para mí, no para López Dóriga.
No creo en los arrepentimientos de último minuto. Fox tramó una imposición desde “Aquel día de Semana Santa de hace dos años” y hoy estamos a punto de verla consumada. Como dijo Muñoz Ledo, “¡Es un incendiario disfrazado de bombero!”.

miércoles, agosto 23, 2006

Dos textos nomádicos

Estuve ayer en la primera ronda de conferencias organizadas en el Teatro Alberto M. Alvarado, de Gómez Palacio, por la revista Nomádica que muy organizadamente dirigen Armando Monsiváis y Héctor Esparza. No tengo mucho en el intento por involucrarme más con el ambientalismo y sus temas cercanos, pero me da gusto colaborar en las páginas de esta revista que, sin hacer ruido y con grandes esfuerzos, ha logrado colocarse ya en un sitio destacado entre las publicaciones de la localidad. Felicidades pues a Monsi y a Héctor por ese notable emprendimiento.
He publicado ya tres textos en Nomádica. Reproduzco el primero y el segundo; el tercero está en circulación y en dos o tres semanas, si no lo olvido, subirá también al blog. Van:

Pasión de la estepa
Aunque fui un animal viajero, aunque hace mucho gocé el apetito del nomadismo que en la adolescencia me llevó a conocer los recovecos más extraños de la comarca lagunera y de otras partes del país, aunque hace quince años todavía era un vago sin rienda ni rumbo definido, los libros y las aulas me aplacaron ese ánimo y ahora me he resignado a ser sólo un transeúnte del concreto, un pedestre y monótono usuario del asfalto sin más aventuras que las guardadas en la conversación con los amigos y en los libros; sin ánimo de compararme, pues eso sería una blasfemia, me siento como Lezama: un peregrino inmóvil. Pero no son, ha dicho alguien que de momento no recuerdo, las experiencias de la vida menos arduas y complejas que las del espíritu. En este sentido, escribir, descifrar el sentido de un poema o de un cuadro o de un film acaba siendo un viaje tan fascinante como cruzar el Amazonas, y ambas actividades sólo se diferencian por el riesgo que las dos convocan: nulo el de escribir e interpretar; inmenso el de dialogar con el río más peligroso del planeta.
Pues bien, pese a las lonjas que ha prohijado el sedentarismo en mi natural ex esbelto, no dejo de experimentar frente al desierto o la estepa que me cupo en suerte, La Laguna, una especie de arrobo místico, una atracción que me mantiene permanentemente atado a la idea de regresar un día, botas, mochila y latas atuneras de por medio, a las caminatas y a la pernoctación en medio del monte y la amenaza. Ese sueño es mucho más recurrente que el de trepar a una nave espacial o el de luchar contra anacondas en la selva. Lo mío es, pues, modesto: re-asir mi desierto, caminar bajo su sol insolente, zigzaguear entre arbustos, trepar cerros de baja estatura y erizados de cactáceas, dormir a la vera de un mezquite y fumar cigarros Delicados mientras baila un café dentro de alguna ollita azul de peltre.
A ese desierto me refiero, a esa estepa de vegetación tacaña, de liebres orejonas y lagartijas que huyen ante cualquier avance de nuestras pisadas. Dentro de esos espacios veo en estado virginal a La Laguna: esa es la comarca que caminaron los nómadas, los primeros misioneros, soldados y tlaxcaltecas inmigrantes hace poco más de cuatro siglos, es la tierra donde sin imaginación y sin valor es imposible salir airoso, pues todo parece estar hecho para que sucumba la vida y florezca lo contrario.
Bien visto, este desierto es, cuando las manos del hombre no han llegado a mancillarlo, un deleite para los sentidos. Casi me atrevería a decir que para la reflexión y el retiro, para la introspección y el buceo en el alma propia no hay un escenario más propicio, puesto que los distractores son mínimos. Con esas incursiones a la llanura salpicada de matorrales un hombre proclive a la conversación con su yo puede alcanzar, cual místico español, un grado casi perfecto de diálogo consigo mismo y, si cree en ella, con la divinidad, cualquiera que ésta sea.
Lo que quiero decir, simplemente, es que, contra la opinión común y ya canonizada como válida, la secura del llano sólo ornado con austeras plantas es una belleza de innegable peculiaridad y casi entera paz. En las selvas o en los bosques uno avanza siempre con la sensación del jaguar o del oso tras la espalda; en la estepa, en cambio, los peligros también acechan, pero en él se puede caminar con el alma menos tensa, en un silencio sólo interrumpido por el ruido que producen las pisadas de quien las oye.
Atrevo este elogio de la estepa que cantó Manuel José Othón porque ella lo merece y porque siento que en La Laguna nunca hemos advertido la hermosura inherente a tal paisaje. Trato ahora de comprobar lo que digo con un breve argumento: sé que muchos me criticarán por usar esta comparación, pero he percibido en el entorno de Chihuahua o Zacatecas un marcado parecido al lagunero, pero limpio y armónico. La fealdad de nuestra geografía es pues, para mí, supuesta, y sólo depende de la manera atroz de relacionarnos con ella. Basta admirar los costados de las carreteras que sirven de acceso a La Laguna: en vez de sentir que por las ventanillas pasa la belleza, como en otros lados, es una desgracia ser testigos del desfile de mugre con el que adornamos a la flora que sobrevive en las márgenes de nuestras autopistas.
Todo es, entonces, un asunto de respeto. Si la basura afea y pone en peligro mares, bosques y selvas, las estepas y los desiertos no podían ser la excepción. Sé que los alrededores de la comarca son insuperables en tanto fuentes de fascinación estética. Lo lamentable es que no lo sepamos y que sigamos ayudando a destruirlos.

Asunto de todos
Para los profanos en ambientalismo, abundantes como hormigas en el mundo, el cuidado del entorno es, a lo mucho, un mero asunto local, doméstico, y por tanto prescindible dada su pequeñez en el contexto mundial. Como nos ocurre en muchos ámbitos de la vida, pensamos que lo nuestro, lo individual, es poca cosa y olvidamos así que más allá de nuestras narices hay un mundo en movimiento y permanente cambio sobre el cual también podemos influir. Sin fanfarronería, soy de los que creo en la posibilidad de armonizar una actitud que no piense como excluyentes los dos ámbitos: el ambiente local y el ambiente global como prioridades de todo ser humano que adhiera hoy a las numerosas causas de la ecología.
Digo que esas dos visiones no son excluyentes, sino complementarias. Así como no se puede respetar al trabajador en abstracto y explotar al empleado en concreto, no es posible caer en la falacia del miedo por el calentamiento de la tierra y al mismo tiempo hacer un gasto energético desmesurado en el hogar y con el coche. Quien de veras se tome en serio estos asuntos debe, creo, asumir una preocupación doble: lo local, lo doméstico, lo inmediato es tan importante como lo foráneo, lo distante, lo remoto, pues todo está íntimamente ligado y tarde o temprano, como de hecho ocurre ahora, los efectos visibles en lo próximo tienen su origen en algún deterioro aparentemente lejano.
Por intuición, más que por conocimiento profundo, sé que en la práctica no hay acto de nuestras vidas que no lleve aparejado un determinado nivel de aprecio por el mundo. Pensemos en lo que hacemos todos los días, en la aparentemente minúscula e invisible destrucción que propicia cada ser humano. ¿Qué hacemos en una jornada cualquiera? Si no me engaño (observo por caso a alguien que vive, como nosotros, en un clima extremoso), gastamos energía hasta cuando dormimos: gas o electricidad si hay frío; electricidad si nos pega inmisericorde el calor. Ya allí, casi inevitablemente, cooperamos con el deterioro y con el gasto, pues cada litro de combustible o cada kilovatio gastados son un latigazo más al castigado lomo de la Tierra.
Despertamos y, de inmediato, necesitamos del agua para el baño y para despachar otras necesidades íntimas. Como si sobrara en nuestra comunidad y en toda la canica terráquea, muchos nos engolosinamos con la ducha, pues hay pocos ejercicios más gozosos que dejarse cubrir por la cascada doméstica. Al gasto de agua, asimismo, hay que sumar otro: el que demanda su calentamiento, pues aun en verano hay pocos cuerpos que toleran la temperatura fresca del agua.
Vamos al desayuno y necesitamos más gas, más electricidad. Comenzamos a desalojar frascos, envases, bolsas de hule. Recurrimos a detergentes. Encadenado, todo lo que nos llevamos a la boca demandó asimismo un gasto de energía y muchas veces un abuso de los recursos naturales. Si leemos el periódico, por ejemplo, hay árboles allí y hay tintas polucivas y hay gasto de gasolina en su traslado hasta nuestra mesa y hay poderoso insumo de electricidad para mover las rotativas. En fin, ya en el desayuno llevamos cometida una buena cuota de estropicios, y no quiero seguir por este rumbo a riesgo de parecer exagerado o de asustar a los lectores.
Pero la verdad, viéndolo así, al detalle, de miedo lo que el hombre ha hecho para darse confort sobre el planeta. Es una cadena interminable de necesidades que crean y satisfacen necesidades y crean y satisfacen más necesidades, irrefrenablemente, todo con un gasto de energía y de recursos capaz de asesinar en menos de lo que pensamos a eso que nos queda de la Tierra.
¿Qué hacer en este teatro de la destrucción? ¿Renunciar a la comodidad? ¿Vivir como Robinson? ¿Depender de lo que la divina providencia quiera arrimarnos a la mesa? Por supuesto que eso es imposible, al menos en términos colectivos. Lo que sí parece viable es, como dije al principio, asumir una doble postura de respeto al entorno cercano y de conciencia global. Quizá antes no era así, pues los focos de alarma no estaban encendidos, pero hoy un verdadero ser humano es el que Es, más el plus ahora indefectible de una cierta, mínima aunque sea, visión ecologista. Esa microconciencia es la que nos impedirá sacar la mano de la ventanilla para arrojar a donde sea el frasco plástico de la Coca-Cola, es la que nos limitará la placentera ducha de media hora a cinco minutos, es la que nos hará caminar más con las suelas y menos con los neumáticos, es la que, milímetro a milímetro, le puede resarcir al mundo su condición de casa para todos, no de basurero insalvable.
El ambientalismo, en resumen, dejó de ser asunto de unos cuantos. Ahora nadie tiene excusa para no colaborar. Nunca como ahora fue tan cierto aquello del granito de arena.

Desde Rufo

No hay que olvidar al PRI: su miserabilidad sigue siendo rentable ahora que los sinarquistas se agarran de cualquier ardiente clavo. Y pensar que todo esto viene desde el primer beso envenenado, aquel que recibiera Ernesto Rufo Appel en Baja California. Desde entonces el amorío se ha tornado verdadero desenfreno, una secuencia pronográfica de alianzas.

El Estado angélico

Con un monólogo precioso, papá, el señor taxista editorializa sin erudición, con brutal claridad, parte de lo que ha ocurrido: “Ta mal que cierren calles, pues se hace un desmadre bien culero en aquella pinche ciudad, aunque de veras estuvo gacha la manera como quisieron chingar a López Obrador antes de las elecciones”. Sin elegancia, como digo, pero con una sinceridad inoxidable, el señor taxista ha dado en el clavo: más allá del 2 de julio, literalmente más allá del 2 de julio, o sea antes de esa fecha, todos vimos y podemos estar de acuerdo en que hubo una campaña monstruo para destruir políticamente al candidato de la coalición. Sobre eso no polemiza nadie, a menos que quiera ser tomado como un tonto.
¿Y qué pasó? También lo sabemos todos. Tras los videos, tras el intento de desafuero, los rivales del Peje lograron lo contrario a su propósito, pues catapultaron al enemigo público número uno de la patria y prácticamente lo colocaron en el estrellato político, donde el tabasqueño llegó a rebasar con facilidad el 40% en las preferencias electorales. Salvo pues por los “errores” del propio Peje, como decir “cállate, cachalaca” a la entrometida chachalaca presidencial, la andanada destructiva le hizo, como él lo repitió una y otra vez, lo que el viento a Juárez.
Ante la contraproducencia (este neologismo bien lo pudo acuñar el filólogo Santiago Creel) de sus maniobras, el Estado se entregó al afán de bifurcar el ataque: seguiría la guerra de espots contra AMLO, la ofensiva directa, por un lado, y por otro, crearía un empate mediático, forzado, en las encuestas. La firma de los partidos, sancionada por las televisoras a todo gaznate, con la que las fuerzas políticas se comprometían a respetar cualquier resultado, no tenía más objeto que amarrarle las manos al previsible perdedor.
¿Y qué pasó?, pregunto de nuevo. El Estado que a todas luces quiso destruir a AMLO y que no hizo más que alzarlo como el virtual invencible, amaneció el 2 de julio convertido en una tierna paloma, en una especie de Santa Teresita incapaz de ensuciarse las manos ni con una gladiola. Pero ese Estado angélico y sin pecado original concebido había sido la víspera un persecutor tan feroz que ni en una fábula lograría ser verosímil, como si el lobo perverso, al final de su asedio, se autopersuadiera de que lo mejor es comer Maizoro y no engullir ovejas.
Por eso digo que mi casual amigo, el señor taxista, ha dado en la cabeza del clavo: para entender el cochinero del 2 de julio, y el ulterior, hay que remontarse al que todos vimos antes de esa fecha. Eso nos ayudará a comprender que vivimos tiempos de grotesca imposición.

martes, agosto 22, 2006

Capital ido

¿Cuánto capital moral le queda Fox? Tengo la triste impresión de que los centavos que le quedaban se los acabó cuando puso fin al intento de desafuero. Por eso desde entonces no tiene más camino que la payasada, el exabrupto y la burla pueril contra sus opositores, sobre todo si son anónimos ciudadanos frente al Estado Mayor Presidencial.

lunes, agosto 21, 2006

El jefe Goebbels

Todo encaja. Releo los principios de la propaganda de Joseph Goebbels y parece que fue él quien diseñó la estrategia para liquidar al enemigo público número uno de México. Y la campaña sigue, pues de lo que se trata es de dejarlo políticamente frito. Además, mientras la propaganda continúa por todos los medios, las tanquetas ya salen a las calles y las juventudes de la swástica azteca se adiestran en el monte para contener la insurrección amarilla. Esta es, resumida, la lista de “principios” goebbelesianos. A cada uno le cuelgo su milagrito entre paréntesis (cito de Wikipedia):
1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo; individualizar al adversario en un único enemigo (el populismo).
2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; los adversarios han de constituirse en suma individualizada (AMLO).
3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque (“la izquierda violenta”).
4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave (el affaire del paraje San Juan).
5. Principio de la vulgarización. "Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar" (el estribillo “es un peligro para México”).
6. Principio de orquestación. "La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas" (campaña de espots).
7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa (la vocería de Fox).
8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias (“información” en medios electrónicos).
9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines (los misérrimos datos sobre las asambleas y sobre el megaplantón).
10. Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas (el miedo sembrado en la población sobre el regreso de las crisis económicas).
11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa "como todo el mundo", creando una falsa impresión de unanimidad (los espots del IFE donde “ toda la gente” señala que la jornada electoral fue ejemplar).

Colección de nuestro pays

Lo que parece errata, “pays”, es simplemente la grafía que nuestros primeros colonizadores europeos usaban para referirse, no por supuesto a una nación, como ahora, sino a una región con ciertas características comunes, como ocurrió en esta zona del mundo que ahora es el suroeste de Coahuila y el noreste de Durango. Así, “el pays de las lagunas” o “de la laguna” fue la forma como se refirieron durante la Colonia, sobre todo los misioneros, a la que hoy conocemos con el topónimo de La Laguna.
Ese bello nombre, “El pays de La Laguna”, ha sido usado ahora con soberbio tino para dar bautizo a la más reciente colección editorial de la Universidad Iberoamericana. Como son pocas las aventuras editoriales que se emprenden precisamente en nuestro “pays”, resulta meritoria no sólo la etiqueta que abraza a la colección, sino su ideal de publicar trabajos escritos por laguneros que hasta el momento, pese a su valor, no han recibido el abrazo de la imprenta. Con esta serie, señala Édgar Salinas Uribe, la UIA conmemora 25 años de presencia en La Laguna.
El primer número contiene un ensayo de Alejandro Cárdenas López, joven egresado de la Ibero y actual director general del Instituto Coahuilense de Acceso a la Información (ICAI). Interesa su trabajo por una razón simple: dada la corta edad de la instancia que representa, es imperativo difundir entre la comunidad el origen, el sentido y la trascendencia del acceso público a la información generada en el espacio gubernamental.
Lo apunta bien Salinas Uribe en la presentación del proyecto general y de este ensayo en particular: “… el acceso a la información y la transparencia gubernamental son elementos que favorecen un desempeño más eficiente de los gobernantes y con ello se fortalece la gobernabilidad. Un modo de contribuir ciudadano al actuar de los gobiernos es arrojar luz sobre las decisiones que los proclives a la opacidad preferirían hacer arropados por la noche de la discrecionalidad”.
Bajo ese entendido podemos ingresar al texto de Cárdenas López, y allí encontraremos una exploración sintética y a la vez profunda sobre el tema del acceso legal a la información gestada en las esferas oficiales. En siete breves apartados, el autor desarrolla una explicación puntual sobre el valor, la historia, el sentido, las implicaciones y los resultados que trae consigo la articulación de una dinámica informativa que tienda al aperturismo y no, como hasta hace poco, a la terca cerrazón o a la ya mencionada “opacidad”.
El ensayo de Cárdenas López y el nacimiento de una colección son dos aciertos unidos; la UIA celebra con buenos frutos su presencia de cinco lustros en “el pays de La Laguna”.

viernes, agosto 18, 2006

Coctel

¿Por qué no se me cae de la cabeza la idea de que estamos viviendo una imposición? Por más que deseo creer en la limpieza de las elecciones, una y otra vez golpeo con la certeza de que todo fue un pudridero. ¿Podemos esparar algo bueno de Fox, de la Sahagún, de Espino, de Fernández de Cevallos, de Creel, de Felipillo? ¿Y si a eso le sumamos a Elba Esther? ¿Y si ponemos allí mismo los apellidos de Azcárraga y de Salinas Pliego? ¿Y por qué no creer que todo es sórdidamente movido por el Innombrable? Es un coctel asqueroso. Yo no me atrevo a pegarle el trago.

Maremagno de palabras

En su Contemporánea de ayer José Alfredo habló con agudeza de la desacralización del texto debido al maremagno de papeles que tenemos todos los días frente a la vista. Pone como ejemplo el caso de los manuales que acompañan a nuestros aparatos electrónicos. ¿Alguien los leerá? Como él, me abstengo lo más que puedo de ingresar en la prosa instructiva que da minuciosa cuenta de todos los conocimientos relacionados con el uso del celular o de la lap top. Imposible. Dos o tres botones, dos o tres consejos de viva voz me sacan de apuros, y que otros hombres más tecnologizados le saquen todo el jugo al último recurso de la novísima Palm.
El problema no está en la falta de amor al conocimiento, sino en la convicción de que apenas dominamos una máquina cuando ya salió la otra con chorrocientas mil utilidades más. Es el mito de la totalidad del que ya alguna vez escribí. El hombre actual, solo con el Internet, podría saciar, sin consumir ni una misérrima parte de lo que hay en la www, toda su sed cognitiva. Ahora, pues, ante la avalancha de información, lo fundamental no es abarcar mucho, pues lo mucho sobra por mucho, sino apretar, bien apretado, poco, lo humanamente apretable.
No leo manuales, como José Alfredo, pero tampoco leo nada que escape aunque sea mínimamente a mis intereses. Así, mi círculo de lectura es tan estrecho como lo permite el tiempo del que dispongo para leer. Prefiero eso al riesgo de ser erudito superficial. Tres periódicos (uno en papel y dos virtuales), una revista semanal, correspondencia de ocho o diez amigos, y permanentemente un libro que por alguna razón especial sea “mi” libro de ese día o de esa semana. ¿Puedo con más? Supongo que sí, pero con seguridad, si abriera cancha a nuevas horas de lectura, sería de libros que han quedado rezagados en mi agenda, y no sumaría más periódicos ni más revistas ni mucho menos vagabundearía en la red en busca de “algo” para leer. El tiempo es finito, e infinitas las páginas al alcance de cualquiera. Por eso es una proeza ganar hoy un lector, dos lectores fieles. Este día, por ejemplo, luego de escribir estas líneas, y luego también de haber deslizado los ojos por dos diarios, erraré por las páginas de Los buscadores de oro, autobiografía parcial (recuerda su infancia) de Monterroso que debo releer para incorporar algunos datos al libro que repulo sobre el gran microrrelatista centroamericano. Y además del pragmatismo, ¿qué me lleva a Monterroso? Casi nada: la certeza de que nunca escribió un renglón con desenfado y de que en su prosa siempre hay un poderoso olor a eternidad, lo que jamás encontraría en las miles y miles de páginas que jamás visitaré.

jueves, agosto 17, 2006

La mano dura

A estas alturas del latísimo proceso electoral ya no queda duda de que, ante la transición concertada del 2000, el 2006 evidencia un franco retroceso en términos de transparencia electoral. Eso se debe a que el del 2000, que se antojaba turbulento dado el septuagenario monopolio priísta, fue en verdad terso porque nunca hubo cambio de nada. Lo que más importaba, no pisarle los callos al poder económico, cuidar a ultranza los intereses de unos pocos, fue con Zedillo y es con Fox una misma y pura cosa. De ahí el aterciopelado cambio de estafeta, una cesión que mucho tenía, más bien, como se puso de moda con Salinas, de concertacesión.
La fiesta se aguó cuando, más allá de la macroeconomía que en México tiene veinte años de mostrar indicadores halagüeños, abajo, a ras de tierra, la gente comprendió lo que ganan Slim y compañía. Este país, como pocos en el mundo, tiene fortunas majaderas, de revista Forbes, y al mismo tiempo un ritmo imparable de éxodo por pobreza extrema. A menos que se piense que los miles de mexicanos que buscan suerte en EUA lo hacen por turismo laboral, es incuestionable que los bajos salarios, el desempleo y otras mil carencias empujan al mexicano abajeño hacia el albur del sueño gringo.
De allí surge, y prende, la figura de AMLO. Su movimiento entendió muy bien, con todo y la escoria priísta que se sumó gracias a esos oportunismos que en México nunca faltan, lo mucho que el pueblo agraviado necesitaba un discurso que no escondiera su deseo de transformar al Estado gerencial en un Estado social. Le gente, harta del atole con el dedo que han sido los últimos gobiernos, salió a la calle, apoyó, creyó sinceramente en la limpieza del filtro electoral, y por eso antes de las elecciones se vio claro que, más entre las cúpulas empresariales, todo era aceptable, menos que ganara el loco ése que enfatizaba, así fuera de a mentiras, su anhelo de desmantelar el modelito de 25 años. Por eso los videos, por eso el desafuero, por eso la campaña negra de espots, por eso la jornada oscura del 2 de julio, por eso el manipuleo de los paquetes que luego se abrirían para “el recuento” por órdenes del Trife. Todo, sin embargo, se ha dado en términos pacíficos, sin derramamiento de nada.
Pero lo ocurrido en San Lázaro y las declaraciones de Calderón en el sentido de estar listo para gobernar pese al malestar social, muestran que la mano dura amaga con enseñorearse por el país, principalmente en la capital, donde me parece que es imposible la tranquilidad si no hay recuento íntegro. Nadie esta preparado para el escenario de la radicalización violenta, pero ya asoman sus conatos.

miércoles, agosto 16, 2006

Maldito dinero

La anciana viste toda de amarillo. Para reforzar su identificación con la causa porta un prendedor y un pegotito con el sol azteca. Camina y habla mientras exhibe, detenida con ambas manos, una copia fotostática con frases sobre las elecciones. Recargado en el muro-barandal exterior de la catedral, su “público” la mira, no dice nada, y ella afirma: “Hubo fraude, señores, fraude, ¿y saben por qué? Por el dinero, por el maldito dinero”. Sola, apasionada en su lucha, la anciana avanza, busca a otro público, intenta persuadir a los ya persuadidos.
Esta es una mínima instantánea de las miles que para protestar se ven en el centro histórico de la capital. El ingenio desborda cualquier aspiración de crónica, y aunque ya nadie sepa bien a bien (Lorenzo Meyer dixit) cómo va el enredijo de las cuentas, muchos están convencidos de que hubo chanchullo. Pero es domingo, hay asamblea, hay fiesta. Pasadas las doce del mediodía, con más de una hora de retraso, llaga la plana mayor de la coalición; habla primero Horacio Duarte, da cifras, la gente oye. Luego viene el Peje; propone, explica, señala; miles oyen, el aire se pinta de silencio, la atención se clava en escuchar las nuevas estrategias.
El acto termina y comienza la desbandada. El hormiguero humano es tan amplio como pacífico y alegre. Ni un pleito, ni una insolencia. Los ríos de gente desahogan el Zócalo, pero otros llegan, así que el lugar nunca deja de parecer un enjambre. En Madero, en Juárez, en Reforma, los campamentos ofrecen, todos, algo para distraer y/o convencer a la gente. Los shows son gratuitos y sólo a veces se pide una cooperación voluntaria.
Los payasos, los roqueros, los cantantes vernáculos, los bailarines, los músicos de cámara que se presentan son machacones antes y después de cada acto. “¿Y cuál es nuestra lucha?”, preguntan. El público, de inmediato, responde: “¡Voto por voto, casilla por casilla!”. Las bromas, las ofensas lúdicas que los payasos, por ejemplo, dirigen al público, se refieren al enemigo: “Los que no aplaudan son cuñados de Calderón”, “los que no cooperen son panistas”.
El día entero se va y las actividades del domingo no cesan luego de dos semanas de plantón. En todo momento hay algo qué ver, como si el ingenio se hubiera potenciado en éste que ya es, para muchos, el récord Guiness de los plantones.
Puede ser o no cierto, pero, en efecto, la ciudad de México, o su centro, ha sido tomada por una causa que ha hecho de la inventiva y la paciencia sus mejores instrumentos. Viene la parte más dura, cierto. La realidad es ya un embrollo. Y todo, como afirmó sabiamente la viejita, todo por el maldito dinero.

Lezama

Si Borges fue la inteligencia desmesurada, el narrador, poeta y ensayista cubano José Lezama Lima fue la belleza sin coto, la incandescencia llevada a límites cegadores. Y no ubico de casualidad al caribeño junto al argentino, pues ambos no sólo representan, creo, dos extremos del talento en Latinoamérica, sino que pueden fácilmente ser unidos en virtud de sus abismales diferencias. Si Borges es la contención, el equilibrio, la suprema elegancia de la matemática verbal, Lezama es el torrente, el chisporroteo, la canasta con todas las frutas unidas en una orgía de colores que nadie puede bien a bien entender, pero que a muchos seduce.
Nació Lezama en 1910, y un 9 de agosto de 1976 murió —porque era imposible que pudiera morir en otro sitio— en La Habana. Al escribir sobre él en este preciso momento, en la madrugada del 9 de agosto de 2006, sobre un camión en marcha de la línea Turistar rumbo a la ciudad de México, me siento atravesado por la paradoja: Lezama, quien por su asma, su obesidad y su terror al transporte se autodefinía como el “peregrino inmóvil”, es ahora descrito por mi computadora móvil con el ánimo de no dejar pasar este día sin celebrar que hoy, hace treinta años, el habanero atravesó la frontera de la vida para colocarse al lado de los muertos invencibles por la muerte.
Sólo un par de veces salió el poeta de La Habana; se sabe que alguna vez estuvo en Jamaica y otra en México. Su condición de ser humano estático no le impidió, sin embargo, henchirse de mundo; como pocos, como muy pocos, Lezama era capaz de describir todas las realidades, incluidas las que creaba su pulposa fantasía, con tal detallismo que alcanzó algo así como el estatuto de cosmopolita honorario. La lectura fue entonces, para él, la puerta y el camino, el salvoconducto al universo-mundo agazapado en signos sobre papel.
Y conquistó. Ganó lectores, lo que de alguna forma es ganar batallas, sin moverse de su amable sillón. Desde allí, como desde un trono, Lezama armó sus libros, leyó toda la literatura, forjó legendarias revistas, instruyó a jóvenes escritores, despachó lentos habanos, saboreó pasteles, bebió infusiones mágicas e imaginó un mundo literario al que no le servía la expresión convencional, de ahí que, como agua que por naturaleza abre rendijas en la roca, inventó un español casi ajeno al español, tan suyo que hasta los lectores más feroces del momento —Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, Monsiváis— tuvieron que rendir su admiración al gordo aquel varado por siempre en la calle Trocadero de La Habana vieja.
La nota periodística que me trae el recuerdo de este aniversario me permite, pese a la improvisación de estas palabras en tránsito, citar un breve pasaje de la obra lezamiana. Acostumbrados como estamos al menor esfuerzo en todo, y esto incluye la lectura, el cubano siempre decía que “sólo lo difícil es estimulante”. Cierto que su obra es un desafío y quien quiera encontrar diamantes debe picar piedra; Lezama es una veta para eso. No por ello dejamos de encontrar luminosos y claros momentos en su obra, como éste donde se transparenta su inquietante genio: “a todo sobreviví y he de sobrevivir también a la muerte. Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrección, entona ante la muerte un hurra victorioso...”.

Vistazo al Zócalo

Pude caminar el Zócalo otra vez. Era necesario sentir de cerca ese ambiente, la manifestación pacífica más radical contra las evidencias de fraude nacidas antes y después del 2 de julio. Los campamentos de todo el país, asentados en la plancha de esta gran plaza, no dejan lugar a dudas de que el movimiento es ya, desde ahora se puede afirmar esto, uno de los más importantes, o el más, a que a dado lugar la vida política de la nación. Lo digo no sólo por el número de personas que convergen allí y son cobijadas por decenas de tendajones, sino, principalmente, por la cantidad altísima de personas que se han reunido y se reúnen todavía para sus asambleas. Es una lucha descomunal, entusiasta, rica en inventiva y en cuyo rostro lo menos que ahora se dibuja es el cansancio.
Delimitado con cercos de tubo, el gigantesco asentamiento del Zócalo es apenas el remate, la desembocadura de un río insólito: es Madero, es Reforma, son los campamentos que, alineados uno tras otro, forman una larga fila de espacios donde la protesta se expresa de todas las formas, empezando por el asentamiento en sí, por la toma de la vía pública. En cada techumbre hay militantes de organizaciones políticas provenientes de todo México; lo mismo están allí campesinos de Puebla que cooperativistas de Michoacán, choferes del Estado de México que estudiantes de Guadalajara. Es una lucha donde prevalece el amarillo, donde todo puede escasear, menos la imaginación para encarar con entusiasmo una estancia que amenaza con dilatarse.
Si sus opositores le apuestan al cansancio o a la desmoralización, sentí que por ese camino difícilmente van a tener resultados positivos. La gente es otra: en paz, sin ceder a ningún tipo de provocación, ejerce su derecho a protestar por el único derrotero que ha quedado. La ruta institucional, que hubiera sido la mejor, está severamente cuestionada por el propio actuar, sobre todo, del presidente de la república que no estuvo nunca a la altura de las generosas expectativas que motivó al inició de su gestión. Al contrario, es Fox el principal objetivo del reclamo en el Zócalo; le siguen el IFE y Calderón, luego quizá Salinas. Ellos son, si la vista no me engaña, los más caricaturizados, los asiduos destinatarios de la invectiva. Con mensajes elaborados en manta, en vinil y a veces en cartón del más barato, suena fuerte aquí la protesta contra ellos.
Por supuesto no será oída, ya que a Fox le desagrada mucho la idea de ver a un presidente entrante con el cual nunca se identificó. Todo lo que veo alrededor me hace notar que poco a poco llegamos al impasse. Ignoro qué seguirá después de eso.

Apartheid lagunero

La crónica ya la conocemos: el sábado 5 de agosto comenzó el torneo de apertura para el Santos. El cotejo fue contra Monterrey, y además de un apagón, el incidente que levantó mayor ampolla fue el tratamiento presuntamente racista que recibió el panameño Felipe Baloy, jugador de los Rayados. El árbitro Fabián Delgado asentó en su cédula el comportamiento de la afición lagunera, lo que introdujo el tema de la discriminación étnica en el futbol y el periodismo mexicanos.
No demoro mi opinión sobre el asunto: me parece exagerado pensar que tras una agresión que no llega a lo físico se arme un jaleo noticioso de tan subidos tintes. Miguel Herrera, verbigracia, habló de la barbarie ya bien conocida (bien conocida según él) de los fanáticos santistas. Lo dijo como si los aficionados del Monterrey fueran institutrices inglesas y no como lo que sabemos que son: ostrogodos con jersey de gruesas rayas azules. Ya hace dos o tres temporadas, no recuerdo, muchos seguidores del equipo regio provocaron una batalla medieval en el entorno del Corona, y prácticamente no hubo nadie que les pudiera hacer frente pues tiraban puñetazos, patadas y riscazos como si fueran discípulos de Atila. El gentleman Miguelito Herrera, quien por cierto militó en el Santos y nunca se distinguió por ser precisamente un jugador terso, añadió que lo fanáticos laguneros que manifestaron su racismo contra Baloy sólo merecen ser calificados como “nacos”.
Insisto: hay que bajarle. Si comenzamos a sumar las manifestaciones verbales de tirria al rival futbolero no acabaríamos de computarlas. Cuando el enemigo es pelón, los aficionados de todo México le gritarán “pinche pelón”; si anda pasado de kilos, le gritarán “maldito gordo” o “cabrón marrano”; si es chaparro, no faltará que le digan “tapón”, “enano” y lindezas parecidas, todas aderezadas con maldiciones misceláneas. Por eso, al jugador negro (sólo cuando es enemigo, no cuando es Dolmo o Robson) le tupirán lo suyo sin piedad, con una beligerancia no vista en las calles y sólo superada por lo que declaran algunos empresarios contra López Obrador.
Es entonces exagerado llevar el caso a los tribunales de la disciplinaria y crear la imagen de racistas a los laguneros. Si lo son, no lo son más ni menos que los demás mexicanos, pueblo que en general es tolerante en el sentido racial aunque no deja de ser evidente que cierto color o la simple condición indígena genere recelo entre los mestizos que secretamente se creen arios. Una consideración final: ya trepado a la tribuna, cualquier ciudadano modelo es un hooligan en potencia. De qué asustarnos, pues.

Fresas salvajes

El periodismo suele tener también sus tics. Junto a la información de lo imprevisible, de lo eventual, aparece todos los días la nota de la temporada, el hecho sólo actualizado al año que corre. En estos días, por ejemplo, no faltará la información referente al regreso a clases, y pronto vendrá lo que sigue del calendario: 16 de septiembre, 2 y 20 de noviembre, 12 y 24 de diciembre, 1 de enero... Como el periodismo informativo, el de opinión puede seguir una ruta similar, todo depende de los intereses de quien escribe y de sus obsesiones recurrentes.
Los míos, por cierto, nada se relacionan con la nota roja, pero ya hace poco escribí algo titulado “La era de los júniors”. Hoy, a propósito del desaguisado ocurrido en la cantina Sanquintín, recaigo en el comentario sobre hechos violentos que, como ordenan los cánones de la retórica policial, se dieron al calor de las copas. El borlote fue el mismo: decenas de niños fresa con aspiración de hombres se envalentonan estúpidamente y a propósito de cualquier provocación arremeten a putadazo limpio contra quien se atraviese.
Eso pasó el fin de semana en Sanquintín. Ni modo, si los hijos de papá quieren poner en práctica su pericia pugilística (hoy es nice entrenar box), allá ellos, pero que le quieran hacer al vivo intentando madrear a camarógrafos y reporteros me parece la más ruin manifestación a la que ha podido llegar nuestra ya de por sí baja clase alta. Vi las escenas en el noticiero de Televisa Laguna, y esas criaturitas de dios son verdaderamente lindas cuando se engallan: con sus voces de mando, las mismas que usarán al encargarse del negocio familiar, injuriaban a los comunicadores y no faltó el rancherry que tiró mandobles y patines a la más pura usanza de Hulk Hogan. Lo pasmoso del caso es que allí andaba la autoridad, cuicos que nomás guachaban a la horda pirrurris y que no se atrevían a entrar en acción. Una vez más, por si faltaban ocasiones para demostrarlo, queda en evidencia que ante la ley no es lo mismo un cholo de la San Joaquín que un Ricky Ricón de Sanquintín. ¿Qué pasaría si las patrullas, en vez de acudir a un llamado en esa cantina, fueran solicitadas en la Terraza Riviera? Fácil. A la pelusa, palo; a la fresada, ni con el pétalo de un esposamiento.
De esto no tiene la culpa, claro, la gendarmería llana, sino la autoridad que nunca ha hecho de nuestra policía una institución digna de respeto. Ni con José Ángel Pérez ni con Alfredo Castellanos ni con nadie Torreón ha brillado por su seguridad pública. Mucho menos cuando hacen de las suyas, con deliciosa impunidad, los chicos de nuestro Beberly Hills 90210.

Programa reptil

Ojo: por lo que dice y por lo que calla, la tv siempre es un termómetro, la ventana más abierta —incluso cuando está cerrada— para mirar los diferentes rostros de la realidad, pues nunca ha mostrado empacho en erigirse como la mejor vocera o solapadora del poder. Va pues uno más de los ejemplos que tras una observación quisquillosa permiten admirar de qué madera está hecha la tele. De ahí desprendo, en consecuencia, la oscuridad con la que se maneja el gobierno federal en contraste con la lucha ostensible, abierta y hasta hoy legalmente intachable de la coalición lopezobradorista.
El lunes 7 de agosto, durante el noticiero de López Dóriga, aparecieron cortes que, como enigmática publicidad, anunciaban un programa en el que se aclararían muchos detalles de la jornada electoral. Una especie de interrogante volaba en todo el anuncio: ¿sientes que tu voto fue respetado? Si tienes dudas acerca de la jornada electoral, no dejes de ver el programa que se ofrecerá después del noticiero de Joaquín López Dóriga. Por supuesto, no lo cito textualmente, pero sé que respeto el espíritu del promocional. Y un detalle importante: nadie se atribuye la paternidad del mensaje.
¿Quién planeó/pagó ese anuncio? ¿Por qué aparece como anónimo? ¿Por qué Televisa no impidió que el mensaje mencionara explícitamente a López Dóriga? ¿Es Televisa la que lo hizo? Como dice el tango: “Sombras nada más”. Luego el programa fue una especie de alabanza a la santidad del proceso electoral, una instructivo del IFE sobre el arte de organizar elecciones impolutas. Al final, lo esperable era ver la firma institucional, pero nada: sólo tres líneas con un mensaje: Sociedad en movimiento. ¿Y?
Un importante número de mexicanos duda del aseo con el que fue realizado el cómputo electoral, y por ello exige aclarar borrones con un nuevo conteo íntegro. Su queja la ha manifestado por todos los medios, incluidas las tres asambleas informativas en el Zócalo, las decenas de plantones en toda la república, Internet, cientos de periódicos, etcétera. En cualquier caso, la petición de transparencia se ha expuesto transparentemente, frente a todo el país, con nombres propios, rostros, logos, banderas y el membrete de la coalición a la vista de México. Por otro lado, la derecha mexicana fue oscura antes de las elecciones, armó una guerra sucia marrullera, activó el fundamentalismo político a grados indecibles, dio todo tipo de patadas por debajo de la mesa, siempre con el rostro oculto.
Hoy hacen lo mismo con esos “programas” reptil: venenosos, anónimos, calladitos. No por nada se ha exigido claridad. Los oscureros no saben dar la cara.

Mirada a La otra mirada

Entre los muy variados intereses de David Lagmanovich, el microrrelato ocupa un sitio de especial relieve. Eso lo demuestra con la numerosa cantidad de artículos que ha escrito sobre el tema y, sobre todo, con la ejecución de notables piezas ya organizadas en volúmenes que, pese a su limitada distribución, han llegado a manos de lectores que han sabido apreciar favorablemente su talento como creador de narraciones brevísimas. A esa doble faceta de crítico y autor, el microrrelatista Lagmanovich suma la de conferencista y la de antólogo, todo lo cual permite decir que es él uno de los más autorizados especialistas sobre el microgénero en el ámbito que abarca nuestra lengua.
En su papel de crítico y compilador, el argentino preparó en 2005 una robusta selección de microrrelatos escritos originalmente en español. Esa abundante muestra, que tiene por rasgo saliente su equilibrado sentido geográfico y cronológico, es enmarcada por Lagmanovich con una introducción que traza los perfiles básicos del microrrelato, desde “Los orígenes de la minificción” y “La minificción en nuestra cultura”, hasta los “Elementos internos del microrrelato” y “Para una tipología del microrrelato”. En todos los casos asistimos a descripciones y análisis que, sin renunciar a la profundidad que requiere todo estudio introductorio digno de ese nombre, dan cuenta sobre el asunto al gran público, como cuando asienta que “Estamos, pues, en la era de la brevedad; y así como, en poesía, el haiku japonés llama cada vez más la atención en Occidente, también la minificción (o microcuento, o microrrelato, nombre este último que preferimos) cobra nueva vigencia. Narraciones brevísimas las hubo siempre, a lo largo de toda la historia de la Humanidad; pero ahora son, por así decirlo, sistemáticas y no ocasionales. Ya hemos indicado la habitualidad con que hacen su aparición. No son visitantes ocasionales, sino que han encontrado un lugar en nuestra cultura, y lo han ocupado para quedarse”.
Habida cuenta de ese florecimiento conciente y ya nada azaroso, es muy oportuna la organización antológica del material, más de una criatura narrativa que por sus dimensiones facilita la organización en libros colectivos, como también ocurre con la poesía. Este propósito se ve ampliamente expuesto en La otra mirada pues, como dije, además del estudio que abre el volumen las piezas son ordenadas de acuerdo a un criterio que ayuda a la comprensión histórica de la minificción. Así, el volumen avanza —y este acomodo es en sí mismo revelador— de los “Precursores e iniciadores” (Darío, Lugones, Reyes, Torri, De la Serna, López Velarde, Huidobro, Macedonio), pasa por “Los clásicos del microrrelato” (Arreola, Borges, Cortázar, Monterroso y Denevi), hace parada en “Hacia el microrrelato contemporáneo” (Matute, Aub, Piñera, Bioy, Valadés, Anderson Imbert) y aterriza en un amplio catálogo titulado “El microrrelato hoy”, donde figuran escritores en su mayoría vivos (Benedetti, Samperio, Jiménez Emán, Epple, Peri Rossi, Galeano, Valenzuela, Shua, Brasca, Guedea, entre otros).
Se trata entonces de un libro abarcador, de un esfuerzo compilatorio que además, y esto no es flaco detalle, agrega las referencias biográficas de los autores antologados y una lista importante de la bibliografía complementaria. La otra mirada es por todo un libro clave para conocer de un vistazo la minificción escrita en español. Si a eso sumamos su pulcra edición, estamos ante un libro acabado en todos los sentidos, ante un acierto pleno de Lagmanovich y de Menoscuarto Ediciones.

Realidad y género policial

Lo barato puede salir bueno. Hace una semana compré en La Prensa, librería de Chihuahua, tres horribles tomitos (en rústica, papel revolución, 10x8 centímetros, portadas chillantes) de una serie titulada Lo mejor de lo mejor de la novela policiaca, coleccioncita amparada por el sello fantasmal de Ediciones Taxco. A primer vistazo, el conjunto es atroz, más feo que la novela policiaca semanal de los estanquillos, razón que haría recular a cualquier bibliófilo más o menos bien nacido. Pero soy, o creo ser, un husmeador tenaz de libros y me atreví a hojearlos con mayor detenimiento dado el ridículo precio que lucía en la etiqueta anaranjada (siete fierros por c/u): la sorpresa fue extraordinaria, pues entre muchos autores totalmente desconocidos (por mí) figuran otros de renombre como el papá del policial Edgar Allan Poe, Maupassant y Conan Doyle.
Obviamente no se trata de novelas, como anuncian las malhechas portadas, sino de cuentos. He tenido, pues, casi sin pretenderlo, la oportunidad de releer algunas historias memorables, como “El doble asesinato de la calle Morgue” o “El jorobado”. En esos y en los otros casos de cuentos para mí desconocidos he reavivado la felicidad que provoca deambular por las ficciones detectivescas. Se ha dicho con verdad que la mayor estratagema del género consiste en que el autor conoce desde el principio los resortes causales que movilizarán toda la trama; lo que en apariencia es casual, accidental, en realidad obedece al gobierno del autor, a su dictatorial acomodo de los detalles. El juego consiste (sea en la historia “de intriga” o en el llamado policial “duro”) en atrapar al lector y, con insinuaciones hábilmente colocadas, con datos que tengan “proyección ulterior”, retarlo a que anticipe el desenlace del asunto contado.
Narro sintéticamente un ejemplo (“La mejor táctica”, de Ferenc Molnar): la policía recibe un anónimo sobre malos manejos de un gerente de banco en provincia; las autoridades investigan y no hallan nada, sólo cuentas excelentes. El anónimo insiste, se investiga, el banco está en orden casi perfecto, no hallan nada. Ante las dos investigaciones, el gerente siente manchada su honorabilidad, y amenaza con renunciar. Como sus resultados desafiaron con éxito dos auditorías seguidas, los dueños del banco lo retienen como empleado y le aumentan jugosamente el sueldo. El desenlace es genial: las cartas anónimas del gerente (la causa) surtieron un espléndido efecto.
He leído estos relatos con la mente colocada todo tiempo en nuestra realidad, una realidad retacada de causalidades. ¿Quiénes mueven los hilos de la trama nacional? Seamos sus lectores.

El diálogo posible

Javier Corral, senador del PAN, publicó el lunes pasado su habitual colaboración en El Universal. Así sea un poco tarde, bien vale comentar esas palabras en este momento en el que, se insiste desde todas las trincheras, el diálogo entre las partes antagónicas ha quedado trunco. Se podrá estar de acuerdo o no con Corral, pero es un hecho que su posición lo convierte en un interlocutor simbólico de quienes se niegan a creer en la inmaculada condición de los resultados que emitió el sospechosista IFE.
Colocado en una posición intermedia, el senador chihuahuense se lamenta del extremismo en el que se han colocado los debatientes. “Con ninguno tengo interés personal de quedar bien, o acomodarme, porque de entrada rechazo tanto el fundamentalismo ideológico que divide a los políticos ‘de izquierda’ y ‘de derecha’, como el dogmatismo político que clasifica a los actores en buenos o malos”. Parte pues de ese simple presupuesto para establecer la posibilidad de conversar, dado que, a su parecer, ninguna palabra podrá ser expresada si de antemano, contumaces, etiquetamos de enemigo intransigente al posible interlocutor.
“En el manejo de la información que sobre las elecciones ha proporcionado la coalición Por el Bien de Todos y, principalmente, su candidato Andrés Manuel López Obrador, hay una especie de mala fe que tiene como ejes la parcialidad, la descontextualización, la magnificación. En un repaso cuidadoso y objetivo de cada uno de sus argumentos e impugnaciones, uno se encuentra la contradicción como dato permanente, y distintos tipos de ‘fraude’ como variables cada semana”, dice Corral.
Por otra parte, a esa postura “Se suman las declaraciones del vocero presidencial y del propio presidente Fox, ninguna afortunada, ni siquiera por excepción. El consistente golpeteo en la mayoría de los medios de comunicación electrónica a AMLO, y su correspondiente descenso en la cobertura, no refuerzan la duda sobre la elección, sino el coraje y la frustración de quienes perdieron dentro de un proceso electoral en el que aceptaron participar con reglas muy desfasadas, pero que creyeron vencerlas mediante la estrategia de la lucha de clases. A varios de mis compañeros y amigos en el PAN les he pedido no hacer de nuevo ‘perros del mal’ a los del PRD, metiéndolos a fuerza en el costal de los violentos, siguiendo el método empleado por el presidente Salinas”, añade.
“Sí, aunque resulte molesto ser rehén de una estrategia descalificadora sin sustento, es fundamental dar señales claras y contundentes de que no se opone al recuento parcial o total”. He ahí entonces el dilema del Hamlet electoral: contar o no contar, y que los adjetivos queden al margen.

La izquierda “violenta”

Cuando la sigla identificada con la izquierda hace plantones provoca la histeria de las dos televisoras. Alarmadas, las señoritas Televisa y TV Azteca hacen sentir a su público que las manifestaciones son algo así como la tercera guerra mundial en miniatura. Es parte del show, y ya se sabía desde hace mucho (desde siempre) que iban a reaccionar de esa manera, con un sensacionalismo digno del programa Ocurrió así. El caso es asociar al PRD con la ingobernabilidad. Ese ha sido, históricamente, el papel que el poder le ha asignado: apoyar a la izquierda es apoyar a quienes sólo entienden el camino de la bravata y del choque para hacer política.
El Estado violento, ese que juega sucio todas las partidas, acusa de violentos a quienes sólo pueden hacer ver su repudio por medio de la resistencia civil pacífica. Pero la izquierda actual (a la que se le sigue llamando así sólo en función de la radicalidad ultraderechista) ha pasado del precepto marxista de la violencia como gran partera de la historia a la participación en comicios atenida a reglas de juego electoral. Si antes no había más camino para arrebatar el poder al zar incluso allí donde no existían los zares, el tiempo permitió luchar en otras palestras a la izquierda. Lo único malo es que en algunas de nuestras pobres repúblicas bárbaras la oligarquía (así se le llamaba antes a la oligarquía) no está muy dispuesta a ceder nada por medios civilizados. El caso más famoso sigue siendo el de Allende en Chile: ganó en las urnas como socialista y fue defenestrado, no precisamente con rosas, por la CIA y los mi(li)cos chilenos.
Es cierto que no hay violencia poselectoral en las calles del DF, pero los medios abonan a la irritabilidad social con coberturas sensacionalistas como la de anoche. Ese es, de hecho, otro de los flancos de su lucha: el Estado le apuesta al cansancio de la población, pero también al miedo y al rechazo de la base social necesaria para sostener movimientos como el encabezado por AMLO. ¿Y si sucede lo contrario? Más: ¿y si ya está sucediendo y sólo vemos lo que los medios quieren que veamos? Puede ser que el enojo difundido por los medios sea una hiperbolización (¿cómo saberlo?) de los casos en los que en verdad hay fastidio ciudadano, pero de eso a crear histeria, de eso a inventar la ficción pacheca de una izquierda salvaje hay un trecho amplio. Al menos por hoy, la izquierda usa y agota todos los recursos pacíficos y legales a su alcance para luchar contra una institucionalidad podrida, ésta sí verdaderamente violenta y que por lo visto no se tentará el alma para hacerse del país otros seis añitos más.

Dos modelos

Antes de las elecciones no escasearon los señalamientos en el sentido de que sólo era uno el modelo de país al que aspiraban las fuerzas políticas encabezadas por AMLO y por Calderón. Se llegó a decir incluso que, dado el componente exsalinista de algún perredismo cupular, pasara lo que pasara el régimen iba a transitar de un sexenio a otro sin solución de continuidad en materia de modelo económico, como ha ocurrido prácticamente desde 1982. La pregunta a todos esos lenguaraces era simple: si en cualquier circunstancia iba a ser lo mismo, ¿por qué los empresarios, el clero y los medios de comunicación más poderosos cerraron filas con uno solo de los partidos contendientes?
La especie del modelo único se venía abajo con esa simple mirada coyuntural. Ver y oír los mensajes del Consejo Coordinador Empresarial daba pauta a pensar que había allí abultados intereses que de ninguna manera debían ponerse en riesgo. Esto no significa, por supuesto, que la izquierda mexicana fuera la de hace treinta o cuarenta años. Como en todo el mundo, el discurso y los modos de la izquierda dejaron de ser radicales para deslizarse hacia una moderación que no excluye todos los tics de la economía de mercado, aunque siempre, se supone, con una visión que toma en cuenta, prioritariamente, los intereses del conjunto social a los de un puñado de particulares, cualquiera que éste sea.
Por ello, no está de más recordar que el olvido de los medios es a veces demasiado selectivo. No olvidan la rebeldía de AMLO en Tabasco (reciclar ahora esas imágenes en muy conveniente), pero no se acuerdan de que una y otra vez, hace algunos días, le achacaron aspiraciones similares, en términos de modelo económico, al de sus rivales. Si eso fuera así, insisto, ¿no daría lo mismo que se recontaran los votos para que ganara el que tuviera que ganar? Claramente, la resistencia de los grupos económicos dominantes obedece a que no quieren arriesgarse a la eventualidad de que se rompa la inercia en la que se han movido desde la puesta en marcha del modelo del que han sido usufructuarios. La articulación de planes sociales paternalistas (Solidaridad, Oportunidades) no fue más que la creación de escudos que le servían al poder para dos cosas: para contener a los hambrientos que iba deyectando el modelo y para hacerlos clientes seguros en temporada de votos.
La lucha poselectoral, que parece sólo un asunto de conteo, pura aritmética simple, es infinitamente más que eso: es la manifestación objetiva de la pugna que libran dos modelos. El neoliberal, bienquisto por el CCE, y el social, de rostro más humano, dígase lo que se diga.

Perdido

Estuve trashumando casi un mes, siempre con acceso apresurado a máquinas de internet públicas y a veces con servicio groseramente caro. Pongo al corriente la columna y saludos a la afición que de vez en vez me busca en rutanortelaguna@yahoo.com.mx